  Un sacerdote 
dijo: “Vivir es elegir, elegir es renunciar. Vivir de un modo determinado es 
morir a otros 100 modos”. 
  La vida es amar y el amor exige fidelidad. La 
prueba más exigente de la fidelidad es la perseverancia. Tener mil dificultades 
no justifica una deserción. Es hermoso amar, pero qué caro y amargo resulta a la 
naturaleza perseverar en el amor. En la vida hay cosas no negociables y la 
perseverancia en los compromisos adquiridos madura y libremente es una de ellas. 
No hagamos negociable lo que no es negociable. Perseverar es no traicionar en 
las tinieblas lo que se aceptó en público. 
  La perseverancia es duración. 
“Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser 
coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, 
difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una 
coherencia que dura a lo largo de toda la vida”, decía Juan Pablo II. En la vida 
hay que elegir entre lo fácil y lo correcto. 
  El libro de los Hechos de 
los apóstoles señala que “los apóstoles perseveraban en la oración” (Hc 1, 14). 
Y porque oraban perseveraban. Toda relación con el tiempo trae complicaciones. 
Cuando en el momento de la prueba decimos a Dios: “no quisiera seguir este 
compromiso, me gustaría más otro camino, pero no se haga mi voluntad sino la 
tuya, yo quiero ser coherente”; y damos el “sí” como Cristo, hemos dado un paso 
a la virtud. No merece la pena traicionarse, quien se ha comprometido permanezca 
fiel hasta la muerte. La perseverancia es una opción por un ideal que procura 
grandes alegrías, aunque exija también no pocos sacrificios. La perseverancia es 
una opción por el amor.
 
  
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