lunes, 14 de julio de 2014

Consejos de un sacerdote anciano

Clic sobre la imagen para ver la galeríaEste escrito lo llevaba siempre consigo el sacerdote salesiano Alfonso Arboleda, muerto recientemente, y fue escrito antes de morir por el Padre Jegussel, profesor de una universidad romana, a petición de sus alumnos.
1. Sea la Celebración de la Eucaristía el sol de cada una de tus jornadas. Esfuérzate por comprenderla, gustarla, vivirla. Preside cada celebración como si fuera la primera, la única, la última de tu vida.
2. Recuerda que la Celebración Eucarística mejor presidida y celebrada es la mejor preparada.No seas de aquellos que pasan de charlas mundanas a presidir la celebración del santo Sacrificio sin preparase por medio de la oración, sin meditar nada, sin hacer siquiera un pequeño paréntesis de recogimiento.
3. Libera la celebración de la rutina y del automatismo.El veneno que mata a la Celebración de la Eucaristía es la rutina. Y la repetición trae rutina. Por esto no proclames siempre una sola Plegaria Eucarística, generalmente la más corta. Es necesario que vayas cambiando de Plegaria, según el sentido espiritual y pastoral de las múltiples que te ofrece el misal. Por ejemplo, la primera es la de la gran tradición de la Iglesia Romana, pronunciada por mucho santos y apóstoles durante más de 10 siglos, la tercera es muy venerada por su antigüedad, la cuarta es un bello resumen de la Historia de la Salvación. Puedes aprovechar los momentos penitenciales y las celebraciones con niños y jóvenes proclamando las Plegarias especiales para cada caso.
4. Que cada palabra que pronuncies sea un verdadero "anuncio" y cada rito que realices sea un auténtico "signo sagrado".Trasforma tu celebración en una verdadera vivencia. Toda comunidad cristiana experimenta con alegría la presencia del Señor en la Celebración Eucarística, si la presides condevoción y con fe, pronunciando con cuidado cada palabra y ejecutando con cariño cada gesto, "como quien habla a Alguien allí presente y a Quien ama y respeta inmensamente".
5. Evita toda "carrera", especialmente al pronunciar la Plegaria Eucarística.Recuerda las palabras del Cardenal Mercier: "Dedica unos minutos más a tu misa". Sucede que las palabras de las Plegarias Eucarísticas, especialmente de la segunda, ya te las sabes de memoria y por lo tanto tienes el peligro de pronunciarlas a la carrera y la comunidad se da cuenta de tu modo descuidado de presidir. No temas ser muy cuidadoso en pronunciar bien y con sentido todas las frases, claro está sin exageraciones teatrales, pero sí con toda solemnidad. La comunidad te lo agradecerá.
6. No improvises nunca tu celebración. Que no te suceda jamás que al llegar al altar no sepas de qué tratan las lecturas del día ni que fiesta se celebra. Sería un irrespeto incalificable a la acción más importante de la Iglesia y de tu vida.
7. Nunca la causa de Dios, que es la salvación de todo el género humano, está tan en tus manos como cuando predicas la homilía.Bien sabes que la homilía puede ser la única instrucción y formación en la fe que reciba tu comunidad. Es necesario que te convenzas que difícilmente el Pueblo de Dios recibe la Palabra fuera de la Misa. De este ministerio tan grande serás interpelado por el Señor en el día de tu encuentro definitivo con El. Ten en cuenta las palabras de la Biblia: "Pidieron pan y no hubo quien se los diera". Por eso piensa en tu responsabilidad para que se cumpla en ti la promesa divina: "Los que enseñaron a muchos la santidad, brillarán como estrellas portada la eternidad" (Daniel 12).
8. Graba esto en lo más profundo de tu corazón: Lo más importante de toda mi jornada es la celebración Eucarística. La presidencia de la Celebración Eucarística como la de los demás sacramentos, es la realidad por la que más vales como sacerdote. Cuando presides la celebración estás en la parte más alta de toda la pirámide humana, y en ese momento sólo hay uno por encima de ti: Dios. ¿No es una verdadera lástima, entonces, que te apresures en la preparación, celebración y acción de gracias de la Misa y que te distraigas tan fácilmente en ella?
9. "Vive lo que celebras y celebra lo que practicas". Estas palabras que te recuerdan el día memorable de tu ordenación, te invitan a ofrecerte diariamente como "hostia viva y agradable a Dios" (Romanos 12,1). Acuérdate siempre al terminar la celebración, que tu misa debe continuar durante toda la jornada. Para esto, practica el consejo del Papa Pío XII: "No dejar ni un día de hacer una visita al Santísimo Sacramento, que será, por otra parte, un excelente buen ejemplo para tu comunidad". Y hazla con amor por El, con aquella intención que deseaba Paulo VI: "Como un agradecimiento al don sublime de la Eucaristía y como un 'gracias' y una preparación más para la celebración de la misa". Un sacerdote que preside santamente y visita con frecuencia al Santísimo hace menos disparates que otros.
10. La celebración de la Liturgia de las Horas es el mejor termómetro de tu ardor sacerdotal. Es lo primero que abandona un sacerdote tibio. Ama el Oficio Divino como escudo de tu santidad. No lo consideres como una pesada carga sino como una maravillosa oportunidad para realizar el mismo "oficio de Dios" como lo llamaba San Agustín. Es el momento de adorarlo por tantos que no lo hacen, de pedirle perdón por tus pecados y por los de todos, de darle gracias en nombre de toda la humanidad y de enriquecerte de una manera maravillosa en tu vida interior.
11. Busca la manera de que todos los que se encuentren contigo te experimenten primero y ante todo como sacerdote y sacerdote de Cristo.
12. Considérate al servicio y a la disposición de todos. Ojalá siempre, durante toda tu vida, puedas repetir las Palabras del Señor: " No he venido a ser servido sino a servir" Y que el Divino Redentor te conceda lo que El prometió a sus Apóstoles y discípulos: "Sabiendo esto, seréis dichosos si lo cumplís" (Juan 13,17).

viernes, 11 de julio de 2014

María... ¿Fue siempre virgen?

María... ¿Fue siempre virgen?
¿Podemos decir que María siempre fue virgen?

Todos los cristianos aceptan a María como Madre de Jesús; pero mientras los católicos hablamos de ella como «la Virgen María», las otras religiones cristianas y muchas sectas no quieren decir ni reconocer que María es siempre virgen. Muchos dicen, simplemente, que María tuvo más hijos y por eso no pudo ser «virgen».

En una carta anterior ya les hablé de los «hermanos de Jesús» y les aclaré que no hay ningún fundamento bíblico para decir que María tenía más hijos. En esta carta les quiero hablar, a partir de la Biblia, acerca de María siempre virgen.

La concepción virginal de María.

El hecho de la virginidad de María en el nacimiento de su hijo Jesús se afirma claramente en la Biblia:

Mt. 1,18: «El nacimiento de Jesús fue así: Estando desposada María, su madre, con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo.»

Lc. 1, 30-35: «El ángel Gabriel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios... y ahora concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo... María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti... y el Ser Santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios.»

Juan 1, 13: «El que nació no de la sangre, ni del deseo de carne, ni del deseo de hombre, sino que nació de Dios.»

Estos tres textos bíblicos son testimonios sólidos para afirmar el hecho de la virginidad de María en la concepción de Jesús.


¿María quiso esta virginidad?

