Se puede afirmar que una familia es cristiana cuando alguno de sus miembros hace
presente a Cristo en ella.
Supongamos una familia muy deteriorada, con
graves problemas de diverso tipo. Si en ella uno de sus miembros quiere hacer
presente a Cristo en ella, y persevera en este esfuerzo, la irá transformando
por la Comunión de los Santos.
Ese miembro de la familia sabe que por sí
solo, nada puede. Pero que unido a Cristo, todo lo puede alcanzar. Y que la vía
para ser otro Cristo es practicar la oración personal y frecuentar los
sacramentos, especialmente la Confesión y la Eucaristía.
Un cristiano que
reza, que quizá a imitación de Cristo se levanta a primera hora de la mañana y
dedica un tiempo a hablar con Jesucristo de su vida, de su familia, es un foco
de evangelización de su familia. Un católico que busca tener una cada vez más
intense vida eucarística –asistiendo a la Santa Misa, si es posible a diario,
acompañando al Señor en sagrario físicamente o con el corazón, o diciendo
comuniones espirituales en su interior–, por fuerza santifica su familia. Porque
la lucha por ser santo, siempre es una oración a Dios por los que le rodean: su
esposo, sus hijos.
Pero el cristianismo no termina en la práctica de la
oración y de los sacramentos. Lleva a conocer la doctrina cristiana, a
asimilarla, a ponerla en práctica. A vivir todas y cada una de las virtudes
humanas (la sinceridad, la generosidad, la laboriosidad, la alegría y otras
muchas), las virtudes morales (la prudencia, que es la principal, y también la
justicia, la fortaleza y la templanza), y las virtudes teologales (fe, esperanza
y caridad), entre las cuales destaca la virtud más perfecta, que es la
caridad.
Hacer presente a Cristo en la vida familiar es vivir la caridad
de muchos modos, la mayor parte de los cuales pasan desapercibidos a los ojos de
los hombres. Pero a los ojos de Jesucristo, la caridad despierta en él una
sonrisa. Una alegría profunda porque ve el amor que se pone en esas cosas
pequeñas.
El modelo de familia: La Sagrada Familia
De un
modo consciente o no, quien se esfuerza por hacer presente a Cristo en su
familia, tiene como modelo a la Sagrada Familia.
Jesús es el centro de la
familia, porque es el Niño-Dios. Todo a su alrededor se contagia del fin amoroso
de la Encarnación. La Virgen es Corredentora, y San José se une a los planes
divinos.
La casa de Nazaret es un remanso de paz. Reina la alegría. Una
sonrisa de Jesús ilumina la vida y todo está al servicio del plan redentor. La
Virgen realiza su trabajo con diligencia –que es amor–, y realiza los trabajos
humildes del hogar. Es la única criatura perfecta de la creación y pone toda su
inteligencia –la más alta imaginable–, todo su corazón –un amor grande y
perfecto como no podemos imaginar– en servir a Jesús.
La Virgen trabaja
en tutelar, lava la ropa, cultiva el jardín, prepara la comida. Ve en cada flor
una caricia de amor de Dios Padre hacia ella, y adorna con esas flores su hogar.
Se respira sosiego.
San José es laborioso. Gana con su trabajo el
sustento de su familia. Y, cuando puede, realiza un trabajo extra para comprar
una manzana al Niño-Dios, o adquiere una oveja para que juegue con sus
primos.
Jesús aprende pronto el trabajo de José. Éste acrecienta su vida
interior en el trabajo y el trato con Jesús hasta convertirse así en “maestro de
vida interior”.
Tanto amor en la Sagrada Familia tiene su origen en una
intensa vida de oración. La Sagrada Familia es una familia donde se reza mucho,
donde se reza con las Sagradas Escrituras, donde se procura ser delicadamente
fiel a la tradición judía.
Una característica de la Sagrada Familia es el
verdadero y casto amor esponsal entre María y José. En la mirada de María se
advierte de mil maneras su amor vigilante por José. El cuidado de sus vestidos,
hacer el plato que a él le gusta, realizar sin que lo advierta el trabajo más
costoso y un sinfín de detalles más. José emplea su habilidad manual en los mil
detalles de la casa o del jardín, sabe prolongar un trabajo para adquirir
algunos ingresos más, y a pesar de ser el cabeza de familia, se sabe el ultimo y
servidor de todos.
