Uno de los males de nuestro mundo, según dicen, es la falta de
autoestima.
A muchos les falta ese sentido espontáneo de amor a uno
mismo, un amor necesario para conservar y desarrollar cualquier vida humana. Por
experiencias del pasado, por situaciones del presente, por miedos hacia el
futuro, muchos no se sienten capaces de mirar hacia adelante con optimismo, con
seguridad, porque les falta un sano aprecio de sí mismos.
Podríamos ver
el problema desde otro punto vista. ¿No será que el problema más serio del mundo
de hoy no es la falta de autoestima, sino la falta de “heteroestima”?
El
término no es nuevo, aunque no resulta muy conocido. ¿Qué entendemos aquí por
“heteroestima”?
Podemos darle dos significados. El primero: la
heteroestima sería ese afecto que los otros nos ofrecen y que es percibido por
uno. En este significado se dan dos elementos importantes: por un lado, el ser
amados por otros; por otro lado, el sentir ese amor ajeno. Lo primero sin lo
segundo no llega a tocar el interior del propio corazón. Lo segundo sin lo
primero puede ser una simple sugestión o, en casos tristes y reales, un engaño:
creemos que alguien nos quiere cuando lo único que desea es envolvernos y
embaucarnos para fines a veces nada honestos.
Habría un segundo
significado para esta palabra: la heteroestima sería la capacidad de dar amor,
de salir de uno mismo para entregarse a los demás, para ofrecer las propias
energías, ilusiones, trabajos, sentimientos más profundos, a quienes viven a
nuestro lado, o a quienes se encuentran tal vez muy lejos. Todo ello es posible
desde un amor: un amor que no está encerrado en uno mismo, un amor que mira al
otro, se preocupa por el otro, pone al otro en primer lugar, antepuesto a uno
mismo.
Quizá el mundo de hoy sufre no sólo por falta de autoestima, sino,
en muchos casos, por falta de heteroestima. Muchos viven preocupados por su
grado de placer, por su realización personal, por sus logros. Si no llega ningún
reconocimiento de los demás, a veces nos rodeamos de una no fingida aureola de
amor narcisístico, de un vernos a nosotros mismos como seres llenos de
cualidades y de valores que los demás no han sabido descubrir. Otras veces el
corazón se hunde: el no sentirse amado por nadie lleva a la soledad, a la
tristeza, al abatimiento. También, a la pérdida de autoestima. Heteroestima y
autoestima están profundamente relacionadas, dependen la una de la
otra.
¿Existe alguna terapia para un mal tan extendido? La heteroestima
aumenta en la medida en que dejamos de pensar en nosotros mismos y empezamos a
darnos a los demás. En palabras de Jesucristo, en la medida en que amamos al
amigo hasta dar la vida por él.
El mundo será distinto cuando pongamos a
trabajar ese corazón que Dios ha dado a cada uno. Un corazón fino, capaz de
percibir y de sentir una emoción profunda cuando roza, cuando toca el amor que
otros le ofrecen. Un corazón fuerte, generoso, “hecho” para darse, para crecer
en la medida en que se centra en los demás y busca servirles, sin límites, sin
egoísmos, sin miedos.
Hoy podemos crecer en heteroestima. Quizá lo más
hermoso será descubrir que toda nuestra vida está bañada, está tocada, por el
amor del Otro, por el amor de Dios. Desde esa experiencia profunda, desde ese
toque magnífico de una vida que se nos da por amor, empezaremos también nosotros
a “descentrarnos”, a vivir para los otros, a ser hombres y mujeres plenamente
realizados en nuestra humanidad, porque viviremos a fondo, sin límites,
“heteroestimadamente” enamorados.
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