viernes, 27 de diciembre de 2013

El buen humor


¿Qué tal, amigos? ¿Cómo estamos hoy? ¿De buen humor o de mal humor? Como decimos familiarmente, ¿qué tiempo hace?... Y lo digo por mí, lo mismo que por ustedes.

Porque hoy vamos a hablar precisamente del humor, y, si yo estoy de buenas, a todos ustedes los voy a dejar contentos. Si estoy de malas, les voy a fastidiar.

Si los del mal humor son ustedes, la voy a pagar yo, y las reclamaciones me van a venir a mí. Si ustedes están alegres, me van a alegrar también a mí, ¡y van a ver qué bien que la pasamos todos!...

Al empezar de esta manera, ya nos hemos entendido sobre el papel que juega en nuestra vida el humor, bueno o malo.

¿Estamos de buen humor? Somos felices y hacemos feliz la vida de todos.
¿Estamos de mal humor? Nos amargamos nosotros mismos la existencia, se la echamos a perder a los demás, y resulta casi un imposible vivir el primer mandamiento cristiano del amor.

El estar siempre alegres es una fuente de dicha para todos, y la falta de alegría se convierte en una desventura grande.

Por algo la Biblia nos da consejos sobre el buen humor y el mal humor.
Del buen humor nos dice que, si tenemos un hablar dulce y amable, nacido de un corazón sencillo, nos ganaremos la amistad de todos, hasta la de un rey o un presidente...
Y nos previene sobre el mal humor: ¡Cuidado! No trabes amistad ni compartas con el hombre de mal genio, porque pararás en la ruina.

Los grandes maestros de la vida espiritual nos dicen lo mismo, como un Francisco de Sales, que nos asegura con gravedad:
Fuera del pecado, no busques peor mal que la inquietud o mal humor.

El buen humor es uno de los grandes secretos para triunfar en la vida.

Aquel alto jefe de una gran empresa tuvo éxito de verdad. Pero nunca se enteró de que se lo debía todo a la simpática y aguda recepcionista, la cual tenía sobre la mesa de entrada una tablilla, muy bien diseñada por ella misma --y que nunca vio el jefe temido-- con estos cuatro prudentes avisos:
Jefe enojado. Usted verá.
Jefe serio. Sépalo.
Jefe muy ocupado. Cuídese.
Jefe alegre. Aproveche.

A cualquier visitante le señalaba la muchacha con el dedo el tiempo del día. Todos se ponían alerta, a todos les iba bien con el iracundo jefe, al que también le iba bien con sus avisados clientes...

Si de las cosas de esta vida pasamos a las cosas divinas, podemos constatar que el buen humor es una ayuda excelente para el progreso espiritual.

Ante todo, el buen humor hace que la persona se sienta feliz, y con la felicidad del corazón se hace muy fácil el cumplimiento de cualquier deber.

La persona alegre no encuentra dificultades en la observancia de los mandamientos de Dios. Por otra parte, esparce siempre el bien, pues, como todos están felices a su alrededor, en ella encuentran alegría, confianza, estímulo y fuerza para superar las dificultades.

Por el bien que se hace a sí misma, lo mismo que por el bien que hace a los demás, esa persona tiene en su mano uno de los medios más poderosos para avanzar en la vida de Dios que lleva dentro.

Al pronunciar esta expresión --la vida de Dios que lleva dentro-- ya se ve que el buen humor y la alegría arrancan siempre de una conciencia en paz.

No podemos pedirnos milagros a nosotros mismos si el corazón está turbado.
Nadie puede pretender que su cara brille como un sol si el firmamento aparece cubierto de nubes.
Ninguno podría reír por fuera si por dentro le destrozara una culpa...

El secreto de la alegría verdadera y el buen humor --para disfrutarlos y para comunicarlos--, solamente lo conoce el alma sin problemas turbadores...

Para saber cultivar el buen humor, hay que convencerse de que la amabilidad es la puerta que abre todos los corazones. Además, que el estar siempre alegres es no solamente una buena cualidad del alma, sino también un deber estricto. Porque, de lo contrario, no se cumple con la obligación primera de amar y de difundir amor, sino que sólo se esparce amargura en nuestro alrededor.

La persona malhumorada lleva el castigo en sí misma. Se agita, se deprime, deshace hasta su organismo, que no resiste el peso de sus preocupaciones constantes.

Por el contrario, la persona que se mantiene en buen humor resulta siempre simpática, disfruta de la alegría del vivir y la hace gozar a los demás.

Vemos entonces lo importante que es cultivar el buen humor.

Contra la antipatía irritante y ofensiva del malhumorado, se alza la simpatía, la cordialidad, la amistad arrolladora de quien sabe tomar la vida en serio y, la vez, en broma.

¡Humor! ¡Bendito buen humor! Es claridad en los ojos. Es sonrisa en los labios. Es serenidad en el semblante. Es calor en las manos, que transmite la corriente de paz de la que está lleno el corazón... .

Prov. 22, 11.24.
 
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano
 

 

 

domingo, 15 de diciembre de 2013

¿Qué nos enseña la Navidad?


¿Qué nos enseña la Navidad?


La Navidad es una de las fiestas más importantes de la Iglesia porque en ella celebramos que el Hijo de Dios se hizo hombre para abrirnos las puertas del Cielo, para enseñarnos el camino para la vida eterna.

