¿Qué actitudes debo de tomar de
frente a la Santísima Virgen?
En primer lugar, gloriarme en Ella como me
glorío en Cristo. Decía San Pablo que Cristo en la cruz es el culmen de todo:
“Líbreme Dios de gloriarme si no es en la cruz de Jesucristo”.
También
podemos decir de modo semejante ¿cuál es tu gloria más grande, oh, Niña Eterna?
Tu imagen más maravillosa con tu hijo muerto en tus brazos aquel Viernes Santo,
Santísimo. Yo también digo: "Líbreme Dios de gloriarme si no es en María
Santísima, con su hijo muerto en los brazos, aquel Viernes Santo”.
Si
quiero muchísimo a la Santísima Virgen, tengo que querer muchísimo a Jesús, a
quien llevó en sus brazos de niño, al que tuvo muerto sobre sus rodillas, al que
Ella ama más que a sí misma. Por eso, no hay peligro en amar mucho a la
Santísima Virgen y que esto pueda ir en perjuicio del amor a Jesucristo. Todo lo
contrario: Ella es un camino hacia Cristo, ella lo sabe, ella lo quiere, para
ella es su máxima gloria: llevarnos a Cristo. Y, por eso, uno que se empeña en
amar a María, acabará amando a Jesús, por necesidad.
Segundo, ser un
niño. Si yo tuviera alma de niño me llevaría mil veces mejor con Cristo, con mi
madre y con los hombres, y, aún, conmigo mismo. Cuanto más sencillo sea con la
Santísima Virgen más nos vamos a entender. A veces le he preguntado, le he
pedido que me dé un conocimiento y un amor muy grande hacia Jesús. La respuesta
que me dio fue tan sencilla, que tardé mucho tiempo en saber que venía de Ella.
Yo me esperaba una respuesta grandiosa, solemne. La respuesta fue ésta: "Sé como
un niño y ten una fe viva y operante". Es decir, si te dicen que Él es Dios,
créelo; si te dicen que murió crucificado por ti, créelo; si te dicen que está
en la Eucaristía por amor a ti, acéptalo y créelo como un niño, con fe viva y
operante.
Si la Santísima Virgen me dice que sea un niño con Jesús, ¿qué
tengo que ser con Ella? Un niño eterno. En el orden espiritual soy como un niño,
no soy más que eso. Por tanto, comportarme con María como un niño impotente,
inexperto, pero confiado.
Tercero, amar y confiar. “ ¡Oh, Madre, somos
otros niños Jesús que corren a tu encuentro, que quieren amarte como Él y ser
amados por ti! ¡Oh, María, yo te quiero decir, hoy y siempre: tú eres mi
victoria, tú eres mi paz, mi seguridad! “ Y esto lo debe de decir cada
sacerdote, cada cristiano, si de veras quiere a María como
madre.
Resucitar es sentir la alegría del triunfo de Cristo en mi
corazón. “Jesucristo, Tú eres mi victoria.” Pero, también sentir el triunfo de
María Santísima en su Asunción. “ ¡Madre bendita, tú también eres mi victoria! Y
así como me alegro del triunfo de Cristo resucitado, me alegro del triunfo tuyo,
Madre mía, en tu Asunción al cielo. Es también mi triunfo, porque es el triunfo
de mi madre. Cuando un hijo tuyo te toma en serio, todas las cosas se vuelven
posibles.” Esas cosas que uno piensa a veces: ¿podré? ¿Me curaré, algún día, de
esa enfermedad? ¿Podré superar esa tentación alguna vez? ¿Podré lograr esas
metas apostólicas?
Esas cosas que uno considera imposibles, o muy
difíciles, se hacen posibles cuando se toma en serio, en serio, a María
Santísima. Por ejemplo, vencer todas las tentaciones, conquistar las metas
difíciles y, sobre todo, llegar al cielo.
Quiero arriesgarme del todo
con la mujer más maravillosa del mundo, la madre más tierna, la reina más
poderosa: María. Es una gran diferencia tener una madre como tú, una gran
diferencia. A veces se nos ve a los cristianos tristes, desorientados,
desanimados, como niños huérfanos. ¿Dónde está tu madre? ¿Quién es? ¿Cómo se
llama? Cuando estoy enojado, desanimado o impaciente, al mirar tu rostro, al
contemplar tus ojos, al mirar tu sonrisa, se me va el enojo, el desaliento y la
impaciencia, Madre.
