Los saduceos que 
negaban la resurrección. (...)
  Jesús, siempre dócil y paciente, responde 
que la vida después de la muerte no tiene los mismos parámetros de aquella 
terrenal. La vida eterna es otra vida, en otra dimensión. Los resucitados – dice 
Jesús – serán como los ángeles, y vivirán en un estado diferente, que ahora no 
podemos experimentar y ni siquiera imaginar. Así lo explica Jesús.
  Pero 
luego Jesús, por así decirlo, pasa al contra ataque. Y lo hace citando la 
Sagrada Escritura, con una sencillez y una originalidad que nos dejan llenos de 
admiración ante nuestro Maestro, ¡el único Maestro! Jesús encuentra la prueba de 
la resurrección en el episodio de Moisés y de la zarza ardiente (cfr Ex 3,1-6), 
allí donde Dios se revela como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob. El 
nombre de Dios está ligado a los nombres de los hombres y de las mujeres con los 
que Èl se liga, y este lazo es más fuerte que la muerte. Y nosotros podemos 
también decir de la relación de Dios con nosotros, con cada uno de nosotros:¡Èl 
es nuestro Dios! ¡Èl es el Dios de cada uno de cada uno de nosotros! Como si Èl 
llevase nuestro nombre. A Èl le gusta decirlo y ésta es la alianza. 
  He 
aquí el por qué Jesús afirma: "Porque él no es Dios de muertos, sino de 
vivientes; todos, en efecto, viven para él" (Lc 20,38). Y éste es el lazo 
decisivo, la alianza fundamental con Jesús: Èl mismo es la Alianza, Èl mismo es 
la Vida y la Resurrección, porque con su amor crucificado ha vencido a la 
muerte. 
  En Jesús Dios nos dona la vida eterna, la dona a todos, y todos 
gracias a Èl tienen la esperanza de una vida más verdadera que esta. La vida que 
Dios nos prepara no es un simple embellecimiento de la actual: ella supera 
nuestra imaginación, porque Dios nos sorprende continuamente con su amor y con 
su misericordia. 
  ¡No es esta vida la que hace referencia a la 
eternidad, a la otra vida, aquella que nos espera, sino es la eternidad que 
ilumina y da esperanza a la vida terrenal de cada uno de nosotros! Si 
miramos sólo con el ojo humano, estamos llevados a decir que el camino del 
hombre va de la vida hacia la muerte. ¡Eso se ve! Pero eso es solamente si lo 
observamos con el ojo humano. Jesús vuelca esta perspectiva y afirma que nuestra 
peregrinación va de la muerte a la vida: ¡la vida plena! 
  Nosotros 
estamos en camino, en peregrinación hacia la vida plena y aquella vida plena ¡es 
la que nos ilumina en nuestro camino! Por lo tanto la muerte está 
detrás, a la espalda, no delante de nosotros. Delante de nosotros está el Dios 
de los vivos, el Dios de la alianza, el Dios que lleva mi nombre, nuestro 
nombre. 
  Como Èl dijo: "Yo soy el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob", 
también el Dios con mi nombre. Con tu nombre, con tu nombre, con tu nombre, con 
nuestro nombre ¡Dios de lo vivos! Está la derrota definitiva del pecado y 
de la muerte, el inicio de un tiempo nuevo de alegría y de luz sin fin. 
  Pero ya sobre esta tierra, en la oración, en los Sacramentos, en 
la fraternidad, encontramos a Jesús y a su amor, y así podemos saborear algo de 
la vida resucitada. La experiencia que hacemos de su amor y de su 
fidelidad enciende como un fuego en nuestro corazón y aumenta nuestra fe en la 
resurrección. 
  De hecho, si Dios es fiel y ama, no puede serlo por tiempo 
limitado: ¡la fidelidad es eterna, no puede cambiar, el amor de Dios es eterno, 
no puede cambiar! No es por tiempo limitado: ¡es para siempre! ¡Es para ir 
adelante! Èl es fiel para siempre, y espera a cada uno de nosotros, nos acompaña 
a cada uno de nosotros con esta fidelidad eterna. 
  Autor: SS Francisco  
 |  
 
 | 
No hay comentarios:
Publicar un comentario