jueves, 31 de octubre de 2013

María está cerca de cada uno de nosotros

María está cerca de cada uno de nosotros
María está cerca de cada uno de nosotros
Esta poesía de María –el «Magníficat»– es totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un "tejido" hecho completamente con "hilos" del Antiguo Testamento, hecho de palabra de Dios.

Se puede ver que María, por decirlo así, "se sentía como en su casa" en la palabra de Dios, vivía de la palabra de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad.

María vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la palabra de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.

Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.

Pero pienso también en el «Compendio del Catecismo de la Iglesia católica», que hemos publicado recientemente, en el que la palabra de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nuestra vida, nos ayuda a entrar en el gran "templo" de la palabra de Dios, a aprender a amarla y a impregnarnos, como María, de esta palabra. Así la vida resulta luminosa y tenemos el criterio para juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo.

María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros.

Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está "dentro" de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios.

Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como "madre" –así lo dijo el Señor–, a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros. 
 
Autor: SS Benedicto XVI


martes, 29 de octubre de 2013

NO OS PREOCUPÉIS

imagenes de jesus

No os preocupéis por vuestra vida, qué comeréis o beberéis;
ni por vuestro cuerpo, cómo os vestiréis.
¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa?
Fijaos en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros;
sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
¿Quién de vosotros, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida?»
¿Y por qué os preocupáis por el vestido? Observad cómo crecen los lirios del campo.
No trabajan ni hilan; sin embargo, os digo que ni siquiera Salomón, con todo su esplendor,
se vestía como uno de ellos. Si así viste Dios a la hierba que hoy está en el campo y mañana
es arrojada al horno, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe?
Así que no os preocupéis diciendo:“¿Qué comeremos? Porque los paganos andan tras
todas estas cosas, y el Padre celestial sabe que necesitáis de todo esto.
Más bien, buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas. Por lo tanto, no os angustiéis por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes.
Cada día tiene ya sus problemas.
Mateo 6:25-34



GRUPOS DE ORACIÓN:

 

“JESÚS EL BUEN PASTOR”

Reunión                : sábados, de 4:00 p.m. a 6:00 p.m.

Lugar                     : Capilla Santa Elena – Barrio Santa Elena (Esquina Jr. Diego Ferré – Jr. José Olaya)

 

 “SANTA ROSA DE LIMA”

Reunión                : Jueves, de 7:00 p.m.  a 9:00 p.m.

Lugar                      : Salón de La Catedral (Jr. Amalia Puga Nº 540)

 

“JÓVENES CON ESPERANZA”

Reunión                : Domingos, de 3:30 p.m.  a 5:45 p.m.

Lugar                     : Salón de La Catedral (Jr. Amalia Puga Nº 540)

 

“DIOS ES AMOR”

Reunión                : Miércoles, de 7:00 p.m. a 9:00 p.m.

Lugar                     : Capilla San Francisco – Barrio San Martín (Esquina Jr. El Milagro – Jr. Diego Ferré)

 

“PLEGARIAS AL ESPÍRITU SANTO”

Reunión                : Domingos, de 3:00 p.m. a 5:00 p.m.

Lugar                     : Iglesia San José – Barrio San José (Esquina Jr Miguel Iglesias – Jr. Angamos)

 

“VIRGEN DEL CAMINO”

Reunión                : Lunes, de 5:30 p.m. a 7:00 p.m.

Lugar                     : Casa de Retiro “Virgen del Camino” (Av. Mártires de Uchuracay – Cuadra 19)

 
 

miércoles, 23 de octubre de 2013

¿Hay cristianismo sin contrastes?

¿Hay cristianismo sin contrastes?
¿Hay cristianismo sin contrastes?


Nunca ha sido fácil predicar el Evangelio. No lo fue para el mismo Cristo. No lo fue para los primeros cristianos. No lo fue para tantos y tantos anunciadores del pasado. No lo es tampoco en nuestro tiempo.

Existe, sin embargo, el peligro de una predicación apagada, tranquila, hecha más para tranquilizar a los oyentes que para ayudar a un encuentro auténtico con Jesucristo.

Ese peligro se produce cuando permitimos que la mentalidad del mundo nos domine. Entonces dejamos de sentir el fuego del Evangelio en nuestras almas y nos preocupamos en evitar críticas o reacciones negativas, en no incomodar a los oyentes.

Así, resulta fácil encontrar homilías donde no se habla del pecado. O constatar que hay sacerdotes y laicos que tienen miedo a denunciar la injusticia terrible que se comete en cada aborto. O leer textos de grupos más o menos competentes en catequesis que han eliminado conceptos como los de infierno, culpa, avaricia, tibieza, lujuria y parecidos.

Hay quienes piensan que de este modo atraerán a la gente a la Iglesia católica. Pero, ¿atrae la sal cuando se vuelve sosa? ¿Estimula una luz que no alumbra? ¿Es seguidor de Cristo quien deja de lado por completo la idea de la cruz y la necesidad de abnegarse cada día, quien olvida los deberes de caridad hacia los pobres, los enfermos, los más necesitados?

Un cristianismo descafeinado, anonido, tibio, no es cristianismo. Será, quizá, un espejismo más o menos engañoso, pero no la fe en todo lo que realizó y predicó el Hijo de Dios que vino al mundo para rescatar al hombre del pecado.

No existe cristianismo sin contrastes porque no existe cristianismo sin cruz, sin sacrificio, sin verdades que penetran más que una espada de doble filo (cf. Hb 4,12).

Sólo a través del mensaje auténtico, genuino, puro, que viene de Cristo, el cristianismo llega a ser lo que quiso su Fundador: el encuentro con el Camino que lleva a la Verdad y a la Vida, que nos saca de nosotros mismos para invitarnos a acoger el Amor y a amar a Dios y a los hermanos.

Autor: P. Fernando Pascual LC

lunes, 21 de octubre de 2013

Hoy di: ¡Gracias, Padre!

Hoy di: ¡Gracias, Padre!
Hoy di: ¡Gracias, Padre!


Hoy sé un hijo agradecido.

Levanta la mirada y dile gracias al Creador del universo:

Padre:

Gracias por el don de la existencia.
Gracias por haberme hecho a tu imagen y semejanza.
Gracias por el don gratuito de tu amor, gracias por amarme como soy.
Gracias porque me has dado ojos para ver,
oídos para escuchar, manos para acariciar,
inteligencia para conocer la verdad, voluntad para buscar el bien,
corazón para amar y para hacerlo tu morada.
¡Mi corazón: templo de la Trinidad! ¡Cosa maravillosa!

