viernes, 13 de junio de 2014

Los símbolos del Espíritu Santo

                                                                            


“Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que nos hace llamar a Dios “Abbá”, es decir, Padre. El mismo espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Si somos hijos, también somos herederos, herederos de Dios y coherederos de Cristo, porque sufrimos con él para ser glorificados con él.” Rom 8, 14-17
Tomemos conciencia de que en cada paso de nuestra vida es el Espíritu Santo que nos mueve desde adentro hacia el bien. Es Dios mismo, en la tercera persona de la Santísima Trinidad, que nos mueve desde lo profundo. Las mociones del Espíritu Santo son impulsos hacia Dios, hacia el bien, hacia la felicidad. Por eso ya no estamos más solos: Dios está en nosotros. Dios no camina al lado nuestro, camina en nosotros. Eso es algo hermoso, para agradecer, para tomar conciencia de tantos signos y de tantas cosas que, en definitiva, provienen de Dios, y a veces no somos conscientes.
En esta catequesis contemplaremos los símbolos que representan al Espíritu Santo, según el Catecismo de la Iglesia Católica* desde el número 694 en adelante.

El primer símbolo que el Catecismo nos presenta es el agua. “El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo ya que, después de la invocación del Espíritu Santo, ésta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento: del mismo modo que la gestación de nuestro primer nacimiento se hace en el agua, así el agua bautismal significa realmente que nuestro nacimiento a la vida divina se nos da en el Espíritu Santo. Pero "bautizados en un solo Espíritu", también "hemos bebido de un solo Espíritu"(1 Co 12, 13): el Espíritu es, pues, también personalmente el Agua viva que brota de Cristo crucificado.” ¿Se acuerdan cuando contemplamos la Pasión de Jesús? En Jn 19, 34 Jesús nos entrega a su Madre y una vez que todo está cumplido y expira su Espíritu para la Iglesia (que está ahí, de pie, representada en María y en el discípulo amado), cuando es atravesado de su costado brotan sangre y agua. Esta sangre y esta agua que simbolizan los sacramentos de la nueva alianza. Esta agua que brota del Corazón de Jesús es el agua del bautismo. Es el Espíritu Santo que nos purifica, que nos limpia, que nos renueva.
Es muy importante tomar conciencia, hermanos, que los símbolos del Espíritu Santo son símbolos que nosotros tenemos para representar humanamente la acción del Espíritu Santo. No podemos cosificar al Espíritu Santo. No es que el agua en sí misma sea el Espíritu, sino que el agua lo representa y a través de los Sacramentos, especialmente en el Bautismo, el agua concibe, por decir así, este poder y esta fuerza de representar, de ser el símbolo de la acción del Espíritu que limpia, que borra. Cuando nosotros somos bautizados, Dios en persona desciende a través de su Espíritu; es decir, el Espíritu Santo desciende y, así como el agua purifica y limpia, el Espíritu Santo limpia nuestros pecados, borra la mancha del pecado original. El Espíritu Santo forma en nosotros una criatura nueva, nos transforma.
Del mismo modo, cuando nos vamos a confesar y el sacerdote nos da la absolución, desciende el Espíritu Santo y, al igual que esa agua pura que renueva y limpia, también nuestros pecados son lavados.
Respecto al agua, también recordamos lo que ha pasado con el pueblo de Israel: cuando sale de Egipto para ir a adorar a Dios, camina por el desierto y va a atravesar el mar. Entonces la Biblia nos presenta esta imagen tan hermosa: las aguas se abren para que el pueblo de Israel pueda transitar a pie por medio del mar. Y vemos cómo, en definitiva, Dios hace caer el agua y ahoga, destruye, a aquellos que persiguen al pueblo de Israel. Esto también es una imagen del Bautismo. Con Cristo nosotros somos sumergidos en su muerte y con su resurrección salimos de esta agua victoriosos. Así como los egipcios esclavizaban al pueblo de Israel, a nosotros también nos esclavizaba el pecado, estábamos enemistados con Dios. Pero Dios ha destruido el pecado, que ha quedado sepultado en el agua del Bautismo.
¡Qué hermoso tomar conciencia y agradecer que Dios nos ha amado tanto que ha querido hacernos hijos suyos por medio del Bautismo!
 