La Navidad, a pesar de ser una fiesta cristiana, se ha popularizado en todo el mundo. Efectivamente, hasta los no creyentes celebran "las fiestas de diciembre", como se les dicen. Los regalos, los pinos adornados y los Santa Claus abundan en esta época y el gasto familiar se eleva a las nubes.

Por desgracia, el verdadero sentido de celebrar el nacimiento de Cristo se ha transformado en un mero intercambio de regalos, tal como lo hacían los paganos griegos y romanos para las fiestas de la Saturnalia, es decir, el inicio del invierno.

Un poco de historia

Emmanuel significa Dios con nosotros. La celebración de la Navidad nos recuerda que Dios no está lejos, sino muy cerca de nosotros. En Navidad, celebramos al Niño Jesús que es Hijo de Dios. En Él, Dios nos mostró su rostro humano, para salvarnos y amarnos desde la tierra.

Jesús es el Hijo unigénito de Dios, imagen perfecta del Padre, lleno de gracia y de verdad.

¿Qué nos enseña la Navidad?

La celebración de la Navidad es un momento privilegiado para meditar en el texto evangélico de San Lucas 2, 1-20, en donde se narra con detalle el Nacimiento de Cristo.

Podemos reflexionar las virtudes que encontramos en los diferentes personajes involucrados y luego, aplicarlas a nuestra vida:

María nos enseña a ser humildes, a aceptar la voluntad de Dios, a vivir cerca de Dios por medio de la oración, a obedecer a Dios y a creer en Dios.

José nos enseña a escuchar a Dios y hacer lo que Él nos diga en nuestra vida, aunque no lo entendamos y a confiar en Dios.

Jesús nos enseña la sencillez. A Dios le gusta que seamos sencillos, que no nos importen tanto las cosas materiales. Jesús, a pesar de ser el Salvador del mundo, nació en la pobreza.

Los pastores nos enseñan que la verdadera alegría es la que viene de Dios. Ellos tenían un corazón que supo alegrarse con el gran acontecimiento del nacimiento de Cristo.

El 25 de diciembre se celebra la Navidad. Dios se hizo hombre para abrirnos las puertas del Cielo y enseñarnos el camino para la vida eterna.

Jesucristo es luz, amor, perdón y alegría para todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

La Sagrada Familia nos da ejemplo de la aceptación de la Voluntad de Dios, viviendo con sencillez, humildad y alegría el nacimiento de Jesús en el Portal de Belén.

Actividad en familia

La persona que dirige, lee y pide a los demás miembros del grupo que cuando ella se detenga en las palabras negritas, ellos tendrán que adivinar la palabra que falta para completar la historia.

"En una ciudad llamada Nazaret vivía una joven llamada María. María amaba mucho a Dios y estaba comprometida para casarse con un hombre muy bueno que se llamaba José y era carpintero.

Un día, se le apareció a María el Ángel Gabriel mandado por Dios y le preguntó si quería ser la Madre del Hijo de Dios y le explicó que el Espíritu Santo vendría sobre ella. María contestó que sí aceptaba.

José se preocupó mucho cuando María le dijo que iba a tener un bebé. Pero una
noche, Dios le mandó a José un mensaje.

El ángel le dijo en sueños que no dudara en casarse con María pues el Hijo que Ella estaba esperando era el Hijo de Dios y que salvaría a los hombres del pecado.
José despertó y fue a buscar a María, la llevó a su casa y cuidó de ella.

En aquellos días el Emperador César Augusto, dio la orden de que todos tenían
que ir al pueblo de donde eran sus familias para empadronarse.

José formaba parte de la familia de David que eran del pueblo de Belén. Entonces José y María tuvieron que ir al pueblo de Belén. El viaje fue muy difícil para la Virgen María porque ya había llegado el momento de que naciera el bebé.
Tan pronto como llegaron a Belén, José empezó a buscar donde descansara María, pero no encontró ningún lugar porque todas las posadas estaban llenas de gente.
Al final, José encontró un establo y llevó ahí a María.

Al poco tiempo, nació el Niño Jesús. María envolvió al niño en pañales y lo acostó en un pesebre que José había preparado.

Cerca de Belén habían unos pastores que cuidaban sus ovejas, entonces se les apareció un ángel de Dios y les dijo: No tengan miedo, les traigo buenas noticias, hoy ha nacido en Belén el niño que será el Salvador, vayan a verlo.
De pronto, el Cielo se llenó de ángeles que cantaban a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad!.

Los pastores corrieron hacia Belén y encontraron a José, María y el Niño Jesús tal como les habían dicho los ángeles. Adoraron al Niño y le ofrecieron regalos."


Autor: Tere Fernández

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El Espíritu Santo, nuestro guía en Adviento

El Espíritu Santo, nuestro guía en Adviento

Durante el Adviento no podemos olvidar la presencia del Espíritu Santo que primero actúa profetizando la venida del Mesías, y después, en Jesucristo. Esto es para nosotros una muy especial indicación por parte de Dios Nuestro Señor de que las necesidades que posee el hombre sólo pueden realizarse desde una perspectiva: la del Espíritu Santo. Sin embargo, tampoco podemos olvidar que esto únicamente es posible para el alma que se convierte en dócil instrumento del Espíritu Santo, pues es Él quien nos permite ir llegando con paso firme a todas y cada una de las metas que Dios nos va poniendo a lo largo de la vida. No estamos solos, el Señor no nos abandona. La presencia de Jesucristo en nuestras vidas no es nada más una compañía, es también una guía, una luz. Y nunca olvidemos que esta iluminación quien la realiza es el Espíritu Santo.