El Evangelio dice que «María era una virgen desposada con un hombre llamado José» (Lc. 1, 27). Este matrimonio de María con José nos mueve, a primera vista, a decir que María no quiso esta virginidad.

Sin embargo, el evangelista Lucas nos ofrece otros datos acerca de este compromiso matrimonial. Leamos atentamente en el Evangelio de Lucas 1, 26-38; en este relato bíblico vemos cómo Dios respeta a los hombres. El no nos salva sin que nosotros mismos queramos. Jesús el Salvador ha sido deseado y acogido por una madre, una jovencita que, libre y conscientemente, acepta ser la servidora del Señor y llega a ser Madre de Dios.

Vers. 26: «Al sexto mes el ángel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José. José era de la casa de David y el nombre de la virgen era María.»

San Lucas usa dos veces la palabra «virgen». ¿Por qué no dijo «una joven» o «una mujer»? Sencillamente porque el escritor sagrado se refería aquí a las palabras de los profetas del Antiguo Testamento, que afirmaban que Dios sería recibido por una «virgen de Israel.»Is. 7, 14: «El Señor, pues, les dará esta señal: la Virgen está embarazada y da a luz un varón a quien le pondrás el nombre de Emmanuel.»

Durante siglos, Dios había soportado que su pueblo de mil maneras le fuera infiel y había perdonado sus pecados. Pero el Dios Salvador, al llegar, debería ser recibido por un pueblo virgen que hubiera depuesto sus propias ambiciones para poner su porvenir en manos de su Dios. Dios debía ser acogido con un corazón virgen, o sea, nuevo y no desgastado por la experiencia de otros amores.

  • Incluso en tiempos de Jesús, muchos al leer la profecía de Is. 7, 14 sacaban la conclusión de que el Mesías nacería de una madre Virgen. Ahora bien, el Evangelio nos dice: "María es la virgen que da a luz al Mesías."

  • Versículos 34-35: María dijo al ángel: «¿Cómo será esto, pues no conozco varón?» Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por lo cual el Santo que de ti nacerá será llamado Hijo de Dios.»
    Aunque María es la esposa legítima de José, la pregunta de ella al ángel indica el propósito de permanecer virgen.

    El ángel precisa que el niño nacerá de María sin intervención de José. El que va a nacer de María en el tiempo es el mismo que ya existe en Dios, nacido de Dios, Hijo del Padre (Jn. 1, 1). Y la concepción de Jesús en el seno de María no es otra cosa que la venida de Dios a nuestro mundo.


    ¿Qué significa «la sombra» o «la nube» en este texto bíblico?

    Los libros sagrados del Antiguo Testamento hablan muchas veces de «la sombra» o «la nube» que llenaba el Templo (1 Reyes 8, 10), signo de la presencia divina que cubría y amparaba a la ciudad Santa (Sir. 24, 4).

    Al usar esta figura, el Evangelio quiere decir que María pasa a ser la morada de Dios desde la cual El obra sus misterios. El Espíritu Santo viene, no sobre su Hijo, sino que primeramente viene sobre María, para que conciba por obra del Espíritu Santo.


    ¿Había pensado María en consagrar a Dios su virginidad antes que viniera el ángel?

    El Evangelio no da precisiones al respecto, solamente encontramos la palabra de María: «No conozco varón» o «no tengo relación con ningún varón.» (Lc. 1, 34)

    Recordemos que María ya está comprometida con José (Lc. 1, 27) lo que según la ley judía, les da los mismos derechos del matrimonio, aunque no vivan todavía en la misma casa. (Mt. 1, 20)

    En estas condiciones, la pregunta de María: «¿Cómo podré tener un hijo, pues no conozco varón?» (Lc. 1, 34) no tendría ningún sentido, si María no estuviese decidida ya a mantenerse virgen para siempre. María es la esposa legítima de José. Si este matrimonio quiere tener relaciones conyugales normales, el anuncio del ángel referente a su maternidad no puede crearle ningún problema.

    Sin embargo, María manifiesta claramente su problema: «pues no conozco varón.» Además esa pregunta de María permite otra traducción válida en la mentalidad de los judíos: «¿Cómo será eso, pues no quiero conocer varón?». Sin duda esta pregunta de María indica en la Virgen un firme propósito de permanecer virgen.

    Algunos tendrán dificultades para aceptar esta decisión de María y dirán que tal decisión es sorprendente por parte de una joven judía; porque es sabido que Israel no daba gran valor religioso a la virginidad.

    No debemos olvidar que en la Palestina de entonces había grupos de personas que vivían en celibato (los esenios) y con su estilo de vida esperaban la pronta venida del Mesías. Por otra parte, el celibato o la virginidad de por vida no existía para mujeres que, según la costumbre judía, por orden de su padre tenían que aceptar un matrimonio impuesto.

    Por eso la joven María que quería guardar virginidad, difícilmente podía rechazar este compromiso matrimonial impuesto. Y por eso ella había aceptado este compromiso con José, pero con la decisión de permanecer virgen.

    Como conclusión podemos decir que este texto bíblico es favorable a la voluntad de virginidad de María.

    Además está claro en la Biblia que María tenía como hijo único a Jesús y que no tuvo más hijos.


    ¿Qué sentido tiene la virginidad?

    María no expresa sus motivos, pero todo lo que Lucas deja entrever del alma de María supone que ella tenía motivos elevados. Por medio del ángel, Dios la trata de «muy amada», «llena de gracia», «el Señor está con ella.» Y María quiere ser su «sierva», con la nobleza que da a esta palabra la lengua bíblica: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí lo que has dicho.» (Lc. 1, 38) Su virginidad parece así una consagración, un don de amor exclusivo al Señor.

    Mucha gente moderna se extraña ante tal decisión de María: ¿Cómo pensaría María en mantenerse virgen en el matrimonio, especialmente en el pueblo judío, que no valoraba la virginidad?

    Incluso en las iglesias no-católicas muchas personas al leer en el Evangelio la expresión «hermanos de Jesús» concluyen sin más que María tuvo otros hijos después de Jesús. (En otra carta les he hablado claramente de este asunto y está muy claro en la Biblia que Jesús no tenía hermanos en el sentido estricto de esta palabra.)

    Pero lo grave es que muchas sectas están deseosas de negar sin más la virginidad de María. ¿A qué se debe esto?

    Sin duda, a vanos prejuicios y a falta de conocimientos bíblicos. ¿O será por el prurito de buscarle «peros» y dificultades a la religión católica?

    Virgen debía ser aquella que, desde el comienzo, fue elegida por Dios para recibir a su propio Hijo en un acto de fe perfecta. Ella, que daría a Jesús su sangre, sus rasgos hereditarios, su carácter y su educación primera, debía haber crecido a la sombra del templo de Jerusalén, como dice una antigua tradición, y el Todopoderoso, cual flor secreta que nadie hiciera suya, la guardó para sus divinos designios.

    Es por eso que María renunció a todo menos al Dios vivo. Y así en adelante ella será el modelo de muchos que, renunciando a muchas cosas, entrarán al Reino y obtendrán la única recompensa que es Dios.

    Decimos que María no tuvo más hijos porque fue siempre virgen. La Escritura nos testimonia de una sola concepción virginal, el de Jesús. Por tanto, no habiendo más concepciones milagrosas, y no habiendo dejado de ser virgen, no tuvo más hijos.

    La virginidad de Nuestra Señora está íntimamente relacionada con su sublime prerrogativa de Madre de Dios.

