Escuché una vez este relato: Cuentan que en
la historia del mundo hubo un día terrible en el que el Odio, que es el rey de
los malos sentimientos, los defectos y las malas virtudes, convocó a una reunión
urgente con todos los sentimientos más oscuros del mundo y los deseos más
perversos del corazón humano. Estos llegaron a la reunión con curiosidad de
saber cuál era el propósito. Cuando estuvieron todos habló el Odio y dijo: "Os
he reunido aquí a todos porque deseo con todas mis fuerzas matar a alguien". Los
asistentes no se extrañaron mucho pues era el Odio que estaba hablando y él
siempre quiere matar a alguien, sin embargo, todos se preguntaban entre sí quién
sería tan difícil de matar para que el Odio los necesitara a todos. "Quiero que
matéis al Amor", dijo. Muchos sonrieron malévolamente pues más de uno quería
destruirlo.
El primer voluntario fue el Mal Carácter, quien dijo: "Yo
iré, y les aseguro que en un año el Amor habrá muerto; provocaré tal discordia y
rabia que no lo soportará".
Al cabo de un año se reunieron otra vez y al
escuchar el informedel Mal Carácter quedaron decepcionados. "Lo siento, lo
intenté todo pero cada vez que yo sembraba una discordia, el Amor la superaba y
salía adelante".
Fue entonces cuando, muy diligente, se ofreció la
Ambición que haciendo alarde de su poder dijo: "En vista de que el Mal Carácter
fracasó, iré yo. Desviaré la atención del Amor hacia el deseo por la riqueza y
por el poder. Eso nunca lo ignorará". Y empezó la Ambición el ataque hacia su
víctima quien efectivamente cayó herida y la adoró en sus ídolos, que son una
tentación constante, y una causa frecuente del alejamiento del amor verdadero.
Muchos ídolos se levantan muy bien construidos y refinados que se presentan bajo
capa de “progreso” o que proporcionan más material bienestar, más placer, más
comodidad...: su dios es el vientre, y su gloria la propia vergüenza, pues ponen
su corazón en las cosas terrenas, como dice San Pablo en su Carta a los
Filipenses, y es aplicable a la idolatría moderna, a la que se ven tentados
tantos, olvidando el tesoro auténtico, la riqueza del amor. Pero, después de
luchar por salir adelante, el Amor renunció a todo deseo desbordado de poder y
triunfó de nuevo.
Furioso el Odio por el fracaso de la Ambición envió a
los Celos, quienes burlones y perversos inventaban toda clase de artimañas y
situaciones para despistar el amor y lastimarlo con dudas y sospechas
infundadas. Pero el Amor confundido lloró y pensó que no quería morir, y con
valentía y fortaleza se impuso sobre ellos, y los venció.
Año tras año,
el Odio siguió en su lucha enviando a sus más hirientes compañeros, envió a la
Frialdad, al Egoísmo, la Indiferencia, la Pobreza, la Enfermedad y a muchos
otros que fracasaron siempre, porque cuando el Amor se sentía desfallecer tomaba
de nuevo fuerza y todo lo superaba. Cuando venían las Desgracias parecía
sucumbir, pues como decía Claudio de Colombiere los golpes imprevistos no
permiten muchas veces que uno aproveche de ellos, a causa del abatimiento y
turbación que levantan en el alma; mas con un poquito de paciencia, se ve como
Dios dispone a recibir gracias muy grandes precisamente por aquel medio. Sin
tales percances tal vez no habría sido el amor del todo malo, pero tampoco del
todo bueno.
El Odio, convencido de que el Amor era invencible, les dijo a
los demás: "No podemos hacer nada más... El Amor ha soportado todo, llevamos
muchos años insistiendo y no lo logramos".
De pronto, de un rincón del
salón se levantó alguien poco reconocido, que vestía todo de negro y con un
sombrero gigante que caía sobre su rostro y no lo dejaba ver, su aspecto era
fúnebre como el de la muerte. "Yo mataré el Amor", dijo con seguridad. Todos se
preguntaron quién era ese que pretendía hacer solo, lo que ninguno había podido.
El Odio dijo: "Ve y hazlo".
Tan sólo había pasado algún tiempo cuando el
Odio volvió a llamar a todos los malos sentimientos para comunicarles después
que, de mucho esperar, por fin el Amor había muerto. Todos estaban felices, pero
sorprendidos. Entonces el sentimiento del sombrero negro habló: "Ahí os entrego
el Amor totalmente muerto y destrozado", y sin decir más ya se iba. "Espera",
dijo el Odio, "en tan poco tiempo lo eliminaste por completo, lo desesperaste y
no hizo el menor esfuerzo para vivir. ¿Quién eres?".
El sentimiento
levantó por primera vez su horrible rostro y dijo: "soy La Rutina."
La
rutina es ausencia de amor, monotonía, y "la monotonía es falta de energía"
(dice la cantante Laura Pausini), significa que está ya muerto el amor. El amor
es un fuego al que hay que echar cada día cosas nuevas: "Los pequeños actos de
cortesía endulzan la vida, los grandes la ennoblecen" (Karina Valenzuela). En la
batalla del amor frente al odio, hay que cuidar las cosas pequeñas que son –en
frase de la Escritura- las que si faltan dejan paso a las pequeñas raposas que
destrozan el campo de ese amor. La dejadez, el abandono de los detalles, produce
el desmoronarse de todo el amor: "Será que la rutina ha sido más fuerte" (canta
el grupo "Ella baila sola").
En los pequeños detalles es donde se libra
la batalla del odio contra el amor: el amor alienta, el odio abate; y tomo de
Mauricio Fornos algunos de los campos en los que se libra esta batalla: el amor
sonríe, el odio gruñe; el amor atrae, el odio rechaza; el amor confía, el odio
sospecha; el amor enternece, el odio enardece; el amor canta, el odio espanta;
el amor tranquiliza, el odio altera; el amor guarda silencio, el odio vocifera;
el amor edifica, el odio destruye; el amor siembra, el odio arranca; el amor
espera, el odio desespera; el amor consuela, el odio exaspera; el amor suaviza,
el odio irrita; el amor aclara, el odio confunde; el amor perdona, el odio
intriga; el amor vivifica, el odio mata; el amor es dulce; el odio es amargo; el
amor es pacífico; el odio es explosivo; el amor es veraz, el odio es mentiroso;
el amor es luminoso, el odio es tenebroso; el amor es humilde, el odio es
altanero; el amor es sumiso, el odio es jactancioso; el amor es manso, el odio
es belicoso; el amor es espiritual, el odio es carnal. El amor es sublime, el
odio es triste.
Autor: Llucià Pou i Sabaté
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