viernes, 27 de diciembre de 2013

El buen humor


¿Qué tal, amigos? ¿Cómo estamos hoy? ¿De buen humor o de mal humor? Como decimos familiarmente, ¿qué tiempo hace?... Y lo digo por mí, lo mismo que por ustedes.

Porque hoy vamos a hablar precisamente del humor, y, si yo estoy de buenas, a todos ustedes los voy a dejar contentos. Si estoy de malas, les voy a fastidiar.

Si los del mal humor son ustedes, la voy a pagar yo, y las reclamaciones me van a venir a mí. Si ustedes están alegres, me van a alegrar también a mí, ¡y van a ver qué bien que la pasamos todos!...

Al empezar de esta manera, ya nos hemos entendido sobre el papel que juega en nuestra vida el humor, bueno o malo.

¿Estamos de buen humor? Somos felices y hacemos feliz la vida de todos.
¿Estamos de mal humor? Nos amargamos nosotros mismos la existencia, se la echamos a perder a los demás, y resulta casi un imposible vivir el primer mandamiento cristiano del amor.

El estar siempre alegres es una fuente de dicha para todos, y la falta de alegría se convierte en una desventura grande.

Por algo la Biblia nos da consejos sobre el buen humor y el mal humor.
Del buen humor nos dice que, si tenemos un hablar dulce y amable, nacido de un corazón sencillo, nos ganaremos la amistad de todos, hasta la de un rey o un presidente...
Y nos previene sobre el mal humor: ¡Cuidado! No trabes amistad ni compartas con el hombre de mal genio, porque pararás en la ruina.

Los grandes maestros de la vida espiritual nos dicen lo mismo, como un Francisco de Sales, que nos asegura con gravedad:
Fuera del pecado, no busques peor mal que la inquietud o mal humor.

El buen humor es uno de los grandes secretos para triunfar en la vida.

Aquel alto jefe de una gran empresa tuvo éxito de verdad. Pero nunca se enteró de que se lo debía todo a la simpática y aguda recepcionista, la cual tenía sobre la mesa de entrada una tablilla, muy bien diseñada por ella misma --y que nunca vio el jefe temido-- con estos cuatro prudentes avisos:
Jefe enojado. Usted verá.
Jefe serio. Sépalo.
Jefe muy ocupado. Cuídese.
Jefe alegre. Aproveche.

A cualquier visitante le señalaba la muchacha con el dedo el tiempo del día. Todos se ponían alerta, a todos les iba bien con el iracundo jefe, al que también le iba bien con sus avisados clientes...

Si de las cosas de esta vida pasamos a las cosas divinas, podemos constatar que el buen humor es una ayuda excelente para el progreso espiritual.

Ante todo, el buen humor hace que la persona se sienta feliz, y con la felicidad del corazón se hace muy fácil el cumplimiento de cualquier deber.

La persona alegre no encuentra dificultades en la observancia de los mandamientos de Dios. Por otra parte, esparce siempre el bien, pues, como todos están felices a su alrededor, en ella encuentran alegría, confianza, estímulo y fuerza para superar las dificultades.

Por el bien que se hace a sí misma, lo mismo que por el bien que hace a los demás, esa persona tiene en su mano uno de los medios más poderosos para avanzar en la vida de Dios que lleva dentro.

Al pronunciar esta expresión --la vida de Dios que lleva dentro-- ya se ve que el buen humor y la alegría arrancan siempre de una conciencia en paz.

No podemos pedirnos milagros a nosotros mismos si el corazón está turbado.
Nadie puede pretender que su cara brille como un sol si el firmamento aparece cubierto de nubes.
Ninguno podría reír por fuera si por dentro le destrozara una culpa...

El secreto de la alegría verdadera y el buen humor --para disfrutarlos y para comunicarlos--, solamente lo conoce el alma sin problemas turbadores...

Para saber cultivar el buen humor, hay que convencerse de que la amabilidad es la puerta que abre todos los corazones. Además, que el estar siempre alegres es no solamente una buena cualidad del alma, sino también un deber estricto. Porque, de lo contrario, no se cumple con la obligación primera de amar y de difundir amor, sino que sólo se esparce amargura en nuestro alrededor.

La persona malhumorada lleva el castigo en sí misma. Se agita, se deprime, deshace hasta su organismo, que no resiste el peso de sus preocupaciones constantes.

Por el contrario, la persona que se mantiene en buen humor resulta siempre simpática, disfruta de la alegría del vivir y la hace gozar a los demás.

Vemos entonces lo importante que es cultivar el buen humor.

Contra la antipatía irritante y ofensiva del malhumorado, se alza la simpatía, la cordialidad, la amistad arrolladora de quien sabe tomar la vida en serio y, la vez, en broma.

¡Humor! ¡Bendito buen humor! Es claridad en los ojos. Es sonrisa en los labios. Es serenidad en el semblante. Es calor en las manos, que transmite la corriente de paz de la que está lleno el corazón... .

Prov. 22, 11.24.
 
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano
 

 

 

domingo, 15 de diciembre de 2013

¿Qué nos enseña la Navidad?


¿Qué nos enseña la Navidad?


La Navidad es una de las fiestas más importantes de la Iglesia porque en ella celebramos que el Hijo de Dios se hizo hombre para abrirnos las puertas del Cielo, para enseñarnos el camino para la vida eterna.

La Navidad, a pesar de ser una fiesta cristiana, se ha popularizado en todo el mundo. Efectivamente, hasta los no creyentes celebran "las fiestas de diciembre", como se les dicen. Los regalos, los pinos adornados y los Santa Claus abundan en esta época y el gasto familiar se eleva a las nubes.

Por desgracia, el verdadero sentido de celebrar el nacimiento de Cristo se ha transformado en un mero intercambio de regalos, tal como lo hacían los paganos griegos y romanos para las fiestas de la Saturnalia, es decir, el inicio del invierno.

Un poco de historia

Emmanuel significa Dios con nosotros. La celebración de la Navidad nos recuerda que Dios no está lejos, sino muy cerca de nosotros. En Navidad, celebramos al Niño Jesús que es Hijo de Dios. En Él, Dios nos mostró su rostro humano, para salvarnos y amarnos desde la tierra.

Jesús es el Hijo unigénito de Dios, imagen perfecta del Padre, lleno de gracia y de verdad.

¿Qué nos enseña la Navidad?

La celebración de la Navidad es un momento privilegiado para meditar en el texto evangélico de San Lucas 2, 1-20, en donde se narra con detalle el Nacimiento de Cristo.

Podemos reflexionar las virtudes que encontramos en los diferentes personajes involucrados y luego, aplicarlas a nuestra vida:

María nos enseña a ser humildes, a aceptar la voluntad de Dios, a vivir cerca de Dios por medio de la oración, a obedecer a Dios y a creer en Dios.

José nos enseña a escuchar a Dios y hacer lo que Él nos diga en nuestra vida, aunque no lo entendamos y a confiar en Dios.

Jesús nos enseña la sencillez. A Dios le gusta que seamos sencillos, que no nos importen tanto las cosas materiales. Jesús, a pesar de ser el Salvador del mundo, nació en la pobreza.

Los pastores nos enseñan que la verdadera alegría es la que viene de Dios. Ellos tenían un corazón que supo alegrarse con el gran acontecimiento del nacimiento de Cristo.

El 25 de diciembre se celebra la Navidad. Dios se hizo hombre para abrirnos las puertas del Cielo y enseñarnos el camino para la vida eterna.

Jesucristo es luz, amor, perdón y alegría para todos los hombres y mujeres de buena voluntad.

La Sagrada Familia nos da ejemplo de la aceptación de la Voluntad de Dios, viviendo con sencillez, humildad y alegría el nacimiento de Jesús en el Portal de Belén.

Actividad en familia

La persona que dirige, lee y pide a los demás miembros del grupo que cuando ella se detenga en las palabras negritas, ellos tendrán que adivinar la palabra que falta para completar la historia.

"En una ciudad llamada Nazaret vivía una joven llamada María. María amaba mucho a Dios y estaba comprometida para casarse con un hombre muy bueno que se llamaba José y era carpintero.

Un día, se le apareció a María el Ángel Gabriel mandado por Dios y le preguntó si quería ser la Madre del Hijo de Dios y le explicó que el Espíritu Santo vendría sobre ella. María contestó que sí aceptaba.

José se preocupó mucho cuando María le dijo que iba a tener un bebé. Pero una
noche, Dios le mandó a José un mensaje.

El ángel le dijo en sueños que no dudara en casarse con María pues el Hijo que Ella estaba esperando era el Hijo de Dios y que salvaría a los hombres del pecado.
José despertó y fue a buscar a María, la llevó a su casa y cuidó de ella.

En aquellos días el Emperador César Augusto, dio la orden de que todos tenían
que ir al pueblo de donde eran sus familias para empadronarse.

José formaba parte de la familia de David que eran del pueblo de Belén. Entonces José y María tuvieron que ir al pueblo de Belén. El viaje fue muy difícil para la Virgen María porque ya había llegado el momento de que naciera el bebé.
Tan pronto como llegaron a Belén, José empezó a buscar donde descansara María, pero no encontró ningún lugar porque todas las posadas estaban llenas de gente.
Al final, José encontró un establo y llevó ahí a María.

Al poco tiempo, nació el Niño Jesús. María envolvió al niño en pañales y lo acostó en un pesebre que José había preparado.

