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Discernir entre lo bueno y lo
malo |
Lo decían los filósofos:
conocer el bien implica conocer el mal. Porque la mente humana está siempre
abierta hacia lo diferente, hacia lo contrario. Alto y bajo, grande y pequeño,
verdadero y falso, bueno y malo,... son conceptos que comprendemos al mismo
tiempo, porque tener la idea de una cualidad nos lleva a comprender la idea de
su contrario (cuando exista).
Muchas personas no saben qué es el pecado,
porque no han llegado a descubrir que existe una vocación al amor y a la verdad,
porque no saben que necesitamos apartarnos del mal para buscar y realizar el
bien.
Escuchamos, por eso, con frecuencia: "¿qué hay de malo en el
aborto, en el adulterio, en el fraude fiscal, en la desidia en el trabajo, en la
maledicencia, incluso en el abuso del alcohol o de la droga?" Encontramos,
también con frecuencia, a miles de personas que parecen no percibir la maldad
escondida en sus acciones.
No es fácil explicar cómo y por qué se ha
llegado a esta situación, pues los motivos y las historias son diversas. Pero sí
sabemos cómo salir de la misma: con una ayuda, humana y divina, que nos permita
abrir los ojos, descubrir el bien verdadero, reconocer que hemos sido llamados
al amor verdadero. Entonces sí es fácil identificar todo aquello que nos aparta
del amor, denunciar el pecado que puede destruir nuestra vocación al
amor.
Cuando un hombre o una mujer descubren los tesoros propios de la
vida matrimonial y de la familia, la belleza de acoger los hijos enviados por
Dios, la alegría de la búsqueda del hacer feliz al otro o a la otra por encima
de uno mismo...
Cuando un político o un simple ciudadano reconocen el
verdadero sentido de la sociedad y de la ley, la dignidad propia de cada ser
humano (de cualquier raza, con o sin pasaporte, nacido o por nacer), la dignidad
de los ricos y de los pobres...
Cuando nos abrimos al respeto de la honra
de los otros, cercanos o lejanos, desconocidos o famosos, y descubrimos que
nunca es justo considerar culpable al inocente, mientras que es hermoso cerrar
los oídos a la calumnia para apreciar a cada uno en su justa
medida...
Cuando acogemos la vocación a la entrega como lo más hermoso
del ser humano, como aquello que nos lleva a dejar en segundo lugar nuestro
egoísmo para recibir, escuchar, vestir, cuidar, perdonar a otros hombres y
mujeres necesitados de justicia, y, sobre todo, de amor y simpatía
profunda...
Entonces es cuando abrimos los ojos para reconocer
tentaciones y pecados que nos apartan del camino de la vida y nos hunden en el
mundo del mal. Porque el camino de la conversión nos permite denunciar las obras
de las tinieblas a partir del descubrimiento (que es don de Dios y búsqueda
sincera por parte de un corazón honesto) de los horizontes de bien que son
propios de toda vida humana digna y bella.
Acercarse a Cristo nos permite
entrar en la luz. "Porque en otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz
en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en
toda bondad, justicia y verdad" (Ef 5,8-9).
El primer efecto de la luz es
esa posibilidad de discernir, con la ayuda de Dios, entre lo bueno y lo malo. Lo
cual, en un mundo de engaños relativistas, ya es mucho. Desde ese
discernimiento, la voluntad encontrará fuerzas para dejar las obras del mal y
para seguir el camino del amor que nos fue enseñado por Cristo en el
Evangelio.
Preguntas o comentarios al autor
P. Fernando Pascual
LC
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