Un hombre, el más inocente de todos, Jesús de Nazareth, cae de rodillas en el
huerto de los olivos. Sólo le contempla la luna que baña, enmudecida, las
sombras de la ciudad santa. Era de noche.
Era de noche en el alma de Judas
Iscariote, uno de los apóstoles, que ha tomado la decisión de traicionar de su
maestro.
Era de noche también en el alma de Jesús. El Señor, que nos
acostumbró a verlo tan seguro de sí mismo, dueño de toda circunstancia, aun en
medio de situaciones muy tensas, ahora cae de rodillas, temblando. Su sudor es
frío, llora, gime. Su oración es inusual: "Padre, si es posible, aparta de mí
este cáliz."
¿Cómo es que tú, que siempre aceptaste la voluntad del
Padre y la defendiste contra toda rebaja por parte de los hombres, ahora la
rechazas? "Padre, si es posible..." ¡Cuánto te debió doler esta oración! ¡Hasta
qué punto debió llegar tu sufrimiento moral que te ha reventado por dentro y te
ha hecho chorrear goterones de sudor sanguinolento!
Agonía, temor,
pavor, tristeza suma, casi desesperación, tedio, pesar. Estas son las aves que
anidan en tu ánimo. Por eso te encontramos desplomado, yaciente en el suelo,
gimiendo e implorando misericordia al Padre de los cielos. Sí que era de noche.
¿Por qué esta escena? ¿Por qué así? ¿Qué contemplabas, Jesús? Delante de ti
se levantaba una oscura y pesada ola de contradicciones, pasiones desbocadas,
traición y desprecio, vejaciones sin cuento, injusticias e ingratitudes,
insensibilidad y odio. Todo concentrado sobre ti. Y estabas solo. Terriblemente
solo.
Y no era para menos. Las imágenes de lo que te vendrá encima son
como sordas bofetadas sobre tu corazón. La traición de Judas, alma escogida; el
abandono de los once restantes cuando la captura; las negaciones de Pedro; la
condena injusta; el ir y venir de Pilato a Herodes; la cobardía y
contemporización del procurador; el bestial ensañamiento de la cohorte sobre tu
persona bendita; el desprecio de la chusma que prefirió a un bandido de nombre
Barrabás; el via-crucis; la crucifixión; las tres horas de agonía colgado de un
madero, pendiendo sobre tus carnes vivas; los desprecios y desafíos que aún allí
te lanzarán los escribas y fariseos. Una muerte ignominiosa. Este era el cáliz
que por adelantado te hacía beber el Padre.
¡Y no sólo! Ese cáliz
insoportable lo completa el ridículo y triste espectáculo de tus seguidores y
amigos que a lo largo de la historia actuarían "como si no te conociesen", como
si estas páginas del evangelio no hubiesen sido escritas, como si tu donación
dolorosa no les incumbiese también a ellos. ¡Cuántos besos sacrílegos y
traidores! ¡Cuántas promesas tiradas al bote de la basura! Y ¡cuánto desprecio a
tu persona en la persona de los pobres, de las viudas, de los niños, de los
ignorantes, de los que no suelen contar para nada en los destinos de las
naciones!
"Padre, si te es posible..." aparte de mí tantos pecados,
tanta destrucción y muerte. Tantos sitios de exterminio: los lagers, los Gulag,
los Albania, los Bosnia, los Ruanda. A tantos Hitlers y Stalins a lo largo de la
historia. Todas las matanzas y carnicerías inútiles y gratuitas, perpetradas
sobre poblaciones inocentes. Las revanchas, odios, venganzas, rencores, riñas,
discusiones sin sentido, disensiones familiares, distancias entre hermanos.
Aparta de mí tanta infidelidad conyugal, tanta debilidad e inconsciencia
ante el dolor de los hijos abandonados. Aparta tanto escándalo público, tanto
mal ejemplo y desfachatez engrandecida por los medios de comunicación pública.
Aparta de mí tanto desenfreno sexual, tanto comercio con la debilidad
humana, tanta propaganda escandalosa.
Y, sobre todo, aparta de mí, Padre
santo, el grito angustioso del pequeño que clama desesperado, desde el seno
materno, que quiere vivir, que merece vivir, que no es ningún injusto agresor.
Él se considera un regalo, puro don de alegría para sus padres. Y hay tantos de
ellos, tantos médicos que lo consideran un producto, un montón de células, un
huésped indeseable, un auténtico enemigo de la felicidad matrimonial.
¡Quiere vivir! ¡Quiere decirles que los quiere mucho! Sin embargo, son
miles, millones de hombres cuya vida ha segado el egoísmo humano.
Guerras,
pobreza extrema, infidelidad generalizada, vida de placeres y despilfarro
material. Suicidios. Borracheras y orgías. Droga al por mayor. Vandalismo sin
sentido, pandillerismo nihilista. Trata de blancas. Misas negras. Promoción de
la homosexualidad. Superstición generalizada. La lista sería interminable.
Esto es lo que contemplas, Señor. Esto es lo que cargarás sobre tus
hombres. Esto es lo que tu Padre te está cobrando: tú eres el redentor, tú
pagarás por los pecados del hombre, de todo hombre, en todas las latitudes, de
todos los tiempos. No hay escapatoria. Hay expiación. Y tú lo sabes. Y tú lo
aceptas. Y tú estás pagando por ello. Con amor, mansamente… por mí y en mi
lugar.
Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se
haga mi voluntad, sino la tuya. Que tu voluntad se realice en mi obrar
cotidiano. Sea agradable o ingrata. Fácil o complicada. “Tu voluntad, Señor...”
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