miércoles, 27 de agosto de 2014

María y la tentación en el desierto

María y la tentación en el desierto

Madre, hoy siento que mi alma está tan desierta como esta hoja de papel que tengo frente a mí. Trato de escribir una meditación sobre el desierto... Intentando sacar una enseñanza de las tentaciones de Jesús luego de su Bautismo (Mt 4,1-11).
Me llego hasta tu Inmaculado Corazón buscando una respuesta, un camino... Que difícil, Madre, resulta para mi alma hallar caminos en medio del desierto. Ese paisaje monótono y desolado, a veces insípido y otras...otras amargo.

Lo único más cierto y cercano en esta desolación del alma es Tu Corazón... y en Él me refugio, para que el cegador viento de mi desierto no me haga perder el rumbo.
Así me voy, de Tu Mano, al día en que Jesús "fue conducido al desierto por el Espíritu"... y me quedo, esperando tus palabras, tu mirada… tu abrazo...

- Hija mía -susurras en silencio, porque hasta del silencio te sirves para guiarme- lee con atención, medita cada palabra de este pasaje: "Jesús fue conducido" No fue por Él mismo ni se encontró de pronto y por azar en el desierto, sino que "fue conducido" ¿comprendes? ¿puedes ver camino y respuesta en estas palabras?

Con gran pena en el alma te respondo:

- Pues... en verdad, no. ¡Ay perdóname Madre! Tú eres muy clara en explicar, pero yo ¡soy tan lenta en entender!
Tu infinita paciencia no se inmuta sino que, generosa, se despliega ante mí para mostrarme exquisitos tesoros.

-Hija, el Espíritu Santo condujo a Jesús al desierto, pero no lo dejo allí tirado y solo. Le condujo y le acompañó, era uno con Él, aunque distinto. De semejante modo actúa el Espíritu contigo. Te conduce al desierto… Al verte tú en tan desolado sitio no has de pensar que eres olvidada de Dios ¡Nada más lejos de eso! El desierto del alma, luego del fervor de la devoción, es prueba segura de que eres conducida por el Espíritu. Jesús, luego de ser bautizado oyó la voz de su Padre que, desde el cielo, decía: "Éste es mi Hijo, el Amado, en quien me complazco"... Aquí ves un gozo perfecto del alma seguido por el desierto... y el desierto es puerta, es comienzo, es prueba… Jesús no fue dejado solo, aunque estuvo solo. No fue dejado sin armas porque habría de enfrentar una batalla, no fue dejado sin fuerzas, aunque el hambre se le abalanzó luego de un largo ayuno...
- Oh Madre! Cuánta Sabiduría hay en tus palabras, cuánto me enseñas sobre este tiempo de Jesús en la Tierra… más… aún no comprendo en que se asemeja el desierto de Jesús a mi desierto, a esta sequedad profunda del alma, que no sacia su sed por más que beba, que no haya consuelos ni caminos.
Me abrazas un rato, me calmas... casi que me acunas el alma... y dices:

- Tu alma ha recorrido un largo camino. Tiempos de gozo profundo y alegría perfecta en el corazón de Cristo. Tiempos, luego, de dolor, de soledad, de angustia. Aún durante ese tiempo has tenido serenas alegrías en el alma que mitigaban el dolor y te fortalecían para enfrentarlo. Ahora la intensidad del dolor ha cesado y también siente tu alma que han cesado los consuelos. Aunque agradecida por los bálsamos que aliviaron el dolor, te sientes como perdida por la profundidad del silencio... por la sequedad interior que te asombra y te desarma. Esto, hija, es el desierto al que te ha traído el Espíritu.

¿Y para qué?- te pregunto con las pocas fuerzas que quedan después del largo ayuno del alma.

- Buena pregunta. No es "porqué" sino "para qué". Para que aprendas que, frente a las diversas tentaciones que sufre el alma, porque es en el desierto donde es más tentada, debes imitar a Jesús. Pues es en Su imitación donde hallas el camino hacia la santidad, la cual, es tu verdadero destino. Imitar a Jesús en el desierto es aprender y conocer su enseñanza, su consejo, su vida. Allí encontrarás todas y cada una de las armas que has de emplear para salir victoriosa de cada tentación. Por ello, hija, no ha de entristecerse ni desanimarse tu alma frente a las tentaciones. Nada de eso, sino que ha de recurrir prestamente a la oración. No ha de importarte, hija, si hallas o no consuelo y gusto en ella. La oración es, para tu alma, lo que para el guerrero su armadura. Cimentada tu alma en la oración y alimentada por los Santos Sacramentos, Confesión y Eucaristía, sentirás como, lentamente, vas hallando caminos para alejarte de la tentación… o fuerzas para resistirla sin entrar en diálogo con ella… sentirás que no luchas sola la batalla, sino que Alguien superior a ti potencia las armas y te las alcanza, una a una, a su tiempo...

Recuesto mi cabeza en tu pecho y me abrazas, con ese abrazo maternal que tanto alivia el alma, ese abrazo que está al alcance de cada hijo tuyo, porque nadie se siente huérfano luego de saber que te tiene como Madre...

Continúas...

- Mi querida, como te decía, el desierto no es abandono de Dios para contigo… es purificación del alma. Nunca estarás sola en este trance difícil, siempre estaré contigo. Aunque no lo percibas, aunque creas que me he alejado, aunque mi voz no te llegue por el fuerte silbido de los vientos que agitan tu alma. Que mi Corazón sea tu refugio, hijita. Que en Mi Corazón halles la calma y la serenidad que el mundo o las circunstancias no pueden darte. Te ofrezco mi Inmaculado Corazón como perfecto refugio, donde hallaras abrigo y alimento... desde donde podrás ver los caminos que tu alma necesita. Te ofrezco mi Corazón, hija, hasta que pase el temporal. Aunque afuera arrecie el viento, si te refugias en Mi Corazón podrás soportarlo. Quédate en él, mi querida hija, quédate en él todo el tiempo. Tu alma escuchará, entonces, como en Cana de Galilea: "Haz todo lo que Él te diga". Al final de tu camino, si permaneces en mi Corazón, hallarás esa puertecita por la que entrar al más preciado vergel, al paraíso desde el cual todo desierto te resultará lejano... Hallarás, desde Mi Corazón, el Corazón de Cristo...

En el silencioso amanecer de este día, siento una serena alegría... el sencillo gozo que siente el alma que se encuentra contigo. Con una paz profunda, una paz que parecía tan lejana, te susurro:

- Gracias, Mamita, gracias... por no dejarme sola en ningún desierto, en ningún tiempo, en ningún dolor, gracias...

Y vuelvo a repetirte la jaculatoria de mi Instituto:
"Madre, en Tu Corazón, nuestros corazones, todo lo que estamos haciendo y nos pasa"


Hermana mía, hermano mío que quizás, estás caminando, como yo, por el desierto... no olvides que, aunque arrecie la tempestad, siempre tienes a mano el más seguro de los refugios: El Corazón de Tu Madre.

