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| Una Cuaresma desde 
Dios |  
 
Podemos recorrer los 40 días de la Cuaresma 
desde una perspectiva errónea, sin darles su auténtico sentido.
  ¿Cuándo 
ocurre eso? Cuando vemos la Cuaresma como una tradición de la Iglesia más o 
menos comprensible pero sin mucho sentido en el ajetreado tiempo que nos ha 
tocado vivir; cuando buscamos maneras de hacer (nosotros, según los propios 
deseos) algunos sacrificios para tranquilizar la conciencia y "cumplir"; cuando 
soportamos con paciencia 40 días en los que nos esforzamos por ser más austeros 
para llegar luego a momentos de mayor fiesta y alegría... Entonces es que no 
hemos comprendido el verdadero sentido de la Cuaresma.
  Pero también 
podemos recorrer los 40 días que nos preparan a la Pascua desde una perspectiva 
justa. Si los pensamos como un momento para orar, ayunar, servir, dar; si los 
vivimos como una invitación de Dios a la conversión, al arrepentimiento, al 
cambio de conducta; si los aprovechamos para dedicar más tiempo a la lectura de 
la Biblia... Entonces habremos hecho un buen uso de esos días tan particulares 
en el calendario cristiano.
  La Cuaresma es un tiempo en el que Dios nos 
invita, nos llama, nos ofrece ocasiones maravillosas para redescubrir nuestra 
identidad cristiana. Es verdad que Dios actúa siempre, que no hay tiempos sin 
que nos busque y nos ofrezca su gracia. Pero también es verdad que, como seres 
humanos, necesitamos estímulos y ayudas concretas para afrontar con más 
intensidad y esfuerzo lo que deberían ser compromisos constantes de quienes 
hemos sido tocados por Cristo en el Bautismo.
  Ya estamos en Cuaresma. Si 
la vivimos desde Dios, si la sentimos como un momento de gracia, de mayor 
compromiso, de lucha contra el mundo, el demonio y la carne, se convertirá en la 
mejor preparación para la gran fiesta de la Pascua. Entonces la noticia de la 
Muerte y de la Resurrección de Cristo llegará más dentro y más fuerte a nuestras 
vidas: nos permitirá vivir los días de Pascua y todo el resto del año como 
hombres y mujeres redimidos por la Sangre de Cristo, el Cordero inmolado porque 
amaba al Padre y a los hombres.
  
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