«La Presencia Real»
1. Verdadera, real y
sustancial
Nos enseña la santa fe católica que Nuestro Señor
Jesucristo está verdadera, real y sustancialmente presente, en el Santísimo
Sacramento del altar. Es sacramento porque es signo sensible –pan y vino–, y
eficaz –produce lo que significa–, de la gracia invisible y porque contiene al
Autor de la gracia, al mismo Jesucristo nuestro Señor.
*¿Qué quiere decir verdadera?
Verdadera quiere decir que su presencia no
es en mera figura (como en una foto), como quería Zwinglio, sino en verdad.
*¿Qué quiere decir realmente?
Realmente quiere decir que su presencia no
es por mera fe subjetiva (no porque uno así lo opine), como quería Ecolampadio,
sino en la realidad.
*¿Qué quiere decir sustancialmente?
Sustancialmente quiere decir que la
presencia del Señor en la Eucaristía no es meramente virtual (como la usina
eléctrica está virtualmente presente en el foco de luz), como quería Calvino,
sino según el mismo ser de su Cuerpo y Sangre que asumió en la Encarnación.
El Concilio de Trento enseña que: «Si alguno negare que en el Santísimo
Sacramento de la Eucaristía se contiene verdadera, real, y sustancialmente el
Cuerpo y la Sangre, juntamente con el alma y la divinidad de Nuestro Señor
Jesucristo y, por ende, Cristo entero; sino que dijere que sólo está en él como
en señal y figura o por su eficacia, sea anatema».
Doctrina que recoge
el reciente Catecismo de la Iglesia Católica: «Cristo Jesús que murió, resucitó,
que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros (Ro 8,34), está presente
de múltiples maneras en su Iglesia: en su Palabra, en la oración de su Iglesia,
allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre (Mt 18,20), en los pobres, los
enfermos, los presos, en los sacramentos de los que Él es autor, en el
sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, “sobre todo (está
presente), bajo las especies eucarísticas”.
El modo de presencia de
Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la Eucaristía por
encima de todos los sacramentos y hace de ella “como la perfección de la vida
espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos”. En el santísimo
sacramento de la Eucaristía están “contenidos verdadera, real y substancialmente
el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor
Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero.” “Esta presencia se denomina
‘real’, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen ‘reales’,
sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se
hace totalmente presente”».
De tal modo, que Nuestro Señor Jesucristo
está presente en la Eucaristía con el mismo Cuerpo y Sangre que nació de la
Virgen María, el mismo cuerpo que estuvo pendiente en la cruz y la misma sangre
que fluyó de su costado.
2. De la Transubstanciación
Nuestro Señor se hace presente por la conversión del pan y el vino
en su Cuerpo y Sangre. Esa admirable y singular conversión se llama propiamente
«transubstanciación», no consustanciación, como quería Lutero.
Se dice
admirable porque es un misterio altísimo, superior a la capacidad de toda
inteligencia creada. ¡Es el Misterio de la fe! Se dice singular porque no existe
en toda la creación ninguna conversión semejante a esta.
En la
transubstanciación toda la substancia del pan y toda la sustancia del vino
desaparecen al convertirse en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Cristo. De
tal manera que bajo cada una de las especies y bajo cada parte cualquiera de las
especies, antes de la separación y después de la separación, se contiene Cristo
entero.
Es de fe, por tanto, que de toda y sola la substancia del pan y
del vino se transubstancia en toda y sola la sustancia del cuerpo y sangre de
Cristo. Ahora bien, ¿qué es lo que permanece? Permanecen, sin sujeto de
inhesión, por poder de Dios, en la Eucaristía los accidentes, especies o
apariencias del pan y del vino.
¿Cuáles son? Los accidentes que
permanecen después de la transusbtanciación son: peso, tamaño, gusto, cantidad,
olor, color, sabor, figura, medida, etc, de pan y de vino. Sólo cambia la
sustancia.
Por la fuerza de las palabras bajo la especie de pan se
contiene el Cuerpo de Cristo y, por razón de la compañía o concomitancia, junto
con el Cuerpo, por la natural conexión, se contiene la Sangre, y el alma y, por
la admirable unión hipostática, la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Y, ¿qué se contiene por razón de las palabras bajo la especie del vino?
