Debemos conocernos bien para amarnos
mejor. Debemos valorar la importancia de estar en una familia donde cada día
nos conocemos más y por ello nos amamos más; así nace la autentica comunidad de
amor. Así nace la unidad familiar con variados matices y formas de
ser. Todos se enriquecen con lo que todos son y ello será el fruto de un
clima de diálogo frecuente y sincero. Ello será fruto del esfuerzo de haber
encontrado caminos para provocar, desarrollar y profundizar un diálogo que nos
ha llevado a conocernos mejor para amarnos mejor.
Integrar es ensamblar
distintas formas de ser para formar una unidad. Desintegrar es separar esas
distintas cualidades, destruyendo la unidad.
Se puede ser una familia sin
formar una unidad. Se puede compartir el domicilio y también el apellido, y
aprovecharse de un sin fin de cosas que brinda una casa --ropa limpia, comida,
un techo, etc.-- y, sin embargo, vivir como islas sin esforzarse para que la
personalidad de cada uno, formen un nosotros familiar.
Podemos estar
ignorando lo más importante de una persona a quien se ve a todas horas. Podemos
estar físicamente cerca y no tener una comunicación que nos haga conocer el ser
profundo del otro. Todos queremos tener una familia unidad, pero no todos lo
logramos.
Veamos las diversas realidades de las familias que nos
rodean:
-- Unas son familias unidas, donde los problemas se resuelven con
amor, comprensión y respeto. -- En otras hay un gran deseo de integrarse,
pero no parecen capaces de superar los problemas que impiden esa unión. --
Otras familias, a fuerza de conflictos y desilusiones, han perdido el deseo o la
esperanza de integrarse, pero continúan juntas por no desamparar a los hijos o
por temor a vivir los problemas de una separación. -- Hay familias que,
después de aguantar juntas la época del crecimiento de los hijos, terminan
separándose. -- Otras ya se deshacen cuando los hijos son aun pequeños. --
Hay también familias en las que el padre está ausente y esa mujer tiene que ser
padre y madre a la vez.
¿Cuales de estas situaciones describe mejor la
familia que nos toca vivir? ¿La familia en la cual estamos
viviendo?
Todas las familias nacen con la ilusión y el propósito de ser
felices. La gran mayoría hacen esfuerzos para que su hogar sea un
éxito. ¿Por qué, entonces, hay tantos fracasos?
No hay matrimonio, ni
familia que no tenga que vivir crisis.
Lo primero que una crisis pone a
prueba es la paciencia. Porque es lo primero que queremos: que se acabe pronto.
Pero un corazón paciente rara vez se equivoca. Las crisis prueban nuestras
resistencias. Demandan fortaleza. Por ello son beneficiosas. “Tener que resistir
es más saludable que no tener que resistir nada ─enseñaba Víctor Frankl. De
hecho, el hastío causa hoy más problemas que la tensión y, desde luego, lleva
más casos a la consulta del psiquiatra”.
Las crisis prueban la prudencia.
No es fácil saber qué hacer, qué decir, cómo comportarse Las crisis prueban
la humildad. No rara vez son marginadoras y humillantes. “La prosperidad hace
amigos, la adversidad los prueba”, dice un anónimo
Las crisis prueban
nuestra fe. Son sinónimo de inestabilidad, inseguridad e incertidumbre. Pero la
fe es compatible con las situaciones más adversas. “Creer es ser capaz de
soportar dudas”, decía Newman. Ahora bien, la fe no se improvisa. Muchas crisis
al inicio tampoco tienen nombre. Pero con el tiempo corroboran nuestra fe. Lo
intuyó Lacordaire: “La adversidad descubre al alma luces que la prosperidad no
llega a percibir”.
Las crisis prueban la austeridad. Nos obligan “a
bajarle” y a agudizar el sentido de lo esencial. Porque, decía Renan, “los
golpes de la adversidad pueden ser amargos, pero nunca estériles”.