    Decía San Bernardo que la maternidad de María es tan maravillosamente singular e incomparable precisamente porque es virginal.

    Lejos de ser una prerrogativa pasajera, la virginidad de María es permanente.

    Abarca todas las etapas de su vida, y en particular los momentos sagrados en que fue hecha Madre de Dios.

    El dogma de la virginidad perpetua de María significa:

    1º que concibió al Hijo de Dios, segunda persona de la Santísima Trinidad, virginalmente;

    2º le dio a luz virginalmente;

    3º permaneció virgen a lo largo de toda su vida terrena, y por consiguiente, ahora reina gloriosa como Virgen de las vírgenes.

    La Iglesia expresa esto con una fórmula muy hermosa según la cual dice que María fue virgen ante partum, in partu et post partum.

    Esta afirmación no es simplemente un cumplimiento piadoso; expresa la creencia universal y unánime de la Iglesia de Cristo; es una verdad revelada; está solemnemente definida como dogma.

    El tercer concilio de Letrán, celebrado bajo el papa San Martín I, en el año 649, definió: “Si alguno no reconoce, siguiendo a los Santos Padres, que la Santa Madre de Dios y siempre virgen e inmaculada María, en la plenitud del tiempo y sin cooperación viril, concibió del Espíritu Santo al Verbo de Dios, que antes de todos los tiempos fue engendrado por Dios Padre, y que, sin pérdida de su integridad, le dio a luz, conservando indisoluble su virginidad después del parto, sea anatema”.

    El testimonio de esta verdad lo encontramos en la misma Escritura.

    Concretamente en el testimonio de San Mateo y San Lucas.

    1) San Mateo (1,18-25): La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo... El Angel del Señor se apareció [a José] en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.» Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.» Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre Jesús.

    San Mateo se presenta: 1) como testigo de la virginidad de María antes del nacimiento de Cristo; 2) su cita de Is 7,14, implica, por lo menos, el parto virginal; 3) si bien no dice nada sobre la virginidad de María posterior al parto, tampoco dice nada que lo niegue o lo ponga en duda.

    2) San Lucas (1,26-38): Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel dejándola se fue.

    San Lucas es testigo de:

    –la virginidad de María antes de la anunciación (a una virgen...);

    –la concepción virginal (la virtud del Altísimo te cubrirá);

    –la intención de virginidad futura de María: pues no conozco varón... La expresión no se refiere al pasado, pues hubiera usado el aoristo (no he conocido varón); usa el presente absoluto (no conozco; en el sentido de no tengo intención de conocer varón). Es una referencia implícita al voto de virginidad.

    Escribió Lebretón: “En este versículo la tradición católica ha reconocido el propósito firme de María de permanecer virgen, y esta interpretación es necesaria, porque, si hubiera tenido intención de consumar su matrimonio con José, no hubiera nunca hecho esta pregunta”.

    Dice también Lagrange: “María quiso decir que, siendo virgen, como el ángel ya sabía, deseaba ella permanecer siéndolo, o, como traducen los teólogos su pregunta, que ella había hecho un voto de virginidad y pensaba guardarlo”.

    San Ireneo defiende, por eso, el valor profético de Is 7,14 referido a la virginidad de María. Su argumento es el siguiente: Isaías señala claramente que ocurrirá “algo inesperado” con respecto a la generación de Cristo; está aludiendo claramente a una señal. Pero “¿dónde está lo inesperado o qué señal se os daría en el hecho de que una mujer joven concibiera un hijo por obra de un varón? Esto es lo que ocurre normalmente a todas las madres. Lo cierto es que, con el poder de Dios, se iba a empezar una salvación excepcional para los hombres y, por tanto, se consumó también de una manera excepcional un nacimiento de una virgen. La señal fue dada por Dios; el efecto no fue humano”.

    La creencia firme de Occidente en la virginidad corporal de María se resume en la expresión “Virgen María” y se recoge en esta forma ya en el siglo II, en la forma romana del credo, como vemos, por ejemplo, en Hipólito: “Creo en Dios Padre todopoderoso y en Jesucristo, Hijo de Dios, que nació de María virgen por obra del Espíritu Santo”.

    Ireneo tiene una frase hermosa para referirse al parto virginal: Purus pure puram aperiens vulvam: el Puro [Verbo Puro] con pureza abrió el seno puro [de su madre].

    Y él mismo compara el nacimiento de Cristo de María con la formación de Adán del suelo virgen y sin surcos.

    San León dice que es la limpieza de Cristo la que mantuvo intacta la integridad de María.

    Y San Zeón lo proclama: “¡Oh misterio maravilloso! María concibió siendo una virgen incorrupta; después de la concepción dio a luz como virgen, y así permaneció siempre después del parto”.

    San Jerónimo resume la fe de la Iglesia escribiendo contra Joviniano: “Cristo es virgen, y la madre del virgen es virgen también para siempre; es virgen y madre. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró en el interior; en el sepulcro que fue María, nuevo, tallado en la más dura roca, donde no se había depositado a nadie ni antes ni después... Ella es la puerta oriental de la que habla Ezequiel, siempre cerrada y llena de luz, que, cerrada, hace salir de sí al Santo de los santos; por la cual el Sol de justicia entra y sale. Que ellos me digan cómo entró Jesús (en el cenáculo) estando las puertas cerradas... y yo les diré cómo María es, al mismo tiempo, virgen y madre: virgen después del parto y madre antes del matrimonio”.

    Bajo su protección amorosa y eficaz pongamos, pues, nuestra castidad.


    Consideración final.

    Para un hombre o una mujer creyente, no es cosa excepcional renunciar definitivamente al sexo, es decir, a tener relaciones sexuales.

    Hay un sinnúmero de ejemplos de jóvenes que, desde muy temprano, han intuido que este camino evangélico es un camino más directo para acercarse mejor a Jesús: Sor Teresa de Los Andes, el Padre Hurtado y tantos otros.

    ¿Acaso María era menos inteligente que ellos o menos capaz de percibir las cosas de Dios? ¿No podía ella captar por sí misma lo que dirá Jesús respecto a la virginidad elegida por amor al Reino? (Mt. 19,12) Y después de ser visitada en forma única por el Espíritu Santo, que es el soplo del amor de Dios, ¿necesitaría María todavía las caricias amorosas de José?

    Si la historia de la Iglesia nos proporciona tantos ejemplos del amor celoso de Dios para quienes fueron sus amigos y sus santos... ¿Cómo iba a ser menos para aquella mujer, María, que fue «llena de gracia»?

    ¡Qué torpeza inconsciente son las sinrazones de aquellos que se olvidan de la Tradición de los Apóstoles, la cual proclama que María fue y permaneció siempre virgen!

    Rechazar la virginidad de María... ¡qué manera de rebajar las maravillas de Dios!

    María deseaba ser totalmente de Dios y con el «sí» de la Anunciación ella se consagró total y exclusivamente al plan de Dios: «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí conforme a tu palabra.» (Lc. 1, 38)

    Realmente es incomprensible la fobia de algunos de nuestros hermanos evangélicos que tratan de denigrar y rebajar la dignidad de María. Nunca predican sobre ella, y en repetidos casos han destruido sus imágenes.

    Nosotros debemos tener bien fundamentado nuestro culto y veneración por María y tenemos que seguir proclamando sus alabanzas, tal como ella ya lo anticipó en el canto del Magnificat.