Gracias por la capacidad de asombro que me diste.
Gracias por mis padres, por mi familia, por tener un hogar que me cobija.
Gracias por los amigos fieles y también por los que me han hecho sufrir.
Gracias por los tiempos dolorosos de mi vida,
por dejarme sentir la soledad para venir luego a colmarla con tu misericordia.
Gracias por quienes rezan por mí.
Gracias por la vocación y misión que me confiaste.
Gracias por haber puesto tu mirada en mí, gracias por confiar en mí.
Gracias por tantas experiencias bellas de mi vida.
Gracias sobre todo por la experiencia del amor de Cristo.
Gracias por haberlo enviado a vivir con nosotros como uno de nosotros,
para revelarnos tu rostro, redimirnos y trazarnos el camino.
Nos amó hasta el extremo,
nos dio como Madre a María Santísima,
se quedó para siempre en la Eucaristía,
y al final nos entregó a su mismo Espíritu, fuente del mayor consuelo.
Gracias por mi bautismo, por mi Madre la Iglesia,
por mi ángel de la guarda y por esperarme con los brazos abiertos en el cielo.
Gracias por tu paciencia conmigo,
gracias por perdonarme siempre y por seguirme amando sin guardar resentimientos.
Gracias por la vida y por la eternidad que me espera.
Una y mil veces: ¡Gracias Padre!


Autor: P. Evaristo Sada LC

Creo en Ti, Señor


Creo en Ti, Señor
Creo en Ti, Señor

Creo en Ti, Señor. Creo que existes, que vives, que eres amor. Creo que eres la misericordia infinita y que la manifiestas a raudales en tantos acontecimientos de nuestra vida.

Creo que eres el camino seguro que lleva al cielo, y que no hay otro. No hay otro cielo ni otro camino que lleve al mismo.

Creo que eres la verdad de la vida y de las cosas. Eres también la vida de todos los seres, eres mi vida... Vida plena, vida eterna...

Creo que has formado los cielos y la tierra, con todo su ornato. Si en Ti no creyera, todo sería destrucción, desorden, caos. Creo en Ti, Señor.

Crecer en la fe es crecer en el amor. Por eso, porque creo en Ti con toda mi mente, te amo con todo mi corazón. Creer es fiarse, es tomar la mano del amado y, sin soltarla, caminar juntos siempre, durante las horas de desierto y las horas de primavera.

Te gusta, Señor, que tengamos fe en Ti: "Tu fe te ha salvado", y te apena mucho nuestra falta de fe: "Hombres de apoca fe, ¿porqué habéis dudado?"

Quiero ser un hombre o una mujer que se fía de Ti totalmente, que camina por la vida no con la seguridad de sus pies o de su mente sino con la seguridad de su Dios.

1. Jesucristo, creo que eres el Hijo eterno del Padre

Creo en la Santísima Trinidad. La celebramos en su fiesta. Eres un Dios único pero en tres personas que son amor. Y creo que las tres personas habitan en mi alma por la gracia.
Tú eres el Hijo del Padre desde toda la eternidad, el hijo en el cual tiene el Padre todas sus complacencias. El Hijo enviado al mundo no para juzgarlo, sino para salvarlo.
Eres tan parecido al Padre. Nosotros debemos ser tan parecidos a Ti. No fuiste enviado por el Padre para condenarme, sino para salvarme. A mí y a cada uno de los hombres.
Pagaste un precio tremendo. Pagaste todo Tú para comprarme a mí. Hasta sin sangre en las venas te quedaste, sin vestidos, sin vida. Para salvarme a mí. Pues, ¿quién soy yo? Te quedaste infinitamente pobre, Tú que eras infinitamente rico.
Soy el precio de tu sangre, de tu muerte, de tus infinitas humillaciones. ¿Qué clase de amor es éste? ¿Puede un mendigo sentirse más feliz que yo? ¿Puede un encarcelado, prisionero de por vida experimentar más alegría que yo? ¿Puede un condenado al infierno sentirse más afortunado que yo? Pues soy un pobre hambriento convertido en rico, un encarcelado a quien han dado el indulto, un condenado al infierno liberado del eterno dolor.

2.Jesucristo, creo que eres el salvador de los hombres

Lo que implicó la salvación: Belén, Nazaret -ocultamiento perfecto-. La pasión y la Cruz -amor sin límites-
Belén, Nazaret, Jerusalén son ciudades que me recordarán eternamente el amor de mi Dios. En Belén nació por amor a mí en la máxima pobreza. Una cueva, un pesebre de amor. En Nazaret vivió por amor a mí en el ocultamiento perfecto. En Jerusalén sufrió la pasión y la muerte de un esclavo y de un "maldito" por amor a mí.
En esas ciudades me amó hasta el extremo mi Creador, mi Redentor. Siempre que te mire, veré el rostro y los ojos de mi Salvador, unos ojos que me miran con amor, con compasión y con inmensa esperanza. Siempre que piense en Ti, sentiré renacer la esperanza, porque eres Luz, Resurrección, Buen Pastor, Camino, Vedad y Vida.
Contigo siempre hay remedio, hay salida. Por tanto camino por la vida con la frente alta, el corazón alegre y paso seguro. Voy con Jesús, con el que prometió: "Yo estaré con vosotros todos los días, también hoy."

3. Jesucristo, creo que te encarnaste en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo.

Se puede decir que actuaste como si no fueras Dios durante treinta y tres años. Humillación total. Por amor.
Somos hermanitos de carne y hueso con la diferencia de que Tú eres Dios. Pero, para que no sintiéramos complejo frente a Ti, quisiste divinizarnos, convertirnos en pequeños dioses en el cielo.
Como todos los niños, como yo, estuviste encerrado en el seno de tu madre, creciendo día a día hasta que estuviste maduro para nacer. Lo mismo que yo, lo mismo que todos los niños.
Recién nacido eras como todos los bebés. La cosa más débil del mundo, Tú el Dios de los ejércitos. Quisiste sentir lo que siente un niño creciendo en el seño de su madre. Y a María le hiciste sentir tu presencia y tus movimientos.
Oh divino bebé, maravilloso niño que sobreviste al aborto. Hoy millones de niños no tienen la suerte que tuviste tú de nacer. Ten compasión de todos ellos y de sus mamás porque no saben lo que hacen.

4. Jesucristo, creo que padeciste y morirse en la cruz para redimirnos de nuestros pecados.

Y tengo que decir como san Pablo: Líbreme Dios de gloriarme en nada si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. Me amaste y te entregaste por mí en la cruz.
Amor escrito con sangre. Para que no me quedaran dudas de que me amas. "Si fuera necesario para salvarte, volvería a sufrir de buena gana por ti solo todo lo que sufrí por el mundo entero"...Palabras dichas por Ti a una santa. Cuanto amor, cuánto dolor. Cuánto dolor, cuanto amor. Por mí.
Pordiosero miserable, condenado al infierno, todo esto y más he sido. Pero de todo esto me ha librado Jesús. A costa de tormentos, salivazos, flagelos, espinas y humillaciones he sido arrancado del infierno que era mi lugar merecido.
La eternidad no será suficiente para agradecer, para amar, para bendecir y adorar a la persona que mizo tanto bien. Con Pablo digo y diré: "Líbreme Dios de gloriarme en nada si no es en la cruz de mi Salvador."
¿Será tan difícil amar entrañablemente a un ser que tanto amor me ha demostrado? ¿Podré negar yo, criatura miserable, algo a mi Dios Omnipotente, sobre todo en el amor?