Las
causas de desintegración familiar pueden ser internas o externas.
En las
externas pueden surgir de una extrema pobreza económica con el gran peso que
tiene en la vida humana esta circunstancia. También en la otra punta puede
ser un ambiente de excesiva riqueza que facilita influencias dañinas del
ambiente.
Hoy nos centraremos en algunas de las causas
internas.
-- Vivir una actitud irreal con exceso de
romanticismo. Creer que para ser feliz basta desearlo. No ver la unidad como
una meta a lograr. Vivir pensando que esta integración es algo que nos caerá del
cielo o que los demás la harán, sin poner de nuestra parte un esfuerzo
constante.
-- Inmadurez emocional. Esperar la perfección en los demás
mientras pretendemos que nos acepten como somos, sin hacer gran cosa por
superarnos. Dejarnos llevar por los sentimientos en forma exagerada, como son la
ira, la tristeza, el entusiasmo o la decepción sin fijarnos en el efecto que
produce en los demás mi actitud desenfrenada.
-- Egoísmo. Vivir para
nuestros intereses o gustos individuales, no teniendo en cuenta la comunidad
familiar. Poner a los otros, cónyuge, hijos, hermanos, padres, en función de
nosotros mismos, de nuestra conveniencia.
-- Actitudes de superioridad.
Enorgullecerse de la propia virtud, de la capacidad de trabajo que se tiene,
alardear de la propia inteligencia, etc. Y considerar que los otros no están a
tu nivel.
-- Vicios como pueden ser el alcoholismo, la pereza, mal
carácter, ser irresponsable.
-- Indiferencia religiosa. Dejarse absorber
en su totalidad por actitudes materialistas sin dejar espacio para lo
espiritual. Con actitudes agresivas o irónicas hacía el otro u otros por su
religiosidad.
-- Permitir que la influencia de terceras personas desuna
la familia.
-- Actitudes dominantes. Pretender que el cónyuge, los hijos
o los padres hagan lo que uno desea. Pensar y decidir por los demás. Que
amistades hay que tener, que estudios deben seguir sus hijos, disponer en que se
debe gastar el dinero, sin tener en cuenta otras opiniones.
-- Dejarse
absorber demasiado por el trabajo, no solamente el trabajo fuera de casa, sino
también el doméstico y quitarle tiempo a la convivencia. Vivir absorbido en
ganar y ganar, simplemente para juntar cosas en vez de disfrutar en familia lo
que se va logrando. Vivir absorbido en tener una casa impecable pero que no se
usa, que no se disfruta.
-- Incapacidad para demostrar cariño. Dar la
impresión de que se está cumpliendo con un deber hacía los hijos, los hermanos,
el cónyuge o los padres, en vez de hacerles sentir que son amados e importantes
y necesarios.
Todas estas actitudes producen desintegración familiar.
Pero, ¿por qué razón actúan así las personas? Actúan así porque les
falta desarrollo humano. No han tomado conciencia de quienes son, cómo
funcionan, que esperan de ellos los demás. Hay una falta de crecimiento
personal. Creciendo como persona se ataca la causa profunda que separa a las
personas, desaparecen los síntomas y se construye diariamente una familia
sólida.
No se puede pretender que una relación tan cercana como la que
hay en una familia exista armónicamente sin un esfuerzo serio de todos sus
miembros. Todos nacimos en una familia, pero la vida de familia no es para
todos, sino para aquellos que no sólo aman sino que saben amar, saben necesitar
a los demás y dejarse ayudar por ellos.
En una palabra, la vida familiar
es para quienes son capaces de ir más allá del “yo” y del pequeño “nosotros
conyugal” para llegar al gran nosotros que forman, el amor de esposos, el amor
de padres, el amor de los hijos con la gran riqueza y amplitud del amor que va y
viene entre todos.
Porque eso es el autentico amor, el que va y viene, el
que busca hacer feliz, en vez de que lo hagan feliz.
Autor: Salvador Casadevall
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