    Por otra parte, María aparece unida a Jesús en la encarnación, en el nacimiento, vida, pasión y muerte de su Hijo Jesús y también en la primitiva Iglesia. Ahora bien, el mismo Jesús dice: «Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre.»

    Honremos pues a María y redoblemos nuestros esfuerzos por quererla, por nosotros y por quienes la desconocen.


    Décima del Canto a lo Divino:

    Bendita sea tu pureza
    y eternamente lo sea
    pues todo un Dios se recrea
    en tan graciosa belleza.
    A ti, celestial princesa
    Virgen sagrada María
    yo te ofrezco en este día
    alma, vida y corazón,
    mírame con compasión,
    no me dejes, Madre mía.
  • Autor: P. Paulo Dierckx y P. Miguel Jordá
  • jueves, 10 de julio de 2014

    Vida de Santa Teresa de Jesús


    map
    Se cree que la palabra "Teresa" viene de la palabra griega "teriso" que se traduce por "cultivar"; cultivadora. O de la palabra "terao" que significa "cazar", "la cazadora". Como bien dice el Padre Sálesman en su biografía, ambos títulos le quedan bien a Santa Teresa, por ser ella "Cultivadora" de las virtudes y "cazadora" de almas para llevarlas al cielo.

    Santa Teresa es, sin duda, una de las mujeres más grandes y admirables de la historia. Es una de las tres doctoras de la Iglesia. Las otras dos son Santa Catalina de Siena y Santa Teresa del Niño Jesús

    Sus padres eran Alonso Sánchez de Cepeda y Beatriz Dávila y Ahumada. La santa habla de ellos con gran cariño. Alonso Sánchez tuvo tres hijos de su primer matrimonio, y Beatriz de Ahumada le dio otros nueve. Al referirse a sus hermanos y medios hermanos, Santa Teresa escribe: "por la gracia de Dios, todos se asemejan en la virtud a mis padres, excepto yo".

    Teresa nació en la ciudad castellana de Avila, el 28 de marzo de 1515. A los siete años, tenía ya gran predilección por la lectura de las vidas de santos. Su hermano Rodrigo era casi de su misma edad de suerte que acostumbraban jugar juntos. Los dos niños, eran muy impresionados por el pensamiento de la eternidad, admiraban las victorias de los santos al conquistar la gloria eterna y repetían incansablemente: "Gozarán de Dios para siempre, para siempre, para siempre . . ."

    Busca el martirio

    map
    Teresa y su hermano consideraban que los mártires habían comprado la gloria a un precio muy bajo y resolvieron partir al país de los moros con la esperanza de morir por la fe. Así pues, partieron de su casa a escondidas, rogando a Dios que les permitiese dar la vida por Cristo; pero en Adaja se toparon con uno de sus tíos, quien los devolvió a los brazos de su afligida madre. Cuando ésta los reprendió, Rodrigo echó la culpa a su hermana.

    En vista del fracaso de sus proyectos, Teresa y Rodrigo decidieron vivir como ermitaños en su propia casa y empezaron a construir ermitillas en el jardín, que siempre se les caían. Teresa amaba desde entonces la soledad. En su habitación tenía un cuadro que representaba al Salvador que hablaba con la Samaritana y solía repetir frente a esa imagen: "Señor, dame de beber para que no vuelva a tener sed".

    Toma a la Virgen como Madre

    map
    La madre de Teresa murió cuando ésta tenía catorce años. "En cuanto empecé a caer en la cuenta de la pérdida que había sufrido, comencé a entristecerme sobremanera; entonces me dirigí a una imagen de Nuestra Señora y le rogué con muchas lágrimas que me tomase por hija suya".

    El peligro de la mala lectura y las modas

    Por aquella época, Teresa y Rodrigo empezaron a leer novelas de caballerías y aun trataron de escribir una. La santa confiesa en su Autobiografía: "Esos libros no dejaron de enfriar mis buenos deseos y me hicieron caer insensiblemente en otras faltas. Las novelas de caballerías me gustaban tanto, que no estaba yo contenta cuando no tenía una entre las manos. Poco a poco empecé a interesarme por la moda, a tomar gusto en vestirme bien, a preocuparme mucho del cuidado de mis manos, a usar perfumes y a emplear todas las vanidades que el mundo aconsejaba a las personas de mi condición".

    El cambio que paulatinamente se operaba en Teresa, no dejó de preocupar a su padre, quien la envió, a los quince años de edad a educarse en el convento de las agustinas de Avila, en el que solían estudiar las jóvenes de su clase.

    Enfermedad y conversión

    map
    Un año y medio más tarde, Teresa cayó enferma, y su padre la llevó a casa. La joven empezó a relexionar seriamente sobre la vida religiosa que le atraía y le repugnaba a la vez. La obra que le permitió llegar a una decisión fue la colección de "Cartas" de San Jerónimo, cuyo fervoroso realismo encontró eco en el alma de Teresa. La joven dijo a su padre que quería hacerse religiosa, pero éste le respondió que tendría que esperar a que él muriese para ingresar en el convento. La santa, temiendo
    flaquear en su propósito, fue a ocultas a visitar a su amiga íntima, Juana Suárez, que era religiosa en el convento carmelita de la Encarnación, en Avila, con la intención de no volver, si Juana le dejaba quedarse, a pesar de la pena que le causaba contrariar la voluntad de su padre.

    "Recuerdo . . . que, al abandonar mi casa, pensaba que la tortura de la agonía y de la muerte no podía ser peor a la que experimentaba yo en aquel momento . . . El amor de Dios no era suficiente para ahogar en mí el amor que profesaba a mi padre y a mis amigos".

    La santa determinó quedarse en el convento de la Encarnación. Tenía entonces veinte años. Su padre, al verla tan resuelta, cesó de oponerse a su vocación. Un año más tarde, Teresa hizo la profesión. Poco después, se agravó un mal que había comenzado a molestarla desde antes de profesar, y su padre la sacó del convento. La hermana Juana Suárez fue a hacer compañía a Teresa, quien se puso en manos de los médicos. Desgraciadamente, el tratamiento no hizo sino empeorar la
    enfermedad, probablemente una fiebre palúdica. Los médicos terminaron por darse por vencidos, y el estado de la enferma se agravó.

    Teresa consiguió soportar aquella tribulación, gracias a que su tío Pedro, que era muy piadoso, le había regalado un librito del P. Francisco de Osuna, titulado: "El tercer alfabeto espiritual". Teresa siguió las instrucciones de la obrita y empezó a practicar la oración mental, aunque no hizo en ella muchos progresos por falta de un director espiritual experimentado. Finalmente, al cabo de tres años, Teresa recobró la salud.

    Disipaciones, lucha con la oración y justificaciones

    map
    Su prudencia, amabilidad y caridad, a las que añadía un gran encanto personal, le ganaron la estima de todos los que la rodeaban. Según la reprobable costumbre de los conventos españoles de la época, las religiosas podían recibir a cuantos visitantes querían, y Teresa pasaba gran parte de su tiempo charlando en el recibidor del convento. Eso la llevó a descuidar la oración mental y el demonio contribuyó, al inculcarle la íntima convicción, bajo capa de humildad, de que su vida disipada la hacía indigna de conversar familiarmente con Dios. Además, la santa se decía para tranquilizarse, que no había ningún peligro de pecado en hacer lo mismo que tantas otras religiosas mejores que ella y justificaba su descuido de la oración mental, diciéndose que sus enfermedades le impedían meditar. Sin embargo, añade la santa, "el pretexto de mi debilidad corporal no era suficiente para justificar el abandono de un bien tan grande, en el que el amor y la costumbre son más importantes que las fuerzas. En medio de las peores enfermedades puede hacerse la mejor oración, y es un error pensar que sólo se puede orar en la soledad".