5. Jesucristo, creo que resucitaste al tercer día.

Recuperaste tu divinidad. Te enterraron como hombre y resucitaste como Hombre-Dios glorificado. Y ya la muerte no podrá dominarte jamás. Vives eternamente en el cielo para interceder por nosotros ante el Padre.
Con san Pablo afirmamos: Cristo ha resucitado. Ahí se apoya nuestra fe y nuestra religión triunfadora. La religión de un Dios-Hombre que se dejó vencer y humillar hasta un grado inaudito para resucitar y vencer tan solo tres días después a todos sus enemigos de un solo golpe.
El fundador de nuestra religión es un gran triunfador. Seguimos a un Caudillo que nos lleva a la victoria segura. "Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella". Un optimismo radical debe prevalecer en muestra vida en medio de las tormentas del mundo moderno.
De los fundadores de religiones -que son numerosos- sólo uno vive resucitado, habiendo vencido a la muerte. Los demás son un puñado más de polvo que hay dentro de la Tierra.
Al resucitar con tu cuerpo humano nos has confirmado que nosotros, de manera semejante y a su tiempo, resucitaremos contigo para vivir eternamente contigo felices en el cielo. Así como creo en tu resurrección, creo también en la mía.

6. Jesucristo, creo que estás sentado a la derecha del Padre.

Es decir, tu Humanidad ha sido glorificada y está junto a Dios. Eres un Dios Hombre para siempre con una humanidad glorificada y, como eres hombre, nos has elevado hasta el trono de Dios, buscando hacernos semejantes a Ti.
Todo lo ha puesto Dios bajo tus pies. Eres el rey del universo no sólo como Dios sino también como hombre. Pero al mismo tiempo has elevado a la naturaleza humana hasta el trono de Dios, la has divinizado.
Tu amor va mucho más allá de lo que pidiéramos imaginar o anhelar. La frase "seréis como dioses" se realizará. San Juan lo confirma: "Seremos semejantes a Él porque lo verismos al cual es." ¿Qué mas podías hacer por nosotros, por mí?
Por eso, el no corresponder a tanto amor, el dar la espalda a semejante bondad representa una ingratitud tan grande como el universo. Aún desconozco la altura, la anchura y la profundidad de semejante amor. Si yo conociera, si yo creyera en semejante amor...

Autor: P Mariano de Blas LC

jueves, 17 de octubre de 2013

Milagro Eucarístico de Roma, Italia 596




Cierta matrona romana, señora principal, solía enviar al bienaventurado San Gregorio las hostias que ella misma hacía para el santo sacrificio de la Misa, mostrándose en esta obra muy solícita y cuidadosa.

Al maligno espíritu, capital enemigo de todo lo bueno, que según la expresión del Apóstol San Pedro anda alrededor de nosotros como león rugiente aguardando el momento de la presa, le pareció excelente ocasión para turbar a la señora primero con tentaciones de vanagloria, luego con impertinentes dudas acerca de la fe en el augusto Sacramento, y finalmente haciendo que sin dejar las prácticas piadosas cayera en manifiesta incredulidad.

En efecto: aconteció un día estando arrodillada esta señora en el altar para recibir la Comunión de manos de San Gregorio, en el momento solemne en que el Santo Pontífice iba a darle la Sagrada Hostia diciendo aquellas palabras que usa la Iglesia: Corpus Dómini nostri JesuChristi custodian ánimam tuam, se pone a reír la referida señora como si hubiese perdido la fe y la devoción.

Al advertir el Santo retiró al punto la mano y puso sobre el ara del altar la Forma consagrada. Acabada la Misa pregunto el pontífice delante de todo el pueblo a la señora la causa de su risa en aquella ocasión tan impropia. Sorprendida por tal pregunta, no se atrevía al principio a declarar el motivo, más después, dijo: “Me río de que digas que ese pan que yo he amasado sea el Cuerpo de Cristo”.

Admirado de la respuesta San Gregorio no contesto palabra, pero se puso al instante con todo el pueblo a orar al Señor para que alumbrara con su divina luz a aquella mujer incrédula.

Apenas acabaron su fervorosa oración sucedió un maravilla, y fue que la Hostia sacrosanta se dejó ver en carne humana, y en esta forma, presente el pueblo allí congregado, la mostró también el Santo Pontífice a la señora, cuyo prodigio la redujo, al punto, a la fe de este misterio y confirmo en ella a todos los circunstantes.

En presencia de tan gran portento determinaron seguir orando, lo que se hizo con extraordinario recogimiento y fervor, hasta que se vio como aquella carne se reducía a la forma de hostia que antes tenía, y tomándola el Santo Pontífice en sus manos la dio en comunión a la señora; glorificando todos al Supremo Hacedor que se dignó obrar tales maravillas para que un alma recuperase la fe en el augusto Sacramento.

San Gregorio murió en el año 604, y la Iglesia honra la memoria de tan gran Pontífice el 12 de mayo. (Pablo y Juan, diáconos, Vida de San Gregorio Magno, lib, 2 cap 21).

Adaptado de: Evangelio del Día 2013-08-08 (www.evangeliodeldia.org)

Su nombre: María

Su nombre: María
Su nombre: María
María, cuyo Nombre cantan los cielos y la tierra, ¡bendita seas!...
¡Bendito sea el Nombre de María, Virgen y Madre!...

¿Por qué tributamos alabanzas tan especiales al Nombre de María? ¿Por qué el Nombre de María nos dice tanto? ¿Por qué repetimos sin más, sola ella, la palabra ¡MARIA!...
Hemos oído tantas veces el Evangelio de la Anunciación en las Misas de la Virgen, que nos sabemos más que de memoria estas palabras: Y la Virgen se llamaba María.

El nombre de MARIA, junto con el Nombre adorable de Jesús, es lo más entrañable que tenemos metido en nuestras almas. ¿Será preciso desatarnos ahora en alabanzas al Nombre de María?
Porque podríamos hacerlo con el romanticismo cariñoso de años atrás, cuando tenía éxito seguro el canto con una letra como ésta:
Es más dulce tu nombre, María, que el arrullo de tierna paloma, es más suave que el plácido aroma que en su cáliz encierra la flor...

Y muchos cantos por el estilo, hoy pasados totalmente de moda, y que casi nos excitan un poquito la hilaridad y nos arrancan una sonrisa compasiva con los soñadores de años atrás...

Nosotros, sin dejar los encantos de una piedad mariana así de soñadora y tierna, lo miramos desde otra perspectiva, y nos preguntamos: ¿Qué significa para María su nombre? ¿Qué significa, sobre todo, para nosotros?..

Dejemos a los estudiosos de la Biblia que se entretengan desentrañando las raíces de un nombre tan hermoso. María, como ya se llamó la hermana de Moisés, era un nombre muy común de mujer en Israel cuando los tiempos de Jesús. Y nos dicen los filólogos que puede significar hermosa, señora, princesa, excelsa, encumbrada, y no sé cuántas cosas más, a cada cual más bella y sugerente...

A poco que leamos la Biblia, sabemos que cuando Dios elegía a uno para una misión especial, Dios le escogía el nombre o le cambiaba el que ya tenía. Valga por todos los casos el de Simón. Jesús lo mira de hito en hito, y le dice:

Tú te llamas Simón. En adelante te llamarás Pedro, piedra, roca, porque sobre esta roca yo edificaré mi Iglesia.

