"Iban dos... a... Emaús... y conversaban entre sí... Jesús se acercó y siguió con ellos... Él les dijo: "¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?" Ellos se pararon con aire entristecido... le dijeron: "Lo de Jesús de Nazaret.... cómo le condenaron a muerte y le crucificaron... Nosotros esperábamos que sería él el que iba a liberar a Israel..." El les dijo: "¿No era necesario que... Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?" Y... les explicó todo lo que había sobre él en... las Escrituras. Al acercarse al pueblo... él hizo ademán de seguir adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole ´Quédate con nosotros´... Y entró... Cuando se puso a la mesa con ellos... tomó el pan... pronunció la bendición... Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron pero Él desapareció... Se dijeron: "¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba´...?".
Este Evangelio es siempre conmovedor porque Jesús rescata al alma de la confusión sobre la felicidad. Los discípulos judíos cifraban su felicidad en una fácil conquista de la libertad que les negaba el imperio romano. Jesús se les une en su camino diciéndoles que no hay felicidad sin amar la cruz. Jesús les habla con la verdad, y sus corazones estando dispuestos, lo entienden y responden con ardor a esa verdad.
La ilusión y la desilusión son emociones intensas y frecuentes en el joven; y esto en particular sucede en la búsqueda del amor. Empezar a conocer y comprender que el amor, bajo cualquier forma, es servir a los demás, no es lo que hace dolorosa esa experiencia. Tarde o temprano, se sabrá la verdad de que no hay felicidad si no se busca el amor en la cruz, en el sacrificio, y en la entrega de uno mismo.
Lo que hace dolorosa la experiencia del amor es que el mundo moderno nos exige que la felicidad suprema sea encontrada en el afecto carnal. El mundo moderno objeta que se diga que sí es posible el amor sin una relación de afecto carnal con otro ser humano. El mundo moderno tilda entonces de "fracasados en el amor" aquellos que guardan la castidad. Pero, como en Emaús, Jesús nos dice que los que le aman y le siguen, no fracasan nunca; por el contrario, aman con el Amor de Dios, siempre ardiente.
Cuando el amor divino desciende sobre el corazón humano, lo purifica como se purifica el oro en el fuego. O como la madera, el corazón humano, se quema, se oscurece y poco a poco, va penetrando el fuego dentro de la madera hasta que se convierte en antorcha para el fuego(1). Eso es lo que Dios quiere de nosotros, que nos convirtamos en antorcha de su amor, extendiendo su calor a cada persona con que nos encontremos.
La castidad de la laica soltera, bien sea durante su vida o hasta el matrimonio, es precisamente amar al otro ser humano con el amor de Dios; es amar con limpieza de corazón. Con el amor de Dios, no se mira al otro ser humano para tomarle para el placer ni para convertirlo en objeto del placer; se mira al otro para dar y recibir de nuestro propio amor, de nuestra vida, de nuestra persona. Y es grande saber que la castidad no hace imposible la maternidad. Por el contrario, en la transmisión de nuestra personalidad y nuestro servicio hacia el otro ser humano, todas las mujeres se convierten en madres espirituales de muchos. La castidad tampoco significa negar la sexualidad femenina. La castidad hace uso de ella, al poner sus atributos y cualidades propias al servicio del amor auténtico y duradero.
La castidad es ética de respeto por uno mismo y por el otro ser humano. Si bien cada uno de nosotros adoptamos y requerimos una ética de trabajo, de estudio, del deporte, de gobierno, no es menos cierto, y es aún más necesario y profundo, guardar una ética sobre la sexualidad.
Decir que el amor es siempre libre y arriesgado es cierto. Pero decir que el amor sólo será libre y pleno en la expresión carnal desenfrenada es falso. Esto es sofocar el inmenso deseo de amar verdaderamente. Y el amor verdadero es el aliento del alma y la alegría del corazón. Sin ese amor, el alma muere y el corazón se pervierte.
Sabemos que nuestra capacidad de adhesión a la voluntad de Dios es lo que medirá el grado de libertad que hayamos alcanzado(2). Por lo tanto, la obediencia a Dios en la castidad es lo que libera nuestro ser para amar ¡con plenitud!
En la castidad, anclamos nuestro corazón primero al Corazón de Dios, antes que a cualquier corazón humano. De esta manera, andamos seguros de que nuestro corazón no desfallecerá nunca y amaremos mejor al otro. Pero si nuestro corazón depende de otro corazón para poder amar, siempre será un corazón errante o al menos no tendrá paz. También es inevitable comprender que el alma pertenece a Dios, y es sólo a Dios a quien desea tener el alma. Ninguna otra persona puede llenar ese lugar; y si el alma no tiene a Dios, siempre suspirará, o estará inconforme en su vida, por ese Alguien que le faltará.
Dios habla un idioma distinto al del mundo sobre los componentes de la sexualidad humana:
El mundo habla de entrega. Jesús añade: por la cruz.
El mundo habla de la dicha del amor. Jesús añade: siendo perfectos en el amor.
El mundo habla de madurez emocional. Jesús añade: siendo pequeños.
El mundo habla de bienestar personal. Jesús añade: dándolo todo(3).
La castidad es la aventura con Dios de amar a quienes Él nos pone delante en cada circunstancia de nuestra vida. Si nos negamos a practicar la castidad, nunca conoceremos el verdadero amor.
Se dice que San Francisco de Asís, cuando hablaba con alguien, le prestaba tal atención a esa persona, que esa persona era la más importante para él en ese momento. A San Francisco de Asís no se le escapaba la dignidad de esa persona y se maravillaba pensando cuál sería el plan de Dios para ella. ¡Eso es amor humano auténtico!
Si queremos guardar la castidad, en un mundo que considera locura amar con el Amor de Dios(4), es imprescindible la oración. Es decir todas las mañanas: "Mi Señor, hágase tu voluntad de amor en mí". Es caer de rodillas, extender los brazos en forma de cruz, y pedir pureza de corazón para ese día a la Madre del Amor Hermoso, a Ella, que amó mejor que cualquiera otro en la vida, diciendo: "María, Madre Admirable, Inmaculada desde la concepción, ruega por mí".
Esta charla fue presentada en el Primer Congreso Internacional por la Vida y la Familia en Chile, organizado por Vida Humana Internacional y el Movimiento Anónimo por la Vida.
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