El día de hoy vamos a ponernos el cristal de la caridad, y bajo esta óptica
contemplaremos la Última Cena.
¿Qué es la caridad? Si alguien quisiese
definir la caridad, podría escribir libros enteros. Si alguien quisiese definir
la caridad, podría llenar bibliotecas, o simplemente tomar una fuente con agua y
lavar los pies a sus discípulos durante la cena: "[...] cuando ya el diablo
había puesto en el corazón a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de
entregarle, sabiendo que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había
salido de Dios y a Dios volvía, se levanta de la mesa, se quita sus vestidos y,
tomando una toalla, se la ciñó. Luego hecha agua en un lebrillo y se pone a
lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla con que estaba
ceñido".
La caridad es ser capaz de servir hasta que ya no haya nada
más que uno pueda hacer; la caridad es servir hasta la último. "No hay amor
más grande que aquél del que da la vida por quien ama". Cristo,
constantemente, va a unir su caridad con su muerte. Tanto es así, que la cruz va
a ser la mayor expresión de caridad de Cristo.
Nos impresiona cuando
vemos a Cristo rebajarse como un esclavo a lavar los pies, quizá no nos
impresiona tanto el hecho de que Cristo no solamente lava como esclavo los pies
a sus discípulos, sino que muere esclavo en la cruz por sus discípulos. La
caridad, la verificación, el amor, la muerte de Cristo están inseparablemente
unidos. La caridad de Cristo es una caridad que se ofrece en la separación de
aquellos que ama. "Hijos míos, ya poco tiempo voy a estar con vosotros.
Vosotros me buscaréis y a donde yo voy vosotros no podéis venir".
El
amor de Cristo es un amor totalmente desinteresado, no es un amor que se busque
a sí mismo. El amor de Cristo no busca la propia felicidad sino la felicidad de
aquellos que ama. Cristo incluso va a aceptar la separación de aquellos que ama
por amor; pero, al mismo tiempo, como todo auténtico amor, el amor de Cristo va
a buscar en todo momento compartir, y por eso Jesucristo les dice a sus
discípulos: "Como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a
los otros".
Cristo busca encarnar su amor en los que ama. Cristo
busca que aquellos que Él ama también amen como Él: "En esto conocerán que
sois mis discípulos: en que os tengáis amor unos a otros como yo os he
amado". La caridad que no se transmite, la caridad que no se manifiesta, la
caridad que no se encarna en aquellos que amamos no puede ser una caridad
auténtica.
No hay que olvidar que el Maestro se nos presenta como modelo
de caridad, como dirá San Juan, "en la glorificación", es decir, en la muerte,
en el don absoluto de sí mismo por amor a los suyos. Éste es el don más grande
que un hombre puede dar: el don de sí mismo. ¿Qué otra cosa podemos dar más que
nosotros? Aun cuando hubiéramos terminado de dar mucho, todavía quedaríamos
nosotros por darnos. ¿Qué más puede ofrecer un soldado a su señor, cuando ya lo
ha dado todo? ¿Qué más puede ofrecer Cristo, cuando ya lo ha dado todo? ¿Qué más
puedo ofrecer yo, como discípulo, cuando ya lo haya dado todo?
La
caridad de Cristo tiene, además, una muy especial característica. En el
Evangelio de San Mateo se dice: "aquél que me negare delante de los hombres
yo le negaré delante de mi Padre celestial". Justamente en este contexto de
caridad se introduce el misterio de la negación de Pedro. Sin embargo, Pedro no
contaba con la última de las delicadezas de la caridad de Cristo. Dice el
Evangelio: "Señor, ¿a dónde vas? Jesús le respondió: Adonde yo voy no puedes
seguirme ahora; me seguirás más tarde. Pedro le dice: ¿Por qué no puedo seguirte
ahora? Yo daré mi vida por ti. Le responde Jesús: ¿Que darás tu vida por mí? En
verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo antes que tú me hayas negado tres
veces."