María venía al mundo con la misión más alta, como era el ser La Madre de Dios, y, sin embargo, ni escoge ni le cambia el nombre. Se llamará, simplemente, MARIA, el nombre que le pusieron sus padres.

Ni tan siquiera ha triunfado el nombre aunque haya triunfado la realidad con que le llamó el Angel: La Agraciada, La Llena de Gracia, la colmada con todos los dones y gracias de Dios...

¿Pero, qué ha hecho la piedad cristiana? Le ha dado tantos nombres a la Virgen, que ya no sabemos ni con cuál llamarla.

Y la llamamos con el nombre de los misterios de su vida: Inmaculada, Concepción, Natividad, Purificación, Presentación, Anunciación, Encarnación, Soledad, Dolores, Asunción...

Y la llamamos con el nombe de sus advocaciones: Carmen, Mercedes, Rosario, Socorro, Patrocinio, Auxiliadora, Con-suelo...

Y la llamamos con el nombre de sus santuarios y apariciones: Loreto, Lourdes, Fátima, Pilar, Guadalupe, Montserrat, Luján, Aparecida, Begoña, Nuria...

Y sigamos y sigamos contando, porque la llamamos también con nombres locales nuestros, tan queridos: Marielos, Suyapa, María Paz...Y cada una de nuestras Repúblicas nos dictaría una lista bien interesante.

Todos ellos son el mismo Nombre de María, pero desdoblado, como la luz en el prisma, tal como lo siente y vive nuestra devoción a la Madre de Dios y Madre nuestra.

Más importante es, sin embargo, la invocación constante que hacemos del Nombre de María.

Las veces que la llamamos con gritos del corazón.
Las veces que nos dirigimos a Ella, diciéndole sólo ¡MARIA! Que unas veces es un grito de júbilo. O un grito de amor. O un grito de auxilio.

Porque ¡María! es un grito que se acomoda a todos los sentimientos de nuestro corazón y a todas las situaciones de nuestra vida.
¿Cómo responde María a nuestro saludo, cuando pronunciamos su Nombre? Nadie nos lo ha dicho, pero no necesitamos mucha imaginación para suponerlo... ¡Con qué ojos y con qué sonrisa que nos debe mirar! ¡Con qué cariño que se debe volcar sobre nosotros!...

Como lo hiciera un día con San Bernardo, el monje que pasa como el mayor devoto de María. Cuando caminaba por los claustros de su monasterio, al pasar delante de una imagen de la Virgen le inclinaba la cabeza y la saludaba: ¡Salve, María!. Y así siempre. Hasta que un día ve cómo la imagen se anima, y responde muy educada al saludo: ¡Salve, Bernardo!...

Valdría la pena seguir, ¿verdad?... Pues, aquí nos vamos a quedar hoy. Dándole a Ella el gusto de recordarle su Nombre: y el nombre de la Virgen era María.
Aquí nos quedamos, saboreando la miel que destila en nuestra boca el dulce Nombre de María. Y afinamos el oído, a ver si oímos su respuesta, y nos contesta también: ¡Salve, Chelita! ¡Salve, Javier! ¡Salve, Manolo! ¡Salve, Lineth!....

Autor: Pedro García, Misionero Claretiano

viernes, 11 de octubre de 2013

El arte de amar a los enemigos

El arte de amar a los enemigos
El arte de amar a los enemigos
(Fragmento Homilía Papa Francisco de la misa celebrada el martes 18 de junio, por la mañana, en la capilla de la Domus Sanctae Marthae.)


Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen y nos hacen sufrir es difícil; ni siquiera es un "buen negocio", porque nos empobrece. Sin embargo este es el camino indicado y recorrido por Jesús para nuestra salvación.

¿Cómo es posible perdonar?: También nosotros, todos nosotros, tenemos enemigos, todos. Algunos enemigos débiles, algunos fuertes. También nosotros muchas veces nos convertimos en enemigos de otros; no les queremos. Jesús nos dice que debemos amar a los enemigos.

No se trata de una tarea fácil y generalmente, pensamos que Jesús nos pide demasiado. Pensamos: "Dejemos estas cosas a las monjas de clausura que son santas o a alguna otra alma santa". No es la actitud justa. «Jesús dice que se debe hacer esto porque sino sois como los publicanos, como los paganos, y no sois cristianos».

¿Cómo se puede amar «a quienes toman la decisión de bombardear o matar a tantas personas? ¿Cómo se puede amar a aquellos que por amor al dinero no permiten que las medicinas lleguen a quien la necesita, a los ancianos, y les dejan morir?». Aún más: «¿Cómo se puede amar a las personas que buscan sólo su interés, su poder y hacen tanto mal?».

No sé «cómo se puede hacer. Pero Jesús nos dice dos cosas: primero, mirar al Padre. Nuestro Padre es Dios: hace salir el sol sobre malos y buenos; hace llover sobre justos e injustos. Nuestro Padre, por la mañana, no dice al sol: "Hoy ilumina a estos y a estos; a estos no, déjales en sombra". Dice: "Ilumina a todos". Su amor es para todos, su amor es un don para todos, buenos y malos. Y Jesús concluye con este consejo: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial".

Por lo tanto, la indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en la perfección del amor. Él perdona a sus enemigos. Hace todo por perdonarles. Pensemos en la ternura con la que Jesús recibe a Judas en el huerto de los Olivos, cuando entre los discípulos se pensaba en la venganza.

La venganza, es ese plato tan rico cuando se come frío; y por ello esperamos el momento preciso para realizarla. «Pero esto no es cristiano. Jesús nos pide amar a los enemigos. ¿Cómo se puede hacer? Jesús nos dice: rezad, rezad por vuestros enemigos. La oración hace milagros; y esto vale no sólo cuando tenemos enemigos; sino también cuando percibimos alguna antipatía, «alguna pequeña enemistad». Entonces es necesario rezar, porque «es como si el Señor viniera con el óleo y preparara nuestro corazón para la paz».

Pero «ahora desearía dejaros una pregunta, a la cual cada uno puede responder en su corazón: ¿rezo por mis enemigos? ¿Rezo por quienes no me quieren? Si decimos que sí, yo os digo: ¡adelante!, reza más, porque éste es un buen camino. Si la respuesta es no, el Señor dice: ¡pobrecillo! También tú eres enemigo de los demás. Entonces es necesario rezar para que el Señor cambie su corazón».

Debemos mirar más el ejemplo de Jesús: «Conocéis, en efecto, la gracia de la que habla hoy el apóstol Pablo: de rico que era, se hizo pobre por vosotros, para que vosotros llegarais a ser ricos por medio de su pobreza. Es verdad: el amor a los enemigos nos empobrece, nos hace pobres, como Jesús, quien, cuando vino, se abajó hasta hacerse pobre. Tal vez no es un "buen negocio" o al menos no lo es según la lógica del mundo. Sin embargo «es el camino que recorrió Dios, el camino que recorrió Jesús» hasta conquistarnos la gracia que nos ha hecho ricos.