Y cuanto más incapaz me sienta por falta de
cualidades, de tiempo y experiencia, más me debo lanzar. Eso es fe y confianza y
amor. Lo otro es la vanidad de siempre, el mirarme a mí, y a mi barca y a mis
redes, y no a Cristo Omnipotente y a María, omnipotencia suplicante. La
diferencia de Pedro. Primero dijo: "Toda la noche he tirado mis redes y no he
sacado ni un pez". Lo segundo: "En tu nombre echaré las redes". Las redes llenas
de peces: ésa es la diferencia. Y no crean que Jesús se enoja porque uno tira
las redes, también, en nombre de María Santísima. Jesús sonreirá de gusto, de
emoción, al ver que no sólo confiamos en Él y tiramos las redes en su nombre,
sino que también confiamos en María, su madre y la nuestra, y en su nombre, en
el nombre de Ella, echamos también nuestras redes. En nombre de María también se
llenarán nuestras redes de peces. No te quiero perder, madre mía. El día que te
pierda, estaré perdido. Ese día sí estaré perdido.
Y cuando se juntan
muchos contratiempos -que eso nos suele suceder en nuestra vida- podemos
recordarnos a nosotros mismos, o recordar a otros, quién es la causa de nuestra
alegría. Si realmente creemos en esto que decimos diariamente en las letanías
del rosario, debería siempre asomarse a nuestro rostro una sonrisa eterna, una
paz permanente, una fortaleza continua, aún en medio del dolor y del
sufrimiento. ¡Oh, María, tú eres mi salvación! ¡Contigo sí me atrevo! ¡Contigo
sí puedo! ¡Contigo voy al fin del mundo! Esto lo tenemos que decir, lo tenemos
que gritar, a todos aquellos enemigos que nos desafían: llámese mundo, llámese
demonio, llámese la carne; que nos desafían a que no llegaremos a santos, y no
llegaremos a realizar grandes cosas en el apostolado. Hay que profundizar la
confianza en Ella hasta sentir en las venas, en el cuerpo, en el alma toda, una
seguridad y un valor absolutos. Yo sé que una Mujer me llevará al cielo, me
obtendrá la gracia de la santidad, el valor de los mártires, el celo de los
apóstoles.
Como San Pablo, yo también, y tú, podemos decir: "todo lo
puedo en Cristo, que me conforta". Pero también podemos y debemos decir: "todo
lo puedo en María, que me fortalece". Si tengo a María Santísima, si tengo a
Cristo, y creo que me aman muchísimo y lo pueden todo, no debo temer, andar
asustado, inquieto, derrumbado: jamás.
Se ha hablado de que el sacerdote
ha perdido su identidad. Su identidad es ser otro Cristo en la tierra. ¿Ustedes
creen que a María Santísima se le puede olvidar el rostro de su Hijo? ¿Ustedes
creen que María Santísima ha perdido, o desconoce, la identidad del sacerdote,
cuando ve en él la imagen, el rostro, de su propio hijo? ¿Quién nos ha dicho que
el sacerdote ha perdido su identidad? Si la lleva impresa en su alma a fuego.
¿Se puede o no se puede con María? ¿Se puede o no se puede en la Iglesia
resolver los grandes problemas, las grandes reformas? ¿Se puede o no se puede
con María? Se pudo al inicio, porque Ella puso a rezar a la Iglesia. Ella obtuvo
la venida del Espíritu Santo que transformó a aquellos hombres de cobardes en
valientes, de tímidos en leones, de hombres incapaces -humanamente hablando- en
apóstoles que lograron realmente la conversión de aquel mundo pagano. Hoy, la
Iglesia también puede si toma en serio a María Santísima. Ella es, por
providencia de Dios, la que volverá a pisar, a aplastar, la cabeza de Satanás
que se ha metido dentro de la misma Iglesia.
Por eso, si hoy queremos
triunfar, individualmente como cristianos, como sacerdotes, y conjuntamente como
Iglesia, tenemos que tomar muy en serio en nuestra vida, en nuestra oración, en
nuestro apostolado, a quien aplastó la cabeza de la serpiente: a María
Santísima.
Autor: P Mariano de Blas
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