El padre abad recibió con un abrazo
muy fuerte a Juan y Laura. Apenas llevaban un mes de casados, y quería decirles
tantas, tantas cosas...
Fueron juntos al despacho de la parroquia.
Hablaron sobre el viaje de bodas, los regalos, los planes para el futuro
inmediato. Al final, con un tono de voz lleno de cariño, el padre abad abrió su
alma para darles un generoso paquete de consejos.
«Supongo que ya les
habrán dicho tantas cosas. Si me permiten, como les conozco desde niños, también
quería decirles unas palabras ahora que inician una nueva etapa.
Los veo
muy felices y muy enamorados. Agradezcan a Dios el don del cariño que se tienen,
y cuídenlo mucho. No se acostumbren a vivir juntos: cada día debe ser algo
nuevo, maravilloso, propio de verdaderos enamorados. No dejen de decirse una y
otra vez que se aman. No lo supongan: necesitan recordárselo con las palabras y
con los gestos.
Que el tiempo no ponga polvo de rutina entre ustedes.
Admírense del amor que se tienen. Puede pasar la belleza del cuerpo, puede venir
una enfermedad, puede llegar un momento en el que falte el dinero en casa. Pase
lo que pase, Juan y Laura, cada uno es un don maravilloso para el
otro.
Por eso, no dejen de tener detalles de cariño. Los tuvieron cuando
eran novios y cada uno quería conquistar al otro. Ahora también tienen que
“conquistarse”. Juan, ponte guapo, de verdad, cuando estés con Laura. Laura, ya
eres muy hermosa, pero no dejes de mantenerte bella para Juan.
Tengan a
Dios en el primer lugar dentro de la casa y fuera de ella. Dios nos ha creado, y
quiso que el ser humano fuese varón y mujer. Son complementarios, están hechos
el uno para el otro, y desde esa complementariedad son fecundos. Reciban por eso
como una enorme bendición de Dios cada hijo que empiece a vivir desde el amor
que se tienen.
Sí, ya sé que desean tener hijos. Ojalá vean a cada uno de
ellos como un don de Dios. Lleguen como lleguen, lleguen en un buen momento o en
un momento difícil, ámenlos y siéntalos siempre como una misión, como parte de
ese amor que ahora les acaba de unir como esposos. Si no llegan... dejen esto en
manos de Dios. El hijo no es nunca un derecho: es un don. Esperarlo es correcto,
pero no como una posesión. Amarlo es un deber dulce y agradable, si Dios lo
envía, porque nace del amor y para el amor.
No se ahoguen mutuamente:
cada uno tiene su personalidad. Pero ahora esa personalidad ha dado un sí al
otro, a la otra, y ese sí hará posible el milagro de dejar los propios caprichos
para contentar a quien tanto se ama.
En ese contentar al otro hay que
saber dejarle un cierto espacio de libertad, pero sin que se rompa la unidad que
el matrimonio acaba de crear. Son el uno para el otro: esa es la mejor manera de
armonizar la libertad que Dios les ha dado para amar.
Por eso, no se
“sofoquen”, no quieran ver al otro como una posesión, no busquen anularlo ni
destruir las cualidades que Dios ha puesto en su corazón. Muchos matrimonios se
destruyen cuando uno pretende tener al otro siempre a sus pies, sometido en todo
a sus gustos. Y también fracasan cuando los esposos viven en la actitud de quien
espera conservar la propia “personalidad” y no quieren ceder nunca ni en nada lo
que hasta ahora ha sido su estilo de vida. Empezar así el matrimonio es lo mismo
que comprar todos los boletos para el fracaso.
El amor va hacia lo
opuesto: si quieren triunfar como esposos, acepten el camino de la renuncia del
propio gusto para contentar al otro, en todo lo que no ofende a Dios. De verdad,
es maravilloso encontrarse esposos de muchos años que todavía viven totalmente
el uno para hacer feliz al otro. Así me gustaría verles siempre a
ustedes.
Hay que estar alerta ante el peso del egoísmo, o cuando uno se
encierra dentro de sí mismo para defender “sus derechos”. Ceder no es sinónimo
de debilidad, si cedemos en cosas accesorias. Ceder es parte del amor que desea
dar contento al amado. Así me gustaría verles siempre, felices porque buscan
hacer feliz al otro.
No olviden que no somos perfectos. Ni tú, Juan, ni
tú, Laura. Por eso hay que tener una actitud continua de superación, para salir
de los baches. A la vez, hay que tener un gran espíritu de perdón, para que
nunca el defecto que veas en el otro te lleve a empañar ese amor tan fresco que
ahora se tienen.
Comenten lo que sienten, lo que piensan, y tomen las
decisiones en común. No quieran “triunfar” sobre el otro. Tampoco se guarden
dentro dudas o inquietudes que crecen hasta convertirse en auténticos enemigos
del amor. Busquen tiempo para abrir eso que llevan dentro, con realismo y
sencillez. Nunca acepten una suposición contra el otro, ni menos críticas que se
escuchen desde fuera. Trabajen por ser trasparentes y limpios, como el agua
cristalina, pero sin durezas. Si hay que reprochar algo objetivo, díganlo con
tanto cariño que hasta dé gusto el estirón de orejas...
Dios les ha amado
desde toda la eternidad, les ama ahora, les amará siempre. Dejen a Dios el mejor
lugar en la familia. Búsquenlo en la confesión si alguna vez el pecado ha
llegado a la propia vida. Recíbanlo limpiamente, cada domingo, en la santa Misa,
donde les espera como esposos. Busquen momentos como familia para rezar juntos,
para leer la Biblia, para ayudar más a la parroquia y a tantas personas
necesitadas.
En lo que esté de mi parte, cuenten conmigo. He visto
matrimonios muy hermosos que han fracasado por una tontería. He visto
matrimonios que han pasado por pruebas muy duras, pero han salido adelante. He
visto matrimonios que “siguen” por inercia, pero aburridos, sin fuego, sin
cariño, sin amor.
¡Cómo me gustaría que no pasase esto entre ustedes! El
mundo en el que vivimos no ayuda a vivir bien el matrimonio. Pero Dios es más
fuerte que el mundo. Con Dios pueden ser una pareja santa y feliz. Así lo deseo
de corazón. Quisiera verles siempre como ahora, como tórtolas enamoradas, o
incluso cada día más y más tiernos y delicados.
Ya ven, me salió un
sermón de nuevo. Es el vicio que tengo desde hace años. Pero no se pueden
imaginar la alegría que siento al verles unidos en el matrimonio según
Jesucristo. Que Él les acompañe siempre. Que el Espíritu Santo les bendiga en
sus pensamientos, en sus palabras, en sus acciones. Y que la Virgen María y san
José les enseñen cómo se vive de verdad en una familia que busca en todo,
siempre, hacer lo que agrada a Dios y lo que agrada al propio esposo, a la
propia esposa, a los hijos
Autor: P. Fernando Pascual