Este es el misterio de la salvación: con el perdón, con el amor hacia el enemigo nos hacemos más pobres. Pero esa pobreza es semilla fecunda para los demás, como la pobreza de Jesús llegó a ser gracia y salvación para todos nosotros.

Pensemos en nuestros enemigos, en quien no nos quiere. Sería hermoso si ofreciéramos la misa por ellos, si ofreciéramos el sacrificio de Jesús por quienes no nos aman. Y también por nosotros, para que el Señor nos enseñe esta sabiduría: tan difícil pero también tan bella, y que nos hace semejantes a su Hijo, quien al abajarse se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza.

Autor: SS Francisco

Dios camina con nosotros

Dios camina con nosotros
Dios camina con nosotros



"Vamos alegres a la casa del Señor",

El sacramento no es un rito mágico, sino el encuentro con Jesús que nos espera. Jesús nos espera siempre, esta es la humildad de Dios.

En la historia del Pueblo de Dios, hay "buenos momentos que dan alegría", y también momentos malos "de dolor, de martirio, de pecado"

Y sea en los momentos malos, como en los buenos tiempos, una cosa es siempre la misma: ¡el Señor está allí, nunca abandona a su pueblo! Porque el Señor, aquel día del pecado, del primer pecado, ha tomado una decisión, hizo una elección: hacer historia con su pueblo. Y Dios, que no tiene historia, porque es eterno, ha querido hacer historia, caminar cerca de su pueblo. Pero más aún: convertirse en uno de nosotros, y como uno de nosotros, caminar con nosotros, en Jesús. Y esto nos habla de la humildad de Dios.

He aquí, pues, que la grandeza de Dios, es su humildad: Ha querido caminar con su pueblo. Y cuando su pueblo se alejaba de Él por el pecado, con la idolatría", Él estaba allí" esperando. Y también Jesús, viene con esta actitud de humildad. Él quiere caminar con el pueblo de Dios, caminar con los pecadores; incluso caminar con los soberbios. El Señor, dijo, ha hecho mucho para ayudar a estos corazones soberbios de los fariseos.

Dios siempre está listo.

Dios está a nuestro lado.

Dios camina con nosotros, es humilde, siempre nos espera. Jesús siempre nos espera. Esta es la humildad de Dios. Y la Iglesia canta con alegría esta humildad de Dios que nos acompaña, como lo hacemos con el Salmo: Vamos alegres a la casa del Señor

Vamos con alegría porque Él nos acompaña, Él está con nosotros. Y el Señor Jesús, incluso en nuestra vida personal nos acompaña: con los sacramentos. El sacramento no es un ritual de magia: se trata de un encuentro con Jesucristo, nos encontramos con el Señor. Es Él quien está al lado de nosotros y nos acompaña".

Jesús se hace "compañero de camino". También el Espíritu Santo, nos acompaña y nos enseña todo lo que no sabemos, en el corazón y nos recuerda todo lo que Jesús nos enseñó. Y así nos hace sentir la belleza del buen camino.

Y esto la Iglesia Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, son compañeros de camino, hacen la historia con nosotros.
lo celebra con gran alegría, incluso en la Eucaristía, donde se canta el amor tan grande de Dios que ha querido ser humilde, que ha querido ser compañero de viaje de todos nosotros, que ha querido también Él hacerse historia con nosotros.

Y si Él entró en nuestra Historia, entremos también nosotros un poco en la historia de Dios, o por lo menos pidámosle la gracia de dejar escribir nuestra historia por Él: que Él escriba nuestra historia. Es algo seguro.
Autor: SS Francisco

María está cerca de cada uno de nosotros

María está cerca de cada uno de nosotros
María está cerca de cada uno de nosotros
Esta poesía de María –el «Magníficat»– es totalmente original; sin embargo, al mismo tiempo, es un "tejido" hecho completamente con "hilos" del Antiguo Testamento, hecho de palabra de Dios.

Se puede ver que María, por decirlo así, "se sentía como en su casa" en la palabra de Dios, vivía de la palabra de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios. En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan buena; por eso irradiaba amor y bondad.

María vivía de la palabra de Dios; estaba impregnada de la palabra de Dios. Al estar inmersa en la palabra de Dios, al tener tanta familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y promueve el bien en el mundo.

Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios, a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras: leyendo la sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.

Pero pienso también en el «Compendio del Catecismo de la Iglesia católica», que hemos publicado recientemente, en el que la palabra de Dios se aplica a nuestra vida, interpreta la realidad de nuestra vida, nos ayuda a entrar en el gran "templo" de la palabra de Dios, a aprender a amarla y a impregnarnos, como María, de esta palabra. Así la vida resulta luminosa y tenemos el criterio para juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo.

María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada uno de nosotros.

Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que está "dentro" de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios.

Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros, conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos con su bondad materna. Nos ha sido dada como "madre" –así lo dijo el Señor–, a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre, siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros.

Autor: SS Benedicto XVI

Soy tu Madre


Soy tu Madre
Soy tu Madre

Mamá

Es la primera palabra que aprenden los niños. Los niños crecen seguros cuando han logrado estrechar una relación con su madre. No importa que no la vean, saben que está ahí y por eso no tienen miedo.

¿Quién es esta Mujer? Juan Pablo II la invocaba: «totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt». Y la tenía en su escudo y en su corazón.

¿Quién es esta Mujer? Se le apareció a una niñita en una cueva y le dijo: «Yo soy la Inmaculada Concepción». ¿Quién es esta Mujer?

Miguel Ángel la esculpió en mármol de Carrara.

¿Quién es esta Mujer? París puso su nombre a su catedral.

¿Quién es esta Mujer? Éfeso le dio el título más grande que jamás ha recibido alguna mujer.

¿Quién es esta Mujer? En torno a Ella la Iglesia primitiva perseveraba unida en la oración.

¿Quién es esta Mujer? El ángel le dijo: «no temas».

Mujer, tú que escuchaste del ángel del Señor: «no temas», dinos: ¿es verdad? ¿Es verdad que no hay que tener miedo? Mira el mundo… Mira la Iglesia… Mira mi vida… Mira mi pecado… ¿Es verdad, Mujer? ¿Es verdad que no hemos de temer?

Dinos, Mujer, ¿qué le dijiste a san Juan Diego en el Tepeyac? ¿Qué le dijiste al joven Karol Wojtyla que después, siendo Papa, tantas veces nos repitió «no tengáis miedo»?

Respóndenos, Mujer, dinos algo… ¿quién eres?

No temas esta enfermedad, ni ninguna otra enfermedad, ni cosa difícil o aflictiva. ¿No estoy yo aquí que soy tu Madre? ¿No estás bajo mi sombra y resguardo? ¿No soy yo la fuente de tu alegría? ¿No estás en el hueco de mi manto, en el cruce de mis brazos? ¿Tienes necesidad de alguna otra cosa?.

Si es así, si eres mi Madre, si estás aquí… no temo, María. En medio de la oscuridad, en medio del desierto no temo, María, porque tú estás conmigo. Estoy a punto de comenzar una misión y no sé lo que me espera, pero no temo porque tú estás conmigo. En unos meses pueden pasar muchas cosas pero no temo porque tú estás conmigo.

