Padres heroicos son aquellos que
acogen con amor la llegada de un hijo enfermo.
Aquellos que, tras un
accidente o un virus misterioso, acompañan y ayudan, un día sí y otro también, a
ese hijo que prometía mucho y que ahora vive en cama o en silla de
ruedas.
Aquellos que sufren y buscan soluciones cuando ven avanzar al
hijo adolescente hacia el precipicio de la rebeldía, de los caprichos, de las
malas compañías, de las experiencias pecaminosas, de la pereza en los estudios,
de la pornografía, de la dependencia a juegos electrónicos o a
drogas.
Aquellos que reciben con sobresalto la llamada de la policía que
avisa del arresto de ese hijo, y que no dejan de amarlo, de apoyarlo, sin
condescender con sus malas acciones pero sin abandonarlo a su situación de
encarcelado.
Aquellos que lloran porque el hijo o la hija, después de un
matrimonio que parecía tan hermoso, ha abandonado a su familia para buscarse
aventuras de infidelidad, hasta dejar en soledad al cónyuge o en la tristeza más
profunda a los hijos que ya no cuentan con uno de sus padres en casa.
El
mundo está lleno de padres heroicos. Porque un padre y una madre lo son siempre,
sin fechas de caducidad. Porque el hijo más necesitado, por su fragilidad
física, por sus debilidades psicológicas, o por sus maldades éticas, necesita
quizá más que otros la certeza de que hay dos columnas que desean apoyarle,
sostenerle, rescatarle, darle lo más grande que puede imaginarse: un amor
completo, servicial, sin límites.
Un amor, en pocas palabras, heroico;
semejante, en la medida humana, a ese amor infinito que tiene Dios por cada uno
de sus hijos más necesitados.
Autor: P. Fernando Pascual
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