  • Preguntas o comentarios al autor
  • María Susana Ratero.



    NOTA de la autora: "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón por el amor que siento por Ella."


  • Algo para todos los días: el rosario

    Algo para todos los días: el rosario
    Estamos acostumbrados a ver rosarios colgados en el retrovisor de cada taxi o camión, también es como una moda usarlo en el cuello o bien cargarlo como una pulsera cualquiera. Para muchas personas el rosario es un simple adorno que "se ve bien".

    Un santo sacerdote decía: "un buen cristiano va siempre armado de su rosario". No se trata simplemente de llevarlo para que se vea, sino de usarlo.

    Lo que nos mueve a rezarlo es el ejemplo, creo que todos hemos visto la devoción de alguna persona cuando reza el rosario. Yo pienso en mi papá, siempre que entraba a su cuarto, estaba haciendo ejercicio con el rosario entre las manos. También he visto a miles de personas rezar el rosario, viviendo con mucha devoción y silencio interior. Porque el rosario es ante todo una oración contemplativa y no puede vivirse si falta el silencio interior.

    El rosario es y ha sido durante años la oración que la Iglesia dirige a María. No se trata de repetir lo mismo, al decir las Ave Maria nos dejamos guiar por las manos de la Virgen, meditando los misterios alegres, luminosos, dolorosos y gloriosos.

    El Rosario está todo entretejido de la vida de Cristo. Primero se enuncia el misterio, sigue la oración que Él enseñó a sus discípulos, la primera parte del Avemaría, recuerdan las primeras palabras del ángel a María, "la llena de gracia". La segunda parte del Avemaría es como la respuesta de los hijos que, dirigiéndose suplicantes a la Madre, le piden con insistencia "ruega por nosotros los pecadores".

    Octubre es el mes de María, mes que podemos dedicar a recorrer con María los misterios de la vida de su Hijo. Es sobre todo un tiempo para contagiar a los demás de está oración, como decía el Papa: "para ser apóstoles del Rosario es necesario tener experiencia en primera persona de la belleza y profundidad de esta oración, sencilla y accesible a todos".

    Este mes traerá muchos acontecimientos importantes, también celebraremos la memoria del beato Juan Pablo II, un Papa totalmente consagrado a Jesús por medio de María, como lo manifestaba claramente su lema: «Totus tuus». Fue elegido en el mes del Rosario, y el Rosario, que con frecuencia llevaba entre sus manos, se convirtió en su oración predilecta. Ojalá podamos nosotros también llevar con frecuencia en nuestras manos el rosario y dejar que Ella nos conceda decisión y alegría, para "hacer del Rosario nuestra oración de todos los días".
    Autor: Mariano Hernández



     