    Poco después de la muerte de su padre, el confesor de Teresa le hizo ver el peligro en que se hallaba su alma y le aconsejó que volviese a la práctica de la oración. La santa no la abandonó jamás desde entonces. Sin embargo, no se decidía aún a entregarse totalmente a Dios ni a renunciar del todo a las horas que pasaba en el recibidor y al intercambio de regalillos. Es curioso notar que, en todos esos años de indecisión en el servicio de Dios, Santa Teresa no se cansaba jamás de oír sermones
    "por malos que fuesen"; pero el tiempo que empleaba en la oración "se le iba en desear que los minutos pasasen pronto y que la campana anunciase el fin de la meditación, en vez de reflexionar en las cosas santas".

    Convencida cada vez más de su indignidad, Teresa invocaba con frecuencia a los grandes santos penitentes, San Agustín y Santa María Magdalena, con quienes están asociados dos hechos que fueron decisivos en la vida de la santa. El primero, fue la lectura de las "Confesiones" de San Agustín. El segundo fue un llamamiento a la penitencia que la santa experimentó ante una imagen de la Pasión del Señor: "Sentí que Santa María Magdalena acudía en mi ayuda . . . y desde entonces he progresado mucho en la vida espiritual".

    Visiones y comunicaciones

    Una vez que Teresa se retiró de las conversaciones del recibidor y de otras ocasiones de disipación y de faltas (los santos son capaces de ver sus faltas), Dios empezó a favorecerla frecuentemente con la oración de quietud y de unión. La oración de unión ocupó un largo periodo de su vida, con el gozo y el amor que le son característicos, y Dios empezó a visitarla con visiones y comunicaciones interiores. Ello la inquietó, porque había oído hablar con frecuencia de ciertas mujeres a las que el demonio había engañado miserablemente con visiones imaginarias. Aunque estaba persuadida de que sus visiones procedían de Dios, su perplejidad la llevó a consultar el asunto con varias personas; desgraciadamente no todas esas personas guardaron el secreto al que estaban obligadas, y la noticia de las visiones de Teresa empezó a divulgarse para gran confusión suya.

    Una de las personas a las que consultó Teresa fue Francisco de Salcedo, un hombre casado que era un modelo de virtud. Este la presentó al Padre Daza, doctor tenido por muy virtuoso, quien dictaminó que Teresa era víctima de los engaños del demonio, ya que era imposible que Dios concediese favores tan extraordinarios a una religiosa tan imperfecta como ella pretendía ser. Teresa quedó alarmada e insatisfecha. Francisco de Salcedo, a quien la propia santa afirma que debía su salvación, la animó en sus momentos de desaliento y le aconsejó que acudiese a uno de los padres de la recién fundada Compañía de Jesús. La santa hizo una confesión general con un jesuita, a quien expuso su manera de orar y los favores que había recibido. El jesuita le aseguró que se trataba de gracia de Dios, pero la exhortó a no descuidar el verdadero fundamento de la vida interior. Aunque el confesor de Teresa estaba convencido de que sus visiones procedían de Dios, le ordenó que tratase de resistir durante dos meses a esas gracias. La resistencia de la santa fue en vano.

    Otro jesuita, el P. Baltasar Alvarez, le aconsejó que pidiese a Dios ayuda para hacer siempre lo que fuese más agradable a sus ojos y que, con ese fin, recitase diariamente el "Veni Creator Spiritus". Así lo hizo Teresa. Un día, precisamente cuando repetía el himno, fue arrebatada en éxtasis y oyó en el interior de su alma estas palabras: "No quiero que converses con los hombres sino con los angeles".

    Ella dirá después: "El Espíritu Santo como fuerte huracán hace adelantar más en una hora la navecilla de nuestra alma hacia la santidad, que lo que nosotros habíamos conseguido en meses y años remando con nuestras solas fuerzas".

    La santa, que tuvo en su vida posterior repetidas experiencias de palabras divinas afirma que son más claras y distintas que las humanas; dice también que las primeras son operativas, ya que producen en el alma una tendencia a la virtud y la dejan llena de gozo y de paz, convencida de la verdad de lo que ha escuchado.

    Persecuciones

    En la época en que el P. Alvarez fue su director, Teresa sufrió graves persecuciones, que duraron tres años; además, durante dos años, atravesó por un periodo de intensa desolación espiritual, aliviado por momentos de luz y consuelo extraordinarios. La santa quería que los favores que Dios le concedía, permaneciesen secretos, pero las personas que la rodeaban estaban perfectamente al tanto y, en más de una ocasión, la acusaron de hipocresía y presunción.

    El P. Alvarez era un hombre bueno y timorato, que no tuvo el valor suficiente para salir en defensa de su dirigida, aunque siguió confesándola. Lamentablemente, los mediocres siempre son la mayoría. Estos se molestan ante la auténtica santidad porque no saben como lidiar con las intervenciones sobrenaturales por claras que sean. Prefieren descartarlas o ignorarlas, asumiendo que son producto de la exageración o el desequilibrio. Para justificar su posición apelan a las verdaderas exageraciones y desequilibrios y agrupan lo auténtico con lo falso. En otras palabras, carecen de discernimiento espiritual.

    En 1557, San Pedro de Alcántara pasó por Avila y, naturalmente, fue a visitar a la famosa carmelita. El santo declaró que le parecía evidente que el Espíritu de Dios guiaba a Teresa, pero predijo que las persecuciones y sufrimientos seguirían lloviendo sobre ella. Las pruebas que Dios le enviaba purificaron el alma de la santa, y los favores extraordinarios le enseñaron a ser
    humilde y fuerte, la despegaron de las cosas del mundo y la encendieron en el deseo de poseer a Dios.

    En algunos de sus éxtasis, de los que nos dejó la santa una descripción detallada, se elevaba hasta un metro. Después de una de aquellas visiones escribió la bella poesía que dice: "Tan alta vida espero que muero porque no muero". A este propósito, comenta Teresa: Dios "no parece contentarse con arrebatar el alma a Sí, sino que levanta también este cuerpo mortal, manchado con el barro asqueroso de nuestros pecados".

    En esos éxtasis se manifestaban la grandeza y bondad de Dios, el exceso de su amor y la dulzura de su servicio en forma sensible, y el alma de Teresa lo comprendía con claridad, aunque era incapaz de expresarlo. El deseo del cielo que dejaban las visiones en su alma era inefable. "Desde entonces, dejé de tener miedo a la muerte, cosa que antes me atormentaba mucho". Las experiencias místicas de la santa llegaron a las alturas de los esponsales espirituales, el matrimonio místico y la transverberación.

    Santa Teresa nos dejó el siguiente relato sobre el fenómeno de la transverberación: "Vi a mi lado a un ángel que se hallaba a mi izquierda, en forma humana. Confieso que no estoy acostumbrada a ver tales cosas, excepto en muy raras ocasiones. Aunque con frecuencia me acontece ver a los ángeles, se trata de visiones intelectuales, como las que he referido más arriba . . . El ángel era de corta estatura y muy hermoso; su rostro estaba encendido como si fuese uno de los ángeles más altos que son todo fuego. Debía ser uno de los que llamamos querubines . . . Llevaba en la mano una larga espada de oro, cuya punta parecía un ascua encendida. Me parecía que por momentos hundía la espada en mi corazón y me traspasaba las entrañas y, cuando sacaba la espada, me parecía que las entrañas se me escapaban con ella y me sentía arder en el más grande amor de Dios. El dolor era tan intenso, que me hacía gemir, pero al mismo tiempo, la dulcedumbre de aquella pena excesiva era tan extraordinaria, que no hubiese yo querido verme libre de ella.