Otro de los símbolos referidos al Espíritu Santo es la unción. Es un símbolo propiamente bíblico. “El simbolismo de la unción con el óleo es también significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en sinónimo suyo”.
A veces nosotros invocamos la unción del Espíritu, esa unción que nos consuela, que nos fortalece interiormente. En la iniciación cristiana, cuando somos bautizados, se nos hace la unción con el santo crisma en la frente. De una manera especial, es el signo sacramental de la Confirmación: se nos confiere el Espíritu Santo a través de la crismación en la frente. Al celebrar este Sacramento, el Obispo o el sacerdote delegado por el Obispo toma el santo crisma y haciéndole la señal de la cruz en la frente a la persona que va a recibir la Confirmación, le dice: Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo.
La Confirmación es “llamada justamente en las Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene, es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la de Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu de Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf. Ex 30, 22-32), de forma eminente el rey David (cf. 1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de Dios de una manera única: La humanidad que el Hijo asume está totalmente "ungida por el Espíritu Santo". Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61, 1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo quien por medio del ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2,11) e impulsa a Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor(cf. Lc 2, 26-27)”.
El Espíritu Santo llena a Cristo y su poder emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas. ¡Qué importante es tomar conciencia que nosotros también somos otros cristos porque hemos sido ungidos con el mismo Espíritu que ungió a Jesús. Jesús es el Cristo de una manera única. Nosotros somos llamados a reproducir la imagen de Jesús como hijos en el Hijo. Es el Espíritu Santo, en fin, quien resucita a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto, constituido plenamente "Cristo" en su Humanidad victoriosa, resurge de la muerte por la acción del Espíritu Santo.
Hermanos, este símbolo nos expresa directamente la acción del Espíritu Santo, la presencia del Espíritu que tiene la capacidad de transformar, de potenciar nuestra humanidad para llevar adelante el proyecto que Dios nos tiene preparado.
“Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los santos" constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo de Dios, "ese Hombre perfecto ... que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el Cristo total" según la expresión de San Agustín.”
El Cristo total somos todos nosotros unidos a Cristo.
Me parece muy importante, hermanos, tomar conciencia de que Dios ha dispuesto tantas cosas a nuestro favor, e incluso un modo humano y un lenguaje humano también con el que el Espíritu Santo se nos revela, para que nosotros podamos comprender y dejarnos guiar por su fuerza y por su presencia.


Otro simbolismo del Espíritu Santo es “el fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48, 1), con su oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo (cf. 1 R 18, 38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo que toca.”
El fuego del Espíritu no destruye, sino que transforma, renueva, purifica, da calor y quita la frialdad del corazón.
“Juan Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el poder de Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que "bautizará en el Espíritu Santo y el fuego" (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!" (Lc 12, 49).”
No olvidemos que la esencia de Dios es el amor y el Espíritu Santo es el amor que también nos mueve desde adentro a amar como Jesús mismo amó.
“Bajo la forma de lenguas "como de fuego", como el Espíritu Santo se posó sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de Él (Hch 2, 3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo del fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf. San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No extingáis el Espíritu"(1 Te 5, 19).”
Nuestro lenguaje es muy pobre para hablar de Dios y su misterio. Por eso a través del simbolismo tratamos de expresarlo. Entonces acudimos al “fuego” como símbolo del Espíritu Santo.
 
 
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También vemos en la Biblia otros símbolos, como la nube y la luz:
“La nube y la luz. Estos dos símbolos son inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la transcendencia de su Gloria: con Moisés en la montaña del Sinaí (cf. Ex 24, 15-18), en la Tienda de Reunión (cf. Ex 33, 9-10) y durante la marcha por el desierto (cf. Ex 40, 36-38; 1 Co 10, 1-2); con Salomón en la dedicación del Templo (cf. 1 R 8, 10-12). Pues bien, estas figuras son cumplidas por Cristo en el Espíritu Santo. Él es quien desciende sobre la Virgen María y la cubre "con su sombra" para que ella conciba y dé a luz a Jesús (Lc 1, 35). En la montaña de la Transfiguración es Él quien "vino en una nube y cubrió con su sombra" a Jesús, a Moisés y a Elías, a Pedro, Santiago y Juan, y "se oyó una voz desde la nube que decía: Éste es mi Hijo, mi Elegido, escuchadle" (Lc 9, 34-35). Es, finalmente, la misma nube la que "ocultó a Jesús a los ojos" de los discípulos el día de la Ascensión (Hch 1, 9), y la que lo revelará como Hijo del hombre en su Gloria el Día de su Advenimiento (cf. Lc 21, 27).”
El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, y así también, como aquella nube luminosa que acompañaba al pueblo por el desierto, hoy el Espíritu guía tu vida, te sostiene especialmente en los momentos de oscuridad, te inspira por dónde caminar y qué decisiones buenas tomar.