    viernes, 22 de agosto de 2014

    El perdón y la deuda del amor


    Solemos considerar el perdón como un deber cristiano, basado en el perdón que recibimos de Dios. Pensamos también que, mientras que al Dios todopoderoso el perdón debe resultarle fácil, a nosotros, al menos a veces, nos resulta extraordinariamente difícil, si no imposible. En este modo de pensar el perdón (fácil) de Dios se da casi por descontado, con sólo cumplir ciertas condiciones; mientras que el perdonar nosotros se nos antoja un deber cuesta arriba, de difícl cumplimiento. El hecho de que los sentimientos negativos que acompañan a la ofensa recibida no desaparezcan enseguida, sino que tengan una cierta inercia temporal, aunque exista la voluntad de perdón, hace que muchos digan: “yo quisiera perdonar, pero no puedo”.
    La Palabra hoy pone de relieve el perdón, pero no desde nuestra perspectiva (el perdón “a los que nos ofenden”, como decimos en el Padrenuestro), sino desde la perspectiva de Dios. Y es que, realmente, sin tener en cuenta ese perdón de Dios hacia nosotros, considerado detenidamente, es imposible entender el perdón a los que nos han ofendido. Y la consideración de este perdón de Dios, a la luz de la Palabra que nos ilumina hoy, nos ayuda a deshacer algún equívoco en la comprensión y en la experiencia de este don extraordinario.
    El perdón es una posibilidad nueva, pues no se cuenta entre las variables normalmente consideradas en situación de conflicto. La ofensa, el daño, la injusticia “claman al cielo” pidiendo reparación y venganza. Existe una dinámica perversa que multiplica los efectos de esa negatividad, hasta hacer de ella una fuerza destructiva no sólo del ofensor, sino también del ofendido, pues en esta dinámica se alcanza con facilidad un punto álgido en el que ya no es posible discernir al ofensor del ofendido. El mal llama al mal, la violencia a la violencia, la ofensa a la respuesta adecuada, y, de este modo, todos acaban resultando ofensores y ofendidos. Sólo el perdón es capaz de romper esta dinámica diabólica y destructiva. Pero, ¿de dónde recabar la fuerza para detener esa tempestad de malos sentimientos?
    En el Antiguo Testamento el perdón de Dios como reacción a los pecados del pueblo aparece siempre como por sorpresa, como una decisión casi ilógica ante una situación que pide castigo y destrucción. El perdón resulta ser una posibilidad “nueva”, inesperada, con la novedad del que “en el principio creó los cielos y la tierra” (Gen 1,1), del que hace nuevas todas las cosas (cf. Ap 21, 5). El perdón es una manifestación del poder creador de Dios, capaz de sacar toda la riqueza del ser de la nada, y de recrear la bondad de lo creado, cuando en ella comparece el misterio del mal que es el pecado. Si el perdón es un poder creador y recreador, sólo se puede entender de verdad como algo en último término procedente de Dios.
    El primer rasgo que descubrimos en este poder divino es su carácter gratuito y sin condiciones, en paralelo a la gratuidad de la creación de la nada. No es cierto que el perdón sea algo que Dios concede “a condición” de que se cumplan ciertos requisitos. En el texto del libro de Samuel, el profeta Natán acusa abiertamente a David de su terrible pecado, y éste reacciona reconociéndolo. Pero no es el reconocimiento la causa del perdón. El profeta no le dice al arrepentido David, “ya que has reconocido tu pecado, el Señor te perdona”, sino “el Señor yaha perdonado tu pecado”. El “he pecado contra el Señor” no es condición del perdón sino sólo la expresión de su acogida. Así como el pecado sólo es posible donde hay libertad, el perdón incondicional de Dios puede ser libremente acogido o rechazado por el hombre.
    Al reconocer el propio pecado nos abrimos al poder del perdón ya otorgado, que nos sana y recrea. No es ése un reconocimiento fácil. Mirarse con realismo, y nombrar las propias sombras, los defectos, las malas ideas, intenciones y acciones requiere mucho valor. Y más aún si alguien, ejerciendo de profeta, nos denuncia. Ahí lo fácil es mirar para otro lado, o responder buscando excusas, o acusando a otros, a la sociedad, al inconsciente o al mismo profeta (“¿quién se habrá creído éste?”, solemos decir). De todos es sabido que el alcohólico y el drogadicto no ingresan en el camino de la rehabilitación hasta que no se dicen a sí mismos “soy un alcohólico, un drogadicto”. Lo mismo ocurre con los demás pecados. Y el pecado existe. Es inútil que pretendamos escabullirnos, declarando su inexistencia, como si fuera verdad ese subjetivismo barato que pretende que “cada uno hace lo que a él le parece bien”. Cuando la verdad es que a diario hacemos con los ojos abiertos lo que a nosotros mismos nos parece mal. Para comprobar la estafa de ese burdo subjetivismo (que nos predican machaconamente algunos periodistas, políticos y hasta pedagogos) basta con ver cómo esos mismos predicadores y todos nosotros estamos prontos a acusar a los demás de los más variados pecados (aunque evitando cuidadosamente esa molesta palabra) personales, sociales o económicos. Tal vez nunca antes en la historia se hizo una profesión tan amplia de tolerancia moral, al tiempo que se van multiplicando las actitudes de “tolerancia cero” hacia ciertos comportamientos, tratando de corregir los efectos perversos de esta cultura sin pecado.
    Si, pues, reconocemos con más o menos eufemismos, la realidad del mal y del pecado, ¿no deberíamos estar dispuestos a reconocerlo en nosotros mismos, con el coraje de confesar que no somos perfectos ni del todo buenos? Porque cuando lo hacemos así, sobre todo cuando acudimos al sacramento de la reconciliación, estamos abriéndonos a esa posibilidad sorpresiva, gratuita, inmerecida, pero recreadora y nueva que es el perdón.
    Posiblemente no haya peor pecado que el declararse libre de ellos, al tiempo que se acusa sin misericordia a los demás. Es el caso del anfitrión de Jesús, el fariseo Simón. El que incluso se indique su nombre habla de una cierta familiaridad con Jesús, del que se sentía discípulo ya que lo reconocía como Maestro. Pero Simón es de esos discípulos asentados en la seguridad de ser “buena persona”, gente de principios y, por tanto, muy dado a marcar distancias con los pecadores “oficiales”, como “esa” mujer. La cuestión es que, grandes o pequeños, socialmente visibles o celosamente encubiertos por nuestro estatus social, cada uno ha de reconocer ante Dios sus propios pecados, sus debilidades, su imperfección y, en el fondo, la necesidad que tiene de la misericordia y el amor del Dios, que nos ha creado sin nosotros, y el único que nos puede salvar, pero no sin nosotros, como recuerda san Agustín. Nuestro discipulado y nuestra amistad con Jesús pueden reducirse a un trato correcto y formal, pero en el que nuestro corazón permanece cerrado. Abrimos las puertas de nuestra casa a Jesús, pero no le permitimos que entre de verdad en nuestra vida, no nos consideramos necesitados de salvación, tal vez porque consideramos que la tenemos garantizada como un derecho, ya que somos tan buenas personas.
    Todo lo contrario sucede con la pecadora pública de aquella ciudad. En sus muestras de arrepentimiento se expresan todos los gestos de bienvenida propios de la cultura oriental: el agua para lavar los pies del polvo del camino, el beso de acogida, el perfume en la cabeza. Jesús le recuerda al fariseo Simón quién lo ha acogido de corazón y no sólo de modo formal.
    En el tenor del texto se puede dar el malentendido de pensar que la mujer obtiene el perdónporque muestra mucho amor. Esto estaría en contradicción con lo dicho sobre David, pero también en la pequeña parábola con la que Jesús corrige a Simón: muestra más amor el deudor al que más se le ha perdonado. No es que la mujer obtenga el perdón a causa del mucho amor que muestra, sino que, por el contrario, muestra mucho amor porque se le ha perdonado mucho. El perdón incondicional ya otorgado entra en nosotros sanándonos si lo aceptamos y nos abrimos a él; y la sanación se expresa en la gratitud y el amor. El perdón de los grandes pecados y de los aparentemente pequeños nos da un corazón nuevo. Sólo cuando hemos experimentado la gratuidad de un amor que nos perdona y regenera podemos estar en disposición de perdonar nosotros: “perdona nuestras ofensas para que podamos perdonar a los que nos han ofendido”, así se puede entender la petición del Padrenuestro.
    ¿Es verdad que, mientras que a nosotros el perdón nos cuesta lágrimas y sangre, a Dios le resulta muy fácil? Podemos tratar de entenderlo atendiendo a lo que Él nos ha revelado de sí mismo. Y, según esa revelación, sabemos que el perdón de Dios es un don gratuito, pero no “barato”. Como dijo el teólogo luterano Bonhoeffer, existe un “precio de la gracia”. La gracia (que incluye el perdón) es eso, gracia, don; pero no banal ni barata: “habéis sido adquiridos a gran pre­cio” (1 Cor 6, 20), y lo que le ha costado caro a Dios no debe resultarnos barato a nosotros.
    De este alto precio nos habla hoy Pablo, con un exquisito sentido personal que cada uno puede aplicarse a sí mismo: “me amó hasta entregarse por mí”. La muerte de Cristo es el precio que Dios ha pagado por nuestra reconciliación. Si en ocasiones perdonar nos cuesta lágrimas y hasta sangre, pensemos que el perdón que recibimos de Dios gratuitamente no es una mercancía barata, que se puede dar por descontada. Es gratis, sí, pero es cara. “Caro” es lo que cuesta mucho, pero también lo que es muy querido, lo que más valor tiene. Si Dios ha entregado por nosotros lo más querido (a su propio Hijo), podemos entender hasta qué punto le somos caros, hasta qué punto nos ama. El amor que Dios nos tiene, que se traduce en su voluntad de perdón, es lo más valioso que hay en nuestra vida, nuestra posibilidad más alta, lo que nos ayuda a ser nosotros mismos, rehabilitando nuestra dignidad dañada por el pecado. Dios ha pagado un alto precio para hacernos este regalo. ¿No habremos nosotros de responderle abriéndole de par en par las puertas de nuestra casa, con un corazón agradecido, que muestra mucho amor y derrama gratuitamente sobre los demás, como un perfume de suave olor, lo que ha recibido gratis?
     