Tengo una responsabilidad muy grande sobre mis hombros, no sé si puedo, pero no temo porque tú estás conmigo. Entonces, mi última palabra en la hora de mi muerte será la misma que la primera que pronuncié de niño… «Mamá».




Autor:
  • H. Javier Ayala, LC

  • sábado, 5 de octubre de 2013

    Dignos hijos de tal Madre

    Dignos hijos de tal Madre
    Dignos hijos de tal Madre


    Allá por el principio de todos los tiempos, un ángel particularmente avispado y vivaracho merodeaba curioso muy cerca de donde la Santísima Trinidad estaba reunida en consejo. Se detuvo aguzando sus “sentidos” y quedó enganchado por la curiosidad ante lo que allí se estaba planeando.

    El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, con encendida ilusión y haciendo pleno uso de su infinita sabiduría, omnipotencia y amor, se daban a la tarea de idear el proyecto creatural más sublime y excelso que iba a salir de sus manos divinas.

    Tendrá una mirada limpia e intuitiva como la de los ángeles, pues su alma será tan pura como ellos; y sus ojos serán verdaderas ventanas al cielo, porque cielo será toda su alma.

    Su sonrisa lucirá irresistiblemente contagiosa, como trasparencia de una felicidad interior plena y auténtica.

    Su voz ha de ser clara y agradable, casi mágica, pues a través de ella inducirá a un sueño tranquilo a los niños, infundirá consuelo, paz y confianza en los corazones atribulados y orientará hacia el bien muchos pasos vacilantes.

    Sus dos hermosas manos serán capaces de multiplicarse en mil por lo hacendosas y solícitas ante sus quehaceres y las necesidades de los demás.


    El ángel, mientras escuchaba, daba rienda suelta a su vivaz imaginación embelesado ante la imagen de esa creatura; y su arrebato crecía a medida que iban añadiéndose detalles.

    Su cuerpo, además de una perfección y belleza sin par, tendrá que ser de una resistencia extrema para soportar constantes desvelos, para mantenerse en actividad de sol a sol, para comer muchas veces a deshoras y otras tantas ni siquiera comer o comer sólo a base de sobras…

    Su corazón rebosará de un amor inmenso, el amor más semejante y cercano al nuestro que jamás haya existido ni existirá; y su capacidad de sacrificio igualará a su capacidad de amar.



    Cuando el ángel oyó la palabra “sacrificio”, no pudo evitar encogerse de alas y arquear las cejas en señal de incomprensión y admiración.


    La bondad será el sello distintivo de todos sus gestos, palabras, actitudes y pensamientos. Su paciencia no habrá de tener límites ya que vendrá puesta a prueba muchas veces, día y noche. Su generosidad tampoco tendrá medida, puesto que quienes se beneficiarán de ella serán innumerables.

    De pronto, Dios Padre, que desde el primer momento se había percatado del atrevimiento del ángel, se volvió a él para interpelarlo. Pero éste, con su agilidad y espontaneidad características, se le adelantó con una pregunta:

    -¿De quién se trata, Señor? ¡Dímero, por favor!
    Dios Padre, desarmado ante la expresión de inocencia e interés de aquella creatura angélica, respondió sin poder disimular su entusiasmo:

    -Se llamará María y será Madre de mi Hijo cuando se haga hombre; y será, por tanto, Madre de Dios y también Madre de todos los hombres. Por eso, en su honor, cada mujer y madre que exista en la tierra será creada a su imagen y semejanza.

    Quiero, además, que mi Hijo pase con ella la inmensa mayoría del tiempo que dure su vida terrena -30 de sus 33 años- por dos motivos: primero, para que en su progresivo aprender humano sea precisamente de ella de quien aprenda todas las virtudes; y segundo, para que Ella reciba de Él, durante el mayor tiempo posible, el cariño del mejor de los hijos. Ojalá, que de este modo, los hombres valoren qué Madre les he regalado y la traten como se merece, a ejemplo de mi Hijo.

    Dicho esto, Dios Padre miró fijamente al ángel y tras un gesto entre admirativo e interrogativo, esbozó una sonrisa y le dijo:

    -Vaya, al ver tu reacción, acabo de percatarme de que en los ángeles también puede darse la “envidia”… pero es de la buena. Haz que ese sentimiento te lleve a ti y a tus demás compañeros ángeles custodios, a ayudar a todos los hombres a ser dignos hijos de tal Madre.




  • Preguntas o comentarios al autor
  • P. Marcelino de Andrés

  • jueves, 3 de octubre de 2013

    Cuando miras a María


    Cuando miras a María
    Imágenes de María en todas sus advocaciones, vestida de acuerdo al lugar y las costumbres del pueblo que rodeó cada una de sus manifestaciones, y con rasgos en su rostro que reflejan también quienes son los corazones que Ella quiere enamorar en cada caso. ¡María se adapta, como una Madre que busca de todas las formas posibles el educar y formar a sus hijos!.

    ¡Las imágenes de María!. Mirar a la Madre de Dios en los altares, esplendorosa y llena del amor que se derrama sobre nosotros, es mirar mucho más allá de la pequeña Mujer de Galilea que dos mil años atrás dio un humilde y escondido sí a un celestial visitante. Muchas veces nos ocurre a los enamorados de la Santa Madre de Dios que se nos pregunta u objeta tanto amor por la Virgen, como un posible olvido o error respecto del Dios Verdadero. ¿Y que decimos nosotros?.

    Miren a la Virgen: ¿qué ven?. Se pueden observar muchos signos, porque Ella también manifiesta sus mensajes a través de la simbología de los pequeños detalles que rodean sus imágenes. Sin embargo, un dato en particular debe capturar nuestra atención: si observan bien, verán que la Virgen siempre tiene al Niño Jesús consigo. En muchas advocaciones el Niño está en sus brazos, mientras en otras se encuentra en su vientre: la cinta que María tiene sobre su vestido indica que está “encinta”, que tiene a su Niño consigo, para traerlo a este mundo,

    De tal modo, cuando miramos a María podemos estar absolutamente seguros de que estamos mirando a Dios, al Niño Dios que está con Ella, siempre. Es que la misión de la Virgen es una y clara: ¡traernos a Jesús!. No se puede separar a ésta pequeña Mujer de Galilea de lo que es el motivo de su existencia: traernos al Niño Dios a nuestro mundo primero, y a nuestros corazones ahora, en nuestro tiempo. Y Jesús está muy contento de que sea Su Madre la que nos viene a buscar, a rescatarnos. El se siente feliz de estar en los brazos de Mamá o en su Seno Virginal cuando la envía a socorrernos.

    Jesucristo, el único Salvador, Dios Verdadero y Hombre Verdadero, ha elegido a la Criatura más perfecta para que sea Su Cuna, Su Tabernáculo, Su Cáliz. Las imágenes de la Virgen, de este modo, reflejan la unión indisoluble entre Dios y Criatura, entre Madre e Hijo, entre naturaleza Divina y humana, entre el Cielo y la tierra. No podemos mirar a la Virgen sin estar mirando a Dios al mismo tiempo, porque Ella es el Envase perfecto en el que Dios eligió venir a nosotros, Ella es la portadora de la Buena Nueva. María, la Esclava de Dios, es la primera en invitarnos a hacernos pequeños, hasta desaparecer, para que Cristo resplandezca a través nuestro. Ella nos enseña a negar nuestro ego, a negarnos a nosotros mismos, porque sólo El es, sólo Cristo es.

