La docilidad es hija de la prudencia y de la humildad, porque la actitud dócil es la que está abierta al aprendizaje a la corrección, al consejo, a aceptar que otros saben más que nosotros y que pueden y deben enseñarnos y nosotros debemos dejarnos enseñar sin resistirnos como fieras. La persona dócil no ofrece resistencia a aprender, a ser aconsejada, a ser corregida. Más bien lo acepta con humildad e interés. La docilidad hace que no nos altere que nos manden y, si entendemos esta virtud, el acatar la autoridad en todos los órdenes no nos resultará tan áspero. El entender nos aliviará, nos facilitará y nos suavizará el obedecer y el dejarnos enseñar. Aún en el mundo de los seres inanimados como el de los materiales, podemos hablar de materiales “dóciles” haciendo referencia a los que se dejan trabajar, moldear, tallar, esculpir, (como la madera, el barro, la arcilla), y los que no son fáciles y generan resistencia, (como la piedra y la roca).
Pedir y escuchar un consejo a las personas capacitadas de darlo es una actitud en la vida no sólo humilde sino inteligente. Achica el margen de error en todos los órdenes. No tendremos que pagar tan altos precios por pensar que siempre nuestro propio parecer es superior al del que sabe. Los adultos que han vivido, y sobre todo si han vivido bien, siempre tendrán luces más largas para divisar el camino a seguir que los jóvenes que generalmente utilizan sólo luces cortas. Estarán en condiciones de aconsejarnos en las distintas decisiones que habremos de ir tomando a medida que crezcamos. La carrera a seguir, el trabajo a aceptar, el lugar donde habremos de comprar nuestra casa, el médico que nos conviene por su seriedad académica. Siempre estaremos más iluminados por el consejo de los que saben que por nuestra sola opinión Ser dócil a los ojos de Dios es hacer fácil que se nos enseñe lo que es bueno o malo según Su Ley, y no lo que a nosotros nos parece que la docilidad es. Dejarse enseñar sin rebeldía en todos los órdenes, no sólo en los modos que pueden ser muy dóciles, sino en nuestro interior, empezando por observar las simples leyes de la naturaleza. La actitud de rebeldía, de soberbia, de rechazo, de autonomía, mal dispone a la persona a ser enseñada, aconsejada y a escuchar.
Ser dócil es aceptar que el profesor del deporte que practico me pueda corregir algún defecto, aunque yo me haya destacado igual haciéndolo mal. Ser dócil es no empecinarnos en hacer el campamento en un lugar inapropiado en el período de lluvias debajo del cartel que nos indica “No acampar”. Aceptar que la bandera colorada que ha levantado el guarda vidas me indica que el mar está peligroso, (aunque a mí me parezca que está igual que siempre y que yo sé nadar muy bien). Aceptar que las hortensias necesitan mayormente sombra y mucha agua, porque la verdad objetiva de la floricultura nos enseña que es así, y no lo que a nosotros nos parece que es bueno para esas flores. Si nos encaprichamos en contra de esa verdad, (demostrada por años de experiencia), y las ponemos al rayo del sol todo el día y las regamos solo de vez en cuando, simplemente se marchitarán.
La ignorancia no es falta de docilidad, porque la ignorancia a veces puede ser culpa nuestra y otras veces no. Lo mismo que ocurre con las hortensias y en todos los ámbitos también ocurre con al alma humana y sus necesidades. La naturaleza tiene sus leyes, aún para la persona humana. Si nos empecinamos en llevarle la contra a lo sumo resistiremos un tiempo, porque tanto la naturaleza como la naturaleza humana, a la corta o a la larga, nos pasarán la cuenta. Por ejemplo, la Iglesia nos enseña que lo bueno para el hombre es cumplir con los Mandamientos. Si somos dóciles a esta verdad y tratamos al menos de caminar (sino en el camino al menos por la banquina) dejándonos guiar por ellos seremos más felices que si los ignoramos continuamente e ignoramos adrede que existe siquiera un rumbo a seguir.
La docilidad es fundamental en el mundo de la docencia, en donde los alumnos deben tener la actitud abierta hacia la necesidad de aprender. Antes que el maestro comience a enseñar el alumno debe ser “enseñable”. El alumno dócil vuela en el aprendizaje. De la misma manera que la condición para comer algo es que primero ese algo sea “comestible” y para transitar por un lugar el camino primero tiene que ser “transitable”. Los docentes necesitan frente a sí alumnos dóciles, educados, respetuosos para poder empezar con su tarea.