    José María Vegas
     

    La Mirada De Jesús y Nuestras Miradas


     

    2Sam. 12, 7-10.13; Sal. 31; Gál. 2, 16.19-21; Lc. 7, 36-8, 3
    La mirada de Jesús y nuestras miradas. Vemos una diferencia grande entre la mirada de Jesús y la mirada de aquel fariseo que lo había invitado a comer, como la mirada de los otros convidados después de todo lo sucedido. ¿Y nuestra mirada a cuál se parecerá más?
    Es el primer pensamiento en la reflexión que me hago en torno a este evangelio que hoy se nos ha proclamado. Tal como comienza el relato no parece ser sino otra comida en la que han invitado a Jesús, como sucede en otras ocasiones. Pero ya en otras ocasiones ha sido motivo para que Jesús nos dejara hermosos mensajes. Recordemos cuando los invitados se daban de codazos por conseguir los mejores puestos en torno a la mesa y cómo nos dice Jesús que ese no ha de ser nuestro estilo, ni el de estarnos peleando por puestos principales, ni el de simplemente invitar a los amigos y a quienes pudieran correspondernos invitándonos a su vez a nosotros.
    Hoy las cosas van a ir por otro camino. Una vez que estaban recostados en torno a la mesa, según costumbre y estilo de la época, ‘una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba Jesús comiendo en casa del fariseo vino con un frasco de perfume y colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume’.
    Allí está Simón, el fariseo que lo había invitado, nervioso y observando cuanto sucedía. No se atreve a decir nada pero su mirada lo dice todo. No se atreve a decir nada pero allá está pensando en su interior. ¡Cómo se atreve esta pecadora! ¡Cómo lo permite Jesús si es una pecadora! ‘Si éste fuera profeta… - ¿están aflorando sus dudas? ¿serán sus sospechas maliciosas? ¿serán los juicios ya condenatorios de antemano? - si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que lo está tocando y lo que es: una pecadora’.
    No lo olvidemos era un fariseo y según sus puritanas ideas aquella mujer pecadora está contaminando con su impureza todo cuanto toque; no olvidemos cuantas purificaciones se hacían cuando llegaban de la plaza, aunque ahora ni agua había ofrecido a Jesús. Allí estaba brotando por sus ojos la malicia de su corazón que no es capaz de ver algo más hondo en cuanto estaba sucediendo.
    Pero la mirada de Jesús era distinta porque estaba viendo lo que realmente había en el corazón de aquella mujer. Quien nos estaba enseñando que Dios es compasivo y misericordioso y nos pedía que fuésemos nosotros compasivos como compasivo y misericordioso es Dios, estaba mostrándonos ahora ese rostro misericordioso de Dios.
    Jesús que conoce cuanto sucede en nuestro corazón, conociendo cuanto estaba pasando por el corazón y el pensamiento de quien lo había invitado a comer le propone una breve parábola. La hemos escuchado. ‘Un prestamista que tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y otro cincuenta. Y como no tenían con qué pagar los perdonó a los dos. ¿cuál de los dos lo amará más?’ La respuesta salió lógica de la boca del fariseo. ‘Supongo que aquel a quien le perdonó más’.
    Y ahora Jesús se vuelve hacia aquella mujer. Aquella mujer que solo llora en silencio. No le escuchamos ninguna palabra. Aquella mujer que no había buscado puestos especiales, sino se había puesto en el lugar de los sirvientes, postrada detrás a los pies de Jesús, y realizando aquello que quizá a través de sus sirvientes Simón le tenía que haber ofrecido a Jesús en el nombre de la hospitalidad. No lo había hecho Simón; lo estaba haciendo aquella mujer a quien el fariseo consideraba indigna, pero que en la enseñanza de Jesús sería la primera, porque había aprendido a ponerse en el ultimo lugar, a ocupar el lugar de los que sirven.
    Allí estaba Jesús, el Maestro y el Señor; el que viene a levantar y a redimir le está devolviendo la dignidad a aquella mujer; el que sabe valorar cuanto amor hay en el corazón de aquella mujer que aunque muy pecadora, sin embargo había sido capaz de amar mucho. ‘Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor’. ¡Qué hermosa la mirada de Jesús! ¡Qué grande es el corazón de Cristo! ‘Tus pecados están perdonados’, le dice a aquella mujer.
    Pero todavía hay por allí algunos que siguen con la mirada de la desconfianza, de la incredulidad, del juicio y la condena que no entienden de misericordia y de perdón. ‘Los demás convidados comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste que hasta perdona pecados?’ La cerrazón de sus corazones les impide abrir los ojos para descubrir el amor, para descubrir el rostro misericordioso de Dios que allí se está manifestando.
    Y como nos preguntábamos ya desde el principio ¿cuál es nuestra mirada? Seguro que ahora diremos que nuestra mirada tiene que ser como la de Jesús. Ojalá aprendamos la lección y aprendamos a mirar con una mirada como la de Jesús, porque tenemos que reconocer que no ha sido así muchas veces en nuestra vida. Seamos sinceros ¿cómo miramos habitualmente a los demás?
    Con cuánta desconfianza miramos tantas veces a los que nos rodean; cuántas veces aparece esa desconfianza o hasta esa sospecha ante quien pueda aparecer de manera inesperada en nuestra vida; cuántas veces seguimos marcando con el sambenito de la duda y de la culpa a quien en un momento quizá tuvo un tropiezo en su vida e hizo quizá lo que no era bueno, y nosotros seguimos desconfiando y pensando que sigue siendo igual; cuánto nos cuesta dar una oportunidad al caído para levantarse y redimirse. Quizá hasta tenemos miedo de tocar con nuestra mano a aquel pobre a quien vamos a dar una limosna o no me quiero mezclar con aquellos que tienen tan mala apariencia.
    Qué fácil nos es acusar y condenar con nuestro juicio y con nuestra crítica a cualquiera que se cruce en nuestra vida porque quizá nos cae mal o no nos es tan simpático o tiene mala presencia. Muchas veces tomamos posturas distantes ante los que nos parece que no son de los nuestros o tienen otra manera de pensar y con ellos no queremos hacer migas. Cómo nos cuesta perdonar a quien nos haya podido molestar en un momento determinado y cómo se guardan los rencores y los resentimientos. Cómo seguimos pensando que aquella persona no puede cambiar y no le damos una oportunidad ni le tendemos la mano para ayudarla a levantarse.
    Jesús no le preguntó a la mujer ni le echó en cara por qué había caído en aquella situación de pecado. La mirada de Jesús fue una mirada llena de amor, una mirada que era como una mano tendida para levantarse, para darle como un plus de confianza, para hacerle sentir que su vida podía ser distinta, para que comenzara una nueva vida, para que comenzara a valorarse dentro de sí misma. La mirada de Jesús era una mirada de amor y de paz que inundaría de ese amor y de esa paz el corazón de aquella mujer.
    Es la mirada que tenemos nosotros que aprender a tener para dar confianza, para despertar esperanza, para llenar de paz los corazones, para que en verdad se sientan perdonados y transformados, para que puedan valorarse a sí mismos creyendo que pueden comenzar una vida nueva; somos nosotros los que ahora tenemos que ir mostrando con nuestro amor, con nuestra comprensión, con nuestro corazón lleno de misericordia y amor el corazón misericordioso de Dios.
    ¿Cambiará nuestra mirada, la forma de acercarnos y de amar a los demás?
     
    Comentario Enviado por el Sacerdote - Presbítero Carmelo Hernández desde Tenerife España.
     