    Cuando miras a la Madre, entonces, ves en realidad al Hijo. Porque el Hijo hizo a la Madre, para que la carne de la Madre forme la Carne del Hijo. Y si miras al Hijo, sin dudas también verás a la Madre, porque en Ella se resumen las virtudes que Dios, su Hijo, quiso infundirle a la Criatura más perfecta de la Creación, Su Madre.

    ¿Comprendes nuestro amor por la Madre, entonces, como un reflejo de nuestro amor por el Hijo, verdadero motivo de nuestra existencia y Dueño de nuestros corazones?.

    Autor: Oscar Schmidt

    ¿Cuáles son mis actitudes frente a María?

    ¿Cuáles son mis actitudes frente a María?


    ¿Qué actitudes debo de tomar de frente a la Santísima Virgen?

    En primer lugar, gloriarme en Ella como me glorío en Cristo. Decía San Pablo que Cristo en la cruz es el culmen de todo: “Líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de Jesucristo”.

    También podemos decir de modo semejante ¿cuál es tu gloria más grande, oh, Niña Eterna? Tu imagen más maravillosa con tu hijo muerto en tus brazos aquel Viernes Santo, Santísimo. Yo también digo: "Líbreme Dios de gloriarme si no es en María Santísima, con su hijo muerto en los brazos, aquel Viernes Santo”.

    Si quiero muchísimo a la Santísima Virgen, tengo que querer muchísimo a Jesús, a quien llevó en sus brazos de niño, al que tuvo muerto sobre sus rodillas, al que Ella ama más que a sí misma. Por eso, no hay peligro en amar mucho a la Santísima Virgen y que esto pueda ir en perjuicio del amor a Jesucristo. Todo lo contrario: Ella es un camino hacia Cristo, ella lo sabe, ella lo quiere, para ella es su máxima gloria: llevarnos a Cristo. Y, por eso, uno que se empeña en amar a María, acabará amando a Jesús, por necesidad.

    Segundo, ser un niño. Si yo tuviera alma de niño me llevaría mil veces mejor con Cristo, con mi madre y con los hombres, y, aún, conmigo mismo. Cuanto más sencillo sea con la Santísima Virgen más nos vamos a entender. A veces le he preguntado, le he pedido que me dé un conocimiento y un amor muy grande hacia Jesús. La respuesta que me dio fue tan sencilla, que tardé mucho tiempo en saber que venía de Ella. Yo me esperaba una respuesta grandiosa, solemne. La respuesta fue ésta: "Sé como un niño y ten una fe viva y operante". Es decir, si te dicen que Él es Dios, créelo; si te dicen que murió crucificado por ti, créelo; si te dicen que está en la Eucaristía por amor a ti, acéptalo y créelo como un niño, con fe viva y operante.

    Si la Santísima Virgen me dice que sea un niño con Jesús, ¿qué tengo que ser con Ella? Un niño eterno. En el orden espiritual soy como un niño, no soy más que eso. Por tanto, comportarme con María como un niño impotente, inexperto, pero confiado.

    Tercero, amar y confiar. “ ¡Oh, Madre, somos otros niños Jesús que corren a tu encuentro, que quieren amarte como Él y ser amados por ti! ¡Oh, María, yo te quiero decir, hoy y siempre: tú eres mi victoria, tú eres mi paz, mi seguridad! “ Y esto lo debe de decir cada sacerdote, cada cristiano, si de veras quiere a María como madre.

    Resucitar es sentir la alegría del triunfo de Cristo en mi corazón. “Jesucristo, Tú eres mi victoria.” Pero, también sentir el triunfo de María Santísima en su Asunción. “ ¡Madre bendita, tú también eres mi victoria! Y así como me alegro del triunfo de Cristo resucitado, me alegro del triunfo tuyo, Madre mía, en tu Asunción al cielo. Es también mi triunfo, porque es el triunfo de mi madre. Cuando un hijo tuyo te toma en serio, todas las cosas se vuelven posibles.” Esas cosas que uno piensa a veces: ¿podré? ¿Me curaré, algún día, de esa enfermedad? ¿Podré superar esa tentación alguna vez? ¿Podré lograr esas metas apostólicas?

    Esas cosas que uno considera imposibles, o muy difíciles, se hacen posibles cuando se toma en serio, en serio, a María Santísima. Por ejemplo, vencer todas las tentaciones, conquistar las metas difíciles y, sobre todo, llegar al cielo.

    Quiero arriesgarme del todo con la mujer más maravillosa del mundo, la madre más tierna, la reina más poderosa: María. Es una gran diferencia tener una madre como tú, una gran diferencia. A veces se nos ve a los cristianos tristes, desorientados, desanimados, como niños huérfanos. ¿Dónde está tu madre? ¿Quién es? ¿Cómo se llama? Cuando estoy enojado, desanimado o impaciente, al mirar tu rostro, al contemplar tus ojos, al mirar tu sonrisa, se me va el enojo, el desaliento y la impaciencia, Madre.

    Y cuanto más incapaz me sienta por falta de cualidades, de tiempo y experiencia, más me debo lanzar. Eso es fe y confianza y amor. Lo otro es la vanidad de siempre, el mirarme a mí, y a mi barca y a mis redes, y no a Cristo Omnipotente y a María, omnipotencia suplicante. La diferencia de Pedro. Primero dijo: "Toda la noche he tirado mis redes y no he sacado ni un pez". Lo segundo: "En tu nombre echaré las redes". Las redes llenas de peces: ésa es la diferencia. Y no crean que Jesús se enoja porque uno tira las redes, también, en nombre de María Santísima. Jesús sonreirá de gusto, de emoción, al ver que no sólo confiamos en Él y tiramos las redes en su nombre, sino que también confiamos en María, su madre y la nuestra, y en su nombre, en el nombre de Ella, echamos también nuestras redes. En nombre de María también se llenarán nuestras redes de peces. No te quiero perder, madre mía. El día que te pierda, estaré perdido. Ese día sí estaré perdido.

    Y cuando se juntan muchos contratiempos -que eso nos suele suceder en nuestra vida- podemos recordarnos a nosotros mismos, o recordar a otros, quién es la causa de nuestra alegría. Si realmente creemos en esto que decimos diariamente en las letanías del rosario, debería siempre asomarse a nuestro rostro una sonrisa eterna, una paz permanente, una fortaleza continua, aún en medio del dolor y del sufrimiento. ¡Oh, María, tú eres mi salvación! ¡Contigo sí me atrevo! ¡Contigo sí puedo! ¡Contigo voy al fin del mundo! Esto lo tenemos que decir, lo tenemos que gritar, a todos aquellos enemigos que nos desafían: llámese mundo, llámese demonio, llámese la carne; que nos desafían a que no llegaremos a santos, y no llegaremos a realizar grandes cosas en el apostolado. Hay que profundizar la confianza en Ella hasta sentir en las venas, en el cuerpo, en el alma toda, una seguridad y un valor absolutos. Yo sé que una Mujer me llevará al cielo, me obtendrá la gracia de la santidad, el valor de los mártires, el celo de los apóstoles.

