martes, 26 de febrero de 2013

¡TOMA TU CRUZ Y SÍGUEME!



¿Qué significa lo que sigue: «tome su cruz»? Que sepa soportar lo que es doloroso y, de esta manera, me siga. Porque cuando un hombre empezará a seguirme comportándose según mis preceptos, encontrará a muchos que le contradecirán, muchos que se le opondrán, y muchas cosas para desanimarlo. Y todo eso de parte de los que pretenden ser compañeros de Cristo. También caminaban con Cristo los que impedían a los ciegos que gritaran (Mt 20,31). Si quieres seguir a Cristo, todo se te convierte en cruz, ya sean amenazas, adulaciones o prohibiciones; tú, resiste, soporta, no te dejes abatir...
San Agustín
Por ello nuestro Señor y Salvador no se limitó a decir: «que renuncie a sí mismo», sino que añadió: «que coja su cruz y que me siga». ¿Qué significa, que coja su cruz? Que soporte todo lo que le es penoso, y así es como llegará a mi casa. Desde que haya comenzado a seguirme, conformándose a mi vida y a mis mandamientos, encontrará en su camino bastante gente que le contradecirá, que tratarán de desviarlo, que no sólo se burlaran de él, sino que le perseguirán. Estas personas no se encuentran únicamente entre los paganos que están fuera de la Iglesia; sino incluso entre los que parecen estar en la Iglesia, si se juzgan externamente...
San Cesáreo de Arles (470-543), Sermón 159.
Jesús no nos engaña. Con la verdad de sus palabras que parecen duras pero llenan el corazón de paz, nos revela el secreto de la vida auténtica. Él aceptando la condición y el destino del hombre, venció el pecado y la muerte y, resucitando, transformó la cruz de árbol de muerte en árbol de vida. Es el Dios con nosotros, que vino para compartir toda nuestra existencia. No nos deja solos en la cruz. Jesús es el amor fiel, que no abandona y que sabe transformar las noches en albas de esperanza. Si se acepta la cruz, genera salvación y procura serenidad, como lo demuestran tantos testimonios hermosos de jóvenes creyentes. Sin Dios, la cruz nos aplasta; con Dios, nos redime y nos salva.
S.S. Juan Pablo II, discurso, 2/4/1998, 4.
No basta la profesión hecha con los labios. (…) La profesión de fe en Cristo invita al seguimiento de Cristo. La adecuada profesión de fe debe ser confirmada con una vida santa. La ortodoxia exige la ortopraxis. Ya desde el inicio Jesús puso de manifiesto a sus discípulos esta verdad exigente. En efecto, apenas había acabado Pedro de hacer una extraordinaria profesión de fe, él y los demás discípulos escuchan de labios de Jesús los que él, el Maestro, espera de ellos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lc 9, 23). Ahora todo es igual que al inicio: Jesús no busca personas que lo aclamen; quiere personas que lo sigan.
Beato Papa Juan Pablo II, Homilía, Viena, 21/6/98, 3.
Una difundida cultura de lo efímero, que asigna valores sólo a lo que parece hermoso y a lo que agrada, quisiera haceros creer que hay que apartar la cruz. Esta moda cultural promete éxito, carrera rápida y afirmación de sí a toda costa; invita a una sexualidad vivida sin responsabilidad y a una existencia carente de proyectos y de respeto a los demás. Abrid bien los ojos, queridos jóvenes; este no es el camino que lleva a la alegría y a la vida, sino la senda que conduce al pecado y a la muerte. Dice Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará».
Jesús… es el Dios con nosotros, que vino para compartir toda nuestra existencia. No nos deja solos en la cruz. Jesús es el amor fiel, que no abandona y que sabe transformar las noches en albas de esperanza. Si se acepta la cruz, genera salvación y procura serenidad, como lo demuestran tantos testimonios hermosos de jóvenes creyentes. Sin Dios, la cruz nos aplasta; con Dios, nos redime y nos salva.
Beato Papa Juan Pablo II, discurso durante el encuentro celebrado en la plaza de San Juan de Letrán, 2/4/1998, 4.
“Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame”. Cristo es exigente con sus discípulos y la Iglesia no duda en volver a presentaros también a vosotros [jóvenes] su Evangelio 'sin cortapisas'. Quienes se ponen a la escucha del divino Maestro abrazan con amor su Cruz, que conduce a la plenitud de la vida y de la felicidad.
Beato Papa Juan Pablo II, Angelus del 2/4/01.
«Toma la cruz», acéptala, no dejes que los acontecimientos te hundan; al contrario, vence con Cristo el mal y la muerte. Si haces del evangelio de la cruz tu proyecto de vida; si sigues a Jesús hasta la cruz, te encontrarás a ti mismo plenamente.
Beato Papa Juan Pablo II, Discurso durante el encuentro celebrado en la plaza de San Juan de Letrán, 2 de abril de 1998, 5.
Como quiera que los ladrones también sufren mucho, el Señor, a fin de que nadie tenga por suficientes esa clase de sufrimientos de los malos, expone el motivo del verdadero sufrimiento, cuando dice: "Y me siga". Todo lo debemos sufrir por Él y de Él debemos aprender sus virtudes. Porque el seguir a Cristo consiste en ser celoso por la virtud y sufrirlo todo por Él.
San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 55,2.
Jesús, aunque sometido a una prueba terrible, no huye ante su «hora»: «¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!» (Jn 12, 27). Desea que los discípulos le acompañen y, sin embargo, debe experimentar la soledad y el abandono: «¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación» (Mt 26, 40-41). Sólo Juan permanecerá al pie de la Cruz, junto a María y a las piadosas mujeres. La agonía en Getsemaní ha sido la introducción a la agonía de la Cruz del Viernes Santo. La hora santa, la hora de la redención del mundo. Cuando se celebra la Eucaristía ante la tumba de Jesús, en Jerusalén, se retorna de modo casi tangible a su «hora», la hora de la cruz y de la glorificación. A aquel lugar y a aquella hora vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad cristiana que participa en ella.
Beato Papa Juan Pablo II, Ecclesia de Eucharistia, 4.
«Decidme, Señora, ¿dónde estabais entonces? ¿Solamente junto a la Cruz? ¡Ah! No. Estabais en la misma Cruz, crucificada juntamente con vuestro Hijo» (San Buenaventura).
«El Hijo crucificado era la Cruz misma de su Madre» (San Agustín). Ante tanto dolor sufrido por la Madre con el Hijo, son muchos los que hablan de una asistencia divina particular que mantuvo a Santa María con vida. Su perseverancia en la fe se muestra también en este momento supremo. María, al pie de la Cruz, es la Mujer de la fe, de la esperanza y el amor, aquella que vivió adherida intensamente, desde lo profundo de su corazón, a los misterios del Señor Jesús.
     

No hay comentarios:

Publicar un comentario