Cerca de Belén habían unos pastores que cuidaban sus ovejas, entonces se les apareció un ángel de Dios y les dijo: No tengan miedo, les traigo buenas noticias, hoy ha nacido en Belén el niño que será el Salvador, vayan a verlo.
De pronto, el Cielo se llenó de ángeles que cantaban a Dios diciendo: ¡Gloria a Dios en el Cielo y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad!.

Los pastores corrieron hacia Belén y encontraron a José, María y el Niño Jesús tal como les habían dicho los ángeles. Adoraron al Niño y le ofrecieron regalos."


Autor: Tere Fernández

miércoles, 11 de diciembre de 2013

El Espíritu Santo, nuestro guía en Adviento

El Espíritu Santo, nuestro guía en Adviento

Durante el Adviento no podemos olvidar la presencia del Espíritu Santo que primero actúa profetizando la venida del Mesías, y después, en Jesucristo. Esto es para nosotros una muy especial indicación por parte de Dios Nuestro Señor de que las necesidades que posee el hombre sólo pueden realizarse desde una perspectiva: la del Espíritu Santo. Sin embargo, tampoco podemos olvidar que esto únicamente es posible para el alma que se convierte en dócil instrumento del Espíritu Santo, pues es Él quien nos permite ir llegando con paso firme a todas y cada una de las metas que Dios nos va poniendo a lo largo de la vida. No estamos solos, el Señor no nos abandona. La presencia de Jesucristo en nuestras vidas no es nada más una compañía, es también una guía, una luz. Y nunca olvidemos que esta iluminación quien la realiza es el Espíritu Santo.

El profeta Isaías nos habla de un momento, en los tiempos mesiánicos (cuando venga el Mesías), en que todo será paz, y cómo el Espíritu de Dios colmará el mundo. Dice el Profeta: “Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la Tierra estará llena de conocimiento de Yahveh, como cubren las aguas el mar”.

En la Encarnación es el Espíritu Santo el que cubre con su sombra a la Santísima Virgen para que sea engendrado el Hijo de Dios. Y es también el Espíritu Santo el que, cada vez que queremos tener a Cristo en nuestra alma, se hace presente para construir en nosotros la presencia, la vida de Cristo. El Espíritu Santo es el Santificador, es el que realiza en el alma la función de dar vida en el Señor. Es Él quien nos aconseja, guía e ilumina, fortaleciéndonos para que el mensaje que la Navidad viene a traer a nuestras almas se pueda cumplir.

En este Adviento, en este camino hacia la Navidad, hacia la presencia plena de Cristo en nuestra alma, no estamos guiados por una estrella, estamos guiados por el Espíritu de Dios Nuestro Señor. Esto tiene que ser para nosotros una grandísima certeza, tiene que darnos una gran paz y una gran serenidad. Sin embargo, exige de nosotros un entrenamiento que consiste en aprender a escuchar lo que el Espíritu Santo va diciendo a nuestra conciencia, el someter nuestro juicio a lo que Él nos va pidiendo y el ser capaces de amar el modo concreto con el cual va educando nuestro corazón.

Únicamente los sencillos pueden reconocer la voz del Espíritu Santo en su interior, sólo ellos son capaces de dejarse guiar por Él. Si tuviéramos dentro de nosotros esta presencia constante del Espíritu Santo podríamos participar de la acción de gracias que Jesucristo hace al Padre: “Te doy gracias Padre del Cielo y de la Tierra, porque has revelado estas cosas, no a los sabios y entendidos, sino a los sencillos”.

¡Cuántas veces nuestra forma de ver las cosas y nuestros juicios son los que gobiernan nuestras vidas! ¡Cuántas veces pretendemos entender todas las cosas según la cuadrícula de nuestra sabiduría, y nos olvidamos que la sabiduría de Dios es la que tiene que regir nuestra vida!

Cuando leemos las profecías de Isaías, donde aparece el lobo habitando con el cordero, la pantera con el cabrito, el novillo y el león pastando juntos, podría aparecer la pregunta: ¿Todo eso existe? ¿Es un sueño o es una realidad? Lo que el profeta nos está diciendo es que aun aquello que parece imposible al hombre, que en la lógica humana jamás podría llegar a darse, el Espíritu Santo lo puede realizar.

En este Adviento, aprendamos a romper las lógicas humanas, a deshacer nuestras cuadrículas, nuestras formas de ver muchas situaciones, de vernos, incluso, a nosotros mismos. Dejemos a un lado tantas y tantas cosas que clasifican nuestra existencia de una manera determinada y que, en definitiva, la alejan de Dios. Permitamos al Espíritu Santo hablar en nuestra vida, guiarnos e inspirarnos. No es tan difícil, es cuestión de aprender a escuchar, de no hacer ruido en nuestra alma, de ponernos delante de Dios y no oír otra cosa más que a Él, para que nada interrumpa esa comunicación de amor entre Dios y cada uno de nosotros.

Nuestro corazón debe estar dispuesto a escuchar a Dios, para que este tiempo de Adviento, en el que se produce la mayor alegría para el hombre, que es el encuentro con el Señor, no pase con las hojas del calendario, sino que sea un tiempo que permanezca en el corazón. Con una gran apertura interior, permitámosle al Espíritu Santo hablar, para así poder ir quitando todo aquello que nos impiden tener paz en el alma, junto a Cristo en Belén.

El profeta Isaías nos dice: “Aquel día, la raíz de Jesé se levantará como bandera de los pueblos, la buscarán todas las naciones”. ¿Hay en mi alma avidez de Dios? ¿Hay en mi corazón sed de este Cristo, que es la raíz de Jesé? ¿Hay en mi interior el anhelo de encontrarme con Jesús? Si no lo hay, permitamos que el Espíritu Santo vaya cambiando nuestro corazón hasta que Él lo llene. Y pidámosle que en este período de Adviento, Él vaya transformando nuestra existencia de tal manera que nunca nos sintamos solos, para que se pueda cumplir en nosotros la profecía de que somos dichosos porque vemos la presencia de Cristo en nuestra vida, vemos su influjo en la sociedad: “Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis”.
 
Autor: P. Cipriano Sánchez LC

La Verdadera Navidad

 
“El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo. José su marido, como era justo, y no quería infamarla, quiso dejarla secretamente. Y pensando él en esto, he aquí un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que en ella es engendrado, del Espíritu Santo es. Y dará a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta, cuando dijo: He aquí, una virgen concebirá y dará a luz un hijo, Y llamarás su nombre Emanuel, que traducido es: Dios con nosotros. Y despertando José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y recibió a su mujer. Pero no la conoció hasta que dio a luz a su hijo primogénito; y le puso por nombre JESÚS.”( Mateo1:18-25)
Esta es la real celebración que todo cristiano de verdad aclama señores. El nacimiento del esperado de los tiempos, de Jesús nuestro Salvador.
Acá, la loca carrera de los regalos, el endeudarse y estar pagando todo un año por la satisfacción de un capricho, el esperar el regalo más grande y más caro, el ver caras tristes por no tener el dinero suficiente para comprar un presente o por no haber recibido el esperado, no tienen nada que hacer con el verdadero espíritu de esta celebración. En 1 Corintios 15:12-22, Pablo dice que si Jesús no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe, más hoy te declaro que si Jesús no hubiese nacido, esta humanidad, todo el género humano y la creación completa estaríamos irremediablemente perdidos.
Amigo y hermano abre los ojos: No te dejes arrastrar por el remolino del consumismo que te sugiere el mundo, la televisión y los medios. Ahí no está la felicidad. La invitación que hoy tenemos es la de redescubrir el verdadero sentido de la navidad y a celebrar en paz y alegría, en sobriedad y esperanza este nuevo cumpleaños de nuestro dulce salvador.
¡Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo!

martes, 10 de diciembre de 2013

Definición de la Misericordia de Dios



"La misericordia de Dios se puede describir como la respuesta de Dios que viene en auxilio de sus criaturas débiles . Ninguna criatura es merecedora de la misericordia de Dios, sino es una gracia que Dios concede gratuitamente a sus hijos, por su inmenso amor.

El pecado es la miseria mayor del hombre y la creación. Nuestra miseria es el pecado y por eso el hombre al ser pecador, es también considerado como miserable. Pero hay una distinción muy importante entre la miseria y el que es miserable, y es, que Dios aborrece al pecado pero ama al pecador, ama al hombre miserable y débil.