    Como San Pablo, yo también, y tú, podemos decir: "todo lo puedo en Cristo, que me conforta". Pero también podemos y debemos decir: "todo lo puedo en María, que me fortalece". Si tengo a María Santísima, si tengo a Cristo, y creo que me aman muchísimo y lo pueden todo, no debo temer, andar asustado, inquieto, derrumbado: jamás.

    Se ha hablado de que el sacerdote ha perdido su identidad. Su identidad es ser otro Cristo en la tierra. ¿Ustedes creen que a María Santísima se le puede olvidar el rostro de su Hijo? ¿Ustedes creen que María Santísima ha perdido, o desconoce, la identidad del sacerdote, cuando ve en él la imagen, el rostro, de su propio hijo? ¿Quién nos ha dicho que el sacerdote ha perdido su identidad? Si la lleva impresa en su alma a fuego.

    ¿Se puede o no se puede con María? ¿Se puede o no se puede en la Iglesia resolver los grandes problemas, las grandes reformas? ¿Se puede o no se puede con María? Se pudo al inicio, porque Ella puso a rezar a la Iglesia. Ella obtuvo la venida del Espíritu Santo que transformó a aquellos hombres de cobardes en valientes, de tímidos en leones, de hombres incapaces -humanamente hablando- en apóstoles que lograron realmente la conversión de aquel mundo pagano. Hoy, la Iglesia también puede si toma en serio a María Santísima. Ella es, por providencia de Dios, la que volverá a pisar, a aplastar, la cabeza de Satanás que se ha metido dentro de la misma Iglesia.

    Por eso, si hoy queremos triunfar, individualmente como cristianos, como sacerdotes, y conjuntamente como Iglesia, tenemos que tomar muy en serio en nuestra vida, en nuestra oración, en nuestro apostolado, a quien aplastó la cabeza de la serpiente: a María Santísima.

    Autor: P Mariano de Blas
  • María, eres mi madre y mi maestra


    María, eres mi madre y mi maestra


    ¡Oh, María, no sólo eres mi madre, sino también mi maestra, y quiero ser una obra maestra en tus manos! Alfarera divina, estoy ante ti como un cantarillo roto, pero con mi mismo barro puedes hacer otro a tu gusto. ¡Hazlo! Toma mi barro, el barro de mis dificultades, de mis problemas, de mis defectos, de mis pecados. Toma ese barro, ese barro que se ha deshecho tantas veces por obra de Satanás, del mundo, de las tentaciones, de la carne, y construye otro cantarillo nuevo, mejor que el del principio. Quiero ser santo en tu escuela, María; quiero ser un gran sacerdote en tu escuela, quiero ser un gran apóstol en tu escuela, María de Nazaret.

    Quiero, en la escuela de María de Nazaret, aprender el arte de vivir. Maestra, sobre todo, del amor a Jesús. Si en algo ella ha sido maestra, ha sido en el amor. Por eso, si es el amor el que nos va a salvar, el único que nos va a salvar, nos importa ir a esa escuela donde hay una maestra sublime, excelsa, en el arte, precisamente, de amar. Ninguna criatura ha amado tanto, y tan bien como María, a Dios. Ninguna criatura ha amado y ama a los hombres como Ella, porque es su Madre. Por tanto, Ella es la persona que mejor nos puede enseñar a nosotros a amar.

    Se es fiel, sólo por amor. Se es auténticamente feliz, sólo en el amor. Se es idéntico, sólo amando. Si esto es verdad, la gran fuerza, la única fuerza, capaz de arrancarnos de nuestro egoísmo y lanzarnos hacia Dios y hacia nuestros hermanos, es el amor. Pues bien, María de Nazaret tiene una escuela de amor. Es una maestra insigne, y a nosotros, sus hijos predilectos, nadie mejor que Ella nos puede enseñar el amor.

    María, se ha dicho, es el camino más corto y más hermoso para llegar a Jesús. El camino más fácil para conocer al Hijo es el corazón de su Madre. Yo tendré un santo orgullo en decir que fue María Santísima quien me abrió la puerta del Corazón de Jesús. Quien me enseñó a amarlo.

    Decía San Pablo, también, "¿Quién me arrancará del amor a Cristo?" Yo quiero decir lo mismo, pero añadir también estas palabras: “¿Quién me arrancará del amor a mi Madre?.” Un santo decía:” "Creo en mi nada unida a Cristo". Yo también quiero decirlo: “Creo en mi nada unida a Cristo.” Pero también quiero decir: "creo en mi nada unida a María Santísima".




  •  Autor
  • P. Mariano de Blas LC


  • miércoles, 2 de octubre de 2013

    Nuestro ángel de la guarda

    Nuestro ángel de la guarda
    Muchos tienen la costumbre de hablar con su ángel de la guarda. Le piden ayuda para resolver un problema familiar, para encontrar un estacionamiento, para no ser engañados en las compras, para dar un consejo acertado a un amigo, para consolar a los abuelos, a los padres o a los hijos.

    Otros tienen al ángel de la guarda un poco olvidado. Quizá escucharon, de niños, que existe, que nos cuida, que nos ayuda en las mil aventuras de la vida. Recordarán, tal vez, haber visto el dibujo de un niño que camina, cogido de la mano, junto a un ángel grande y bello. Pero desde hace tiempo tienen al ángel “aparcado”, en el baúl de los recuerdos.

    De grandes es normal que hablemos a los niños de su ángel de la guarda. Nos sería de provecho pensar también en nuestro ángel que está a nuestro lado y nos ayuda de mil modos.

    Es verdad: Dios es el centro de nuestro amor, y a veces no tenemos mucho tiempo para pensar en los espíritus angélicos. Podemos, sin embargo, ver a nuestro ángel de la guarda no como una “devoción privada” ni como un residuo de la niñez, sino como un regalo del mismo Dios, que ha querido hacernos partícipes, ya en la tierra, de la compañía de una creatura celeste que contempla ese rostro del Padre que tanto anhelamos.

    Necesitamos renovar nuestro trato afectuoso y sencillo, como el de los niños que poseen el Reino de los cielos (cf. Mt 19,14), con el propio ángel de la guarda. Para darle las gracias por su ayuda constante, por su protección, por su cariño. Para sentirnos, a través de él, más cerca de Dios. Para recordar que cada uno de nosotros tiene un alma preciosa, magnífica, infinitamente amada, invitada a llegar un día al cielo, al lugar donde el Amor y la Armonía lo son todo para todos. Para pedirle ayuda en un momento de prueba o ante las mil aventuras de la vida.

    Necesitamos repetir, o aprender de cero, esa oración que la Iglesia, desde hace siglos, nos ha enseñado para dirigirnos a nuestro ángel de la guarda:

    Ángel del Señor, que eres mi custodio,
    puesto que la Providencia soberana me encomendó a ti,
    ilumíname, guárdame, rígeme y gobiérname en este día.
    Amén
    .


  • P. Fernando Pascual LC