Hoy la revolución anticristiana ha generado una falta de autoridad, obediencia, respeto hacia la jerarquía del maestro o profesor y disciplina en las aulas que hace imposible la enseñanza y los resultados están a la vista. Escuchamos en los medios que los alumnos rompen a patadas los calefactores para no tener calefacción y por ende no tener clases, que a fin de año tiran los bancos por las ventanas del colegio y salvajadas antinaturales por el estilo. De ahí que no sólo se hable de deserción escolar por los alumnos, sino que son los profesores y maestros quienes abandonan sus cursos por sentir que los alumnos que tienen adelante ya “no son enseñables”. En nuestra Patria, sabemos que la violencia ha llegado a un grado en que un alumno entró una mañana al curso y mató a mansalva a cinco de sus compañeros de clase e hiriendo a otros tres mas con una pistola de 9 mm, (como sucedió en el 2004 en Carmen de Patagones). Pero lo grave es que esta violencia ya es antinatural. Está generada por la revolución para ser utilizada con otros fines.
La revolución anticristiana ha cortado adrede ese nexo que siempre existió entre el maestro o profesor que enseña y el alumno que respetuosamente, reconociendo la superioridad de conocimientos del profesor, aprende. La revolución lo fomenta para que el alumno no reciba ni la cultura de generaciones anteriores, (y por lo tanto, al no saber ni quien es ni de donde viene, ni su propia historia, no tenga ni arraigo ni raíces que lo sostengan), ni desarrolle sus talentos y eso le genere una frustración y una violencia que luego será “manejable”, con objetivos políticos.
La destrucción de la lectro escritura también merece unas palabras. Es destruir el idioma y su riqueza, el nivelar para abajo, el minimizar el vocabulario, el sacar de circulación las mayúsculas y escribir todo con minúsculas, todo forma parte del mismo plan. Incluso el sistema de cambiar sistemáticamente todos los libros de texto todos los años que imposibilita a los hermanos y familiares heredar y compartir los libros de colegio, con textos incomprensibles para la mayoría de los padres tiene su explicación. Se trata otra vez de cortar los lazos que unían a los padres que podían colaborar con sus hijos en tareas y deberes escolares. Hoy esto es casi un imposible para la mayoría de los padres por lo incomprensible y la falta de sentido común de los textos. Aún en materias como matemáticas los adultos nos vemos imposibilitados de ayudar.
Dócil fue Nuestro Señor Jesucristo a la voluntad de Su Padre. Dócil fue la Santísima Virgen para aceptar su maternidad divina que no estaba en sus planes. Dócil fue San José en seguir los dictados del ángel para salvar al Niño Dios y a Su Madre y huir a Egipto. Dóciles han sido los santos a las inspiraciones divinas y hemos visto los resultados. Dóciles tenemos que ser nosotros para respetar los 10 Mandamientos, para aceptar los consejos de nuestros padres y superiores que representan la voluntad de Dios, para obedecer a los consejos de sacerdotes y directores espirituales (de buena doctrina) en confesión, que nos ayudarán a transitar el mejor camino sin temor a equivocarnos. Para dejarnos enseñar y corregir por nuestros padres, maestros, hermanos mayores y buenos amigos que tan sólo estarán cumpliendo con nosotros los consejos evangélicos de las obras espirituales de misericordia de “corregir al que yerra” y de “enseñar al que no sabe”.
Es fácil constatar que, en todos los ámbitos de la vida, y mucho más para crecer en la vida espiritual y crecer en santidad, sin la docilidad es imposible que demos ni tan siquiera un paso adelante en orden a nuestra santificación y mejora personal. La revolución anticristiana ha impuesto el vicio opuesto a la docilidad, la rebeldía como norma a seguir. Presenta al hombre como una vasija llena que no tiene nada ya más que recibir en sabiduría de nada ni de nadie, para que nadie se deje engañar por el que sabe, para que no se acepte la cultura y la sabiduría heredada de siglos anteriores, para cortar lazos con todo y con todos, empezando y terminando con el Divino Maestro que es Dios y de su Iglesia, Madre y Maestra.
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