Este amor con cual Dios ama al hombre se define como Misericordia. La misericordia no es precisamente compasión o perdón, estos son más bien los efectos de la misericordia. En la lengua hebrea significa “rahamin” y se define como “un sentimiento que nace del seno maternal o de las entrañas del corazón de un padre”. Is 49

La misericordia de Dios es un atributo de Dios que solo existe para sus criaturas. Es decir para Dios poder ejercer misericordia debe existir miseria. Como explica San Francisco de Sales, “Aunque Dios no hubiese creado al hombre Él siempre fuese la caridad perfecta, pero en realidad no sería misericordioso, pues la misericordia se puede ejercitar solamente sobre la miseria... Nuestra miseria es el trono de la misericordia de Dios”. Dice el Santo Cura de Ars: “La misericordia de Dios es como un torrente desbordado que arrastra los corazones a su paso.” No lo merece nadie sin embargo es accesible a todos.

sábado, 7 de diciembre de 2013

ADVIENTO TIEMPO DE ESPERA

El Adviento es el tiempo litúrgico en el cual nos preparamos para celebrar la Navidad, como conmemoración de la primera venida del Hijo de Dios entre los hombres y, a la vez, un tiempo en el cual, mediante esta celebración, la fe se dirige a la segunda venida del Señor Jesús, al final de los tiempos. Por estos dos motivos, el Adviento es un tiempo de alegre y confiada espera.
Es por ello que en este tiempo litúrgico podemos distinguir dos periodos. El primero de ellos, desde el primer domingo de Adviento hasta el 16 de diciembre, aparece con mayor relieve el aspecto escatológico y se nos orienta hacia la espera de la venida gloriosa de Cristo. El segundo periodo, que abarca desde el 17 hasta el 24 de diciembre inclusive, se orienta más directamente a la preparación de la Navidad.
En orden a hacer sensible esta doble dimensión, la liturgia suprime durante el Adviento una serie de elementos festivos. De esta forma, en la misa ya no rezamos el Gloria, se suprime la música con instrumentos, los adornos festivos, las vestiduras son de color morado; el decorado de la Iglesia es más sobrio, etc. Todo esto es una manera de expresar tangiblemente que, mientras dura nuestro peregrinar, nos falta algo para que nuestro gozo sea completo. Y es que quien espera es porque le falta algo. Cuando el Señor se haga presente en medio de su pueblo, habrá llegado la Iglesia a su fiesta completa, significada por la solemnidad de la fiesta de Navidad.
El tiempo de Adviento tiene una duración de cuatro semanas. Comienza el domingo más cercano al 30 de noviembre, y se prolonga hasta la tarde del 24 de diciembre, en que comienza propiamente el tiempo de Navidad.
La primera de ellas, está centrada en la venida del Señor al final de los tiempos. La liturgia nos invita a estar en vela, manteniendo una especial actitud de conversión. La segunda semana no invita, por medio del bautista a preparar los caminos del Señor; esto es, a mantener una actitud de permanente conversión. Jesús sigue llamándonos, pues la conversión es un camino que se recorre durante toda la vida. La tercera semana preanuncia ya la alegría mesiánica, pues ya está cada vez más cerca el día de la venida de Señor. Finalmente, la cuarta semana ya nos habla del advenimiento del hijo de Dios al mundo.

VENIDA DEL SEÑOR

Ya desde los primeros años de la naciente Iglesia, el término adventus, se empezó a utilizar para designar la venida del Señor Jesús entre los hombres, en aquella doble dimensión de la que hablábamos anteriormente: su venida histórica en la Encarnación y su advenimiento glorioso para coronar su obra reconciliadora en el ultimo día. Ambos aspectos forman parte de un mismo misterio, se exige mutuamente y se entremezclan continuamente, fundiéndose en una inseparable unidad.
El Adviento nos recuerda ante todo, la dimensión histórico-sacramental de la reconciliación operada por el Señor Jesús. El Dios del Adviento es el Señor de la historia, quien se encarnó en la Virgen de Nazaret, haciéndose en todo semejante a nosotros, menos en el pecado (Heb 4, 15), obteniéndonos el maravilloso don de la reconciliación (2Cor 5, 17s) . Él nos revela que Dios es amor (1Jn 4, 8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana es el mandamiento nuevo del amor (Jn 15, 12; Gaudium et Spes, 38).
Asimismo, es en el tiempo de Adviento que se evidencia con mayor fuerza la dimensión escatológica, o de las realidades ultimas, del misterio cristiano. Aquella salvación operada una vez y para siempre, alcanza su plenitud al final de los tiempos, cuando el Señor se manifieste coronado de gloria y majestad. El Adviento, pues, nos recuerda que somos peregrinos y que caminamos bajo la guía de Santa María entre la primera venida del Verbo hecho hombre y la segunda y definitiva venida del Señor; entre el ya de la salvación completada por el Señor y el todavía no de su plena manifestación en su regreso glorioso.
Sin embargo, la tomo de conciencia de la dimensión escatológica trascendente de la vida cristiana no disminuye, sino que acrecienta la preocupación por perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana (Gaudium et Spes, 39). Cristo nos pide trabajar por un mundo más humano, en un legitimo anhelo por hacer más llevadera nuestra vida terrena, según su Divino Plan (Gaudium et Spes, 38), a través del servicio evangelizador a los hombres.

ESPERANZA Y CONVERSIÓN

Durante el tiempo de Adviento, estamos especialmente invitados a vivir la atención vigilante y alegre, la esperanza y la conversión.
El Adviento celebra al Dios de la Esperanza (Rom 15, 13), viviendo con gozo la esperanza (Rom 8, 24s). La actitud de la esperanza es un rasgo que caracteriza al cristiano porque sabe que Dios es fiel y que en el Señor Jesús ha cumplido sus promesas (2Cor 1, 20). Ahora vemos como en un espejo, pero vendrá el día en que veremos "cara a cara" (1Cor 13, 12). La Iglesia vive esta espera con actitud vigilante y alegre. Por eso reza con gozo: "Maranathá: Ven, Señor Jesus" (Ap 22, 17.20).
El advenimiento del Hijo de Santa María, exige de parte nuestra, una actitud de continua conversión. El tiempo de Adviento es pues, un llamado a la conversión para preparar los caminos del Señor y acoger a ese Señor que viene a poner su morada entre nosotros (Jn 1, 14) y que vendrá nuevamente al final de los tiempos.

LA VOZ DEL PROFETA

En este tiempo litúrgico, aparecen con fuerza dos personajes bíblicos, característicos del Adviento. El primero de ellos es el profeta Isaías. Una antiquísima tradición ha introducido la lectura de este profeta, pues en él brilla con un resplandor especial la esperanza que confortaba al pueblo elegido durante los siglos duros y decisivos de su historia. Sus páginas, leídas durante el Adviento, constituyen un anuncio de esperanza perenne para los hombres de todos los tiempos.
Juan Bautista es el último de los profetas y reasume en su persona y en su palabra toda la historia precedente. El Bautista encarna perfectamente el espíritu del Adviento, pues él es el signo de la intervención divina en favor de su pueblo; como precursor del Mesías tiene la misión de preparar los caminos del Señor ( Is 40, 3), de ofrecer a Israel el conocimiento de la salvación (Lc 1, 77s) pero sobre todo de señalar al Señor Jesús ya presente en medio de su pueblo (Jn 1, 29-34).

MADRE DE LA ESPERANZA

El Adviento es el tiempo mariano por excelencia, pues es durante el Adviento que se pone de especial relieve la relación y la cooperación de la Virgen de Nazaret en el misterio de nuestra reconciliación. La misma solemnidad de la Inmaculada Concepción, que celebramos prácticamente al comenzar el Adviento, no es una especie de paréntesis o ruptura dentro de la dinámica de este tiempo, sino que forma parte esencial en la recta comprensión del misterio. En efecto, María Inmaculada es el prototipo de la humanidad redimida y reconciliada, triunfante sobre el pecado, en Cristo Jesús.
Es pues en este tiempo de espera y de presencia donde aparece Santa María, ligada una vez más a la vida del Hijo. Ella es la Madre de la expectación, de la espera gozosa, pero es también la Madre donde la espera se convierte en presencia constante.
María nos enseña cómo debemos esperar y cuál ha de ser nuestra actitud para hacer presente en nuestras vidas y en el mundo al Hijo. Una vez más el Hijo nos lleva a la Madre y la Madre nos muestra plenamente al Hijo presente en su vida. En su espera hay presencia y la presencia impulsa y sostiene la espera del día definitivo.
Santa María, unida plenamente a Jesús en este tiempo de Adviento, nos lleva ha seguir el mismo camino y a vivir este tiempo de fe, la esperanza cierta de una presencia del amor que ya esta con nosotros, pero que se realizara totalmente al final de los tiempos con la venida gloriosa de su Hijo Jesucristo.

CITAS PARA MEDITAR

Guía para la Oración
  • Qué se nos ha prometido: Is 7, 14; Miq 5, 2; Lc 2, 30-32.
  • Tiempo de espera confiada en las promesas divinas: Rom 8, 24-25; 2Cor 1, 20.
  • Al final de los tiempos se nos revelará la plenitud de la gloria: Hch 1, 11; 1Pe 1, 5.
  • Debemos estar preparados: Rom 13, 11-14; 1Cor 1, 8; 1Cor 5, 5.
  • Mediante la conversión: Is 40, 3.

PREGUNTAS PARA EL DIÁLOGO

  1. ¿Cuál es el sentido del tiempo de Adviento? ¿Cuál es su doble dinamismo?
  2. ¿Por qué es importante vivir de manera singular la conversión durante este tiempo?
  3. ¿Cómo piensas vivir este Adviento?

viernes, 6 de diciembre de 2013

La Inmaculada Concepción de María.

La Inmaculada Concepción de María.

La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara que por una gracia especial de Dios, ella fue preservada de todo pecado desde su concepción.

El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.

"...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles..."
(Pío IX, Bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de 1854)

La Concepción: Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica procedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana.

-María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de gracia" desde su concepción. Cuando hablamos de la Inmaculada Concepción no se trata de la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado.

Fundamento Bíblico

La Biblia no menciona explícitamente el dogma de la Inmaculada Concepción, como tampoco menciona explícitamente muchas otras doctrinas que la Iglesia recibió de los Apóstoles. La palabra "Trinidad", por ejemplo, no aparece en la Biblia. Pero la Inmaculada Concepción se deduce de la Biblia cuando ésta se interpreta correctamente a la luz de la Tradición Apostólica.

