Estaba caminando tranquilamente por un
parque que hay cerca de mi casa, y al cruzar una fuente que había allí, me fijé
en un pobre mendigo sentado en un banco. Éste tenía todas las ropas raídas de
estar acostado por los suelos de las calles. La barba desaliñada y sucia, y su
cara reflejaba el dolor y la miseria que estaba atravesando.
Él se encontraba sentado en aquel banco como con un gesto de derrota increíble.
Metió la mano profundamente en uno de los bolsillos del saco carcomido por el mucho uso y saco una sucia bolsa de papel con gesto displicente.
La abrió miró dentro de la bolsa, y después miró hacia el cielo con gesto de inconformidad y con disgusto por lo que había dentro de ella y como una queja molesta de lo que estaba pasando.
Metió la mano en la bolsa y sacó un pedazo de pan que comenzó a comer con cansada actitud.
Se comía aquel pan como rumiando y suspirando hondo con gesto disgustado.
Al poco rato empezaron a acudir algunos pajarillos que, curiosos y golosos, venían a ver si podían alcanzar algunas migajas de lo que caía al suelo escapándose de las manos de aquel hombre.
El mendigo, con un tirón de disgusto, agarró el sombrero que tenía puesto y espantó a los pájaros malhumorado para que no le molestaran.
Él estaba comiendo su pan y no quería que nadie perturbara ese instante de disfrute de lo suyo.
Y así refunfuñando, gruñendo y malhumorado siguió comiéndose su pan.
Cuando terminó de comer dobló la bolsa y la metió nuevamente en su bolsillo y se cruzó de brazos en espera del tiempo que transcurría.
Miraba corvamente a todas partes y pudo darse cuenta que en ese instante se estaba acercando a él un hombre bien vestido, muy elegante, con aspecto distinguido que iba a pasar por delante de él.
Sin más tardanza, se levantó presuroso y se acercó al hombre que ya estaba junto a él.
Con gesto humilde y servil extendió la mano y le dijo:
Señor... Me da una limosnita por caridad.
El hombre se detuvo. Miró al mendigo de arriba abajo con gesto escrutador.
El mendigo volvió a decir:
Por amor de Dios, tengo hambre, me da una limosna para poder comer...
El hombre suspiro profundamente y con palabras lentas y medidas le dijo:
Quieres una limosna para comer por que tienes hambre, ¿Eh?
Te he estado observando desde que venía a lo lejos.
Esperas que otros te traten bien y que mitiguen tus ansias;
en cambio observé como ahuyentaste a los pobres pajarillos que, hambrientos como tú, esperaban recibir algo para comer.
Pero como le hiciste a los pájaros, que son obra de Dios, como tú, así te he de hacer a ti.
Cambiando su actitud, y con un gesto decidido le increpó:
Sigue de largo tu camino y alienta tu miseria que bien la has ganado.
Solo escucha estas palabras:
"Con la misma vara con que mides serás medido"
Vete de este parque, no vuelvas por aquí. hasta que no cambies tu actitud.
Y con un gesto enérgico le agarró de un brazo y le hizo caminar hacia la salida del parque mientras le decía:
Ahora no molestarás tú a los pajarillos en tanto que estos comen las migajas de los que les alimentan.
Todos somos criaturas de Dios y como tal, el que tiene debe dar al que carece.
Él se encontraba sentado en aquel banco como con un gesto de derrota increíble.
Metió la mano profundamente en uno de los bolsillos del saco carcomido por el mucho uso y saco una sucia bolsa de papel con gesto displicente.
La abrió miró dentro de la bolsa, y después miró hacia el cielo con gesto de inconformidad y con disgusto por lo que había dentro de ella y como una queja molesta de lo que estaba pasando.
Metió la mano en la bolsa y sacó un pedazo de pan que comenzó a comer con cansada actitud.
Se comía aquel pan como rumiando y suspirando hondo con gesto disgustado.
Al poco rato empezaron a acudir algunos pajarillos que, curiosos y golosos, venían a ver si podían alcanzar algunas migajas de lo que caía al suelo escapándose de las manos de aquel hombre.
El mendigo, con un tirón de disgusto, agarró el sombrero que tenía puesto y espantó a los pájaros malhumorado para que no le molestaran.
Él estaba comiendo su pan y no quería que nadie perturbara ese instante de disfrute de lo suyo.
Y así refunfuñando, gruñendo y malhumorado siguió comiéndose su pan.
Cuando terminó de comer dobló la bolsa y la metió nuevamente en su bolsillo y se cruzó de brazos en espera del tiempo que transcurría.
Miraba corvamente a todas partes y pudo darse cuenta que en ese instante se estaba acercando a él un hombre bien vestido, muy elegante, con aspecto distinguido que iba a pasar por delante de él.
Sin más tardanza, se levantó presuroso y se acercó al hombre que ya estaba junto a él.
Con gesto humilde y servil extendió la mano y le dijo:
Señor... Me da una limosnita por caridad.
El hombre se detuvo. Miró al mendigo de arriba abajo con gesto escrutador.
El mendigo volvió a decir:
Por amor de Dios, tengo hambre, me da una limosna para poder comer...
El hombre suspiro profundamente y con palabras lentas y medidas le dijo:
Quieres una limosna para comer por que tienes hambre, ¿Eh?
Te he estado observando desde que venía a lo lejos.
Esperas que otros te traten bien y que mitiguen tus ansias;
en cambio observé como ahuyentaste a los pobres pajarillos que, hambrientos como tú, esperaban recibir algo para comer.
Pero como le hiciste a los pájaros, que son obra de Dios, como tú, así te he de hacer a ti.
Cambiando su actitud, y con un gesto decidido le increpó:
Sigue de largo tu camino y alienta tu miseria que bien la has ganado.
Solo escucha estas palabras:
"Con la misma vara con que mides serás medido"
Vete de este parque, no vuelvas por aquí. hasta que no cambies tu actitud.
Y con un gesto enérgico le agarró de un brazo y le hizo caminar hacia la salida del parque mientras le decía:
Ahora no molestarás tú a los pajarillos en tanto que estos comen las migajas de los que les alimentan.
Todos somos criaturas de Dios y como tal, el que tiene debe dar al que carece.
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