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| ¿Sirve predicar el 
Evangelio? |  
 
Es duro predicar en el desierto. No 
en el desierto físico, con sol y dunas, sino en el desierto de la indiferencia, 
de la soberbia, de la autocomplacencia, de la avaricia, de las vidas lejos de 
Dios.
  Es duro predicar en el desierto... Pero el mensajero ha sido 
enviado para eso: para dar una señal de alerta, para remover conciencias, para 
compartir un regalo que permita al menos que alguno escuche, recapacite y se 
convierta.
  En el Antiguo Testamento leemos estas palabras de aviso al 
profeta Jeremías: "Les dirás, pues, todas estas palabras, mas no te escucharán. 
Les llamarás y no te responderán. Entonces les dirás: Esta es la nación que no 
ha escuchado la voz de Yahveh su Dios, ni ha querido aprender. Ha perecido la 
lealtad, ha desaparecido de su boca" (Jr 7,27-28).
  El mismo Cristo quedó 
sorprendido ante la dureza de corazón y la falta de fe en muchos de sus oyentes. 
"Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa 
carece de prestigio». Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos 
pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos. Y se maravilló de su 
falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando" (Mc 6,4-6).
  A 
pesar de todo, el mensajero sabe que debe cumplir su misión. Como Pedro, como 
Pablo, como los primeros apóstoles, como los miles y miles obispos, sacerdotes y 
misioneros de todos los tiempos, la voz ha sonado en ambientes duros, ante 
corazones asfixiados por la autosuficiencia, en medio de sociedades esclavas de 
la idolatría o cegadas por filosofías falsas.
  Sin embargo, algunos ven 
inútil todo esfuerzo, o tienen miedo, y prefieren callar. Para ellos conservan 
todo su valor las palabras de san Gregorio Magno: "Porque, con frecuencia, 
acontece que hay algunos prelados poco prudentes, que no se atreven a hablar con 
libertad por miedo de perder la estima de sus súbditos; con ello, como lo dice 
la Verdad, no cuidan a su grey con el interés de un verdadero pastor, sino a la 
manera de un mercenario, pues callar y disimular los defectos es lo mismo que 
huir cuando se acerca el lobo. Por eso, el Señor reprende a estos prelados, 
llamándoles, por boca del profeta: Perros mudos, incapaces de ladrar" (Regla 
Pastoral, 2,4).
  Ningún enviado puede dejarse llevar por el miedo, ni 
detenerse ante la pregunta: ¿para qué voy a hablar si nadie hará caso? Al 
contrario, nuestros corazones están llamados a un amor más grande y generoso, 
que nos lance a predicar en todo momento.
  Es cierto que san Pablo 
advertía de los peligros de la indiferencia y del cierre de los corazones, pero 
no por ello dejaba de invitar al anuncio: "Proclama la Palabra, insiste a tiempo 
y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque 
vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, 
arrastrados por su propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el 
prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las 
fábulas." (2Tm 4,2-4).
  Son tiempos duros (¿ha habido algún tiempo fácil 
en el pasado?), pero Cristo envía y da fuerzas. Nos toca, llenos de confianza en 
la gracia de Dios, lanzar la semilla de la Palabra.
  Cada corazón que 
recibe el Evangelio y reconoce con la fe que Cristo es el único Salvador, llena 
de alegría a quien puso sus labios, su mente y su vida entera al servicio del 
anuncio más importante: ya llega el Reino de Dios (cf. Mc 1,15; Mt 12,28; Lc 
10,9-11; Lc 17,21).
 
  
Preguntas o comentarios al autor
 P. Fernando Pascual 
LC
  
 
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