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| Enseñar a 
vivir |  
 
Hay quien piensa que la educación consiste 
en dar conocimientos. Pancho se educa si aprende a sumar, a escribir y a 
encontrar en un mapa la frontera que separa México y Guatemala. Marta es más 
inteligente si ha aprendido a decir “Good morning” con una pronunciación 
exquisitamente norteamericana (o inglesa, según los gustos).
  Algo de 
verdad hay en esta idea, pero no toda la verdad. Porque lo que más importa en la 
educación es que el niño y el no tan niño sepan cómo afrontar la vida, cómo 
vivir. En palabras de Viktor Frankl, un psicólogo austríaco muerto en 1997, la 
educación no debe limitarse a dar sólo conocimientos. Su meta principal consiste 
en afinar la conciencia para escuchar, en cada situación de la vida, lo que se 
nos pide, lo que en cada momento alguien (también Alguien en mayúscula) está 
esperando de nosotros.
  Enseñar a vivir nos abre los ojos para descifrar 
este instante de mi historia. ¿Qué se me pide, qué se espera de mí? ¿En qué 
ámbito de la vida puedo dar algo, puedo servir a alguien?
  Las respuestas 
son casi infinitas. Miramos a la familia en la que nacimos. Unos padres y unos 
hermanos nos piden respeto, afecto, ayuda. La verdadera educación no puede 
enseñarnos sólo a dar regalos o caricias, sino a ofrecer nuestro tiempo, nuestro 
corazón, nuestra sonrisa, a los que tanto y tanto nos dan cada día bajo el techo 
en el que se esconde el amor de las familias. A la vez, los padres sienten el 
deber de cuidar, de mantener, de amar a los hijos, cuando son pequeños, pero 
también con especial cariño cuando llega la hora de la prueba que se soporta con 
menos dolor al sentir a nuestro lado el cariño de los que nos introdujeron a la 
vida.
  Miramos fuera de casa. Cientos de hombres y de mujeres se cruzan 
ante nuestros ojos. En una esquina un niño limpia los cristales de los coches 
mientras otro exhibe un montón de periódicos para que alguien se los compre. En 
otra, un anciano lleva una pesada bolsa que intenta subir hacia su casa. En 
otra, una viejecita espera a alguien que la ayude a cruzar la calle. Los ojos 
abiertos saben descubrir qué se nos pide, qué se espera de nosotros, cuáles son 
las posibilidades que tenemos para ayudar, aunque sea un poco, a quien está 
perdido y busca dónde se encuentra la próxima parada de autobuses.
  Luego, 
en el trabajo, muchos ojos solicitan nuestra ayuda. Alguna vez, es cierto, nos 
piden ayuda para planear un pequeño furto, para engañar al jefe, o simplemente 
nos invitan a escapar un momento a tomar unas cervezas en el bar de la esquina. 
El hombre y la mujer honrados saben decir “no” sin miedo a quienes invitan a una 
pequeña “alegría” conquistada con la tristeza de una trampa. El trabajo, como 
casi todo, es ambivalente: puede convertirse en una llamada a construir un mundo 
mejor, o en una ocasión para fomentar el propio egoísmo, para empequeñecernos 
con nuestras ambiciones de gigantes fracasados...
  Situaciones de dentro y 
de fuera, accidentes y sorpresas, alegrías y dolores, se ponen ante de nosotros 
como surcos misteriosos e inciertos. No es fácil caminar cuando no se ve la 
meta. Sufre el corazón que pierde la esperanza cuando se llora al hijo muerto o 
cuando muere el esposo tan querido. Pero el dolor no puede clavarnos en el 
suelo, anular nuestros alientos, cortarnos las manos para impedir el consuelo de 
una oración sincera.
  Incluso la enfermedad más paralizante, el pulmón de 
acero que cubre nuestro pecho, no anula nuestro espíritu. Vivir en el dolor es 
siempre duro, pero nadie puede quitar al que sufre la libertad con la que puede 
dar sentido a sus heridas, a sus lágrimas de enfermo.
  Todo esto no se 
aprende sin esfuerzo. Cuando el niño de 6 años nos pregunta en la mañana si hace 
buen tiempo, no es correcto negarle la realidad. Un padre le dirá cómo están las 
cosas: “Cariño, hoy llueve, pero tú puedes hacer que este día sea bueno...” Una 
pequeña herida en el brazo, el diente que no termina de caerse, son momentos 
para que los padres enseñen a los hijos que vivir es hermoso si queremos, que la 
alegría no es regalo sino esfuerzo, que somos más en la medida en que más nos 
demos a los otros.
  Enseñar a vivir, educar a dar, aprender a ser más por 
el amor. Todos podemos aprender y todos podemos enseñar. Basta con sonreír cada 
mañana y mirar al cielo para descubrir que hay Alguien que nos ama, que espera 
nuestros vuelos. Las alas del corazón triunfan si queremos. Y querer es posible 
en cada momento y en cada circunstancia de nuestro peregrinar 
terreno. 
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