Me
dijo alguien alguna vez que para comprender a una persona, había que descubrir
“para quien es que está filmando”. La teoría de este hombre es que todos tenemos
alguien que realmente nos importa, y que esa persona es como “un camarógrafo
interior” que nos está capturando con su cámara todo el tiempo. Decía este
hombre que si descubríamos cual era esa “cámara”, comprendíamos cual es el motor
interior de ese individuo, lo que nos daría la capacidad de comprender su
comportamiento, sus orientaciones y motivaciones personales.
Una teoría bastante peculiar, sin dudas. Pero con los años comprendí que algo de razón tiene, ya que es evidente que no nos interesa la imagen que proyectamos ante todo el mundo por igual. Muchas personas se desesperan ante la imagen que de ellos tiene su jefe en el mundo laboral, a tal extremo que terminan haciendo una marioneta de si mismos. Nuestro superior jerárquico representa una cámara muy típica de la sociedad moderna, porque en esa “toma” tan particular de nuestra película se concentra muchas veces nuestra carrera profesional, así como el salario y la estabilidad laboral. Para muchos otros, el camarógrafo es su padre, o su madre, quizás ya fallecidos desde hace años. Quieren progresar y acumular méritos mundanos, con el anhelo manifestado en aquella frase: ¡si me vieran mis padres! Para otras personas es la esposa o el esposo la fuente de atención. El deseo de poder demostrar éxito laboral, o inteligencia, o méritos sociales, constituye muchas veces el motivador de los comportamientos. Sin embargo, algunas personas están tan llenas de vanidad que literalmente filman para todo el mundo, es decir que quieren lucir exitosas, inteligentes, bellas y socialmente aptas ante todo el que las rodea. Evidentemente que se transforman así en individuos vacíos de contenido, superficiales, sin profundidad ni capacidad de representar a un ser auténtico y fiel a una esencia sostenible en el tiempo. O sea, son personas “de plástico”. La importancia de saber para quien es que filmamos radica en comprender donde están puestos nuestros más profundos anhelos y motivaciones, donde está ubicado nuestro motor interior. El problema es que las más de las veces, ese motor está simplemente puesto en una ubicación errónea. Una definición amplia de lo que es la verdadera sabiduría debería llevarnos a comprender que nuestro único y verdadero camarógrafo interior, es Dios. ¿Acaso no es El quien nos contempla todo el tiempo con la lente del Amor? Jesús, nuestro Gran Camarógrafo, nos observa con una atención imposible de comprender por nosotros. Su Mirada es permanente, y personal. El nos estudia con ojos de Hermano, expectante de cada paso, cada bocanada de aire que infla nuestros pulmones, cada latir de nuestro corazón. El se entristece cuando encendemos un cigarrillo, se preocupa cuando comemos algo que nos puede hacer mal, se llena de amargura cuando decimos palabras que hieren. Y en particular, se llena de dolor cuando lo olvidamos y actuamos para otros camarógrafos, envaneciéndonos como pavos reales, o tratando de impresionar al “mundo”, imitando las propuestas que desde allí nos bombardean a diario. En nadie debemos poner nuestra confianza, porque no hay hombre ni mujer que pueda dejar de fallarnos en algún momento. Sólo en Dios debemos apoyarnos, porque El es nuestra única fuente de confianza. Es cierto que algunas personas representan en nuestra vida una ayuda importante para comprender y llegar a Dios, pero no es en ellas en quien debemos poner nuestra ultima confianza, sino en quien ellas representan, que es nuestro Buen Jesús. Pensemos en los santos que colman los altares de la Iglesia, ¿en quien pusieron ellos su confianza, sino en Dios? ¿Ante la mirada de quien actuaron ellos sus vidas, sino en la del Rey del Universo? ¿Quién fue su fuente de fortaleza en la adversidad, consuelo en el dolor, riqueza en la pobreza, alegría en la redención? Los santos pudieron amar, porque se liberaron de la preocupación del “que dirán”. No se desesperaron por lo que la gente pensara de ellos, sino que dedicaron su vida a amar a las personas como testimonio del infinito amor de Dios. Ellos son testigos del Amor de Dios, y es ese el mayor mérito que acumularon en sus almas. Las cámaras del mundo nos invitan a lucir exitosos, adinerados, inteligentes, poderosos, seductores, independientes. Mientras tanto, nuestro Jesús nos pide humildad, pequeñez, paciencia, fe y esperanza en el amor. Si, Jesús es nuestro Único Camarógrafo. No nos debemos preocupar ni afanar por lo que el mundo piense, pida o diga de nosotros, porque sólo Dios cuenta. Y si algo del mundo nos atrae o produce alegría, debe ser porque en ello, Dios se alegra también.
Autor: Óscar Schmidt | Fuente:
www.reinadelcielo.org
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miércoles, 26 de junio de 2013
El Gran Camarógrafo
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