El primer pasaje que contiene la promesa de la redención (Genesis 3:15) menciona a la Madre del Redentor. Es el llamado Proto-evangelium, donde Dios declara la enemistad entre la serpiente y la Mujer. Cristo, la semilla de la mujer (María) aplastará la cabeza de la serpiente. Ella será exaltada a la gracia santificante que el hombre había perdido por el pecado. Solo el hecho de que María se mantuvo en estado de gracia puede explicar que continúe la enemistad entre ella y la serpiente. El Proto-evangelium, por lo tanto, contiene una promesa directa de que vendrá un redentor. Junto a El se manifestará su obra maestra: La preservación perfecta de todo pecado de su Madre Virginal.

En Lucas 1:28 el ángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen María «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.». Las palabras en español "Llena de gracia" no hace justicia al texto griego original que es "kecharitomene" y significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios. Aunque este pasaje no "prueba" la Inmaculada Concepción de María si lo sugiere.

Los Padres de la Iglesia

Los Padres se referían a la Virgen María como la Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22), pues ella desató el nudo causado por la primera Eva.

Justín (Dialog. cum Tryphone, 100),
Ireneo (Contra Haereses, III, xxii, 4),
Tertuliano (De carne Christi, xvii),
Julius Firm cus Maternus (De errore profan. relig xxvi),
Cyrilo of Jerusalem (Catecheses, xii, 29),
Epiphanius (Hæres., lxxviii, 18),
Theodotus of Ancyra (Or. in S. Deip n. 11), and
Sedulius (Carmen paschale, II, 28).

También se refieren a la Virgen Santísima como la absolutamente pura (San Agustín y otros). La iglesia Oriental ha llamado a María Santísima la "toda santa"

Méritos: María es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador. Es por El que ella es preservada del pecado. Ella, por ser una de nuestra raza humana, aunque no tenía pecado, necesitaba salvación, que solo viene de Cristo. Pero Ella singularmente recibe por adelantado los méritos salvíficos de Cristo. La causa de este don: El poder y omnipotencia de Dios.

Razón: La maternidad divina. Dios quiso prepararse un lugar puro donde su hijo se encarnara.

Frutos:

  1. María fue inmune de los movimientos de la concupiscencia. Concupiscencia: los deseos irregulares del apetito sensitivo que se dirigen al mal.

  2. María estuvo inmune de todo pecado personal durante el tiempo de su vida. Esta es la grandeza de María, que siendo libre, nunca ofendió a Dios, nunca optó por nada que la manchara o que le hiciera perder la gracia que había recibido.


La Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María tiene un llamado para nosotros:
  1. Nos llama a la purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.
  2. Nos llama a la consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del ES.


Argumentos de los hermanos separados

  1. Según algunos protestantes, la Inmaculada Concepción contradice la enseñanza bíblica: "todos han pecado y están lejos de la presencia salvadora de Dios" (Romanos 3:23).
    Respuesta católica: Si fuéramos a tomar las palabras de San Pablo "todos han pecado" en un sentido literal absoluto, Jesús también quedaría incluido entre los pecadores. Sabemos que esto no es la intención de S. Pablo gracias a sus otras cartas en que menciona que Jesús no pecó (Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22).

    La Inmaculada Concepción de María no contradice la enseñanza Paulina en Rm 3:23 sobre la realidad pecadora de la humanidad en general, la cual estaba encerrada en el pecado y lejos de Dios hasta la venida del Salvador. San Pablo enseña que Cristo nos libera del pecado y nos une a Dios (Cf. Efesios 2:5). María es la primera.

  2. Según algunos hermanos separados, María reconoce que ella era pecadora y que necesitó ser rescatada por la gracia de Dios (Lucas 1: 28, 47).
    Respuesta católica: Que María se declarara pecadora es falso. Que ella se declarara salvada por Dios es verdadero. En Lc 1:48 ella reconoce que fue salvada. ¿De qué? Del dominio del pecado, por gracia de Dios. Pero para eso no tuvo que llegar a pecar. Dios la salvó preservándola del pecado.


El dogma de la Inmaculada Concepción de María no niega que ella fue salvada por Jesús. En María las gracias de Cristo se aplicaron ya desde el momento de su concepción. El hecho de que Jesús no hubiese aún nacido no presenta obstáculo pues las gracias de Jesús no tienen barreras de tiempo y se aplicaron anticipadamente en su Madre. Para Dios nada es imposible.

¿Cómo sabemos que La Virgen María fue concebida sin pecado? La fe católica reconoce que la fuente de la revelación Bíblica necesita ser interpretada a la luz de la Tradición recibida de los Apóstoles y según el desarrollo dogmático que, por el Espíritu Santo, ha ocurrido en la Iglesia.

Autor: Corazones.org


jueves, 5 de diciembre de 2013

Preparar para la Navidad con la oración

Preparar para la Navidad con la oración

Fragmento de la homilía del Papa Francisco en Santa Marta el 2 de diciembre 2013


Prepararse para la Navidad con la oración, la caridad y la alabanza: con el corazón abierto para dejarse encontrar por el Señor que todo lo renueva.


En el Adviento empezamos un nuevo camino, un "camino de la Iglesia ... hacia la Navidad". Vayamos al encuentro del Señor, porque la Navidad no es sólo un acontecimiento temporal o un recuerdo de una cosa bonita.

La Navidad es algo más: vamos por este camino para encontrarnos con el Señor. ¡La Navidad es un encuentro! Y caminamos para encontrarlo: encontrarlo con el corazón; con la vida; encontrarlo vivo, como Él es; encontrarlo con fe. El Señor, en la palabra de Dios que escuchamos, se maravilló del centurión: se maravilló de la fe que el tenia. Él había hecho un camino para encontrarse con el Señor, pero lo había hecho con fe. Por eso no sólo él se ha encontrado con el Señor, sino que ha sentido la alegría de ser encontrado por el Señor. Y este es precisamente el encuentro que nosotros queremos: ¡el encuentro de la fe!

Pero más allá de ser nosotros los que encontremos al Señor, es importante "dejarnos encontrar por Él"

Cuando somos nosotros solos los que encontramos al Señor, somos nosotros –digámoslo, entre comillas – los dueños de este encuentro; pero cuando nos dejamos encontrar por Él, es Él quien entra en nosotros, es Él el que vuelve a hacer todo de nuevo, porque esta es la venida, lo que significa cuando viene Cristo: volver a hacer todo de nuevo, rehacer el corazón, el alma, la vida, la esperanza, el camino. Nosotros estamos en camino con fe, con la fe del centurión, para encontrar al Señor y, sobre todo, ¡para dejar que Él nos encuentre!

Pero se necesita un corazón abierto:¡para que Él me encuentre! Y me diga aquello que Él quiere decirme, ¡que no es siempre aquello que yo quiero que me diga! Él es Señor y Él me dirá lo que tiene para mí, porque el Señor no nos mira a todos juntos, como una masa. ¡No, no! Nos mira a cada uno a la cara, a los ojos, porque el amor no es un amor así, abstracto: ¡es un amor concreto! De persona a persona: el Señor persona me mira a mí persona. Dejarse encontrar por el Señor es precisamente esto: ¡dejarse amar por el Señor!

En este camino hacia la Navidad, nos ayudan algunas actitudes:
  • La perseverancia en la oración, rezar más;
  • La laboriosidad en la caridad fraterna, acercarnos un poco más a los que están necesitados;
  • y la alegría en la alabanza del Señor.

    Por tanto: la oración, la caridad y la alabanza, con el corazón abierto para que el Señor nos encuentre.

  • Autor: SS Francisco



     

    Adviento: camino y pórtico

    Adviento: camino y pórtico
    El Adviento es como un camino. Inicia en un momento del año, avanza por etapas progresivas, se dirige a una meta.

    Llega la invitación a ponernos en marcha. ¿Quién invita? ¿Desde dónde iniciamos a caminar? ¿Hacia qué meta hemos de dirigir nuestros pasos?

    La invitación llega desde muy lejos. La historia humana comenzó a partir de un acto de amor divino: “Hagamos al hombre”. El amor daba inicio a la vida.

    Ese acto magnífico se vio turbado por la respuesta del hombre, por un pecado que significó una tragedia cósmica. Dios, a pesar de todo, no interrumpió su Amor apasionado y fiel. Prometió que vendría el Mesías.

    La humanidad entera fue invitada a la espera. El Pueblo escogido, el Israel de Dios, recibió nuevos avisos, oteó que el Mesías llegaría en algún momento de la historia. El pasar de los siglos no apagó la esperanza. El Señor iba a cumplir, pronto, su promesa.

    Esa invitación llega ahora a mi vida. También yo espero salir de mi pecado. También yo necesito sentir el Amor divino que me acompaña en la hora de la prueba. También yo escucho una voz profunda que me pide dejar el egoísmo para dedicarme a servir a mis hermanos.

    ¿Desde dónde comienzo este camino? Quizá desde la tibieza de un cristianismo apagado y pobre. Quizá desde odios profundos hacia quien me hizo daño. Quizá desde pasiones innobles que me llevan a caer continuamente en el pecado. Quizá desde la tristeza por ver tan poco amor y tantas promesas fracasadas.

    La voz vuelve a llamar. En el desierto del mundo, en la soledad de la multitud urbana, en la calma de la noche invadida por los ruidos, en las risas de una fiesta sin sentido... La voz pide, suplica, espera que dé un primer paso, que abra el Evangelio, que escuche la voz de Juan el Bautista, que abandone injusticias y perezas, que mira hacia delante.

    El Salvador llega. Juan lo anuncia. La voz que suena en el desierto llega hasta nosotros: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15-16).
     
    Autor: P. Fernando Pascual L.C.


    El primer día del año...para María, Madre de Dios

    El primer día del año...para María, Madre de Dios


    Hoy celebramos una fiesta que hace referencia al título más sorprendente que puede tener una criatura humana: Madre Dios... Lo cual significa que el Salvador del mundo no sólo nació "en" ella, sino "de" ella. El Hijo formado de sus entrañas es el mismísimo Hijo Dios, nacido en la carne.

    El Evangelio nos narra los acontecimientos de la Navidad, remarcando la imposición del nombre, dado por el ángel antes de la Concepción: JESÚS (que significa YHWH [nombre sagrado e inefable de Dios en el A.T.] salva); nombre puesto por orden divina... misterioso, cargado de significado salvífico [con todo y por todo lo que significa el "nombre" para los semitas] (ver a este respecto lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica al explicar el II mandamiento...).

    La invocación de ese nombre trae la salvación (semejante lo que ocurre en la 1a.lectura con el nombre de YHWH, pronunciado una sola vez al año). Nosotros tenemos el nombre del Señor sobre nosotros: somos cristianos... ¡No lo digamos con tanta ligereza!

    Así, se abre el año con esa fórmula que pide la bendición y el favor de Dios. Él nunca se la ha negado la humanidad; pero con Cristo esta Bendición es irrevocable.

    Comienza el año civil; y se lo celebra de diversos modos:

  • En estas fiestas, se suele hacer mucho ruido (bailes, fuegos artificiales, pirotecnia,...) mucho ruido ¿Y "pocas nueces"...?

  • Para muchos, las fiestas están cargadas de melancolía (paso de los años; "los que ya se han ido"; nostalgias; recuerdos...). Muchos desean "que las fiestas pasen pronto"...

  • Para los pobres (que no son pocos), el dolor de no poder participar de las alegrías festivas... o de hacerlo con muchas limitaciones.

    Pensemos cómo vivimos interiormente las fiestas. Sin interioridad, todo lo otro es vacío, pura exterioridad e hipocresía: festejamos... nada.
    ¿Cuál es el motivo para alegramos por las fiestas? El Amor de Dios, experimentado en estos días como una fuerza que quiere renovarnos incesantemente. Navidad es el comienzo de una nueva creación (Dios a hecho con el hombre una Alianza Eterna: Cristo).

    Todo comienzo de algo (también el del año civil) debe remitirnos a este comienzo: al de la Alianza Nueva y Eterna... (la que no pasará jamás, y por ende radicalmente diversa de lo que no permanece, lo que es pasajero, transitorio (tiempo; apariencias; exterioridades)... Éste es el fundamento de nuestra Paz, cuya Jornada mundial cada año celebramos precisamente hoy.

    Volvamos a mirar las cosas que nos rodean, pero con esta perspectiva: pensemos en las cosas que se fueron con el año y los años que pasaron... y pongámoslas en manos Dios. Pero sepamos que todo lo que hayamos hecho con amor, y por amor tiene un valor que permanece, y está "eternizado" en la presencia del Señor.

    Todo lo hecho por amor, aunque pequeño, aunque los demás no lo noten, ha sido tomado en cuenta por Dios, y lo encontraremos renovado en Él.
    También las personas que se han ido... Y así, nuestros lazos de amor, lejos de perderse, serán renovados y glorificados en la Resurrección.

    "Nada se pierde, todo se transforma..." también en el orden espiritual.

    Frente al año viejo, y al nuevo, tengamos una mirada de Fe: evaluemos desde el amor que hemos puesto y hemos de poner para hacer las cosas.
    El tiempo pasa, pero el amor permanece; y allí debemos encontrar el motivo de nuestra alegría: en el amor vivido y en el "por vivir".

    "En el atardecer de la vida e juzgará el Amor”, nos recuerda San Juan de la Cruz.

    Un nuevo año ha "atardecido"...
    Un año más de vida... y un año menos para llegar al cielo.
    Un año con sus alegrías... y sus amarguras.
    En vista a los acontecimientos de la vida de cada uno de ustedes, quiero hoy recordarles nuevamente que con todos sus engaños, trampas y sueños rotos, éste sigue siendo mundo hermoso, que vale la pena vivir como camino al cielo.

    En este valle de lágrimas, la alegría que da el Espíritu Santo es más fuerte que cualquier pena... Esa alegría profunda, serena, misteriosa, radiante... (quien la conoce, entiende lo que estoy diciendo... y a quien no la conoce, le repito con el salmo 33: "prueben y vean qué bueno es el Señor...").

    Pongamos hoy nuevamente nuestra vida en manos de María Santísima. Ella pondrá el año que termina en manos del Padre Misericordioso, y la en el que comienza en manos del Hijo Providente... ella que es Soberana de los Ángeles, pero mucho más aún es nuestra: sangre y dolor de nuestra raza humana.
    Amén.

  • Autor: P Juan Pablo Esquivel

     

    jueves, 31 de octubre de 2013

    María está cerca de cada uno de nosotros

    María está cerca de cada uno de nosotros
    María está cerca de cada uno de nosotros
    Esta poesía de María –el «Magníficat»– es totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un "tejido" hecho completamente con "hilos" del Antiguo Testamento, hecho de palabra de Dios.

    Se puede ver que María, por decirlo así, "se sentía como en su casa" en la palabra de Dios, vivía de la palabra de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad.

    María vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la palabra de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.

    Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.

    Pero pienso también en el «Compendio del Catecismo de la Iglesia católica», que hemos publicado recientemente, en el que la palabra de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nuestra vida, nos ayuda a entrar en el gran "templo" de la palabra de Dios, a aprender a amarla y a impregnarnos, como María, de esta palabra. Así la vida resulta luminosa y tenemos el criterio para juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo.

    María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros.

    Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está "dentro" de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios.

    Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como "madre" –así lo dijo el Señor–, a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros. 
     
    Autor: SS Benedicto XVI


    martes, 29 de octubre de 2013

    NO OS PREOCUPÉIS

    imagenes de jesus

    No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o beberéis;
    ni por vuestro cuerpo, cómo os vestiréis.
    ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa?
    Fijaos en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros;
    sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
    ¿Quién de vosotros, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida?»
    ¿Y por qué os preocupáis por el vestido? Observad cómo crecen los lirios del campo.
    No trabajan ni hilan; sin embargo, os digo que ni siquiera Salomón, con todo su esplendor,
    se vestía como uno de ellos. Si así viste Dios a la hierba que hoy está en el campo y mañana
    es arrojada al horno, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?
    Así que no os preocupéis diciendo:“¿Qué comeremos? Porque los paganos andan tras
    todas estas cosas, y el Padre celestial sabe que necesitáis de todo esto.
    Más bien, buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
    añadidas. Por lo tanto, no os angustiéis por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes.
    Cada día tiene ya sus problemas.
    Mateo 6:25-34



    GRUPOS DE ORACIÓN:

     

    “JESÚS EL BUEN PASTOR”

    Reunión                : sábados, de 4:00 p.m. a 6:00 p.m.

    Lugar                     : Capilla Santa Elena – Barrio Santa Elena (Esquina Jr. Diego Ferré – Jr. José Olaya)

     

     “SANTA ROSA DE LIMA”

    Reunión                : Jueves, de 7:00 p.m.  a 9:00 p.m.

    Lugar                      : Salón de La Catedral (Jr. Amalia Puga Nº 540)

     

    “JÓVENES CON ESPERANZA”

    Reunión                : Domingos, de 3:30 p.m.  a 5:45 p.m.

    Lugar                     : Salón de La Catedral (Jr. Amalia Puga Nº 540)

     

    “DIOS ES AMOR”

    Reunión                : Miércoles, de 7:00 p.m. a 9:00 p.m.

    Lugar                     : Capilla San Francisco – Barrio San Martín (Esquina Jr. El Milagro – Jr. Diego Ferré)

     

    “PLEGARIAS AL ESPÍRITU SANTO”

    Reunión                : Domingos, de 3:00 p.m. a 5:00 p.m.

    Lugar                     : Iglesia San José – Barrio San José (Esquina Jr Miguel Iglesias – Jr. Angamos)

     

    “VIRGEN DEL CAMINO”

    Reunión                : Lunes, de 5:30 p.m. a 7:00 p.m.

    Lugar                     : Casa de Retiro “Virgen del Camino” (Av. Mártires de Uchuracay – Cuadra 19)

     
     

    miércoles, 23 de octubre de 2013

    ¿Hay cristianismo sin contrastes?

    ¿Hay cristianismo sin contrastes?
    ¿Hay cristianismo sin contrastes?


    Nunca ha sido fácil predicar el Evangelio. No lo fue para el mismo Cristo. No lo fue para los primeros cristianos. No lo fue para tantos y tantos anunciadores del pasado. No lo es tampoco en nuestro tiempo.

    Existe, sin embargo, el peligro de una predicación apagada, tranquila, hecha más para tranquilizar a los oyentes que para ayudar a un encuentro auténtico con Jesucristo.

    Ese peligro se produce cuando permitimos que la mentalidad del mundo nos domine. Entonces dejamos de sentir el fuego del Evangelio en nuestras almas y nos preocupamos en evitar críticas o reacciones negativas, en no incomodar a los oyentes.

    Así, resulta fácil encontrar homilías donde no se habla del pecado. O constatar que hay sacerdotes y laicos que tienen miedo a denunciar la injusticia terrible que se comete en cada aborto. O leer textos de grupos más o menos competentes en catequesis que han eliminado conceptos como los de infierno, culpa, avaricia, tibieza, lujuria y parecidos.

    Hay quienes piensan que de este modo atraerán a la gente a la Iglesia católica. Pero, ¿atrae la sal cuando se vuelve sosa? ¿Estimula una luz que no alumbra? ¿Es seguidor de Cristo quien deja de lado por completo la idea de la cruz y la necesidad de abnegarse cada día, quien olvida los deberes de caridad hacia los pobres, los enfermos, los más necesitados?

    Un cristianismo descafeinado, anonido, tibio, no es cristianismo. Será, quizá, un espejismo más o menos engañoso, pero no la fe en todo lo que realizó y predicó el Hijo de Dios que vino al mundo para rescatar al hombre del pecado.

    No existe cristianismo sin contrastes porque no existe cristianismo sin cruz, sin sacrificio, sin verdades que penetran más que una espada de doble filo (cf. Hb 4,12).

    Sólo a través del mensaje auténtico, genuino, puro, que viene de Cristo, el cristianismo llega a ser lo que quiso su Fundador: el encuentro con el Camino que lleva a la Verdad y a la Vida, que nos saca de nosotros mismos para invitarnos a acoger el Amor y a amar a Dios y a los hermanos.

    Autor: P. Fernando Pascual LC

    lunes, 21 de octubre de 2013

    Hoy di: ¡Gracias, Padre!

    Hoy di: ¡Gracias, Padre!
    Hoy di: ¡Gracias, Padre!


    Hoy sé un hijo agradecido.

    Levanta la mirada y dile gracias al Creador del universo:

    Padre:

    Gracias por el don de la existencia.
    Gracias por haberme hecho a tu imagen y semejanza.
    Gracias por el don gratuito de tu amor, gracias por amarme como soy.
    Gracias porque me has dado ojos para ver,
    oídos para escuchar, manos para acariciar,
    inteligencia para conocer la verdad, voluntad para buscar el bien,
    corazón para amar y para hacerlo tu morada.
    ¡Mi corazón: templo de la Trinidad! ¡Cosa maravillosa!

    Gracias por la capacidad de asombro que me diste.
    Gracias por mis padres, por mi familia, por tener un hogar que me cobija.
    Gracias por los amigos fieles y también por los que me han hecho sufrir.
    Gracias por los tiempos dolorosos de mi vida,
    por dejarme sentir la soledad para venir luego a colmarla con tu misericordia.
    Gracias por quienes rezan por mí.
    Gracias por la vocación y misión que me confiaste.
    Gracias por haber puesto tu mirada en mí, gracias por confiar en mí.
    Gracias por tantas experiencias bellas de mi vida.
    Gracias sobre todo por la experiencia del amor de Cristo.
    Gracias por haberlo enviado a vivir con nosotros como uno de nosotros,
    para revelarnos tu rostro, redimirnos y trazarnos el camino.
    Nos amó hasta el extremo,
    nos dio como Madre a María Santísima,
    se quedó para siempre en la Eucaristía,
    y al final nos entregó a su mismo Espíritu, fuente del mayor consuelo.
    Gracias por mi bautismo, por mi Madre la Iglesia,
    por mi ángel de la guarda y por esperarme con los brazos abiertos en el cielo.
    Gracias por tu paciencia conmigo,
    gracias por perdonarme siempre y por seguirme amando sin guardar resentimientos.
    Gracias por la vida y por la eternidad que me espera.
    Una y mil veces: ¡Gracias Padre!


    Autor: P. Evaristo Sada LC

    Creo en Ti, Señor


    Creo en Ti, Señor
    Creo en Ti, Señor

    Creo en Ti, Señor. Creo que existes, que vives, que eres amor. Creo que eres la misericordia infinita y que la manifiestas a raudales en tantos acontecimientos de nuestra vida.

    Creo que eres el camino seguro que lleva al cielo, y que no hay otro. No hay otro cielo ni otro camino que lleve al mismo.

    Creo que eres la verdad de la vida y de las cosas. Eres también la vida de todos los seres, eres mi vida... Vida plena, vida eterna...

    Creo que has formado los cielos y la tierra, con todo su ornato. Si en Ti no creyera, todo sería destrucción, desorden, caos. Creo en Ti, Señor.

    Crecer en la fe es crecer en el amor. Por eso, porque creo en Ti con toda mi mente, te amo con todo mi corazón. Creer es fiarse, es tomar la mano del amado y, sin soltarla, caminar juntos siempre, durante las horas de desierto y las horas de primavera.

    Te gusta, Señor, que tengamos fe en Ti: "Tu fe te ha salvado", y te apena mucho nuestra falta de fe: "Hombres de apoca fe, ¿porqué habéis dudado?"

    Quiero ser un hombre o una mujer que se fía de Ti totalmente, que camina por la vida no con la seguridad de sus pies o de su mente sino con la seguridad de su Dios.

    1. Jesucristo, creo que eres el Hijo eterno del Padre

    Creo en la Santísima Trinidad. La celebramos en su fiesta. Eres un Dios único pero en tres personas que son amor. Y creo que las tres personas habitan en mi alma por la gracia.
    Tú eres el Hijo del Padre desde toda la eternidad, el hijo en el cual tiene el Padre todas sus complacencias. El Hijo enviado al mundo no para juzgarlo, sino para salvarlo.
    Eres tan parecido al Padre. Nosotros debemos ser tan parecidos a Ti. No fuiste enviado por el Padre para condenarme, sino para salvarme. A mí y a cada uno de los hombres.
    Pagaste un precio tremendo. Pagaste todo Tú para comprarme a mí. Hasta sin sangre en las venas te quedaste, sin vestidos, sin vida. Para salvarme a mí. Pues, ¿quién soy yo? Te quedaste infinitamente pobre, Tú que eras infinitamente rico.
    Soy el precio de tu sangre, de tu muerte, de tus infinitas humillaciones. ¿Qué clase de amor es éste? ¿Puede un mendigo sentirse más feliz que yo? ¿Puede un encarcelado, prisionero de por vida experimentar más alegría que yo? ¿Puede un condenado al infierno sentirse más afortunado que yo? Pues soy un pobre hambriento convertido en rico, un encarcelado a quien han dado el indulto, un condenado al infierno liberado del eterno dolor.

    2.Jesucristo, creo que eres el salvador de los hombres

    Lo que implicó la salvación: Belén, Nazaret -ocultamiento perfecto-. La pasión y la Cruz -amor sin límites-
    Belén, Nazaret, Jerusalén son ciudades que me recordarán eternamente el amor de mi Dios. En Belén nació por amor a mí en la máxima pobreza. Una cueva, un pesebre de amor. En Nazaret vivió por amor a mí en el ocultamiento perfecto. En Jerusalén sufrió la pasión y la muerte de un esclavo y de un "maldito" por amor a mí.
    En esas ciudades me amó hasta el extremo mi Creador, mi Redentor. Siempre que te mire, veré el rostro y los ojos de mi Salvador, unos ojos que me miran con amor, con compasión y con inmensa esperanza. Siempre que piense en Ti, sentiré renacer la esperanza, porque eres Luz, Resurrección, Buen Pastor, Camino, Vedad y Vida.
    Contigo siempre hay remedio, hay salida. Por tanto camino por la vida con la frente alta, el corazón alegre y paso seguro. Voy con Jesús, con el que prometió: "Yo estaré con vosotros todos los días, también hoy."

    3. Jesucristo, creo que te encarnaste en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo.

    Se puede decir que actuaste como si no fueras Dios durante treinta y tres años. Humillación total. Por amor.
    Somos hermanitos de carne y hueso con la diferencia de que Tú eres Dios. Pero, para que no sintiéramos complejo frente a Ti, quisiste divinizarnos, convertirnos en pequeños dioses en el cielo.
    Como todos los niños, como yo, estuviste encerrado en el seno de tu madre, creciendo día a día hasta que estuviste maduro para nacer. Lo mismo que yo, lo mismo que todos los niños.
    Recién nacido eras como todos los bebés. La cosa más débil del mundo, Tú el Dios de los ejércitos. Quisiste sentir lo que siente un niño creciendo en el seño de su madre. Y a María le hiciste sentir tu presencia y tus movimientos.
    Oh divino bebé, maravilloso niño que sobreviste al aborto. Hoy millones de niños no tienen la suerte que tuviste tú de nacer. Ten compasión de todos ellos y de sus mamás porque no saben lo que hacen.

