domingo, 27 de enero de 2013

LA ORACION DE JESUS EN EL HUERTO

oracion de jesus en el huerto002b

Punto 1.
Y apartándose de ellos como la distancia de un tiro de piedra, hincadas las rodillas, oraba diciendo: Padre, si es posible, pase de Mí éste cáliz. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. (Luc., XXII, 42).
La oración del Señor en el huerto nos presenta todas las condiciones externas de una perfecta oración:
Jesús se aparta hasta de sus más íntimos amigos: Y se arrancó de ellos como un tiro de piedra.
Quien con Dios quiere tratar, debe apartarse de los hombres.
Ora en soledad silenciosa…
Ora con el más profundo respeto y compostura exterior. Junta las manos, pónese de rodillas y se postra hasta tocar la tierra con su frente, como si fuera indigno de elevar sus ojos hacia el cielo. Es que esta penetrado del pensamiento de la infinita Majestad de Aquél a quien habla, como hombre y como hombre pecador, abrumado con el peso de nuestras iniquidades…

¿Por qué nuestro exterior es a menudo tan poco respetuoso y, a veces, aun irreverente, cuando oramos o meditamos? ¿No es, tal vez, porque no pensamos lo bastante en la Majestad infinita de Dios y en nuestra suma indignidad?
Acostúmbrate a preguntarte antes de ponerte a orar: ¿A dónde voy y a qué?… La compostura exterior ayuda eficazmente al recogimiento y devoción interior.
Punto 2º. -La oración del Señor en el huerto tuvo todas las condiciones internas de la verdadera oración.
Confianza filial. En medio de su amarguísima pena emplea el dulce nombre de Padre. Para que entendamos que Dios nunca deja de ser Padre, aunque deje sentir sobre nosotros su pesada mano, y aun cuando al parecer nos desatienda y nos deje en la oscuridad y desamparo interior. El llamarle, aun entonces, Padre, es señal de verdadera confianza filial.
Perfecta entrega y subordinación a la voluntad santísima de Dios. Semejante en todo a nosotros según su humana naturaleza, siente Jesús vivo horror al pensar en la muerte, y al considerar los dolores y humillaciones que la han de preceder. Supliquemos, pidamos con instancia, con lágrimas y gemidos al Padre celestial que aleje de Él tan dolorosos sacrificios; pero protesta que está dispuesto a someterse a ellos, si tal es su voluntad, y se somete, en efecto, con la más entera y completa resignación.
He aquí como debemos orar cuando pedimos a Dios vernos libres de lo que repugna a nuestros gustos e inclinaciones naturales. No nos está prohibido suplicarle con insistencia aleje de nosotros este cáliz de amargura, los padecimientos y contrariedades que repugnan tanto nuestra naturaleza; pero debemos siempre protestar que lo que sobre todo deseamos es el cumplimiento de su santa voluntad en nosotros: Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Cúmplase tu voluntad por mucho que a mí me duela…
Punto 3º -El Señor, en medio de su aflicción, no se olvida de sus discípulos.
Levantase y se dirige a ellos, para ver si velaban como les había mandado. Y como les hallare dormidos, despertólos y con blandura les dijo, especialmente a Pedro, que se apreciaba de más decidido y animoso: ¿Así no pudistéis velar una hora conmigo? velad y orad para que no entréis en tentación; porque aunque el espíritu está pronto, la carne está flaca. (Matth. XXVI, 40).
Admira la gran caridad y mansedumbre del Señor, que, en medio de tantas aflicciones, interrumpe su oración para visitarlos y alentarlos; y aunque los halló durmiendo, no se indignó contra ellos, sino con blandura los corrigió y avisó del peligro en que estaban. No es cosa fácil cumplir con fidelidad y constancia las propias obligaciones cuando uno está padeciendo; pero aún es más difícil usar entonces de mansedumbre, paciencia y benignidad con los que nos rodean… Pero lo será, poniendo la mirada en el divino Maestro. Aprende de Él a darte de tal manera a la oración que no faltes al cuidado de las personas y cosas que están a tu cargo; y a no reprender con aspereza, sino con espíritu de mansedumbre y con razones amorosas, especialmente a los que faltan por flaqueza, más que por malicia.
Reconozcámonos a nosotros mismos en la persona de estos discípulos, imaginando que Cristo Nuestro Señor reprende nuestra somnolencia y flojedad, diciéndonos como a ellos: ¿No puedes velar una hora conmigo? Y, postrado a sus pies, digámosle: Señor, justamente merezco ser reprendido, pues, velando Vos, duermo yo y aflojo en mi aprovechamiento; y no sólo no velo una hora, pero ni aún medio velo como debo, llevado de mi flojedad y pereza. Más pues veis que mi carne es flaca, socorred mi debilidad para que no me canse de velar en vuestra compañía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario