Cientos de ideas pasan ante nuestros ojos, penetran por nuestros oídos, surgen
desde nuestro corazón. Unas llegan y escapan. Otras dejan una huella casi
imborrable, hasta configurar hondamente mi existencia.
¿Qué ideas plasman
mi alma? Aquellas sobre las que vuelvo una y otra vez. Aquellas que me tocan de
modo especial. Aquellas que iluminan la situación en la que me encuentro.
Aquellas que determinan mis decisiones.
Entre las ideas que plasman mi
alma, algunas son malas, otras son buenas.
Sí: hay ideas malas. Me
apartan de la verdad. Me encierran en el egoísmo. Me invitan a la desconfianza.
Me llevan a despreciar a familiares o conocidos. Me provocan miedos engañosos.
Me destruyen.
Esas ideas malas llegan con más o menos frecuencia a las
puertas de mi corazón. A veces por un libro lleno de mentiras. Otras veces desde
la voz de un "amigo" amargado que solo contagia desalientos. Otras veces nacen
de mí mismo: permito que un sentimiento negativo domine mi mente y me arrastre
hacia el mal, hacia el pesimismo o la amargura.
Gracias a Dios, también
hay ideas buenas, y muchas. Me acercan a Jesucristo. Me sacan de mí mismo. Me
impulsan a la esperanza. Me ayudan a comprender y a perdonar a familiares y
conocidos. Me invitan a un trabajo serio y decidido. Me construyen.
De
nuevo, me pregunto: ¿qué ideas plasman mi alma? ¿Cuáles medito una y otra vez en
esos momentos en los que estoy conmigo mismo? ¿Cuáles dejo que me acerquen al
amor hacia Dios y hacia mis hermanos?
Cientos de ideas tocan mi vida. Con
un corazón abierto y magnánimo, sabré despreciar aquellas que no sirven para
nada o que dañan, y buscaré acoger y meditar, en profundidad, aquellas que me
permitan avanzar hacia el bien, la verdad, la belleza y la justicia.
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