Por razón de las palabras se contiene la Sangre de Cristo bajo la especie del
vino y, por razón de la concomitancia, junto con la Sangre, por la natural
conexión, se contiene el Cuerpo, el Alma y, por la unión hipostática, la
divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.
Enseña el Catecismo de la Iglesia
Católica: «Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre,
Cristo se hace presente en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron
con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la
acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, san Juan Crisóstomo
declara que: “No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan
en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por
nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su
eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta palabra
transforma las cosas ofrecidas”.
Y san Ambrosio dice respecto a esta
conversión: “Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha
producido, sino lo que la bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la
bendición supera a la de la naturaleza, porque por la bendición la naturaleza
misma resulta cambiada... La palabra de Cristo, que pudo hacer de la nada lo que
no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía?
Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela”».
Sigue diciendo el Catecismo de la Iglesia Católica: «El Concilio de
Trento resume la fe católica cuando afirma: “Porque Cristo, nuestro Redentor,
dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se
ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el
Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera el cambio de
toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y
de toda la sustancia del vino en la sustancia de su Sangre; la Iglesia católica
ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación”».
3. Omnipotencia de Dios
El sacerdote ministerial
predica la Palabra de Dios, presenta a Dios los dones de pan y vino, los inmola
y los ofrece al transubstanciarlos en el Cuerpo y la Sangre del Señor, obrando
en nombre y con el poder del mismo Cristo, de modo tal que, por sobre él sólo
está el poder de Dios, como enseña Santo Tomás de Aquino: «El acto del sacerdote
no depende de potestad alguna superior, sino de la divina», de tal modo, que ni
siquiera el Papa, tiene mayor poder que un simple sacerdote, para la
consagración del Cuerpo de Cristo: «No tiene el Papa mayor poder que un simple
sacerdote».
«Al mandar a los Apóstoles en la Última Cena: Haced esto en
memoria mía (Lc 22,19; 1Cor 11,24.25), les ordena reiterar el rito del
Sacrificio eucarístico de mi Cuerpo que será entregado y de mi Sangre que será
derramada (Lc 22,19; 1Cor 11,24.25). Enseña el Concilio de Trento que
Jesucristo, en la Última Cena, al ofrecer su Cuerpo y Sangre sacramentados: “a
sus apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del Nuevo Testamento, a
ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, les mandó ... que los ofrecieran”».
Y esto por el poder divino, ya que existe «en la misma transformación,
una selección que indica penetración extraordinaria; dentro de una misma cosa
material hay algo que cambia y algo que permanece inmutable; además el cambio
produce algo nuevo...». En la Divina Invocación, como llamaban muchos Santos
Padres a la consagración, se da:
1. Una selección: entre la substancia y
los accidentes;
2. Una penetración extraordinaria: distinguir ambos
elementos, para que desaparezca uno y permanezca el otro;
3. Algo nuevo
aparece: el Cuerpo entregado y la Sangre derramada de Cristo, bajo especie
ajena, o sea, sacramental.
Por esto, la conversión del pan y del vino en
la Misa, implica dificultades más grandes que respecto a la creación del mundo,
como dice Santo Tomás de Aquino: «En esta conversión hay más cosas difíciles que
en la creación, en la que sólo es difícil hacer algo de la nada. Crear, sin
embargo, es propio de la Causa Primera, que no presupone nada para su operación.
Pero en la conversión sacramental (de la Eucaristía) no sólo es difícil que este
todo (el pan y el vino) se transforme en este otro todo (el Cuerpo y la Sangre
de Cristo), de modo que nada quede del anterior, cosa que no pertenece al modo
corriente de producir, sino que también queden los accidentes desaparecida la
substancia...».
Queridos hermanos y hermanas:
Crezcamos siempre en la fe y el amor a Nuestro Señor presente en la
Eucaristía. Estimemos por «justa y conveniente» la palabra exacta que expresa la
conversión del pan y del vino: ¡Transubstanciación!, que debería sonar en
nuestros oídos como música celestial.
Y admiremos siempre el poder de
Dios que allí se manifiesta, como lo hace el pueblo fiel que dice, con las
palabras del Apóstol Tomás, después de ocurrida la transustanciación: ¡Señor mío
y Dios mío! (Jn 20,28).
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