El profeta Isaías nos habla de un momento, en los tiempos mesiánicos (cuando venga el Mesías), en que todo será paz, y cómo el Espíritu de Dios colmará el mundo. Dice el Profeta: “Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la Tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren las aguas el mar”.

En la Encarnación es el Espíritu Santo el que cubre con su sombra a la Santísima Virgen para que sea engendrado el Hijo de Dios. Y es también el Espíritu Santo el que, cada vez que queremos tener a Cristo en nuestra alma, se hace presente para construir en nosotros la presencia, la vida de Cristo. El Espíritu Santo es el Santificador, es el que realiza en el alma la función de dar vida en el Señor. Es Él quien nos aconseja, guía e ilumina, fortaleciéndonos para que el mensaje que la Navidad viene a traer a nuestras almas se pueda cumplir.

En este Adviento, en este camino hacia la Navidad, hacia la presencia plena de Cristo en nuestra alma, no estamos guiados por una estrella, estamos guiados por el Espíritu de Dios Nuestro Señor. Esto tiene que ser para nosotros una grandísima certeza, tiene que darnos una gran paz y una gran serenidad. Sin embargo, exige de nosotros un entrenamiento que consiste en aprender a escuchar lo que el Espíritu Santo va diciendo a nuestra conciencia, el someter nuestro juicio a lo que Él nos va pidiendo y el ser capaces de amar el modo concreto con el cual va educando nuestro corazón.

Únicamente los sencillos pueden reconocer la voz del Espíritu Santo en su interior, sólo ellos son capaces de dejarse guiar por Él. Si tuviéramos dentro de nosotros esta presencia constante del Espíritu Santo podríamos participar de la acción de gracias que Jesucristo hace al Padre: “Te doy gracias Padre del Cielo y de la Tierra, porque has revelado estas cosas, no a los sabios y entendidos, sino a los sencillos”.

¡Cuántas veces nuestra forma de ver las cosas y nuestros juicios son los que gobiernan nuestras vidas! ¡Cuántas veces pretendemos entender todas las cosas según la cuadrícula de nuestra sabiduría, y nos olvidamos que la sabiduría de Dios es la que tiene que regir nuestra vida!

Cuando leemos las profecías de Isaías, donde aparece el lobo habitando con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo y el león pastando juntos, podría aparecer la pregunta: ¿Todo eso existe? ¿Es un sueño o es una realidad? Lo que el profeta nos está diciendo es que aun aquello que parece imposible al hombre, que en la lógica humana jamás podría llegar a darse, el Espíritu Santo lo puede realizar.

En este Adviento, aprendamos a romper las lógicas humanas, a deshacer nuestras cuadrículas, nuestras formas de ver muchas situaciones, de vernos, incluso, a nosotros mismos. Dejemos a un lado tantas y tantas cosas que clasifican nuestra existencia de una manera determinada y que, en definitiva, la alejan de Dios. Permitamos al Espíritu Santo hablar en nuestra vida, guiarnos e inspirarnos. No es tan difícil, es cuestión de aprender a escuchar, de no hacer ruido en nuestra alma, de ponernos delante de Dios y no oír otra cosa más que a Él, para que nada interrumpa esa comunicación de amor entre Dios y cada uno de nosotros.

Nuestro corazón debe estar dispuesto a escuchar a Dios, para que este tiempo de Adviento, en el que se produce la mayor alegría para el hombre, que es el encuentro con el Señor, no pase con las hojas del calendario, sino que sea un tiempo que permanezca en el corazón. Con una gran apertura interior, permitámosle al Espíritu Santo hablar, para así poder ir quitando todo aquello que nos impiden tener paz en el alma, junto a Cristo en Belén.

El profeta Isaías nos dice: “Aquel día, la raíz de Jesé se levantará como bandera de los pueblos, la buscarán todas las naciones”. ¿Hay en mi alma avidez de Dios? ¿Hay en mi corazón sed de este Cristo, que es la raíz de Jesé? ¿Hay en mi interior el anhelo de encontrarme con Jesús? Si no lo hay, permitamos que el Espíritu Santo vaya cambiando nuestro corazón hasta que Él lo llene. Y pidámosle que en este período de Adviento, Él vaya transformando nuestra existencia de tal manera que nunca nos sintamos solos, para que se pueda cumplir en nosotros la profecía de que somos dichosos porque vemos la presencia de Cristo en nuestra vida, vemos su influjo en la sociedad: “Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis”.
 