Realmente la Sagrada Familia es un modelo
admirable.
La oración en la familia
Un cristiano que
verdaderamente lo es, reza. Reserva para hablar con Dios el mejor momento del
día y evita toda posible distracción. ¿Cuánto debe rezar? Eso dependerá, pero se
ha dicho que lo mínimo debería ser lo que uno tarda en despachar a una persona
con la que no desea hablar. Pongamos que un mínimo de quince minutos.
Una
persona que no se aisla de todo al menos quince minutos para orar, quizá es que
no sea verdaderamente cristiana. Y por eso hay que ser fiel a ese momento
previsto, pues en la puntualidad y en el esfuerzo, se demuestra el
amor.
Un miembro de la familia que reza, es un tesoro. Cuando un hijo o
el esposo no rezan, hay que rezar por él con mayor empeño.
La fuerza de
la oración es tan grande, que ha hecho grandes santos, también en la familia.
Santa Mónica, con sus lágrimas y oraciones, logró la conversión de Agustín, que
llegaría a ser un gran santo en la Iglesia.
Ese rato de oración personal
se ha considerado muchas veces como “la caldera” de la vida interior. Cuando una
casa de un país frío, funciona, el hogar está caldeado y da gusto. En cambio, si
permanece apagada, reina el frío. En la vida interior ocurre algo similar. Si
dedicamos buenos ratos de oración, la vida interior sube de temperatura, y
bastarán otras prácticas de piedad –la Santa Misa, el Santo Rosario, etc. – para
estar vibrantes y convertirse cada uno en un foco de evangelización.
“Una
familia que reza unida, permanece unida”, se ha dicho muchas veces y con gran
sabiduría. Porque se unen así a Cristo. Por eso es conveniente rezar el Santo
Rosario. Y bendecir la mesa para agradecer todo alimento, pues viene de Dios. Y,
siempre que sea posible, acudir a Misa los domingos toda la familia. Y así,
cuando el amor se hace grande, de descubren mil modos de rezar juntos. Por
ejemplo, cuando hay una contrariedad o un pariente enfermo, o los padres cuando
saben afrontar sobrenaturalmente las dificultades de un hijo acudiendo al
Señor.
Rezar juntos es amar. Y a una familia que ama, Dios no la
abandona.
Cristo presente en la Biblia
Muchas familias
tienen una especial presencia de Dios en ellas de muchos modos. Algunas colocan
en algún lugar destacado una imagen del Sagrado Corazón de Jesús. Otras han
puesto la imagen de la Divina Misericordia de un modo visible. O una imagen de
la Virgen como protectora de la familia.
Pero hay otro modo de una cierta
presencia de Cristo en nuestros hogares que es tener una buena edición de la
Biblia. Este es un libro cuyo autor es el mismo Dios, quien se ha servido de los
hombres para ofrecernos este libro sagrado, maravilloso, que debemos tener en
mucho.
Ocurre, sin embargo, que este libro de origen divino ha pasado por
las manos de los hombres, y nosotros lo hemos desdibujado con malas traducciones
o comentarios que desfiguran su originario sentido. Por eso es bueno asesorarse
bien y tener una Biblia bien traducida, que sea agradable utilizar. Esa es una
de las mejores inversions que puede hacer una familia.
Se ha dicho muchas
veces que la Biblia es la Palabra de Dios. Y sabemos que Jesucristo es la
Palabra, el Verbo Encarnado. Y en Dios la Palabra solo es una, de modo que la
Palabra de Dios de algún modo supone la presencia de Dios en nuestras vidas. Un
cristiano debe amar la Biblia, tener en mucho las Sagradas Escrituras,
meditarlas y hacerlas vida propia.
Dentro de la Biblia, conviene muy
especialmente meditar el Nuevo Testamento. Si hace veinte siglos hubiera
existido la posibilidad de grabar imágenes de Jesucristo, hoy las guardaríamos
con gran cariño y las veríamos una y otra vez. Pero no las había. En cambio,
varios testigos directos –o indirectos, como San Lucas– nos cuentan lo que
vieron, y lo que nos han escrito es verdadero. Por eso hemos de meditar vida de
Jesús y aprender de Cristo mil detalles.
De igual modo que quien ama
contempla con amor la fotografía de quien ama, un cristiano debe estimar en
mucho el Nuevo Testamento, pues Cristo es el modelo de nuestra vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario