Cuando Jesús oró en el Getsemaní, pudo ver y conocer todos los pecados del
hombre, de todos los hombres, de todos los tiempos, pasados, presentes y
futuros. Y esto fue posible porque el tiempo no es para Dios lo que es para
nosotros. El Creador es en Si mismo la Eternidad, por lo tanto no ve las
limitaciones temporales de nuestra vida terrena como las vemos nosotros. El
Verbo existió siempre, sólo que tuvo que llegar el tiempo terrenal de la
Redención para que se manifestara como Hombre-Dios, como el Cordero del Padre.
El entendimiento de los tiempos de Dios nos permite también darle otro
sentido a la necesidad de que obremos en beneficio de la Obra Celestial. Nuestra
curiosidad nos desvía a tratar de saber qué es lo que va a ocurrir y cuando,
pero los tiempos de Dios no son nuestros tiempos: es mejor obrar en el presente
y dejar que el futuro se desarrolle de acuerdo a los designios de la Divina
Providencia.
Pero, ¿y el pasado?. Tendemos a ver el pasado como un libro
cerrado, algo que terminó. Pero si Jesús vio en el Getsemani los pecados de los
hombres y mujeres del futuro, ¡quiere decir que nos estaba viendo a nosotros
actuar hoy en día!. Nuestras buenas acciones de hoy son un consuelo para lo que
Jesús tuvo que ver hace dos mil años, y eso, bajo los tiempos de Dios, está
ocurriendo en este momento. También, tristemente, nuestras faltas de hoy
engrosan el dolor de Jesús en aquel momento, porque para El, todo esto ocurre
hoy en el chispazo que para el Creador representa la historia completa del
hombre.
¡Que maravilla!. La historia la escribimos nosotros, a cada
instante. Nunca es tarde, ni temprano. Para Dios, el tiempo es siempre el ahora:
tiempo de reparar tantas faltas y ofensas a Su Santo Nombre. Si en este momento
rezo o abro mi corazón a Cristo, le quito un poco del peso que siente en el
Getsemani. Y digo “siente” porque bajo este concepto de tiempo Divino, el
Getsemani es ahora, Jesús está viendo nuestra vida desde el huerto en este mismo
momento. Y también Su paso con la Cruz a cuestas es en este momento, y Su
Crucifixión, y Su Santa Muerte y Resurrección. Todo forma parte del mismo plano,
a los Ojos de Dios. Es como si el Corazón de Dios fuera un enorme estanque, sin
tiempo ni espacio, en el que se van volcando las acciones de la humanidad, a lo
largo de toda su historia, desde el Génesis hasta el futuro Retorno del Señor en
Gloria. Y ese estanque está permanentemente recibiendo gotas de Sangre y de
Miel. Sangre por los pecados, Miel por el amor que emana de nuestras buenas
acciones. El libre albedrío que Dios nos regaló nos permite optar entre hacer
caer Sangre en el estanque, o miel que endulce el Corazón de Cristo, nuestro
Cristo. Y si hacemos caer miel ahora, le damos a Jesús un motivo más para que El
se consuele en el Getsemaní frente a la traición, Pasión y Muerte que está por
enfrentar. Es como decirle:
¡Señor, claro que no es en vano, aquí
también estoy yo junto a Ti compartiendo Tu momento de dolor!.
¿Sientes
a Jesús en el Huerto en este momento, viendo tu corazón y mendigando un poco de
dulce amor?. Si, ahora mismo, pidiéndote que hagas algo para compensar toda la
Sangre que brota de Su Cuerpo ante la vista de tanto pecado, pasado, presente y
futuro.
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