¿Cuál es la mayor fuerza de los débiles? Dar
el paso de la fe. ¿Cuál es la mayor debilidad de los fuertes? Cerrar las puertas
a la fe.
Estamos acostumbrados a medir la fuerza y la debilidad de las
personas según parámetros equivocados. Medimos el dinero, la belleza, las
energías físicas, las influencias, el contar con amigos poderosos, para juzgar
si una persona es fuerte, si triunfa en la vida.
Nos olvidamos que esos y
otros aspectos son pasajeros y mudables. Brillan durante días, meses o años.
Luego, en un momento, o poco a poco, dejan de valer.
Lo que importa, lo
realmente grande, lo que da fuerzas a cualquier ser humano, es la fe. Saber que
Dios nos ama, que nuestra vida vale mucho para Él, que sueña con perdonarnos los
pecados, que anhela poder abrazarnos, son riquezas, son poderes, que no se
adquieren ni con el dinero, ni con la salud, ni con una multitud de
aplausos.
El secreto está en fiarse de Dios, en saber descubrirlo en las
mil sorpresas de la vida. Verlo presente en el amor de unos padres buenos, en
unos educadores que nos dan el testimonio de su fe sincera, en un sacerdote que
nos enseña a orar y a confiar en el Padre de los cielos.
Nuestra energía,
nuestro poder, está en Dios y en su Amor. Aunque lluevan críticas al Papa, a los
obispos, a la Iglesia. Aunque nos señalen con el dedo y nos excluyan de la vida
pública. Aunque perdamos un puesto de trabajo por dar nuestro “sí” a Cristo y
nuestro “no” a la falsedad, al robo, a la envidia, al miedo.
Todo lo
podemos apoyados en Dios. Como los millones de santos sencillos, humildes,
potentes, que han llenado de luz y de esperanza nuestro planeta bañado de
lágrimas por culpa de la soberbia de los engreídos. Santos que rezan y cambian
la historia del mundo. Santos que alegran el corazón de Dios y dan fuerzas a los
atribulados, los abatidos, los enfermos. Santos que hacen que la misericordia
avance, que el amor triunfe en corazones anhelantes de consuelo.
Santos
que, sin dinero, sin aplausos, sin sables, son potentes simplemente porque se
apoyan en Dios. Ese Dios que vence la muerte, borra los pecados, da vida a los
jilgueros, pinta de verde los castaños, y nos repite “confiad, yo he vencido al
mundo” (Jn 16,33).
Autor: P. Fernando Pascual
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