    El anhelo de Teresa de morir pronto para unirse con Dios, estaba templado por el deseo que la inflamaba de sufrir por su amor. A este propósito escribió: "La única razón que encuentro para vivir, es sufrir y eso es lo único que pido para mí". Según reveló la autopsia en el cadáver de la santa, había en su corazón la cicatriz de una herida larga y profunda. El año siguiente (1560), para corresponder a esa gracia, la santa hizo el voto de hacer siempre lo que le pareciese más perfecto y agradable a Dios. Un voto de esa naturaleza está tan por encima de las fuerzas naturales, que sólo el esforzarse por cumplirlo puede justificarlo. Santa Teresa cumplió perfectamente su voto.

    Escritora Mística

    El relato que la santa nos dejó en su "Autobiografía" sobre sus visiones y experiencias espirituales da muestra de una extraordinaria sencillez de estilo y de una preocupación constante por no exagerar los hechos. La Iglesia califica de "celestial" la doctrina de Santa Teresa, en la oración del día de su fiesta. Las obras de la mística Doctora" ponen al descubierto los rincones más recónditos del alma humana. La santa explica con una claridad casi increíble las experiencias más inefables. Y debe hacerse notar que Teresa era una mujer relativamente inculta, que escribió sus experiencias en la común lengua castellana de los habitantes de Avila, que ella había aprendido "en el regazo de su madre"; una mujer que escribió sin valerse de otros libros, sin haber estudiado previamente las obras místicas y sin tener ganas de escribir, porque ello le impedía dedicarse a hilar; una mujer, en fin, que sometió sin reservas sus escritos al juicio de su confesor y sobre todo, al juicio de la Iglesia.

    La santa empezó a escribir su autobiografía por mandato de su confesor" "La obediencia se prueba de diferentes maneras". Por otra parte, el mejor comentario de las obras de la santa es la paciencia con que sobrellevó las enfermedades, las acusaciones y los desengaños; la confianza absoluta con que acudía en todas las tormentas y dificultades al Redentor crucificado y el invencible valor que demostró en todas las penas y persecuciones. Los escritos de Santa Teresa subrayan sobre todo el espíritu de oración, la manera de practicarlo y los frutos que produce. Como la santa escribió precisamente en la época en que estaba consagrada a la difícil tarea de fundar conventos de carmelitas reformadas, sus obras, prescindiendo de su naturaleza y contenido, dan testimonio de su vigor, industriosidad y capacidad de recogimiento.

    Santa Teresa escribió el "Camino de Perfección" para dirigir a sus religiosas, y el libro de las "Fundaciones" para edificarlas y alentarlas. En cuanto al "Castillo Interior", puede considerarse que lo escribió para instrucción de todos los cristianos, y en esa obra se muestra la santa como verdadera doctora de la vida espiritual.

    Fundadora

    Las carmelitas, como la mayoría de las religiosas, habían decaído mucho del primer fervor, a principios del siglo XVI. Ya hemos visto que los recibidores de los conventos de Avila eran una especie de centro de reunión de las damas y caballeros de la ciudad. Por otra parte, las religiosas podían salir de la clausura con el menor pretexto, de suerte que el convento era el sitio ideal para quien deseaba una vida fácil y sin problemas. Las comunidades eran sumamente numerosas, lo cual era a la vez causa y efecto de la relajación. Por ejemplo, en el convento de Avila había más de 180 religiosas.

    Santa Teresa comenta más tarde: "La experiencia me ha enseñado lo que es una casa llena de mujeres. ¡Dios nos guarde de ese mal" Ya que tal estado de cosas se aceptaba como normal, las religiosas no caían generalmente en la cuenta de que su modo de vida se apartaba mucho del espíritu de sus fundadores. Así, cuando una sobrina de Santa Teresa, que era también religiosa en el convento de la Encarnación de Avila, le sugirió la idea de fundar una comunidad reducida, la santa la consideró como una especie de revelación del cielo, no como una idea ordinaria. Teresa, que llevaba ya veinticinco años en el convento, resolvió poner en práctica la idea y fundar un convento reformado. Doña Guiomar de Ulloa, que era una viuda muy rica, le ofreció ayuda generosa para la empresa.

    San Pedro de Alcántara, San Luis Beltrán y el obispo de Avila, aprobaron el proyecto, y el Provincial de las carmelitas, autorizó a Teresa a ponerlo en práctica. Sin embargo, el revuelo que provocó la ejecución del proyecto hizo que el provincial retirase el permiso y Santa Teresa fue objeto de las críticas de sus propias hermanas, de los nobles, de los magistrados y de todo el pueblo. A pesar de eso, el P. Ibañez, dominico, alentó a la santa a proseguir la empresa con la ayuda de Doña Guiomar.

    Doña Juana de Ahumada, hermana de Santa Teresa, emprendió con su esposo la construcción de un convento en Avila en 1561, pero haciendo creer a todos que se trataba de una casa en la que pensaban habitar. En el curso de la construcción, una pared del futuro convento se derrumbó y cubrió bajo los escombros al pequeño Gonzalo, hijo de Doña Juana, que se hallaba ahí jugando. Santa Teresa tomó en brazos al niño, que no daba ya señales de vida, y se puso en oración; algunos minutos más tarde, el niño estaba perfectamente sano, según consta en el proceso de canonización. En lo sucesivo, Gonzalo solía repetir a su tía que estaba obligada a pedir por su salvación, puesto que a sus oraciones debía el verse privado del cielo.

    Por entonces, llegó de Roma un breve que autorizaba la fundación del nuevo convento. San Pedro de Alcántara, Don Francisco de Salcedo y el Dr. Daza, consiguieron ganar al obispo a la causa, y la nueva casa se inauguró bajo sus auspicios el día de San Bartolomé de 1562. Durante la misa que se celebró en la capilla con tal ocasión, tomaron el velo la sobrina de la santa y otras tres novicias.

    La inauguración causó gran revuelo en Avila. Esa misma tarde, la superiora del convento de la Encarnación mandó llamar a Teresa y la santa acudió con cierto temor, "pensando que iban a encarcelarme". Naturalmente tuvo que explicar su conducta a su superiora y al P. Angel de Salazar, provincial de la orden. Aunque la santa reconoce que no faltaba razón a sus superiores para estar disgustados, el P. Salazar le prometió que podría retornar al convento de San José en cuanto se calmase la excitación del pueblo.

    La fundación no era bien vista en Avila, porque las gentes desconfiaban de las novedades y temían que un convento sin fondos suficientes se convirtiese en una carga demasiado pesada para la ciudad. El alcalde y los magistrados hubiesen acabado por mandar demoler el convento, si no los hubiese disuadido de ello el dominico Báñez. Por su parte, Santa Teresa no perdió la paz en medio de las persecuciones y siguió encomendando a Dios el asunto; el Señor se le apareció y la reconfortó.

    Entre tanto, Francisco de Salcedo y otros partidarios de la fundación enviaron a la corte a un sacerdote para que defendiese la causa ante el rey, y los dos dominicos, Báñez e Ibáñez, calmaron al obispo y al provincial. Poco a poco fue desvaneciéndose la tempestad y, cuatro meses más tarde, el P. Salazar dio permiso a Santa Teresa de volver al convento de San José, con otras cuatro religiosas de la Encarnación.

    Convento de San José

    La santa estableció la más estricta clausura y el silencio casi perpetuo. El convento carecía de rentas y reinaba en él la mayor pobreza; Las religiosas vestían toscos hábitos, usaban alpargatas de cáñamo en vez de zapatos (por ello se les llamó "descalzas") y estaban obligadas a la perpetua abstinencia de carne. Santa Teresa no admitió al principio más que a trece religiosas, pero más tarde, en los conventos que no vivían sólo de limosnas sino que poseían rentas, aceptó que hubiese veintiuna.

    Teresa, la gran mística, no descuidaba las cosas prácticas sino que las atendía según era necesario. Sabía utilizar las cosas materiales para el servicio de Dios.

    Mas fundaciones

    En 1567, el superior general de los carmelitas, Juan Bautista Rubeo, visitó el convento de Avila y quedó encantado de la priora y de su sabio gobierno; concedió a Santa Teresa plenos poderes para fundar otros conventos del mismo tipo (a pesar de que el de San José había sido fundado sin que él lo supiese) y aun la autorizó a fundar dos conventos de frailes reformados ("carmelitas contemplativos"), en Castilla.

    Santa Teresa pasó cinco años con sus trece religiosas en el convento de san José, precediendo a sus hijas no sólo en la oración, sino también en los trabajos humildes, como la limpieza de la casa y el hilado. Acerca de esa época escribió: "Creo que fueron los años más tranquilos y apacibles de mi vida, pues disfruté entonces de la paz que tanto había deseado mi alma ... Su Divina Majestad nos enviaba lo necesario para vivir sin que tuviésemos necesidad de pedirlo, y en las raras ocasiones en que nos veíamos en necesidad, el gozo de nuestras almas era todavía mayor".

    En agosto de 1567, Santa Teresa se trasladó a Medina del Campo, donde fundó el segundo convento, a pesar de las múltiples dificultades que surgieron. A petición de la condesa de la Cerda se fundo un convento en Malagón. Después siguieron los de Valladolid y Toledo. Esta última fue una empresa especialmente difícil porque la santa sólo tenía cinco ducados al comenzar.

    Una joven de Toledo, que gozaba de gran fama de virtud, pidió ser admitida en el convento y dijo a la fundadora que traería consigo su Biblia. Teresa exclamó: "¿Vuestra Biblia? ¡Dios nos guarde! No entréis en nuestro convento, porque nosotras somos unas pobres mujeres que sólo sabemos hilar y hacer lo que se nos dice". No es que la santa rechazare la Biblia, sino que supo descubrir que esta se habría convertido en un pretexto para faltar en humildad.

    La santa había encontrado en Medina del Campo a dos frailes carmelitas que estaban dispuestos a abrazar la reforma: uno era Antonio de Jesús de Heredia, superior del convento de dicha ciudad y el otro, Juan de Yepes, más conocido con el nombre de San Juan de la Cruz.

    Aprovechando la primera oportunidad que se le ofreció, Santa Teresa fundó un convento de frailes en el pueblecito de Duruelo en 1568; a este siguió, en 1569, el convento de Pastrana. En ambos reinaba la mayor pobreza y austeridad. Santa Teresa dejó el resto de las fundaciones de conventos de frailes a cargo de San Juan de la Cruz.

    La santa fundó también en Pastrana un convento de carmelitas descalzas. Cuando murió Don Ruy Gómez de Silva, quien había ayudado a Teresa en la fundación de los conventos de Pastrana, su mujer quiso hacerse carmelita, pero exigiendo numerosas dispensas de la regla y conservando el tren de vida de una princesa. Teresa, viendo que era imposible reducirla a la humanidad propia de su profesión, ordenó a sus religiosas que se trasladasen a Segovia y dejasen a la princesa su casa de Pastrana.

    En 1570, la santa, con otra religiosa, tomó posesión en Salamanca de una casa que hasta entonces había estado ocupada por ciertos estudiantes "que se preocupaban muy poco de la limpieza". Era un edificio grande, complicado y ruinoso, de suerte que al caer la noche la compañera de la santa empezó a ponerse muy nerviosa. Cuando se hallaban ya acostadas en sendos montones de paja ("lo primero que llevaba yo a un nuevo monasterio era un poco de paja para que nos sirviese de lecho"), Teresa preguntó a su compañera en qué pensaba. La religiosa respondió: "Estaba yo pensando en qué haría su reverencia si muriese yo en este momento y su reverencia quedase sola con un cadáver". La santa confiesa que la idea la sobresaltó, porque, aunque no tenía miedo de los cadáveres, la vista de ellos le producía siempre "un dolor en el corazón". Sin embargo, respondió simplemente: "Cuando eso suceda, ya tendré tiempo de pensar lo que haré, por el momento lo mejor es dormir".

    En julio de ese año, mientras se hallaba haciendo oración, tuvo una visión del martirio de los beatos jesuitas Juan Acevedo y sus compañeros, entre los que se contaba su pariente Francisco Pérez Godoy. La visión fue tan clara, que Teresa tenía la impresión de haber presenciado directamente la escena, e inmediatamente la describió detalladamente al P. Alvarez, quien un mes más tarde, cuando las nuevas del martirio llegaron a España, pudo comprobar la exactitud de la visión de la santa.

    Priora de La Encarnación

    Por entonces, San Pío V nombró a varios visitadores apostólicos para que hiciesen una investigación sobre la relajación de las diversas órdenes religiosas, con miras a la reforma. El visitador de los carmelitas de Castilla fue un dominico muy conocido, el P. Pedro Fernández. El efecto que le produjo el convento de La Encarnación de Avila fue muy malo, e inmediatamente mandó llamar a Santa Teresa para nombrarla superiora del mismo. La tarea era particularmente desagradable para la santa, tanto porque tenía que separarse de sus hijas, como por la dificultad de dirigir una comunidad que, desde el principio, había visto con recelo sus actividades de reformadora.

    Al principio, las religiosas se negaron a obedecer a la nueva Priora, cuya sola presencia producía ataques de histeria en algunas. La santa comenzó por explicarles que su misión no consistía en instruirlas y guiarlas con el látigo en la mano, sino en servirlas y aprender de ellas: "Madres y hermanas mías, el Señor me ha enviado aquí por la voz de la obediencia a desempeñar un oficio en el que yo jamás había pensado y para el que me siento muy mal preparada . . . Mi única intención es serviros . . . ". De esta manera se ganó la simpatía y el afecto de la comunidad y le fue menos difícil restablecer la disciplina entre las carmelitas calzadas, de acuerdo con sus constituciones. Poco a poco prohibió completamente las visitas demasiado frecuentes (lo cual molestó mucho a ciertos caballeros de Avila), puso en orden las finanzas del convento e introdujo el verdadero espíritu del claustro. En resumen, fue aquella una realización característicamente teresiana.

    Sevilla

    En Beas de Segura, a donde había ido a fundar un convento, la santa conoció al P. Jerónimo Gracián, quien la convenció fácilmente para que extendiese su campo de acción hasta Sevilla. El P. Gracián era un fraile de la reforma carmelita que acababa precisamente de predicar la cuaresma en Sevilla.