Autor: P. Cipriano Sánchez LC

La Verdadera Navidad

 
“El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros. Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS.”( Mateo1:18-25)
Esta es la real celebración que todo cristiano de verdad aclama señores. El nacimiento del esperado de los tiempos, de Jesús nuestro Salvador.
Acá, la loca carrera de los regalos, el endeudarse y estar pagando todo un año por la satisfacción de un capricho, el esperar el regalo más grande y más caro, el ver caras tristes por no tener el dinero suficiente para comprar un presente o por no haber recibido el esperado, no tienen nada que hacer con el verdadero espíritu de esta celebración. En 1 Corintios 15:12-22, Pablo dice que si Jesús no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe, más hoy te declaro que si Jesús no hubiese nacido, esta humanidad, todo el género humano y la creación completa estaríamos irremediablemente perdidos.
Amigo y hermano abre los ojos: No te dejes arrastrar por el remolino del consumismo que te sugiere el mundo, la televisión y los medios. Ahí no está la felicidad. La invitación que hoy tenemos es la de redescubrir el verdadero sentido de la navidad y a celebrar en paz y alegría, en sobriedad y esperanza este nuevo cumpleaños de nuestro dulce salvador.
¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo!

martes, 10 de diciembre de 2013

Definición de la Misericordia de Dios



"La misericordia de Dios se puede describir como la respuesta de Dios que viene en auxilio de sus criaturas débiles . Ninguna criatura es merecedora de la misericordia de Dios, sino es una gracia que Dios concede gratuitamente a sus hijos, por su inmenso amor.

El pecado es la miseria mayor del hombre y la creación. Nuestra miseria es el pecado y por eso el hombre al ser pecador, es también considerado como miserable. Pero hay una distinción muy importante entre la miseria y el que es miserable, y es, que Dios aborrece al pecado pero ama al pecador, ama al hombre miserable y débil.

Este amor con cual Dios ama al hombre se define como Misericordia. La misericordia no es precisamente compasión o perdón, estos son más bien los efectos de la misericordia. En la lengua hebrea significa “rahamin” y se define como “un sentimiento que nace del seno maternal o de las entrañas del corazón de un padre”. Is 49

La misericordia de Dios es un atributo de Dios que solo existe para sus criaturas. Es decir para Dios poder ejercer misericordia debe existir miseria. Como explica San Francisco de Sales, “Aunque Dios no hubiese creado al hombre Él siempre fuese la caridad perfecta, pero en realidad no sería misericordioso, pues la misericordia se puede ejercitar solamente sobre la miseria... Nuestra miseria es el trono de la misericordia de Dios”. Dice el Santo Cura de Ars: “La misericordia de Dios es como un torrente desbordado que arrastra los corazones a su paso.” No lo merece nadie sin embargo es accesible a todos.

sábado, 7 de diciembre de 2013

ADVIENTO TIEMPO DE ESPERA

El Adviento es el tiempo litúrgico en el cual nos preparamos para celebrar la Navidad, como conmemoración de la primera venida del Hijo de Dios entre los hombres y, a la vez, un tiempo en el cual, mediante esta celebración, la fe se dirige a la segunda venida del Señor Jesús, al final de los tiempos. Por estos dos motivos, el Adviento es un tiempo de alegre y confiada espera.
Es por ello que en este tiempo litúrgico podemos distinguir dos periodos. El primero de ellos, desde el primer domingo de Adviento hasta el 16 de diciembre, aparece con mayor relieve el aspecto escatológico y se nos orienta hacia la espera de la venida gloriosa de Cristo. El segundo periodo, que abarca desde el 17 hasta el 24 de diciembre inclusive, se orienta más directamente a la preparación de la Navidad.
En orden a hacer sensible esta doble dimensión, la liturgia suprime durante el Adviento una serie de elementos festivos. De esta forma, en la misa ya no rezamos el Gloria, se suprime la música con instrumentos, los adornos festivos, las vestiduras son de color morado; el decorado de la Iglesia es más sobrio, etc. Todo esto es una manera de expresar tangiblemente que, mientras dura nuestro peregrinar, nos falta algo para que nuestro gozo sea completo. Y es que quien espera es porque le falta algo. Cuando el Señor se haga presente en medio de su pueblo, habrá llegado la Iglesia a su fiesta completa, significada por la solemnidad de la fiesta de Navidad.
El tiempo de Adviento tiene una duración de cuatro semanas. Comienza el domingo más cercano al 30 de noviembre, y se prolonga hasta la tarde del 24 de diciembre, en que comienza propiamente el tiempo de Navidad.
La primera de ellas, está centrada en la venida del Señor al final de los tiempos. La liturgia nos invita a estar en vela, manteniendo una especial actitud de conversión. La segunda semana no invita, por medio del bautista a preparar los caminos del Señor; esto es, a mantener una actitud de permanente conversión. Jesús sigue llamándonos, pues la conversión es un camino que se recorre durante toda la vida. La tercera semana preanuncia ya la alegría mesiánica, pues ya está cada vez más cerca el día de la venida de Señor. Finalmente, la cuarta semana ya nos habla del advenimiento del hijo de Dios al mundo.