La caridad ama aun cuando el amado nos niega. Así ama
Cristo. Cristo no solamente ama cuando nosotros somos grandes apóstoles que
entendemos perfectamente los planes del Señor sobre nosotros -¡qué fácil sería
amar así!- Cristo ama incluso cuando nosotros nos atrevemos a negarlo. Y nos ama
con un amor redentor, nos ama con un amor transformador, nos ama con un amor
purificador, nos ama con un amor que es capaz de sacarnos del pozo donde
nosotros podríamos vernos encerrados.
El amor de Cristo no es un amor
que arrasa; es un amor que reconstruye, cuando el alma se deja reconstruir. Es
un amor que hace que aquél que lo ha negado pueda amarlo a Él, como Cristo lo
ama. ¿Cómo nos ha amado Cristo? Hasta dar su vida por nosotros. ¿Cómo tenemos
que amar nosotros a Cristo? Hasta dar nuestra vida por Él.
San Juan va a
unir la caridad con la obediencia y con el sacrificio en la obscuridad: "Si
alguno ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará y vendremos a él y haremos
morada en él".
Cristo une caridad, obediencia y presencia de Dios.
La esencia de toda santidad y de toda virtud cristiana está en la caridad. No
hay presencia de Dios donde no hay caridad, no hay presencia de Dios donde no
hay obediencia; y donde no hay obediencia, no hay caridad ni presencia de Dios;
y donde no hay caridad no hay obediencia ni presencia de Dios.
Tendríamos que darnos cuenta que esta especie de trinidad es el corazón
del cristiano. Presencia de Dios es obediencia y es caridad. Quien diga que
tiene a Dios y odia a su hermano, es un mentiroso. Y quien quiera obedecer,
primero tiene que amar. Y quien regatea con el egoísmo, no obedece ni tiene a
Dios en su corazón. La caridad se hace obediencia y se hace presencia. Si no es
así, la obediencia es vacía y la presencia ausencia. Solamente cuando hay esta
presencia, esta caridad y esta obediencia, el hombre posee luminosidad para
poder guiar su vida en la autenticidad.
"El Paráclito, el Espíritu
Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os enseñará todo y os recordará todo
cuanto os he dicho". La presencia amorosa de Dios en nosotros es la garantía
de la luminosidad interior. No puedes guiar tu vida si estás cegado por el
egoísmo. No puedes guiar tu vida si en tu interior no existe luminosidad y la
disposición de vivir en la obediencia. No puedes guiar tu vida si en tu interior
no existe la verdadera presencia de Dios. La caridad, como obediencia que se
hace presencia, es la clave que Jesús mismo nos deja.
Después de hablar
del amor, Cristo empieza hablando del Príncipe de este mundo. No hay que olvidar
que la auténtica caridad se hace testimonio precisamente ante las persecuciones
del Príncipe de este mundo. Y así como la luz expulsa la noche, y la obscuridad
se ve alejada por la aurora, la caridad expulsa de nuestra vida al Príncipe de
este mundo.
¿Quién no le tiene miedo al contagio del mundo del demonio y
de la carne en su propia vida? ¿Alguien puede sentirse inmune a esto? ¿Alguien
puede decir que tiene las manos limpias? Y, sin embargo, ¿cómo podemos resistir
al Príncipe de este mundo? Sólo quien vive en la caridad tendrá la capacidad
suficiente para desencadenarse una y otra vez del Príncipe de este mundo. Sólo
el que tenga caridad como ley auténtica de su vida podrá estar liberándose de
las ataduras que el Príncipe de este mundo le ponga a su corazón. Solamente
quien no es capaz de vivir la caridad acabará por vivir con el demonio dentro
del corazón.