    DOCE PROPÓSITOS

     
    Mi Señor Jesucristo: Deseo regalarte estos 12 propósitos:

    1. FE, para abandonarme plenamente en tí. "Si Dios no es tu fin, te encuentras como un hombre sin pies o como el que los tiene torcidos y no puede caminar. Si, además, ansías los bienes de este mundo, corres, sí, pero corres fuera del camino: tu marcha es más bien andar errante que caminar al fin." San Agustín. (In Ep. Io. 10, 1)

    2. ESPERANZA, para nunca desfallecer en el camino. "Dirige, pues, tus aspiraciones al fin, dirígelas a Cristo; todo cuanto hagas, refiérelo a él, y cuando en él descanses, no quieras tener más anhelos. Pon en Cristo tu mirada, para que no te detengas en el camino y llegues al fin." San Agustín.

    3. CARIDAD, para endulzar la vida. "La caridad es la que nos da paciencia en las aflicciones, moderación en la prosperidad, valor en las adversidades, alegría en las obras buenas; ella nos ofrece un asilo seguro en las tentaciones, da generosamente hospitalidad a los desvalidos, alegra el corazón cuando encuentra verdaderos hermanos ...." San Agustín (Serm 350, 2-3)

    4. HUMILDAD y SENCILLEZ, para servirte con el corazón. "No te dejes engañar por la soberbia, al ver que es abundante en obras; ten presente que hace algunas muy semejantes o casi iguales a las inspiradas por la caridad. La caridad da de comer al hambriento, y también lo hace la soberbia; pero la caridad lo hace para que el Señor sea glorificado y la soberbia para ser ella alabada." San Agustín. ( In Ep, Io,8,9)

    "Tu enemigo es tu propio deseo: eres tentado, cuando eres atraído y halagado por tu propio deseo;.." San Agustín. Serm 57, 9.

    5. BONDAD, para ser como Tú eres. "Ten entrañas de misericordia, abraza la bondad, a fin de revestirte de Cristo; porque en la medida que practicas la bondad te revistes de Cristo y por la semejanza con Cristo te hace semejante a Dios." San Gregorio Niseno. (D. 1 en Gn 1, 26)

    6. SERVICIO, para usar al máximo los dones que me has dado. "Entra pues, dentro de tí mismo, y en todo lo que hagas ten presente que Dios es testigo" San Agustín.

    7. SERENIDAD, para tener el tesoro de la paz interior. "Tu barca se agita y amenaza naufragio, porque Cristo duerme dentro de tí. Cuando en el mar de este mundo descubres que los buenos son perseguidos y los malos triunfan, surge la tentación , se encrespan las olas. Tu alma dice: Despierta a Jesús en ti y dile de corazón: ¡Maestro, que perezco! Me aterran los peligros del mundo; ¡estoy perdido! Entonces él despertará, y volverá la fe a tu corazón" San Agustín. (In Ps 25, 4)

    8. SABIDURÍA, para actuar como tú quieres. " Entra en tí mismo y deja atrás el ruido y la confusión. Mira dentro de tí. Mira a ver si hay algún delicioso lugar escondido en tu conciencia donde puedas estar libre del ruido y de la discusión. Donde no hay necesidad de continuar tu disputa y hacer proyectos para seguir adelante en tu camino. Escucha la palabra con calma para entenderla." San Agustín. (Sermones 52, 22)

    9. AMOR, para sentirte a mi lado. " Donde está el amor, ¿qué puede faltar? Y si el amor no está ¿qué puede valer?" San Agustín. (In Io. 83,3)

    "Quita la fe, y desaparece lo que crees; quita la caridad, y desaparece lo que haces. A la primera pertenece lo que crees; a la segunda pertenece lo que obras. Te diré, en conclusión, que la única fe purificadora es la que obra por amor" San Agustín. (Serm. 53,2)

    10. PERSEVERANCIA, para cuidar los detalles que te agradan. "¿Quieres ser grande? Comienza por lo más pequeño. Cuanto más alto sea el edificio que se desea levantar tanto más profundos se cavan los cimientos. La construcción de un edificio continuamente va subiendo; en cambio, el que abre las zanjas va bajando. Por consiguiente, todo edificio, antes de alcanzar su altura, debe descender, y el remate se yergue después de haber descendido." San Agustín. (Ser. 69,2)

    11.SALUD, para aprovechar la vida que me has prestado. " Tarde te amé, Belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Me has llamado y tu grito rompió mi sordera. Resplandeciste y has disipado mi ceguera. Exhalaste tu perfume, lo respiré y ahora te anhelo. Te he gustado y tengo hambre y sed de ti. Me tocaste y ardo de deseo por tu paz" . San Agustín. (Confesiones 10, 27)

    12. OBEDIENCIA, para aceptar tu voluntad.

    Reflexiones del Web Católico de Javier

    sábado, 9 de agosto de 2014

    Jesús quiere la Devoción al Sagrado Corazón unida a la Devoción al Inmaculado Corazón


     


    En varias partes del Mensaje de Fátima, la devoción al Sagrado Corazón es promovida junto a la devoción al Inmaculado Corazón.

    El mensaje del Ángel de Fátima


    Primero están las palabras del Ángel de la Paz que en la primavera de 1916 se apareció a los tres niños de Fátima:



    “Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de vuestras súplicas.”


    Luego él les habla otra vez en el verano de 1916:
    “Los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María tienen designios de misericordia sobre vosotros.

    Posteriormente en el mismo verano de 1916 les dicta una oración, que en una de cuyas partes dice:

    “Y por los méritos infinitos de su Sacratísimo Corazón y del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.”

    Este tema de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, en el Mensaje de Fátima, se ve también en las apariciones de Jesús y de María a la Hermana Lucía en Pontevedra y en Tuy citadas arriba.

    El mismo tema se observa en la oraciones que Jesús nos dictó para decir en honor de la Pura e Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, como también en la oración al Dulce Corazón de María dada en Rianjo.

    Jesús aborda este tema explícitamente:


    Pero el mensaje más notable sobre la importancia de unir la Devoción al Sagrado Corazón de Jesús con la Devoción al Inmaculado Corazón de María se aprecia en el diálogo de Jesús con la Hermana Lucía en 1936. Citamos aquí directamente de la carta de la Hermana Lucía del 18 de mayo de 1936 a su director espiritual, quien le había hecho varias preguntas. Ella responde:

    “En cuanto a la otra pregunta: si sería conveniente insistir para obtener la consagración de Rusia, respondo casi lo mismo que le dije otras veces. Siento que no se haya hecho ya, pero el mismo Dios que la pidió es quien así lo permite. A pesar de que el asunto es delicado para responder en una que corre peligro de perderse y ser leída, le diré algo de lo que pienso a este respecto. A Dios le confío esta respuesta porque tengo miedo de no tratar el asunto con toda claridad.