VENIDA DEL SEÑOR

Ya desde los primeros años de la naciente Iglesia, el término adventus, se empezó a utilizar para designar la venida del Señor Jesús entre los hombres, en aquella doble dimensión de la que hablábamos anteriormente: su venida histórica en la Encarnación y su advenimiento glorioso para coronar su obra reconciliadora en el ultimo día. Ambos aspectos forman parte de un mismo misterio, se exige mutuamente y se entremezclan continuamente, fundiéndose en una inseparable unidad.
El Adviento nos recuerda ante todo, la dimensión histórico-sacramental de la reconciliación operada por el Señor Jesús. El Dios del Adviento es el Señor de la historia, quien se encarnó en la Virgen de Nazaret, haciéndose en todo semejante a nosotros, menos en el pecado (Heb 4, 15), obteniéndonos el maravilloso don de la reconciliación (2Cor 5, 17s) . Él nos revela que Dios es amor (1Jn 4, 8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana es el mandamiento nuevo del amor (Jn 15, 12; Gaudium et Spes, 38).
Asimismo, es en el tiempo de Adviento que se evidencia con mayor fuerza la dimensión escatológica, o de las realidades ultimas, del misterio cristiano. Aquella salvación operada una vez y para siempre, alcanza su plenitud al final de los tiempos, cuando el Señor se manifieste coronado de gloria y majestad. El Adviento, pues, nos recuerda que somos peregrinos y que caminamos bajo la guía de Santa María entre la primera venida del Verbo hecho hombre y la segunda y definitiva venida del Señor; entre el ya de la salvación completada por el Señor y el todavía no de su plena manifestación en su regreso glorioso.
Sin embargo, la tomo de conciencia de la dimensión escatológica trascendente de la vida cristiana no disminuye, sino que acrecienta la preocupación por perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana (Gaudium et Spes, 39). Cristo nos pide trabajar por un mundo más humano, en un legitimo anhelo por hacer más llevadera nuestra vida terrena, según su Divino Plan (Gaudium et Spes, 38), a través del servicio evangelizador a los hombres.

ESPERANZA Y CONVERSIÓN

Durante el tiempo de Adviento, estamos especialmente invitados a vivir la atención vigilante y alegre, la esperanza y la conversión.
El Adviento celebra al Dios de la Esperanza (Rom 15, 13), viviendo con gozo la esperanza (Rom 8, 24s). La actitud de la esperanza es un rasgo que caracteriza al cristiano porque sabe que Dios es fiel y que en el Señor Jesús ha cumplido sus promesas (2Cor 1, 20). Ahora vemos como en un espejo, pero vendrá el día en que veremos "cara a cara" (1Cor 13, 12). La Iglesia vive esta espera con actitud vigilante y alegre. Por eso reza con gozo: "Maranathá: Ven, Señor Jesus" (Ap 22, 17.20).
El advenimiento del Hijo de Santa María, exige de parte nuestra, una actitud de continua conversión. El tiempo de Adviento es pues, un llamado a la conversión para preparar los caminos del Señor y acoger a ese Señor que viene a poner su morada entre nosotros (Jn 1, 14) y que vendrá nuevamente al final de los tiempos.

LA VOZ DEL PROFETA

En este tiempo litúrgico, aparecen con fuerza dos personajes bíblicos, característicos del Adviento. El primero de ellos es el profeta Isaías. Una antiquísima tradición ha introducido la lectura de este profeta, pues en él brilla con un resplandor especial la esperanza que confortaba al pueblo elegido durante los siglos duros y decisivos de su historia. Sus páginas, leídas durante el Adviento, constituyen un anuncio de esperanza perenne para los hombres de todos los tiempos.
Juan Bautista es el último de los profetas y reasume en su persona y en su palabra toda la historia precedente. El Bautista encarna perfectamente el espíritu del Adviento, pues él es el signo de la intervención divina en favor de su pueblo; como precursor del Mesías tiene la misión de preparar los caminos del Señor ( Is 40, 3), de ofrecer a Israel el conocimiento de la salvación (Lc 1, 77s) pero sobre todo de señalar al Señor Jesús ya presente en medio de su pueblo (Jn 1, 29-34).

MADRE DE LA ESPERANZA

El Adviento es el tiempo mariano por excelencia, pues es durante el Adviento que se pone de especial relieve la relación y la cooperación de la Virgen de Nazaret en el misterio de nuestra reconciliación. La misma solemnidad de la Inmaculada Concepción, que celebramos prácticamente al comenzar el Adviento, no es una especie de paréntesis o ruptura dentro de la dinámica de este tiempo, sino que forma parte esencial en la recta comprensión del misterio. En efecto, María Inmaculada es el prototipo de la humanidad redimida y reconciliada, triunfante sobre el pecado, en Cristo Jesús.
Es pues en este tiempo de espera y de presencia donde aparece Santa María, ligada una vez más a la vida del Hijo. Ella es la Madre de la expectación, de la espera gozosa, pero es también la Madre donde la espera se convierte en presencia constante.
María nos enseña cómo debemos esperar y cuál ha de ser nuestra actitud para hacer presente en nuestras vidas y en el mundo al Hijo. Una vez más el Hijo nos lleva a la Madre y la Madre nos muestra plenamente al Hijo presente en su vida. En su espera hay presencia y la presencia impulsa y sostiene la espera del día definitivo.
Santa María, unida plenamente a Jesús en este tiempo de Adviento, nos lleva ha seguir el mismo camino y a vivir este tiempo de fe, la esperanza cierta de una presencia del amor que ya esta con nosotros, pero que se realizara totalmente al final de los tiempos con la venida gloriosa de su Hijo Jesucristo.

CITAS PARA MEDITAR

Guía para la Oración
  • Qué se nos ha prometido: Is 7, 14; Miq 5, 2; Lc 2, 30-32.
  • Tiempo de espera confiada en las promesas divinas: Rom 8, 24-25; 2Cor 1, 20.
  • Al final de los tiempos se nos revelará la plenitud de la gloria: Hch 1, 11; 1Pe 1, 5.
  • Debemos estar preparados: Rom 13, 11-14; 1Cor 1, 8; 1Cor 5, 5.
  • Mediante la conversión: Is 40, 3.

PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO

  1. ¿Cuál es el sentido del tiempo de Adviento? ¿Cuál es su doble dinamismo?
  2. ¿Por qué es importante vivir de manera singular la conversión durante este tiempo?
  3. ¿Cómo piensas vivir este Adviento?

viernes, 6 de diciembre de 2013

La Inmaculada Concepción de María.

La Inmaculada Concepción de María.

La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara que por una gracia especial de Dios, ella fue preservada de todo pecado desde su concepción.

El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.

"...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."
(Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)

La Concepción: Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica procedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana.

-María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de gracia" desde su concepción. Cuando hablamos de la Inmaculada Concepción no se trata de la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado.

Fundamento Bíblico

La Biblia no menciona explícitamente el dogma de la Inmaculada Concepción, como tampoco menciona explícitamente muchas otras doctrinas que la Iglesia recibió de los Apóstoles. La palabra "Trinidad", por ejemplo, no aparece en la Biblia. Pero la Inmaculada Concepción se deduce de la Biblia cuando ésta se interpreta correctamente a la luz de la Tradición Apostólica.

El primer pasaje que contiene la promesa de la redención (Genesis 3:15) menciona a la Madre del Redentor. Es el llamado Proto-evangelium, donde Dios declara la enemistad entre la serpiente y la Mujer. Cristo, la semilla de la mujer (María) aplastará la cabeza de la serpiente. Ella será exaltada a la gracia santificante que el hombre había perdido por el pecado. Solo el hecho de que María se mantuvo en estado de gracia puede explicar que continúe la enemistad entre ella y la serpiente. El Proto-evangelium, por lo tanto, contiene una promesa directa de que vendrá un redentor. Junto a El se manifestará su obra maestra: La preservación perfecta de todo pecado de su Madre Virginal.

En Lucas 1:28 el ángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen María «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.». Las palabras en español "Llena de gracia" no hace justicia al texto griego original que es "kecharitomene" y significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios. Aunque este pasaje no "prueba" la Inmaculada Concepción de María si lo sugiere.

Los Padres de la Iglesia

Los Padres se referían a la Virgen María como la Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22), pues ella desató el nudo causado por la primera Eva.

Justín (Dialog. cum Tryphone, 100),
Ireneo (Contra Haereses, III, xxii, 4),
Tertuliano (De carne Christi, xvii),
Julius Firm cus Maternus (De errore profan. relig xxvi),
Cyrilo of Jerusalem (Catecheses, xii, 29),
Epiphanius (Hæres., lxxviii, 18),
Theodotus of Ancyra (Or. in S. Deip n. 11), and
Sedulius (Carmen paschale, II, 28).

También se refieren a la Virgen Santísima como la absolutamente pura (San Agustín y otros). La iglesia Oriental ha llamado a María Santísima la "toda santa"

Méritos: María es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador. Es por El que ella es preservada del pecado. Ella, por ser una de nuestra raza humana, aunque no tenía pecado, necesitaba salvación, que solo viene de Cristo. Pero Ella singularmente recibe por adelantado los méritos salvíficos de Cristo. La causa de este don: El poder y omnipotencia de Dios.

Razón: La maternidad divina. Dios quiso prepararse un lugar puro donde su hijo se encarnara.

Frutos:

  1. María fue inmune de los movimientos de la concupiscencia. Concupiscencia: los deseos irregulares del apetito sensitivo que se dirigen al mal.

  2. María estuvo inmune de todo pecado personal durante el tiempo de su vida. Esta es la grandeza de María, que siendo libre, nunca ofendió a Dios, nunca optó por nada que la manchara o que le hiciera perder la gracia que había recibido.


La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María tiene un llamado para nosotros:
  1. Nos llama a la purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.
  2. Nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del ES.


Argumentos de los hermanos separados

  1. Según algunos protestantes, la Inmaculada Concepción contradice la enseñanza bíblica: "todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios" (Romanos 3:23).
    Respuesta católica: Si fuéramos a tomar las palabras de San Pablo "todos han pecado" en un sentido literal absoluto, Jesús también quedaría incluido entre los pecadores. Sabemos que esto no es la intención de S. Pablo gracias a sus otras cartas en que menciona que Jesús no pecó (Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22).

    La Inmaculada Concepción de María no contradice la enseñanza Paulina en Rm 3:23 sobre la realidad pecadora de la humanidad en general, la cual estaba encerrada en el pecado y lejos de Dios hasta la venida del Salvador. San Pablo enseña que Cristo nos libera del pecado y nos une a Dios (Cf. Efesios 2:5). María es la primera.

  2. Según algunos hermanos separados, María reconoce que ella era pecadora y que necesitó ser rescatada por la gracia de Dios (Lucas 1: 28, 47).
    Respuesta católica: Que María se declarara pecadora es falso. Que ella se declarara salvada por Dios es verdadero. En Lc 1:48 ella reconoce que fue salvada. ¿De qué? Del dominio del pecado, por gracia de Dios. Pero para eso no tuvo que llegar a pecar. Dios la salvó preservándola del pecado.


