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Si, un día me hablaron de
Dios |
Señor, a mi también me hablaron de Ti.
Si, un día me hablaron de DIOS.
Nací de unos padres casados por
el Sacramento del Matrimonio. Me contaron que me habían bautizado para entrar en
el seno de la Iglesia Católica y desde entonces soy hija de Dios. Mis padres
eran católicos practicantes y en mi hogar se rezaba.
De mis primeros
años tengo el recuerdo de mi madre tomando mi manita y enseñándome a persignarme
con el signo de la cruz. Y las primeras oraciones hacia un Dios que había sido
mi Creador y que llegado su tiempo, una mujer, que se llamaba María, que era
virgen y que ahora era también mi Madre en el Cielo, que fue la Madre de Jesús y
que Jesús era hombre y también Dios y ÉL era el HIJO DE DIOS y su PADRE ERA
TAMBIÉN NUESTRO PADRE y que a si empezaba la más bella de las oraciones... Y
también me habló del Espíritu Santo al que había que pedirle: luz y
consuelo...
Hice mi Primera Comunión y creo recordar que estaba más
entusiasmada con mi vestido blanco que por lo que iba a hacer... Yo también era
una católica practicante por eso, tan solo porque me habían hablado de TI.
Pero todo esto....¡no basta!
Hay fe, pero esa fe es como una
herencia que recibimos de labios y del corazón de nuestros padres, como un
camino a seguir y que nos pusieron en él para que fuésemos felices.
Caminar por él... no basta...
Se necesita...¡una experiencia
personal con Dios!.
Y cuando esa EXPEREINCIA PERSONAL CON CRISTO llega,
ya no cabe ninguna duda, vas tras sus huellas, lo acompañas en los pasajes de su
vida aquí, en la Tierra, subes con El a la montaña de las Bienaventuranzas, te
acercas a la Santísima Virgen María y a San José en una noche estrellada y te
rindes de rodillas ante el Nacimiento del Salvador.
Estás con El en la
Última Cena y por eso sabes "que estaba triste"... Te acercas a El en el Huerto
de los Olivos y con El aprendes a decir, aunque tengas miedo, aunque estés
llorando, !Hágase tu Voluntad!.
Y lo ves luego, cuando los azotes
caen sobre su espalda desnuda y su piel se rasga... Y te duele el corazón y le
sigues por el camino donde lleva la Cruz sobre sus hombros y entonces es cuando
tu cruz o tus cruces te parecen pequeñas y ya no te quejas.
Ves los ojos
de María, su madre, que luego será también nuestra porque Jesús antes de morir
nos la regala, y sabes que no puede haber ojos con tanto dolor como los de
Ella.
Desearás muchas veces besar esas manos y esos pies que están
atravesando unos clavos y luego lo miras y ya es una figura patética alzada en
una cruz de madera, con una corona de espinas y unos labios pálidos y resecos
que están pidiendo "el perdón por nuestros pecados"...
Y lo ves más
tarde, ya muerto en los brazos de su Madre...
Para luego acompañarle
camino de Emaús, ¡ya resucitado! Y como sus acompañantes le dices, le suplicas:
¡Quédate, se está haciendo tarde, se pasa la vida, se llega la cuenta, la
eternidad... quédate conmigo, Señor!. ¡Y El se queda!
Y esa experiencia
personal te hace saber que ya no te dejará, que siempre estará junto a ti, pase
lo que pase, hasta el fin de tus días, hasta el momento de encontrarte cara a
cara con El, que ahora si sabes que será el encuentro con quién tanto te amó,
con quién dio la vida para que consiguieras que ese momento llegara, para el
GRAN ENCUENTRO como a mi me gusta llamarle a la muerte…
SEÑOR,
creo en TI, PERO AUMENTA MI FE.
Preguntas o comentarios al autor
Ma. Esther de Ariño
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