    “¿Que si es conveniente insistir? No sé. Me parece que si el Santo Padre la hiciera ahora, nuestro Señor la aceptaría y compliría su promesa y, sin duda, sería una satisfacción la que daría al Señor y al Inmaculado Corazón de María.” (La carta continúa:)

    (Lucía) “Interiormente he hablado al Señor de este asunto. Y hace poco le preguntaba por qué no convertía a Rusia sin que Su Santidad hiciese esa consagración.

    (Jesús) ‘Porque quiero que toda Mi Iglesia reconozca esa consagración como un triunfo del Inmaculado Corazón de María, para después extender su culto y poner, al lado de la devoción de Mi Sagrado Corazón, la devoción a este Corazón Inmaculado.’

    “Pero Dios mío, el Santo Padre no me creerá si Tu mismo no le mueves con una inspiración especial.”

    ‘¡El Santo Padre! Rezad mucho por el Santo Padre. El la hará, pero será tarde. Sin embargo el Corazón Inmaculado de María ha de salvar a Rusia. Le está confiada.’


      c

      ¿Es incondicional el amor de Dios? Primera parte

      Pregunta: Estimado Padre John, dado que he estado muy expuesto a la corriente actual de autoayuda que nos dice que elamor de Dios o el amor de Cristo es incondicional, ¿cómo se puede explicar el hecho de juzgar a otros? Si Él nos ama a todos por igual, ¿por qué necesitamos rezar, ser virtuosos o, incluso, ser religiosos? Si todos somos seres humanos imperfectos (algunos peores que otros) y se nos dice que debemos amarnos a nosotros mismos, a pesar de todo, ¿cuál pudiera ser la motivación para que nuestra civilización cambiara? Gracias.
      Respuesta: Ésta es una pregunta interesante que muestra que estás pensando profundamente acerca de nuestra fe. ¡Bendito sea Dios por eso! Así que, ¿por qué necesitamos luchar para cambiar (individualmente y colectivamente) si ya somos amados incondicionalmente por Dios?

      Responder a Dios

      En la espiritualidad cristiana, la motivación para cambiar, para crecer en la virtud y buscar la madurez espiritual de ser más y más como Cristo y los santos siempre llega como respuesta a experimentar el amor de Dios. Descubrimos que somos amados por Dios y que nos invita a caminar con Él a lo largo de una senda que nos llevará a nuestra plenitud. Después de haber experimentado su amor, estamos convencidos de su bondad y sabiduría y cada vez queremos estar más y más cerca de Él (todo amor nos lleva a mayor intimidad). Por eso, cuando nos da la oportunidad de acercarnos a Él, la tomamos.
      Dios no nos creó como productos terminados; ésta es una de las cosas curiosas sobre la naturaleza humana. Él nos creó, a diferencia de todas las demás creaturas en el mundo visible, con libertad y ésta nos permite convertirnos en aquello para lo que fuimos creados, a través de la dádiva de nosotros mismos a Dios con un amor auténtico. Pero como Dios es siempre el que tiene la iniciativa, nuestro amor es siempre una respuesta a una experiencia de amor. En el contexto de la oración cristiana, el Catecismo de la Iglesia Católica nos dice:
      Dios es quien primero llama al hombre. Olvide el hombre a su Creador o se esconda lejos de su Faz, corra detrás de sus ídolos o acuse a la divinidad de haberlo abandonado, el Dios vivo y verdadero llama incansablemente a cada persona al encuentro misterioso de la oración. Esta iniciativa de amor del Dios fiel es siempre lo primero en la oración, la iniciativa del hombre es siempre una respuesta. A medida que Dios se revela, y revela al hombre a sí mismo, la oración aparece como un llamamiento reciproco, un hondo acontecimiento de Alianza. A través de palabras y acciones, tiene lugar un trance que compromete el corazón humano. Esto se revela a través de toda la historia de lasalvación (CIC, párrafo 2567).
      En el Nuevo Testamento se nos narran encuentros que Jesús tuvo con varias personas, quizás recuerdes algunos de ellos. En cada uno de esos encuentros las personas experimentaron el amor de Jesús y al término de los mismos le escucharías decir algo así como «ven y sígueme» o «vete y en adelante no peques más». El dinamismo y crecimiento de la vida cristiana siempre se dan en este contexto: El encuentro con un nuevo y muy especial amigo (Jesús) y el deseo de ir más a fondo en la amistad con Él. Esto se traducirá en buscar expresarle mi amor siguiéndolo donde Él me lleve, esforzándome por agradarle y hacerlo feliz y buscando colaborar en su plan de salvación aportando toda mi creatividad (obedeciendo su mandato de «id y haced discípulos a todas las gentes» y «ámense los unos a los otros como yo los he amado»...).

      Más allá de la autoayuda

      El dinamismo interno de la autoayuda o el de otros sistemas religiosos (por ejemplo, el budismo), nada tienen que ver con la respuesta amorosa al encuentro transformador de vida con un Dios que nos ama. Más bien, ellos hablan solamente sobre cómo desarrollar nuestro capacidades personales. Pero lafelicidad no se encuentra ahí. En el fondo, la felicidad sólo surge de relaciones de amor y, muy especialmente, de una relación de amor con Dios. Por eso Jesús dijo que los dos mandamientos más importantes son: «amarás a Dios con todo tu corazón, con toda tu mente, con toda tu alma y con todas tus fuerzas y amarás a tu prójimo como a ti mismo» (cf. Mc. 12:30-1).
      De hecho, ha habido varias herejías a lo largo de la historia de la Iglesia que no ven la vida cristiana como una respuesta de amor. El pelagianismo propuso que se podía alcanzar la perfección por nuestras propias fuerzas sin necesidad de la gracia. Para el jansenismo la vida cristiana consistía en luchar por hacernos «dignos» de Dios, buscando perfeccionarnos para que estuviera contento con nosotros y así nos amara. Estos tipos de distorsiones y falsificaciones están continuamente tentando a nuestra naturaleza humana caída. Una parte de nosotros desea "ser como dios", y entonces, cuando alguien nos dice que podemos perfeccionarnos a nosotros mismos, está apelando a ese complejo de divinidad. Pero el hecho es que no podemos alcanzar la plenitud ni la felicidad a base de nuestro propio esfuerzo. Más bien, lo que necesitamos es recibir y responder al amor y, en particular, al amor de Dios. Nuestra perfección, nuestra madurez espiritual, nuestro crecimiento en santidad no es tanto un proyecto, sino una relación constante en la que se va profundizando.

      En la parte II, examinaremos el llamado sorprendente a ser co-creadores con Dios y lo que significa amar más y más.

       Agradecemos estar aportación al P. John Bartunek, L.C.

      viernes, 8 de agosto de 2014

      Volved a mí con todo el corazón

      Volved a mí con todo el corazón



      Rasgad los corazones y no las vestiduras


      Con estas penetrantes palabras del profeta Joel, la liturgia nos introduce en la Cuaresma,(Jl 2, 12-18) indicando en la conversión del corazón la característica de este tiempo de gracia. El llamamiento profético constituye un desafío para todos nosotros, ninguno excluido, y nos recuerda que la conversión no se reduce a formas exteriores o a propósitos vagos, sino que implica y transforma toda la existencia a partir del centro de la persona, de la conciencia. Estamos invitados a emprender un camino en el cual, desafiando la rutina, nos esforzamos en abrir los ojos y los oídos, pero sobre todo el corazón, para ir más allá de nuestro pequeño huerto.

      Abrirse a Dios y a los hermanos. Sabemos que en un mundo cada vez más artificial, nos hace vivir en una cultura del "hacer", del "útil", donde sin darnos cuentas excluimos a Dios de nuestro horizonte. Y excluímos el horizonte mismo.

      La Cuaresma nos llama a "despertarnos", a recordarnos que somos criaturas, simplemente que no somos Dios. Cuando yo miro el pequeño ambiente cotidiano y veo una lucha de poder por espacios pienso: esta gente juega a Dios creador, y aún no se han dado cuenta que no son Dios.

      Y también hacia los otros arriesgamos cerrarnos, olvidarlos. Pero solo cuando las dificultades y los sufrimientos de nuestros hermanos nos interpelan, solamente entonces podemos iniciar nuestro camino de conversión hacia la Pascua.

      Es un itinerario que incluye la cruz y la renuncia. El Evangelio de hoy ( Mt 6,1-6. 16-18)indica los elementos de este camino espiritual: la oración, el ayuno y la limosna. Los tres implican la necesidad de no dejarse dominar de las cosas que aparecen: lo que cuenta no es la apariencia; el valor de la vida no depende de la aprobación de los otros o del éxito, sino de lo que tenemos dentro.

    1. El primer elemento es la oración. La oración es la fuerza del cristiano y de cada persona creyente. En la debilidad y en la fragilidad de nuestra vida, podemos dirigirnos a Dios con confianza de hijos y entrar en comunión con Él.

      Delante de tantas heridas que nos hacen mal y que nos podrían endurecer el corazón, estamos llamados a zambullirnos en el mar de la oración, que es el mar del amor sin límites de Dios, para disfrutar de su ternura.

      La Cuaresma es tiempo de oración, de una oración más intensa, más asidua, más capaz de hacerse cargo de las necesidades de los hermanos, de interceder delante de Dios por tantas situaciones de pobreza y de sufrimiento.

    2. El segundo elemento calificador del camino cuaresmal es el ayuno. Debemos estar atentos para no practicar un ayuno formal, o que en verdad nos "sacia" porque nos hace sentir bien. El ayuno tiene sentido si verdaderamente afecta a nuestra seguridad, y también si se consigue un beneficio para los otros, si nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se arrodilla ante su hermano en dificultad y se encarga de él. El ayuno implica la elección de una vida sobria, que no desecha, que no "descarta". Ayunar nos ayuda a entrenar el corazón en la esencialidad y el compartir. Es un signo de toma de conciencia y de responsabilidad frente a las injusticias, a los acosos, especialmente en lo relacionado con los pobres y los pequeños, y es signo de la confianza que ponemos en Dios y en su providencia.

    3. El tercer elemento es la limosna: ésta indica la gratuidad, porque en la limosna se da a alguien del que no se espera recibir nada a cambio. La gratuidad debería ser una de las características del cristiano, que consciente de haber recibido todo de Dios gratuitamente, es decir sin ningún mérito, aprende a donar a los otros gratuitamente.

      Hoy a menudo la gratuidad no forma parte de la vida cotidiana, donde todo se vende y se compra. Todo es calculado y medido. La limosna nos ayuda a vivir la gratuidad del don, que es libertad de la obsesión de posesión, del miedo a perder lo que se tiene, de la tristeza de quien no quiere compartir con los otros el propio bienestar.

      Con sus invitaciones a la conversión, la Cuaresma viene providencialmente a despertarnos, a sacudirnos del letargo, del riesgo de ir adelante por inercia. La exhortación que el Señor nos dirige por medio del profeta Joel es fuerte y clara: "Volved a mí con todo el corazón".

      ¿Por qué debemos volver a Dios? ¡Porque algo no va bien en nosotros, no va bien en la sociedad, en la Iglesia y necesitamos cambiar, dar un cambio, y esto se llama tener necesidad de convertirnos! Una vez más la Cuaresma viene a dirigir su llamada profética, para recordarnos que es posible realizar algo nuevo en nosotros mismos y en torno a nosotros, sencillamente porque Dios es fiel, Él es siempre fiel porque no puede renegar de sí mismo, y porque es fiel continúa a ser rico en bondad y misericordia, y está siempre preparado para perdonar y comenzar de nuevo.

      ¡Con esta confianza filial, pongámonos en camino!

      Autor: SS Francisco
    4. ¿Por qué buscas entre los muertos al que vive?


      ¿Por qué buscas entre los muertos al que vive?
       





      Seguimos en la Pascua, y a veces parece que nos olvidamos que Jesús resucitó... volvemos a la tristeza, la desesperanza... Recordemos las palabras del Papa Francisco :



      Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

      La Resurrección de Jesús es una alegría auténtica, profunda, basada en la certeza que Cristo resucitado ya no muere más, sino que está vivo y operante en la Iglesia y en el mundo. Tal certeza habita en el corazón de los creyentes desde esa mañana de Pascua, cuando las mujeres fueron al sepulcro de Jesús y los ángeles les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? (Lc 24, 5).

      {...] Cuántas veces, en nuestro camino cotidiano, necesitamos que nos digan: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?. Cuántas veces buscamos la vida entre las cosas muertas, entre las cosas que no pueden dar vida, entre las cosas que hoy están y mañana ya no estarán, las cosas que pasan...

      ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?.

      Lo necesitamos cuando:
    5. Nos encerramos en cualquier forma de egoísmo o de auto-complacencia.
    6. Cuando nos dejamos seducir por los poderes terrenos y por las cosas de este mundo, olvidando a Dios y al prójimo;
    7. Cuando ponemos nuestras esperanzas en vanidades mundanas, en el dinero, en el éxito.

      Entonces la Palabra de Dios nos dice: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?.

      ¿Por qué lo estás buscando allí? Eso no te puede dar vida. Sí, tal vez te dará una alegría de un minuto, de un día, de una semana, de un mes... ¿y luego?

      ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?.

      Esta frase debe entrar en el corazón y debemos repetirla. Digámosla desde el corazón, en silencio, y hagámonos esta pregunta: ¿por qué yo en la vida busco entre los muertos a aquél que vive?.

      No es fácil estar abiertos a Jesús. No se da por descontado aceptar la vida del Resucitado y su presencia en medio de nosotros.

      El Evangelio nos hace ver diversas reacciones y nos hace bien confrontarnos con ellos:
    8. La del apóstol Tomás pone una condición a la fe, pide tocar la evidencia, las llagas;
    9. La de María Magdalena llora, lo ve pero no lo reconoce, se da cuenta de que es Jesús sólo cuando Él la llama por su nombre;
    10. Los discípulos de Emaús, deprimidos y con sentimientos de fracaso, llegan al encuentro con Jesús dejándose acompañar por ese misterioso caminante

      Cada uno por caminos distintos, buscaban entre los muertos al que vive y fue el Señor mismo quien corrigió la ruta. Y yo, ¿qué hago? ¿Qué ruta sigo para encontrar a Cristo vivo? Èl estará siempre cerca de nosotros para corregir la ruta si nos equivocamos.

      ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

      Esta pregunta nos hace superar la tentación de mirar hacia atrás, a lo que pasó ayer, y nos impulsa hacia adelante, hacia el futuro.

      Jesús no está en el sepulcro, es el Resucitado. Él es el Viviente, Aquel que siempre renueva su cuerpo que es la Iglesia y le hace caminar atrayéndolo hacia Él.

      Ayer era la tumba de Jesús y la tumba de la Iglesia, el sepulcro de la verdad y de la justicia; hoy es la resurrección perenne hacia la que nos impulsa el Espíritu Santo, donándonos la plena libertad.

      Hoy se dirige también a nosotros este interrogativo:

    11. Tú, ¿por qué buscas entre los muertos al que vive, tú que te cierras en ti mismo después de un fracaso y tú que no tienes ya la fuerza para rezar?

    12. ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que te sientes solo, abandonado por los amigos o tal vez también por Dios?

    13. ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que has perdido la esperanza y tú que te sientes encarcelado por tus pecados?

    14. ¿Por qué buscas entre los muertos al que está vivo, tú que aspiras a la belleza, a la perfección espiritual, a la justicia, a la paz?

      Tenemos necesidad de escuchar y recordarnos recíprocamente la pregunta del ángel. Esta pregunta, nos ayuda a salir de nuestros espacios de tristeza y nos abre a los horizontes de la alegría y de la esperanza. Esa esperanza que mueve las piedras de los sepulcros y alienta a anunciar la Buena Noticia, capaz de generar vida nueva para los demás.

      Repitamos esta frase del ángel para tenerla en el corazón y en la memoria. ¡Repitámosla!

      Él está vivo, está con nosotros. No vayamos a los numerosos sepulcros que hoy te prometen algo, belleza, y luego no te dan nada. ¡Él está vivo! ¡No busquemos entre los muertos al que vive!

      Autor: SS Francisco

    15. Un corazón libre es un corazón luminoso



      Un corazón libre es un corazón luminoso
       





      Dinero, vanidad y poder no hacen feliz al hombre.

      Los auténticos tesoros, las riquezas que cuentan, son el amor, la paciencia, el servicio a los demás y la adoración a Dios.

      No atesoréis para vosotros tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen y donde los ladrones abren boquetes y los roban. Haceos tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni carcoma que los roen, ni ladrones que abren boquetes y roban. Porque donde está tu tesoro allí está tu corazón». (Mateo 6, 19-23).

      No acumuléis tesoros en la tierra. Es un consejo de prudencia. Tanto que Jesús añade: «Mira que esto no sirve de nada, no pierdas el tiempo».

      Son tres, en particular, los tesoros de los cuales Jesús pone en guardia muchas veces:

    16. El primer tesoro es el oro, el dinero, las riquezas. Y, en efecto, «no estás a salvo con este tesoro, porque quizá te lo roben. No estás a salvo con las inversiones: quizá caiga la bolsa y tú te quedes sin nada. Y después dime: un euro más ¿te hace más feliz o no?. Por lo tanto, las riquezas son un tesoro peligroso.
      Cierto, pueden también servir «para hacer tantas cosas buenas», por ejemplo: para poder llevar adelante la familia. Pero, si tú las acumulas como un tesoro, te roban el alma. Por eso Jesús en el Evangelio vuelve sobre este argumento, sobre las riquezas, sobre el peligro de las riquezas, sobre el poner las esperanzas en ellas.

    17. El segundo tesoro del que habla el Señor «es la vanidad», es decir, buscar "tener prestigio, hacerse ver". Jesús condena siempre esta actitud: Pensemos en lo que dice a los doctores de la ley cuando ayunan, cuando dan limosna, cuando oran para hacerse ver. Por lo demás, tampoco la belleza sirve, porque también... se acaba con el tiempo.

    18. El orgullo, el poder, es el tercer tesoro que Jesús indica como inútil y peligroso. Una realidad evidenciada en la primera lectura de la liturgia tomada del segundo libro de los Reyes (11, 1-4. 9-18. 20), donde se lee la historia de la «cruel reina Atalía: su gran poder duró siete años, después fue asesinada». En fin, «tú estás ahí y mañana caes», porque «el poder acaba: cuántos grandes, orgullosos, hombres y mujeres de poder han acabado en el anonimato, en la miseria o en la prisión...».

      He aquí, pues, la esencia de la enseñanza de Jesús: «¡No acumuléis! ¡No acumuléis dinero, no acumuléis vanidad, no acumuléis orgullo, poder!
      ¡Estos tesoros no sirven!».

      Más bien son otros los tesoros para acumular. Hay un trabajo para acumular tesoros que es bueno». Lo dice Jesús en la misma página evangélica: «Donde está tu tesoro allí está tu corazón».

      Este es precisamente «el mensaje de Jesús: tener un corazón libre». En cambio «si tu tesoro está en las riquezas, en la vanidad, en el poder, en el orgullo, tu corazón estará encadenado allí, tu corazón será esclavo de las riquezas, de la vanidad, del orgullo».

      Un corazón libre se puede tener sólo con los tesoros del cielo: el amor, la paciencia, el servicio a los demás, la adoración a Dios. Estas «son las verdaderas riquezas que no son robadas». Las otras riquezas —dinero, vanidad, poder— «dan pesadez al corazón, lo encadenan, no le dan libertad».

      Hay que tender, por lo tanto, a acumular las verdaderas riquezas, las que «liberan el corazón» y te hacen «un hombre y una mujer con esa libertad de los hijos de Dios». Se lee al respecto en el Evangelio que «si tu corazón es esclavo, no será luminoso tu ojo, tu corazón».

      Un corazón libre es un corazón luminoso, que ilumina a los demás, que hace ver el camino que lleva a Dios, que no está encadenado, que sigue adelante y además envejece bien, porque envejece como el buen vino: cuando el buen vino envejece es un buen vino añejo. Al contrario, el corazón que no es luminoso es como el vino malo: pasa el tiempo y se echa a perder cada vez más y se convierte en vinagre.

      Pidamos al Señor para que nos dé esta prudencia espiritual para comprender bien dónde está mi corazón, a qué tesoro está apegado. Y nos dé también la fuerza de «desencadenarlo», si está encadenado, para que llegue a ser libre, se convierta en luminoso y nos dé esta bella felicidad de los hijos de Dios, la verdadera libertad».

      Autor: SS Francisco