Hace poco
nació nuestro sexto hijo, Miguel. Cuando estaba en el quinto mes de gestación,
detectaron que el feto tenía un problema cardíaco: tenía un canal
aurículo-ventricular, es decir, el tabique que divide el corazón entre aurículas
y ventrículos no estaba formado del todo; además, sólo tiene una válvula, en
lugar de las dos que debe haber.
Lo primero que me auguraron fue, que el niño no llegaría a nacer, dada la gravedad de la lesión.
De todos modos, me dijeron que debía visitar a un cardiólogo, y me recomendaron que me pusiera en contacto con el jefe de cardiología del Hospital de San Juan de Dios, pues tiene el mejor equipo de cardiólogos probablemente de España. Tan pronto hablé con el cardiólogo, éste me tranquilizó, pues me indicó que esta lesión, aunque grave, no era mortal, y que tenía solución quirúrgica. Que su equipo había intervenido con éxito muchos niños con esa misma lesión, y que con una sola operación, que se suele realizar entre los seis meses y el año de vida del niño, se soluciona el problema para toda la vida. También me comentó que ese tipo de lesiones, suele ir asociado a niños con síndrome de Down en un cincuenta por ciento de los casos, así que debíamos estar preparados por si era éste nuestro caso.
Pasaron los meses, me fueron controlando el embarazo y la cardiopatía desde San Juan de Dios, y por fin nació el niño en este hospital. Lo ingresaron en la unidad de neonatos, para tenerlo en observación, pues según me dijeron, este tipo de lesión provoca que, en un momento dado, haya un excesivo riego sanguíneo hacia los pulmones, y se produzca entonces un bloqueo pulmonar, lo que hace que el niño tenga dificultades respiratorias importantes. Se confirmó que Miguel tiene síndrome de Down. Como me dijeron que existía un riesgo para la vida del niño, pues el riesgo siempre existe en estos casos, lo bautizamos a los cuatro días de vida en el mismo hospital, para lo cual, tanto los pediatras como los hermanos y la encargada del servicio religioso de San Juan de Dios, nos dieron todo tipo de facilidades. Incluso nos dejaron sacar al niño de la unidad de neonatos el ratito que duró el bautizo, para poder realizar la ceremonia en la capilla. Así, en familia, en la más estricta intimidad, el padre Turú bautizó a mi hijo Miguel Rafael.
Pasó quince días ingresado, sin que el anunciado bloqueo pulmonar se produjese, y visto que el niño se mantenía estable, le dieron el alta.
Lo siguen controlando a menudo pediatras y cardiólogos, y el niño sigue estable. Sólo hay que esperar a los seis meses para poderlo operar.
Desde que supe que nuestro hijo tenía estos problemas, lo encomendé al padre Alba, no sólo para que intercediese por Miguel, sino para que rogase a Dios que nos diese la gracia necesaria para aceptar su voluntad, tanto si se llevaba al cielo a Miguel como si quería conservárnoslo.
Dios nos ha querido hacer un regalo con este hijo. Dios nos ha regalado un alma pura, inocente, que sabemos seguro que irá al cielo. ¿Sabéis qué tranquilidad, qué alegría da saber que tenemos uno de esos ángeles en la tierra? Mi madre siempre dice que Dios crea esas almas puras para tenerlas seguras a su lado; son almas privilegiadas, muy amadas de Dios. Por eso, lo que para algunos sería una desgracia, para nosotros no es más que una bendición de Dios.
Una vez más, pero esta vez muy en especial, gracias, Dios mío.
Texto extraído de la revista Ave María, nº 686
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