    Fuera de la fundación del convento de San José de Avila, ninguna otra fue más difícil que la de Sevilla; entre otras dificultades, una novicia que había sido despedida, denunció a las carmelitas descalzas ante la Inquisición como "iluminadas" y otras cosas peores.

    La persecución lleva a la separación entre calzados y descalzos.

    Los carmelitas de Italia veían con malos ojos el progreso de la reforma en España, lo mismo que los carmelitas no reformados de España, pues comprendían que un día u otro se verían obligados a reformarse. El P. Rubeo, superior general de la orden, quien hasta entonces había favorecido a santa Teresa, se pasó al lado de sus enemigos y reunió en Plasencia un capítulo general que aprobó una serie de decretos contra la reforma. El nuevo nuncio apostólico, Felipe de Sega, destituyó al P. Gracián de su cargo de visitador de los carmelitas descalzos y encarceló a San Juan de la Cruz en un monasterio; por otra parte, ordenó a Santa Teresa que se retirase al convento que ella eligiera y que se abstuviese de fundar otros nuevos.

    La santa, al mismo tiempo que encomendaba el asunto a Dios, decidió valerse de los amigos que tenía en el mundo y consiguió que el propio Felipe II interviniese en su favor. En efecto, el monarca convocó al nuncio y le reprendió severamente por haberse opuesto a la reforma del Carmelo.

    En 1580 obtuvo de Roma una orden que eximía a los carmelitas descalzos de la jurisdicción del provincial de los calzados. "Esa separación fue uno de los mayores gozos y consolaciones de mi vida, pues en aquellos cinco años nuestra orden había sufrido más persecuciones y pruebas de las que yo podría escribir en un libro. Ahora estábamos por fin en paz, calzados y descalzos, y nada iba a distraernos del servicio de Dios".

    Águila y paloma

    Indudablemente Santa Teresa era una mujer excepcionalmente dotada. Su bondad natural, su ternura de corazón y su imaginación chispeante de gracia, equilibradas por una extraordinaria madurez de juicio y una profunda intuición, le ganaban generalmente el cariño y el respeto de todos. Razón tenía el poeta Crashaw al referirse a Santa Teresa bajo los símbolos aparentemente opuestos de "el águila" y "la paloma". Cuando le parecía necesario, la santa sabía hacer frente a las más altas autoridades civiles o eclesiásticas, y los ataques del mundo no le hacían doblar la cabeza. Las palabras que dirigió al P. Salazar: "Guardaos de oponeros al Espíritu Santo", no fueron el reto de una histérica sino la verdad.

    Pero el águila no mata a la paloma, como puede verse por la carta que escribió a un sobrino suyo que llevaba una vida alegre y disipada: "Bendito sea Dios porque os ha guiado en la elección de una mujer tan buena y ha hecho que os caséis pronto, pues habíais empezado a disiparos desde tan joven, que temíamos mucho por vos. Esto os mostrará el amor que os profeso".

    El ingenio y la franqueza de Teresa jamás sobrepasaban la medida, ni siquiera cuando los empleaba como un arma. En cierta ocasión en que un caballero indiscreto alabó la belleza de sus pies descalzos, Teresa se echó a reír y le dijo que los mirase bien porque jamás volvería a verlos. Los famosos dichos "Bien sabéis lo que es una comunidad de mujeres" e "Hijas mías, estas son tonterías de mujeres", demuestran el realismo con que la santa consideraba a sus súbditas.

    Criticando un escrito de su buen amigo Francisco de Salcedo, Teresa le escribía: "El señor Salcedo repite constantemente: 'Como dice el Espíritu Santo', y termina declarando que su obra es una serie de necedades. Me parece que voy a denunciarle a la Inquisición".

    La intuición de Santa Teresa se manifestaba sobre todo en la elección de las novicias. Lo primero que exigía, aun antes que la piedad, era que fuesen inteligentes, es decir, equilibradas y maduras, porque sabía que es más fácil adquirir la piedad que la madurez de juicio. "Una persona inteligente es sencilla y sumisa, porque ve sus faltas y comprende que tiene necesidad de un guía. Una persona tonta y estrecha es incapaz de ver sus faltas, aunque se las pongan delante de los ojos; y como está satisfecha de sí misma, jamás se mejora". "Aunque el Señor diese a esta joven los dones de la devoción y la contemplación, jamás llegará a ser inteligente, de suerte que será siempre una carga para la comunidad". ¡Que Dios nos guarde de las monjas tontas!"

    Ultimos años

    En 1580, cuando se llevó a cabo la separación de las dos ramas del Carmelo, Santa Teresa tenía ya sesenta y cinco años y su salud estaba muy debilitada. En los dos últimos años de su vida fundó otros dos conventos, lo cual hacía un total de diecisiete. Las fundaciones de la santa no eran simplemente un refugio de las almas contemplativas, sino también una especie de reparación de los destrozos llevados a cabo en los monasterios por el protestantismo, principalmente en Inglaterra y Alemania.

    Dios tenía reservada para los últimos años de vida de su sierva, la prueba cruel de que interviniera en el proceso legal del testamento de su hermano Lorenzo, en la chancillería de Valladolid. Es de destacar la dureza con que la trataron los abogados y sus propias sobrinas. Teresa se quedó sin palabra cuando la M. María Bautista, una de sus más queridas sobrinas, que hasta entonces había sido una excelente religiosa, la puso a la puerta del convento de Valladolid, que ella misma había fundado. Poco después, la santa escribía a la madre de María de San José: "Os suplico, a vos y a vuestras religiosas, que no pidáis a Dios que me alargue la vida. Al contrario, pedidle que me lleve pronto al eterno descanso, pues ya no puedo seros de ninguna utilidad".

    En la fundación del convento de Burgos, que fue la última, las dificultades no escasearon. En julio de 1582, cuando el convento estaba ya en marcha, Santa Teresa tenía la intención de retornar a Avila, pero se vio obligada a modificar sus planes para ir a Alba de Tormes a visitar a la duquesa María Enríquez. La Beata Ana de San Bartolomé refiere que el viaje no estuvo bien proyectado y que Santa Teresa se hallaba ya tan débil, que se desmayó en el camino. Una noche sólo pudieron comer unos cuantos higos. Al llegar a Alba de Tormes, la santa tuvo que acostarse inmediatamente.

    Tres días más tarde, dijo a la Beata Ana: "Por fin, hija mía, ha llegado la hora de mi muerte". El P. Antonio de Heredia le dio los últimos sacramentos y le llevó el viático, la santa consiguió erguirse en el lecho, y exclamó: "¡Oh, Señor, por fin ha llegado la hora de vernos cara a cara!" Santa Teresa de Jesús, visiblemente transportada por lo que el Señor le mostraba, murió en brazos de la Beata Ana a las 9 de la noche del 4 de octubre de 1582.

    Precisamente al día siguiente, entró en vigor la reforma gregoriana del calendario, que suprimió diez días, de suerte que la fiesta de la santa fue fijada, más tarde, el 15 de octubre.

    Santa Teresa fue sepultada en Alba de Tormes, donde reposan todavía sus reliquias.

    Su canonización tuvo lugar en 1622.

    El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI le reconoció el título de Doctora de la Iglesia.

    En la actualidad, las carmelitas descalzas son aproximadamente 14.000 repartidas en 835 conventos en el mundoentero. Los carmelitas descalzos son 3.800 en 490 conventos.