El dogma de la Inmaculada Concepción de María no niega que ella fue salvada por Jesús. En María las gracias de Cristo se aplicaron ya desde el momento de su concepción. El hecho de que Jesús no hubiese aún nacido no presenta obstáculo pues las gracias de Jesús no tienen barreras de tiempo y se aplicaron anticipadamente en su Madre. Para Dios nada es imposible.

¿Cómo sabemos que La Virgen María fue concebida sin pecado? La fe católica reconoce que la fuente de la revelación Bíblica necesita ser interpretada a la luz de la Tradición recibida de los Apóstoles y según el desarrollo dogmático que, por el Espíritu Santo, ha ocurrido en la Iglesia.

Autor: Corazones.org


jueves, 5 de diciembre de 2013

Preparar para la Navidad con la oración

Preparar para la Navidad con la oración

Fragmento de la homilía del Papa Francisco en Santa Marta el 2 de diciembre 2013


Prepararse para la Navidad con la oración, la caridad y la alabanza: con el corazón abierto para dejarse encontrar por el Señor que todo lo renueva.


En el Adviento empezamos un nuevo camino, un "camino de la Iglesia ... hacia la Navidad". Vayamos al encuentro del Señor, porque la Navidad no es sólo un acontecimiento temporal o un recuerdo de una cosa bonita.

La Navidad es algo más: vamos por este camino para encontrarnos con el Señor. ¡La Navidad es un encuentro! Y caminamos para encontrarlo: encontrarlo con el corazón; con la vida; encontrarlo vivo, como Él es; encontrarlo con fe. El Señor, en la palabra de Dios que escuchamos, se maravilló del centurión: se maravilló de la fe que el tenia. Él había hecho un camino para encontrarse con el Señor, pero lo había hecho con fe. Por eso no sólo él se ha encontrado con el Señor, sino que ha sentido la alegría de ser encontrado por el Señor. Y este es precisamente el encuentro que nosotros queremos: ¡el encuentro de la fe!

Pero más allá de ser nosotros los que encontremos al Señor, es importante "dejarnos encontrar por Él"

Cuando somos nosotros solos los que encontramos al Señor, somos nosotros –digámoslo, entre comillas – los dueños de este encuentro; pero cuando nos dejamos encontrar por Él, es Él quien entra en nosotros, es Él el que vuelve a hacer todo de nuevo, porque esta es la venida, lo que significa cuando viene Cristo: volver a hacer todo de nuevo, rehacer el corazón, el alma, la vida, la esperanza, el camino. Nosotros estamos en camino con fe, con la fe del centurión, para encontrar al Señor y, sobre todo, ¡para dejar que Él nos encuentre!

Pero se necesita un corazón abierto:¡para que Él me encuentre! Y me diga aquello que Él quiere decirme, ¡que no es siempre aquello que yo quiero que me diga! Él es Señor y Él me dirá lo que tiene para mí, porque el Señor no nos mira a todos juntos, como una masa. ¡No, no! Nos mira a cada uno a la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor así, abstracto: ¡es un amor concreto! De persona a persona: el Señor persona me mira a mí persona. Dejarse encontrar por el Señor es precisamente esto: ¡dejarse amar por el Señor!

En este camino hacia la Navidad, nos ayudan algunas actitudes:
  • La perseverancia en la oración, rezar más;
  • La laboriosidad en la caridad fraterna, acercarnos un poco más a los que están necesitados;
  • y la alegría en la alabanza del Señor.

    Por tanto: la oración, la caridad y la alabanza, con el corazón abierto para que el Señor nos encuentre.

  • Autor: SS Francisco



     

    Adviento: camino y pórtico

    Adviento: camino y pórtico
    El Adviento es como un camino. Inicia en un momento del año, avanza por etapas progresivas, se dirige a una meta.

    Llega la invitación a ponernos en marcha. ¿Quién invita? ¿Desde dónde iniciamos a caminar? ¿Hacia qué meta hemos de dirigir nuestros pasos?

    La invitación llega desde muy lejos. La historia humana comenzó a partir de un acto de amor divino: “Hagamos al hombre”. El amor daba inicio a la vida.

    Ese acto magnífico se vio turbado por la respuesta del hombre, por un pecado que significó una tragedia cósmica. Dios, a pesar de todo, no interrumpió su Amor apasionado y fiel. Prometió que vendría el Mesías.

    La humanidad entera fue invitada a la espera. El Pueblo escogido, el Israel de Dios, recibió nuevos avisos, oteó que el Mesías llegaría en algún momento de la historia. El pasar de los siglos no apagó la esperanza. El Señor iba a cumplir, pronto, su promesa.

    Esa invitación llega ahora a mi vida. También yo espero salir de mi pecado. También yo necesito sentir el Amor divino que me acompaña en la hora de la prueba. También yo escucho una voz profunda que me pide dejar el egoísmo para dedicarme a servir a mis hermanos.

    ¿Desde dónde comienzo este camino? Quizá desde la tibieza de un cristianismo apagado y pobre. Quizá desde odios profundos hacia quien me hizo daño. Quizá desde pasiones innobles que me llevan a caer continuamente en el pecado. Quizá desde la tristeza por ver tan poco amor y tantas promesas fracasadas.

    La voz vuelve a llamar. En el desierto del mundo, en la soledad de la multitud urbana, en la calma de la noche invadida por los ruidos, en las risas de una fiesta sin sentido... La voz pide, suplica, espera que dé un primer paso, que abra el Evangelio, que escuche la voz de Juan el Bautista, que abandone injusticias y perezas, que mira hacia delante.

    El Salvador llega. Juan lo anuncia. La voz que suena en el desierto llega hasta nosotros: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15-16).
     
    Autor: P. Fernando Pascual L.C.


    El primer día del año...para María, Madre de Dios

    El primer día del año...para María, Madre de Dios


    Hoy celebramos una fiesta que hace referencia al título más sorprendente que puede tener una criatura humana: Madre Dios... Lo cual significa que el Salvador del mundo no sólo nació "en" ella, sino "de" ella. El Hijo formado de sus entrañas es el mismísimo Hijo Dios, nacido en la carne.

    El Evangelio nos narra los acontecimientos de la Navidad, remarcando la imposición del nombre, dado por el ángel antes de la Concepción: JESÚS (que significa YHWH [nombre sagrado e inefable de Dios en el A.T.] salva); nombre puesto por orden divina... misterioso, cargado de significado salvífico [con todo y por todo lo que significa el "nombre" para los semitas] (ver a este respecto lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica al explicar el II mandamiento...).

    La invocación de ese nombre trae la salvación (semejante lo que ocurre en la 1a.lectura con el nombre de YHWH, pronunciado una sola vez al año). Nosotros tenemos el nombre del Señor sobre nosotros: somos cristianos... ¡No lo digamos con tanta ligereza!

    Así, se abre el año con esa fórmula que pide la bendición y el favor de Dios. Él nunca se la ha negado la humanidad; pero con Cristo esta Bendición es irrevocable.

    Comienza el año civil; y se lo celebra de diversos modos:

  • En estas fiestas, se suele hacer mucho ruido (bailes, fuegos artificiales, pirotecnia,...) mucho ruido ¿Y "pocas nueces"...?

  • Para muchos, las fiestas están cargadas de melancolía (paso de los años; "los que ya se han ido"; nostalgias; recuerdos...). Muchos desean "que las fiestas pasen pronto"...

  • Para los pobres (que no son pocos), el dolor de no poder participar de las alegrías festivas... o de hacerlo con muchas limitaciones.

    Pensemos cómo vivimos interiormente las fiestas. Sin interioridad, todo lo otro es vacío, pura exterioridad e hipocresía: festejamos... nada.
    ¿Cuál es el motivo para alegramos por las fiestas? El Amor de Dios, experimentado en estos días como una fuerza que quiere renovarnos incesantemente. Navidad es el comienzo de una nueva creación (Dios a hecho con el hombre una Alianza Eterna: Cristo).

    Todo comienzo de algo (también el del año civil) debe remitirnos a este comienzo: al de la Alianza Nueva y Eterna... (la que no pasará jamás, y por ende radicalmente diversa de lo que no permanece, lo que es pasajero, transitorio (tiempo; apariencias; exterioridades)... Éste es el fundamento de nuestra Paz, cuya Jornada mundial cada año celebramos precisamente hoy.

    Volvamos a mirar las cosas que nos rodean, pero con esta perspectiva: pensemos en las cosas que se fueron con el año y los años que pasaron... y pongámoslas en manos Dios. Pero sepamos que todo lo que hayamos hecho con amor, y por amor tiene un valor que permanece, y está "eternizado" en la presencia del Señor.

    Todo lo hecho por amor, aunque pequeño, aunque los demás no lo noten, ha sido tomado en cuenta por Dios, y lo encontraremos renovado en Él.
    También las personas que se han ido... Y así, nuestros lazos de amor, lejos de perderse, serán renovados y glorificados en la Resurrección.

    "Nada se pierde, todo se transforma..." también en el orden espiritual.

    Frente al año viejo, y al nuevo, tengamos una mirada de Fe: evaluemos desde el amor que hemos puesto y hemos de poner para hacer las cosas.
    El tiempo pasa, pero el amor permanece; y allí debemos encontrar el motivo de nuestra alegría: en el amor vivido y en el "por vivir".

    "En el atardecer de la vida e juzgará el Amor”, nos recuerda San Juan de la Cruz.

    Un nuevo año ha "atardecido"...
    Un año más de vida... y un año menos para llegar al cielo.
    Un año con sus alegrías... y sus amarguras.
    En vista a los acontecimientos de la vida de cada uno de ustedes, quiero hoy recordarles nuevamente que con todos sus engaños, trampas y sueños rotos, éste sigue siendo mundo hermoso, que vale la pena vivir como camino al cielo.

    En este valle de lágrimas, la alegría que da el Espíritu Santo es más fuerte que cualquier pena... Esa alegría profunda, serena, misteriosa, radiante... (quien la conoce, entiende lo que estoy diciendo... y a quien no la conoce, le repito con el salmo 33: "prueben y vean qué bueno es el Señor...").

    Pongamos hoy nuevamente nuestra vida en manos de María Santísima. Ella pondrá el año que termina en manos del Padre Misericordioso, y la en el que comienza en manos del Hijo Providente... ella que es Soberana de los Ángeles, pero mucho más aún es nuestra: sangre y dolor de nuestra raza humana.
    Amén.

  • Autor: P Juan Pablo Esquivel