La caridad es el testimonio del cristiano. Ante las
asechanzas del demonio, que muchas veces podrá buscar encimarse, apoderarse de
la vida del hombre, más aún, que muchas veces hará fracasar las obras buenas del
hombre, sólo la caridad continuará siendo la coraza con la cual el hombre vence,
con la cual el hombre es capaz -a pesar de los errores, a pesar de los fallos
propios o de los demás-, de volver a amar y de entregarse.
No hay que
tenerle miedo al demonio si en nosotros hay caridad, si en nosotros hay amor
verdadero. No hay que tenerle miedo al demonio de las tentaciones y de las
dificultades, en el seguimiento de Cristo, si en nosotros verdaderamente existe
un corazón lleno de amor a Dios.
Aun cuando el corazón pueda estar en la
soledad, en el abandono, en la dificultad y en la prueba, tenemos que saber que
la caridad de Cristo se convierte en paz en nuestra alma, consuelo de nuestra
soledad. "Os dejo la paz; mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No
se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: Me voy y
volveré a vosotros. Si me amarais, os alegrarías[...]".
Éste es el
rostro de la caridad que Cristo nos presenta. Una caridad que se ofrece, una
caridad que se comparte, una caridad que se hace testimonio, una caridad que ama
incluso en la negación del amor. Y al mismo tiempo, es una caridad que se
convierte en presencia por la obediencia, es una caridad que no se contamina a
pesar de las asechanzas del demonio o de la soledad en la que nosotros podamos
vivir.
Este amor -lo vemos en Cristo-, no es simplemente un bonito
sentimiento interior. Este amor tiene obras que efectivamente manifiestan el
amor, obras que realmente realizan el amor, obras que demuestran que estamos
auténticamente entregados a Cristo. Porque si no prestamos más que a aquellos de
quienes esperamos recibir, ¿qué mérito tendremos que no tengan también los
pecadores? Si no saludamos más que a los que nos saludan, ¿en qué nos
diferenciamos de los gentiles? Y si no amamos más que a los que nos aman, ¿qué
hacemos que no hagan también los publicanos?
También a nosotros se nos
exige una caridad que se hace celo apostólico, como el mejor servicio hecho a
los hombres. ¿Qué más les puedes dar a los hombres sino la presencia de Dios en
sus corazones? No existe la caridad sin celo apostólico, no existe la caridad
sin esfuerzo por conquistar a los hombres para Cristo. Y la podremos disfrazar
de lo que queramos, pero sin celo apostólico que influya verdaderamente en las
sociedades en las que vivimos, en los ambientes en los que nos movemos, no hay
caridad. Sin un corazón que arda por sus hermanos los hombres, no hay caridad,
porque Cristo, por amor a nosotros, busca introducir la presencia de Dios en
nosotros. "En el que me ama moraremos".
¿Realmente mi amor a los hombres
es un amor que busca hacer que la presencia de Dios esté dentro de mis hermanos?
¿O es un amor platónico, o es un amor romántico? ¿O es un amor que arde, y
porque arde quema, y porque quema transforma, y transforma en celo apostólico?
Cuando revisemos la caridad, veamos el amor de Cristo por nosotros,
veamos nuestro amor por Cristo, veamos nuestro corazón, y veamos si
verdaderamente hay caridad que es obediencia y es presencia. Pero nunca
olvidemos la tercera dimensión de la caridad: el celo apostólico.
Recordemos que se nos va a exigir. "Tuve hambre y no me diste de
comer; tuve sed y no me diste de beber; estuve desnudo y no me vestiste, en la
cárcel, enfermo y no me fuiste a ver". Si a ésos, Cristo los manda lejos de
sí, lejos del amor, lejos de la vida eterna, ¿qué será de aquellos que le
negaron a sus hermanos los hombres, por falta de caridad, la presencia de Dios
en su corazón? ¿Qué será de aquellos que, llevados por la pereza o por la
soledad, o por el Príncipe de este mundo, o por el orgullo, se permitieron el
lujo de no llenar el corazón de sus hermanos los hombres con la presencia del
Señor?
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