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Otro símbolo que nos presenta el Catecismo es “el sello, un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es Cristo a quien "Dios ha marcado con su sello" (Jn 6, 27) y el Padre nos marca también en él con su sello (2 Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30). Como la imagen del sello ["sphragis"] indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el "carácter" imborrable impreso por estos tres sacramentos, los cuales no pueden ser reiterados.”
Hemos sido marcados, pertenecemos a Dios, somos de Dios. El Señor nos ha marcado con su sello, con su Espíritu, y ni siquiera el pecado puede borrar ese signo.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Otro símbolo es “la mano. Imponiendo las manos Jesús cura a los enfermos(cf. Mc 6, 5; 8, 23) y bendice a los niños (cf. Mc 10, 16). En su Nombre, los Apóstoles harán lo mismo (cf. Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3). Más aún, mediante la imposición de manos de los Apóstoles el Espíritu Santo nos es dado (cf. Hch 8, 17-19; 13, 3; 19, 6). En la carta a los Hebreos, la imposición de las manos figura en el número de los "artículos fundamentales" de su enseñanza (cf. Hb 6, 2). Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis sacramentales.”
Cuando el sacerdote en la misa impone las manos sobre la ofrenda de pan y vino, desciende el Espíritu de Dios y el pan y el vino se transforman en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús.
Cuando nos confesamos, el sacerdote nos impone sus manos e invocando a Dios, rezando la oración de absolución, desciende el Espíritu Santo y nuestros pecados nos son perdonados.
Cuando los sacerdote bendecimos algo, incluso el agua del Bautismo, hacemos una imposición de manos, que expresa la acción del Espíritu Santo.
 
El Catecismo nombra también como símbolo al dedo. "Por el dedo de Dios expulso yo [Jesús] los demonios" (Lc 11, 20). Si la Ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra "por el dedo de Dios" (Ex 31, 18), la "carta de Cristo" entregada a los Apóstoles "está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón" (2 Co 3, 3). El himno "Veni Creator" invoca al Espíritu Santo como "digitus paternae dexterae" ("dedo de la diestra del Padre").”
Incluso el dicho popular Dios escribe derecho en renglones torcidos también hace referencia a esto.


El último de los símbolos que nos presenta el Catecismo es el de “la paloma. Al final del diluvio (cuyo simbolismo se refiere al Bautismo), la paloma soltada por Noé vuelve con una rama tierna de olivo en el pico, signo de que la tierra es habitable de nuevo (cf. Gn 8, 8-12). Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre él (cf. Mt 3, 16 par.). El Espíritu desciende y reposa en el corazón purificado de los bautizados. En algunos templos, la santa Reserva Eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma (el columbarium), suspendido por encima del altar. El símbolo de la paloma para sugerir al Espíritu Santo es tradicional en la iconografía cristiana.”
Tenemos que tener cuidado de no cosificar al Espíritu Santo. No quiere decir que cualquier paloma que pase volando es que el Espíritu Santo está descendiendo sobre nosotros, sino que se trata de un símbolo bíblico que expresa el descenso del Espíritu Santo sobre nosotros.
Es muy importante que en medio del trajín cotidiano nosotros colaboremos con la acción del Espíritu Santo. Dios lo ha enviado para que nosotros seamos conducidos por Él. Cuando el corazón se abre a la acción de Dios, el Espíritu obra cosas maravillosas, aunque los otros no lo vean. Dios cumple sus promesas y su Espíritu Santo está en nosotros.

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