    4. Jesucristo, creo que padeciste y morirse en la cruz para redimirnos de nuestros pecados.

    Y tengo que decir como san Pablo: Líbreme Dios de gloriarme en nada si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Me amaste y te entregaste por mí en la cruz.
    Amor escrito con sangre. Para que no me quedaran dudas de que me amas. "Si fuera necesario para salvarte, volvería a sufrir de buena gana por ti solo todo lo que sufrí por el mundo entero"...Palabras dichas por Ti a una santa. Cuanto amor, cuánto dolor. Cuánto dolor, cuanto amor. Por mí.
    Pordiosero miserable, condenado al infierno, todo esto y más he sido. Pero de todo esto me ha librado Jesús. A costa de tormentos, salivazos, flagelos, espinas y humillaciones he sido arrancado del infierno que era mi lugar merecido.
    La eternidad no será suficiente para agradecer, para amar, para bendecir y adorar a la persona que mizo tanto bien. Con Pablo digo y diré: "Líbreme Dios de gloriarme en nada si no es en la cruz de mi Salvador."
    ¿Será tan difícil amar entrañablemente a un ser que tanto amor me ha demostrado? ¿Podré negar yo, criatura miserable, algo a mi Dios Omnipotente, sobre todo en el amor?

    5. Jesucristo, creo que resucitaste al tercer día.

    Recuperaste tu divinidad. Te enterraron como hombre y resucitaste como Hombre-Dios glorificado. Y ya la muerte no podrá dominarte jamás. Vives eternamente en el cielo para interceder por nosotros ante el Padre.
    Con san Pablo afirmamos: Cristo ha resucitado. Ahí se apoya nuestra fe y nuestra religión triunfadora. La religión de un Dios-Hombre que se dejó vencer y humillar hasta un grado inaudito para resucitar y vencer tan solo tres días después a todos sus enemigos de un solo golpe.
    El fundador de nuestra religión es un gran triunfador. Seguimos a un Caudillo que nos lleva a la victoria segura. "Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella". Un optimismo radical debe prevalecer en muestra vida en medio de las tormentas del mundo moderno.
    De los fundadores de religiones -que son numerosos- sólo uno vive resucitado, habiendo vencido a la muerte. Los demás son un puñado más de polvo que hay dentro de la Tierra.
    Al resucitar con tu cuerpo humano nos has confirmado que nosotros, de manera semejante y a su tiempo, resucitaremos contigo para vivir eternamente contigo felices en el cielo. Así como creo en tu resurrección, creo también en la mía.

    6. Jesucristo, creo que estás sentado a la derecha del Padre.

    Es decir, tu Humanidad ha sido glorificada y está junto a Dios. Eres un Dios Hombre para siempre con una humanidad glorificada y, como eres hombre, nos has elevado hasta el trono de Dios, buscando hacernos semejantes a Ti.
    Todo lo ha puesto Dios bajo tus pies. Eres el rey del universo no sólo como Dios sino también como hombre. Pero al mismo tiempo has elevado a la naturaleza humana hasta el trono de Dios, la has divinizado.
    Tu amor va mucho más allá de lo que pidiéramos imaginar o anhelar. La frase "seréis como dioses" se realizará. San Juan lo confirma: "Seremos semejantes a Él porque lo verismos al cual es." ¿Qué mas podías hacer por nosotros, por mí?
    Por eso, el no corresponder a tanto amor, el dar la espalda a semejante bondad representa una ingratitud tan grande como el universo. Aún desconozco la altura, la anchura y la profundidad de semejante amor. Si yo conociera, si yo creyera en semejante amor...

    Autor: P Mariano de Blas LC

    jueves, 17 de octubre de 2013

    Milagro Eucarístico de Roma, Italia 596




    Cierta matrona romana, señora principal, solía enviar al bienaventurado San Gregorio las hostias que ella misma hacía para el santo sacrificio de la Misa, mostrándose en esta obra muy solícita y cuidadosa.

    Al maligno espíritu, capital enemigo de todo lo bueno, que según la expresión del Apóstol San Pedro anda alrededor de nosotros como león rugiente aguardando el momento de la presa, le pareció excelente ocasión para turbar a la señora primero con tentaciones de vanagloria, luego con impertinentes dudas acerca de la fe en el augusto Sacramento, y finalmente haciendo que sin dejar las prácticas piadosas cayera en manifiesta incredulidad.

    En efecto: aconteció un día estando arrodillada esta señora en el altar para recibir la Comunión de manos de San Gregorio, en el momento solemne en que el Santo Pontífice iba a darle la Sagrada Hostia diciendo aquellas palabras que usa la Iglesia: Corpus Dómini nostri JesuChristi custodian ánimam tuam, se pone a reír la referida señora como si hubiese perdido la fe y la devoción.

    Al advertir el Santo retiró al punto la mano y puso sobre el ara del altar la Forma consagrada. Acabada la Misa pregunto el pontífice delante de todo el pueblo a la señora la causa de su risa en aquella ocasión tan impropia. Sorprendida por tal pregunta, no se atrevía al principio a declarar el motivo, más después, dijo: “Me río de que digas que ese pan que yo he amasado sea el Cuerpo de Cristo”.

    Admirado de la respuesta San Gregorio no contesto palabra, pero se puso al instante con todo el pueblo a orar al Señor para que alumbrara con su divina luz a aquella mujer incrédula.

    Apenas acabaron su fervorosa oración sucedió un maravilla, y fue que la Hostia sacrosanta se dejó ver en carne humana, y en esta forma, presente el pueblo allí congregado, la mostró también el Santo Pontífice a la señora, cuyo prodigio la redujo, al punto, a la fe de este misterio y confirmo en ella a todos los circunstantes.

    En presencia de tan gran portento determinaron seguir orando, lo que se hizo con extraordinario recogimiento y fervor, hasta que se vio como aquella carne se reducía a la forma de hostia que antes tenía, y tomándola el Santo Pontífice en sus manos la dio en comunión a la señora; glorificando todos al Supremo Hacedor que se dignó obrar tales maravillas para que un alma recuperase la fe en el augusto Sacramento.

    San Gregorio murió en el año 604, y la Iglesia honra la memoria de tan gran Pontífice el 12 de mayo. (Pablo y Juan, diáconos, Vida de San Gregorio Magno, lib, 2 cap 21).

    Adaptado de: Evangelio del Día 2013-08-08 (www.evangeliodeldia.org)

    Su nombre: María

    Su nombre: María
    Su nombre: María
    María, cuyo Nombre cantan los cielos y la tierra, ¡bendita seas!...
    ¡Bendito sea el Nombre de María, Virgen y Madre!...

    ¿Por qué tributamos alabanzas tan especiales al Nombre de María? ¿Por qué el Nombre de María nos dice tanto? ¿Por qué repetimos sin más, sola ella, la palabra ¡MARIA!...
    Hemos oído tantas veces el Evangelio de la Anunciación en las Misas de la Virgen, que nos sabemos más que de memoria estas palabras: Y la Virgen se llamaba María.

    El nombre de MARIA, junto con el Nombre adorable de Jesús, es lo más entrañable que tenemos metido en nuestras almas. ¿Será preciso desatarnos ahora en alabanzas al Nombre de María?
    Porque podríamos hacerlo con el romanticismo cariñoso de años atrás, cuando tenía éxito seguro el canto con una letra como ésta:
    Es más dulce tu nombre, María, que el arrullo de tierna paloma, es más suave que el plácido aroma que en su cáliz encierra la flor...

    Y muchos cantos por el estilo, hoy pasados totalmente de moda, y que casi nos excitan un poquito la hilaridad y nos arrancan una sonrisa compasiva con los soñadores de años atrás...

    Nosotros, sin dejar los encantos de una piedad mariana así de soñadora y tierna, lo miramos desde otra perspectiva, y nos preguntamos: ¿Qué significa para María su nombre? ¿Qué significa, sobre todo, para nosotros?..

    Dejemos a los estudiosos de la Biblia que se entretengan desentrañando las raíces de un nombre tan hermoso. María, como ya se llamó la hermana de Moisés, era un nombre muy común de mujer en Israel cuando los tiempos de Jesús. Y nos dicen los filólogos que puede significar hermosa, señora, princesa, excelsa, encumbrada, y no sé cuántas cosas más, a cada cual más bella y sugerente...

    A poco que leamos la Biblia, sabemos que cuando Dios elegía a uno para una misión especial, Dios le escogía el nombre o le cambiaba el que ya tenía. Valga por todos los casos el de Simón. Jesús lo mira de hito en hito, y le dice:

    Tú te llamas Simón. En adelante te llamarás Pedro, piedra, roca, porque sobre esta roca yo edificaré mi Iglesia.

    María venía al mundo con la misión más alta, como era el ser La Madre de Dios, y, sin embargo, ni escoge ni le cambia el nombre. Se llamará, simplemente, MARIA, el nombre que le pusieron sus padres.

    Ni tan siquiera ha triunfado el nombre aunque haya triunfado la realidad con que le llamó el Angel: La Agraciada, La Llena de Gracia, la colmada con todos los dones y gracias de Dios...

    ¿Pero, qué ha hecho la piedad cristiana? Le ha dado tantos nombres a la Virgen, que ya no sabemos ni con cuál llamarla.

    Y la llamamos con el nombre de los misterios de su vida: Inmaculada, Concepción, Natividad, Purificación, Presentación, Anunciación, Encarnación, Soledad, Dolores, Asunción...

    Y la llamamos con el nombe de sus advocaciones: Carmen, Mercedes, Rosario, Socorro, Patrocinio, Auxiliadora, Con-suelo...

    Y la llamamos con el nombre de sus santuarios y apariciones: Loreto, Lourdes, Fátima, Pilar, Guadalupe, Montserrat, Luján, Aparecida, Begoña, Nuria...

