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| El Espíritu Santo está de 
moda |  
 
 
  Empiezo con una pregunta que tiene 
que ver muy poco con Dios: ¿Qué es la moda? Extraña la pregunta en estos 
mensajes que nos quieren llevar a pensar solamente en Dios. Pero hoy nos hacemos 
esta pregunta, y la vamos a responder. 
  La moda es una costumbre pasajera 
que se mete en la sociedad, entusiasma de momento, pero pronto pasa, porque no 
tiene consistencia y carece de futuro. Es de hoy, y mañana ha desaparecido. 
  Según esto, ¿existen modas en la Iglesia? No. Propiamente hablando, ni 
pueden existir. Porque, lo que no se remonta a los Apóstoles y a Jesucristo, 
carece de autenticidad, no es genuinamente cristiano y no podemos en modo alguno 
aceptarlo, lo mismo en nuestra fe que en nuestra vida. 
  Dios dijo la 
última palabra por Jesucristo, y todo el que venga después diciendo y predicando 
algo en nombre de Dios, o repite lo que Dios dijo por Jesucristo o sus 
Apóstoles, o es un mentiroso y falsificador de la verdad de Dios. 
  En 
este sentido, no puede haber modas en la Iglesia. Todo es viejo, aunque todo es 
actual y muy del día.
  Sin embargo, hoy vamos a pensar en una moda feliz 
dentro de la Iglesia, como es la devoción al Espíritu Santo. Pero, ya se ve, es 
una moda muy diferente de las que acostumbramos a tener en la sociedad. No es 
moda en el sentido de que la hayamos inventado nosotros, o de que haya de pasar 
pronto. Todo lo contrario. Es moda en el sentido de que hemos renovado en la 
Iglesia algo que nunca se debiera haber arrinconado. 
  Por inspiración del 
mismo Espíritu Santo, hemos tenido la magnífica ocurrencia de sacar del armario 
el vestido más lujoso que lucían los cristianos de los primeros siglos, pues el 
Espíritu Santo, junto con la Eucaristía, constituían el núcleo viviente de la 
piedad de la Iglesia. Meternos en la moda del Espíritu Santo, es renovarnos hoy 
en lo más genuino de la vida cristiana en sus orígenes.
  Cuando los 
Apóstoles hablaban de la Gracia, se referían ante todo al don, a la merced, al 
regalo que Dios nos hizo mandando a su Iglesia y a cada uno de los fieles el 
Espíritu Santo. Así, Pedro le recrimina severamente a Simón Mago:  - Que tu 
dinero te valga sólo para tu perdición, pues has pensado que con él podías 
comprar el DON de Dios. 
  ¡El Espíritu Santo!... ¡Qué nombre y qué 
calificativo tan bello el que lleva la Tercera Persona de la Santísima Trinidad! 
No lo hemos llamado así nosotros, sino que fue el mismo Jesús quien nos lo 
dictó. 
  Espíritu significa aire, viento, soplo...  Por eso, Jesús 
resucitado exhaló su aliento sobre los Apóstoles para comunicarles el Espíritu, 
y la irrupción del Espíritu en Pentecostés vino acompañada de un viento 
huracanado. Siguiendo, pues, la comparación del aire, empleada por el mismo 
Jesús, digamos nosotros lo que podemos expresar del Espíritu Santo. 
  El 
aire es uno de los dones más grandes de la Naturaleza. Invisible, no lo 
percibimos sino por sus efectos. El movimiento de las hojas, el polvo que se 
levanta o las nubes que cruzan el espacio, nos dicen que existe un aire al que 
no vemos, pero que lo llena todo. Sin el aire en nuestros pulmones, nos 
asfixiaríamos en pocos minutos. Sin el aire, la naturaleza se volvería pesada y 
la vida se extinguiría aceleradamente. Y así como el aire puro renueva 
continuamente nuestro organismo, la contaminación del aire es uno de los más 
serios problemas que hoy tienen planteado las grandes ciudades. 
  Si Jesús 
se fija en el aire para hablarnos del Espíritu Santo y darle su nombre propio, 
por algo lo haría... Jesús aplica maravillosamente al Espíritu Santo la 
naturaleza y la acción del aire.
  El Espíritu Santo es la vida de nuestra 
vida divina. Sin Él, seríamos unos cadáveres, privados de la vida de Dios. 
  El Espíritu Santo es el motor de nuestro amor. Somos capaces de amar 
como Dios, porque el Espíritu Santo, que es el amor del mismo Dios, ha sido 
derramado en nuestros corazones. 
  El Espíritu Santo empuja nuestra 
oración, y nos hace capaces de elevarnos a Dios con la plegaria. 
  El 
Espíritu Santo inspira todos nuestros movimientos hacia Dios, hablándonos muy 
callandito, pero sin dejarnos parar un instante en nuestra aspiración hacia el 
Cielo. 
  El Espíritu Santo -seguimos con la misma comparación de Jesús- 
invade todo nuestro ser, como el aire puro nuestra casa bien ventilada, y nos 
impulsa a realizar toda la obra de Dios. 
  Jesús decía: -El aire sopla por 
donde quiere, oyes su ruido, pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va. Esto 
le pasa al que ha nacido del Espíritu Santo. Es decir, hay que abrirse a lo que 
el Espíritu quiere de nosotros. 
  Estar abierto al Espíritu Santo para 
orar, para cantar, para evangelizar, para sentir profundamente a Dios, no es una 
moda moderna, introducida por la providencial Renovación Carismática. Ella nos 
ha enseñado a volver a lo más puro de la piedad cristiana. A ponernos a 
disposición del Espíritu, que nos empuja sin parar a encontrarnos siempre con 
Jesús, el Señor.
  Moda feliz, la del Espíritu Santo en la Iglesia. Y lo 
mejor que podemos hacer es lucir este vestido de gala que estaba un poquito 
arrinconado. ¡Bendita la devoción al Espíritu Santo, el Espíritu del Señor 
Jesús!.... 
Autor: Pedro García, Misionero Claretiano 
    
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