    Y sigamos y sigamos contando, porque la llamamos también con nombres locales nuestros, tan queridos: Marielos, Suyapa, María Paz...Y cada una de nuestras Repúblicas nos dictaría una lista bien interesante.

    Todos ellos son el mismo Nombre de María, pero desdoblado, como la luz en el prisma, tal como lo siente y vive nuestra devoción a la Madre de Dios y Madre nuestra.

    Más importante es, sin embargo, la invocación constante que hacemos del Nombre de María.

    Las veces que la llamamos con gritos del corazón.
    Las veces que nos dirigimos a Ella, diciéndole sólo ¡MARIA! Que unas veces es un grito de júbilo. O un grito de amor. O un grito de auxilio.

    Porque ¡María! es un grito que se acomoda a todos los sentimientos de nuestro corazón y a todas las situaciones de nuestra vida.
    ¿Cómo responde María a nuestro saludo, cuando pronunciamos su Nombre? Nadie nos lo ha dicho, pero no necesitamos mucha imaginación para suponerlo... ¡Con qué ojos y con qué sonrisa que nos debe mirar! ¡Con qué cariño que se debe volcar sobre nosotros!...

    Como lo hiciera un día con San Bernardo, el monje que pasa como el mayor devoto de María. Cuando caminaba por los claustros de su monasterio, al pasar delante de una imagen de la Virgen le inclinaba la cabeza y la saludaba: ¡Salve, María!. Y así siempre. Hasta que un día ve cómo la imagen se anima, y responde muy educada al saludo: ¡Salve, Bernardo!...

    Valdría la pena seguir, ¿verdad?... Pues, aquí nos vamos a quedar hoy. Dándole a Ella el gusto de recordarle su Nombre: y el nombre de la Virgen era María.
    Aquí nos quedamos, saboreando la miel que destila en nuestra boca el dulce Nombre de María. Y afinamos el oído, a ver si oímos su respuesta, y nos contesta también: ¡Salve, Chelita! ¡Salve, Javier! ¡Salve, Manolo! ¡Salve, Lineth!....

    Autor: Pedro García, Misionero Claretiano

    viernes, 11 de octubre de 2013

    El arte de amar a los enemigos

    El arte de amar a los enemigos
    El arte de amar a los enemigos
    (Fragmento Homilía Papa Francisco de la misa celebrada el martes 18 de junio, por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.)


    Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen y nos hacen sufrir es difícil; ni siquiera es un "buen negocio", porque nos empobrece. Sin embargo este es el camino indicado y recorrido por Jesús para nuestra salvación.

    ¿Cómo es posible perdonar?: También nosotros, todos nosotros, tenemos enemigos, todos. Algunos enemigos débiles, algunos fuertes. También nosotros muchas veces nos convertimos en enemigos de otros; no les queremos. Jesús nos dice que debemos amar a los enemigos.

    No se trata de una tarea fácil y generalmente, pensamos que Jesús nos pide demasiado. Pensamos: "Dejemos estas cosas a las monjas de clausura que son santas o a alguna otra alma santa". No es la actitud justa. «Jesús dice que se debe hacer esto porque sino sois como los publicanos, como los paganos, y no sois cristianos».

    ¿Cómo se puede amar «a quienes toman la decisión de bombardear o matar a tantas personas? ¿Cómo se puede amar a aquellos que por amor al dinero no permiten que las medicinas lleguen a quien la necesita, a los ancianos, y les dejan morir?». Aún más: «¿Cómo se puede amar a las personas que buscan sólo su interés, su poder y hacen tanto mal?».

    No sé «cómo se puede hacer. Pero Jesús nos dice dos cosas: primero, mirar al Padre. Nuestro Padre es Dios: hace salir el sol sobre malos y buenos; hace llover sobre justos e injustos. Nuestro Padre, por la mañana, no dice al sol: "Hoy ilumina a estos y a estos; a estos no, déjales en sombra". Dice: "Ilumina a todos". Su amor es para todos, su amor es un don para todos, buenos y malos. Y Jesús concluye con este consejo: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial".

    Por lo tanto, la indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en la perfección del amor. Él perdona a sus enemigos. Hace todo por perdonarles. Pensemos en la ternura con la que Jesús recibe a Judas en el huerto de los Olivos, cuando entre los discípulos se pensaba en la venganza.

    La venganza, es ese plato tan rico cuando se come frío; y por ello esperamos el momento preciso para realizarla. «Pero esto no es cristiano. Jesús nos pide amar a los enemigos. ¿Cómo se puede hacer? Jesús nos dice: rezad, rezad por vuestros enemigos. La oración hace milagros; y esto vale no sólo cuando tenemos enemigos; sino también cuando percibimos alguna antipatía, «alguna pequeña enemistad». Entonces es necesario rezar, porque «es como si el Señor viniera con el óleo y preparara nuestro corazón para la paz».

    Pero «ahora desearía dejaros una pregunta, a la cual cada uno puede responder en su corazón: ¿rezo por mis enemigos? ¿Rezo por quienes no me quieren? Si decimos que sí, yo os digo: ¡adelante!, reza más, porque éste es un buen camino. Si la respuesta es no, el Señor dice: ¡pobrecillo! También tú eres enemigo de los demás. Entonces es necesario rezar para que el Señor cambie su corazón».

    Debemos mirar más el ejemplo de Jesús: «Conocéis, en efecto, la gracia de la que habla hoy el apóstol Pablo: de rico que era, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros llegarais a ser ricos por medio de su pobreza. Es verdad: el amor a los enemigos nos empobrece, nos hace pobres, como Jesús, quien, cuando vino, se abajó hasta hacerse pobre. Tal vez no es un "buen negocio" o al menos no lo es según la lógica del mundo. Sin embargo «es el camino que recorrió Dios, el camino que recorrió Jesús» hasta conquistarnos la gracia que nos ha hecho ricos.

    Este es el misterio de la salvación: con el perdón, con el amor hacia el enemigo nos hacemos más pobres. Pero esa pobreza es semilla fecunda para los demás, como la pobreza de Jesús llegó a ser gracia y salvación para todos nosotros.

    Pensemos en nuestros enemigos, en quien no nos quiere. Sería hermoso si ofreciéramos la misa por ellos, si ofreciéramos el sacrificio de Jesús por quienes no nos aman. Y también por nosotros, para que el Señor nos enseñe esta sabiduría: tan difícil pero también tan bella, y que nos hace semejantes a su Hijo, quien al abajarse se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.

    Autor: SS Francisco

    Dios camina con nosotros

    Dios camina con nosotros
    Dios camina con nosotros



    "Vamos alegres a la casa del Señor",

    El sacramento no es un rito mágico, sino el encuentro con Jesús que nos espera. Jesús nos espera siempre, esta es la humildad de Dios.

    En la historia del Pueblo de Dios, hay "buenos momentos que dan alegría", y también momentos malos "de dolor, de martirio, de pecado"

    Y sea en los momentos malos, como en los buenos tiempos, una cosa es siempre la misma: ¡el Señor está allí, nunca abandona a su pueblo! Porque el Señor, aquel día del pecado, del primer pecado, ha tomado una decisión, hizo una elección: hacer historia con su pueblo. Y Dios, que no tiene historia, porque es eterno, ha querido hacer historia, caminar cerca de su pueblo. Pero más aún: convertirse en uno de nosotros, y como uno de nosotros, caminar con nosotros, en Jesús. Y esto nos habla de la humildad de Dios.

    He aquí, pues, que la grandeza de Dios, es su humildad: Ha querido caminar con su pueblo. Y cuando su pueblo se alejaba de Él por el pecado, con la idolatría", Él estaba allí" esperando. Y también Jesús, viene con esta actitud de humildad. Él quiere caminar con el pueblo de Dios, caminar con los pecadores; incluso caminar con los soberbios. El Señor, dijo, ha hecho mucho para ayudar a estos corazones soberbios de los fariseos.

    Dios siempre está listo.

    Dios está a nuestro lado.

    Dios camina con nosotros, es humilde, siempre nos espera. Jesús siempre nos espera. Esta es la humildad de Dios. Y la Iglesia canta con alegría esta humildad de Dios que nos acompaña, como lo hacemos con el Salmo: Vamos alegres a la casa del Señor

    Vamos con alegría porque Él nos acompaña, Él está con nosotros. Y el Señor Jesús, incluso en nuestra vida personal nos acompaña: con los sacramentos. El sacramento no es un ritual de magia: se trata de un encuentro con Jesucristo, nos encontramos con el Señor. Es Él quien está al lado de nosotros y nos acompaña".

    Jesús se hace "compañero de camino". También el Espíritu Santo, nos acompaña y nos enseña todo lo que no sabemos, en el corazón y nos recuerda todo lo que Jesús nos enseñó. Y así nos hace sentir la belleza del buen camino.

    Y esto la Iglesia Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, son compañeros de camino, hacen la historia con nosotros.
    lo celebra con gran alegría, incluso en la Eucaristía, donde se canta el amor tan grande de Dios que ha querido ser humilde, que ha querido ser compañero de viaje de todos nosotros, que ha querido también Él hacerse historia con nosotros.

    Y si Él entró en nuestra Historia, entremos también nosotros un poco en la historia de Dios, o por lo menos pidámosle la gracia de dejar escribir nuestra historia por Él: que Él escriba nuestra historia. Es algo seguro.
    Autor: SS Francisco